Capítulo 14
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La represión de la libertad
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En este capítulo
• Mostrar cómo el esfuerzo de las Cortes de Cádiz queda en nada ante la represión de Fernando VII
• Enseñar la polarización de la política española entre absolutistas y liberales
• Aproximarnos a las primeras tentativas independentistas de América
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La idea de comunidad nacional que nacía de la Constitución redactada por las Cortes de Cádiz en 1812 sufrió un brusco revés con el regreso del exilio, en 1814, de Fernando VII. La Carta Magna como respuesta autóctona a la ocupación francesa del país apenas si tuvo vigencia. La Iglesia, lejos de leerla y explicarla en el púlpito, prefirió seguir pensando que la autoridad venía de Dios y del rey, y no del pueblo. Así, Fernando VII no tuvo dificultad alguna para disolver las Cortes y volver al régimen anterior, más absolutista que ilustrado.
Papel mojado
Pueblos arrasados, ciudades destripadas, caminos y fábricas inservibles… Así fue la España que Fernando VII, el Deseado, como le llamaban sus partidarios, encontró a su regreso. Reconstruirla se presentaba como una labor titánica y urgente, pero no fue ése el primer pensamiento del retornado monarca. A su entender, lo prioritario era desmantelar lo poco que apuntaba a un futuro más justo.
Vuelta al pasado
Así, y con la fuerza militar de su parte y el apoyo de algunos diputados absolutistas, el rey tomó de inmediato las medidas oportunas para que el sueño de una España liberal y moderna quedara sólo en eso, en un sueño:
• Se declaró ilegal la convocatoria de las Cortes de Cádiz.
• Se anuló la obra legisladora realizada por ellas.
• Se restauró el tribunal de la Inquisición.
• Se devolvieron al clero y la aristocracia sus privilegios.
Fernando VII
La España idealizada, o no, de los románticos |
El reinado de Fernando VII coincidió con el descubrimiento de España por parte de escritores extranjeros como Lord Byron, Washington Irving o Alejandro Dumas. Al exterior, el país proyectaba una imagen oriental, hechizante, sensual, pero también sucia, brutal, supersticiosa, incómoda y atrasada. |
George Borrow o, como él mismo decía al presentarse, “aquel al que los manolos de Madrid llaman don Jorgito el Inglés”, fue uno de esos escritores viajeros, y el primero que supo plasmar esa doble faz española. Llegado a España en 1836 para vender Biblias protestantes, dio una imagen entre lo esperpéntico y lo pintoresco de un país que recorrió en mulo durante cuatro años y que describió como reaccionario y clerical, necesitado de una urgente civilización, pero al mismo tiempo exótico, espontáneo y castizo. |
Nadie salió en defensa de la Constitución. Es más, en el ámbito internacional todo parecía aliarse a favor del monarca. La contrarrevolución diseñada a medida por las potencias conservadoras que habían derrotado a Napoleón ayudó a que la restauración de los Borbones en el trono español fuera aún más fácil.
El exilio de la antiespaña
“O estás conmigo o estás contra mí” es un axioma que lamentablemente parece formar parte del código genético español, y Fernando VII no fue una excepción. Pronto quedó claro que sus primeras acciones tras su regreso no iban a limitarse a acabar con el legado de Cádiz, sino que la maquinaria de la represión iba a ponerse de inmediato en funcionamiento y que iba a trabajar con especial esmero. Los colaboradores del gobierno de José I Bonaparte fueron las primeras víctimas, pero pronto les siguieron los liberales que se habían opuesto al invasor galo e incluso los guerrilleros que habían arriesgado su vida por la Corona (para más información sobre José Bonaparte véase la sección “La abdicación del rey” en el capítulo 13, página 150).
Miles de perdedores,
convertidos en la antiespaña, se hundieron en un exilio obligado, a
sabiendas de que quedarse era afrontar las frías bocas de los
calabozos, cuando no las de los fusiles. Eran maestros, militares,
escritores, revolucionarios, científicos, funcionarios… Y con ellos
marchaban sus familias. Francia e Inglaterra fueron sus principales
destinos. Muchos nunca volverían de ese destierro.
América piensa en otro futuro
Mientras España combatía a Napoleón, América se emancipaba. El colapso político de Madrid brindó a los dirigentes criollos la oportunidad de poner punto y final a todos los agravios acumulados en la centuria precedente. En la doctrina ilustrada y en el ejemplo de Estados Unidos, que en 1783 había conseguido liberarse de Inglaterra, aquellos descendientes de españoles hallaron el arma perfecta para dejar oír su voz frente a la desatención de la metrópoli.
La represión como única respuesta
Durante la ocupación francesa, nada podía hacer Madrid para frenar a los descontentos del otro lado del océano. Pero una vez restaurado Fernando VII en el trono, se apostó por la represión militar, sin que ni aun así pudiera evitarse la independencia de Argentina, un hecho ya en 1816. Al final, la postura intransigente del rey acabó enquistando el problema, pues cualquier idea diferente (por ejemplo, la abolición de la Inquisición o del tráfico de esclavos) equivalía a la sentencia de muerte de quien la profería. La persecución contra los círculos criollos llegó a tal extremo, que empujó a los generales nativos a empuñar de nuevo las armas. Total, si había que morir, mejor hacerlo en el campo de batalla que en el paredón…
Los criollos según Bolívar |
En 1815, el gran libertador de América, Simón Bolívar, definió quiénes eran aquellos que buscaban emancipar las colonias de la metrópoli: “No somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores”. |
Los libertadores en su laberinto
Si curas guerrilleros como José María Morelos o Miguel Hidalgo protagonizaron los primeros movimientos independentistas, la segunda etapa fue la de los grandes libertadores Simón Bolívar y José de San Martín, peregrinos de los campos de batalla y profetas ingenuos de una gran patria americana. Gracias a sus esfuerzos, Colombia, Venezuela y Perú quedaron liberados en los primeros años de la década de los veinte (para más información sobre el Libertador véase el recuadro “Los criollos según Bolívar”).
Otra revuelta, encabezada por el general Agustín de Iturbide, daba la puntilla a las tropas de Fernando VII y proclamaba en 1822 la secesión de México.
De lo que fue un inmenso imperio, sólo quedaban Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
El día después de la independencia
La pérdida de las colonias no sólo cerró tres siglos de unión de América y España, sino que también generó profundas alteraciones políticas y económicas:
• La Península perdía un mercado generoso, que hubiese podido contribuir a la reconstrucción de una España desarbolada por seis años de ocupación y guerra.
• Los nuevos Estados independientes cayeron pronto víctimas del neocolonialismo de las grandes potencias anglosajonas, Gran Bretaña y Estados Unidos. La situación aún vino a complicarse más por culpa de las guerras internas, la inestabilidad política y una tendencia disgregadora que hizo imposible el sueño de Bolívar de crear una unidad confederal sobre la base de los antiguos virreinatos españoles.
El mismo Simón Bolívar
supo ver ese peligro cuando dijo: “En tanto que nuestros
compatriotas no adquieran los talentos y virtudes políticas que
distinguen a nuestros hermanos del norte [Estados Unidos], los
sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo
mucho que vengan a ser nuestra ruina… Estamos dominados por los
vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la
española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y
envidia…”.
Los liberales no se rinden
Habían luchado con valor contra los invasores franceses en el campo de batalla, pero algo de sus ideas había calado entre ellos. Algo de ese espíritu liberal de la Revolución Francesa. Y no estaban dispuestos a renunciar a ello. Eran un nutrido grupo de oficiales que hizo del liberalismo su enseña y que pronto comenzó a desahogar su decepción ante la España retrógrada y autoritaria de Fernando VII con una serie de alzamientos que buscaban liquidar el poder absoluto del monarca.
El trienio constitucional
Uno de esos militares fue el general Rafael del Riego, quien en 1820 encabezó el primero de una serie de pronunciamientos que a lo largo del siglo ofreció la posibilidad de dar un giro al régimen mediante la alianza de los mandos militares, las sociedades clandestinas, los partidos políticos y la prensa.
El himno de Riego |
Las medidas emprendidas por el trienio liberal afectaban incluso a los símbolos del Estado. Así, la Marcha real, que Carlos III hacía sonar en toda celebración en la que tomara parte la monarquía y que todavía hoy es el himno nacional español, fue sustituida por otra marcha, compuesta por José Melchor Gomis y popularmente conocida como Himno de Riego. Incluso cuando el gobierno de Rafael del Riego fue aplastado, la melodía siguió viva entre los círculos liberales, convertida en un símbolo de la libertad. No es extraño, pues, que la Segunda República la hiciera suya y la convirtiera en el himno nacional del país. |
Rafael del Riego triunfó y consiguió imponer a Fernando VII la Constitución de 1812. “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”, serían las contemporizadoras palabras del monarca y el pistoletazo de salida a lo que ha dado en llamarse trienio liberal, durante el cual Fernando VII asistió de susto en susto a medidas como:
• La nueva abolición de la Inquisición.
• La vuelta de las libertades proclamadas en las Cortes de Cádiz.
• La supresión de las órdenes religiosas.
• La venta en pública subasta de las propiedades de los monasterios para rebajar la deuda pública y que el Estado pudiera ganarse así la confianza de los gobiernos extranjeros.
Pero las reformas emprendidas no tardaron demasiado en romper el bloque liberal en dos grandes grupos: los moderados y los exaltados, estos liderados por Riego y partidarios de llevar hasta el fin el proceso revolucionario (para más información sobre el tema véase el recuadro “El himno de Riego”).
Los contrarrevolucionarios
Tales medidas no podían sino soliviantar y llenar de espanto al rey y la Iglesia, que llamaron en su ayuda a las fuerzas vivas de la reacción. La insurrección de las tropas leales al rey en el norte peninsular y Cataluña, unida a la crisis económica y al desconcierto causado por la pérdida de las colonias americanas, acabó sumiendo al país en el caos.
En 1823, finalmente, un potente ejército francés respaldado por los Estados absolutistas de Europa ahogó, gracias al incontestable argumento de las armas, aquellas libertades defendidas por el general Riego. Eran los Cien Mil Hijos de San Luis. Paradojas de la historia, la misma nación que había traído a España las ideas liberales llegaba ahora para acabar con ellas…
Otra vez el palo
De nuevo con las manos libres por obra y gracia de sus correligionarios europeos, Fernando VII desató una represión brutal, acompañada por un rosario de procesiones y liturgias con las que la Iglesia pregonaba la vuelta a la normalidad, o al menos a lo que ella consideraba tal…
Una de las primeras víctimas de Fernando VII fue el propio Riego: acusado de alta traición y lesa majestad, fue ahorcado en la madrileña plaza de la Cebada el 7 de noviembre de 1823, entre los insultos y el escarnio de un pueblo que pocos meses antes le había aclamado como un héroe y un libertador.
Miedo a nuevas revoluciones
Aconsejado por la experiencia revolucionaria de Riego, a partir de 1828 Fernando VII empezó a introducir algunas reformas orientadas a lograr la colaboración de antiguos ilustrados y liberales moderados. No sirvió de mucho, dada la nula capacidad del rey para dirigir los designios del Estado… Y tales medidas ni mucho menos iban a servir para calmar el entusiasta e impaciente ardor reformista de los más jóvenes…
Las sociedades secretas estaban a la orden del día en esa triste España fernandina, y con ellas las conspiraciones y las promesas de nuevos y más gloriosos alzamientos. Así, en 1831 el general José María Torrijos volvió del exilio y desembarcó en las playas de Málaga, sólo para ser apresado con sus compañeros y acto seguido fusilado. Otro mártir subía así al altar de la libertad…
El descontento de los reaccionarios
Los liberales se ahogaban en la España de Fernando VII, pero éste tampoco gozaba de las simpatías de todos los adalides de la reacción. Los realistas más ultras se atrincheraban en torno al piadoso Carlos María Isidro, hermano del rey y supuesto heredero por falta de descendencia real. Su descontento se plasmó a partir de 1826 en levantamientos armados en Cataluña, Navarra, el norte de Castilla, La Mancha y La Coruña, por supuesto de signo diametralmente opuesto a los protagonizados por los liberales.
Imprevisto desenlace de un reinado
El reinado de Fernando VII tuvo un desenlace imprevisto. Tras su matrimonio en 1829 con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, el rey publicó la Pragmática Sanción, que abolía la ley Sálica promulgada por su antepasado Felipe V, según la cual las mujeres sólo podrían heredar el trono a falta de otros herederos varones de la línea principal. En cambio, ahora, con la nueva ley fernandina, se restablecía la sucesión tradicional de la monarquía hispana, permitiéndose reinar a las mujeres. La infanta Isabel, hija de ese matrimonio, podría de ese modo reinar cuando le llegara el momento.
Esa maniobra política excluía del trono a Carlos María Isidro y significaba además el triunfo de los círculos moderados y liberales de la corte, que se reunían en torno a la joven esposa del rey para promover una cierta apertura del régimen. La sucesión de Isabel II no sería por ello fácil, sino que degeneraría en un conflicto bélico que proyectó internacionalmente la imagen de dos Españas enfrentadas, una liberal y otra reaccionaria.