Capítulo 8

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La boda de España

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En este capítulo

• Aprender sobre la unión de los reinos peninsulares

• Asistir al fin de la presencia musulmana en España

• Ver el papel represivo de la Inquisición

• Asistir al descubrimiento de América por Colón

• Identificar la irrupción de las ideas humanistas

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El matrimonio celebrado en 1469 entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla abrió un capítulo trascendental en la historia de España, al unir bajo un mismo cetro los dos reinos peninsulares cristianos más poderosos. Y aunque la unión dinástica todavía tardaría en hacerse una realidad, con ellos en el trono se puso el punto y final a la presencia musulmana en la vieja Hispania y se abrieron nuevas y hasta entonces inimaginables vías de expansión territorial que ocuparían a la monarquía durante la siguiente centuria.

No sólo eso: durante el reinado de los Reyes Católicos, España sale de la Edad Media como un Estado unido, vagamente consciente de su identidad, dueño de una cultura rica y diversa, bañada por el influjo árabe, semita y europeo, y amenazado por los brotes de intolerancia de la Inquisición.

La divisa del Rey Católico

En la mayoría de edificios construidos bajo el patrocinio de los Reyes Católicos puede leerse, bajo el escudo real, la frase “Tanto monta”. Era el lema personal de Fernando II de Aragón y parece que le fue sugerido por el gramático Antonio de Nebrija. Se trata de una alusión a una anécdota referida a Alejandro Magno, quien en un templo de Gordio, la capital del antiguo reino de Frigia, halló un intrincado nudo que haría señor de Asia a quien fuera capaz de deshacerlo. El macedonio lo cortó con su espada al tiempo que decía “tanto monta”, es decir, tanto da desanudarlo que cortarlo…

Una corona para dos reinos diferentes

En 1479, Fernando II accedía al trono aragonés tras la muerte de su padre Juan II. Isabel I no lo tuvo tan fácil para convertirse en reina de Castilla. El fallecimiento en 1474 de su hermanastro Enrique IV, llamado el Impotente, provocó el estallido de una guerra civil entre sus partidarios y los defensores de los derechos de su sobrina Juana la Beltraneja, apoyada también por los portugueses. Ese conflicto se alargó entre 1475 y 1479, cuando al fin Isabel consiguió imponerse. Siete siglos después de la invasión musulmana, había sonado ya la hora de la unión, de reforzar los lazos entre los dos grandes territorios peninsulares.

La forja de un Estado moderno

En un primer momento, la nueva unidad alcanzada era frágil, con un carácter dinástico y patrimonial, pero con la previsión de compartir un monarca común en el futuro. Aragón y Castilla eran también realidades muy diferentes:

• La Corona aragonesa era una sociedad exhausta, que había visto cómo el poder de los reyes se diluía al no poder estos dominar a la nobleza.

• El reino de Castilla, en cambio, redondeaba su éxito en la lucha contra la aristocracia y ofrecía una imagen de unidad que iba desde las tierras gallegas o vizcaínas hasta los campos andaluces, imagen robustecida por su pujanza demográfica y sus buenas expectativas económicas.

El título de Reyes Católicos

Fue un papa de origen valenciano, Alejandro VI, quien otorgó el título de Reyes Católicos a Isabel y Fernando. Fue el 19 de diciembre de 1496, en la bula Si convenit. Todavía hoy la distinción de “rey católico” sigue vigente en la monarquía española. La conquista de Granada a manos del islam, la expulsión de los judíos que se habían negado a la conversión al catolicismo y las virtudes personales de los dos soberanos fueron algunas de las razones esgrimidas por el sumo pontífice para tal reconocimiento.

A pesar de compartir soberanos, Aragón y Castilla mantuvieron instituciones, aduanas y monedas separadas, a la vez que conservaron su identidad y normas jurídicas. No obstante, la voluntad de caminar más allá de la unión personal de los reyes quedaría reflejada en la política exterior de las dos Coronas.

Conquistado el poder, los reyes se esforzaron en forjar un Estado nuevo, embrión de las monarquías absolutas que muy pronto alumbraría Europa. De ahí que se volcaran en domesticar las aspiraciones políticas de la nobleza y que asumieran la práctica totalidad de la acción de gobierno en sus reinos. A tal efecto, no vacilaron a la hora de poner a la Iglesia a su servicio, colocando a la jerarquía bajo su autoridad y acaparando el derecho a presentar candidatos a los obispados españoles.

Adiós al islam

Una de las primeras empresas de los Reyes Católicos fue la de imponerse sobre el último bastión musulmán en la Península. Así, y con la vista puesta en ofrecer una salida a la nobleza recién sometida, Isabel y Fernando marcharon sobre las fértiles vegas de Granada. La campaña no fue ni mucho menos un paseo, todo lo contrario, pero sirvió para reforzar la unidad de la nueva monarquía y recabar el apoyo de los súbditos de las dos Coronas en pos de un objetivo común.

La resistencia del reino nazarí

HITO.jpgDe poco sirvió la tenaz resistencia de los dirigentes nazaríes, debilitados además por sus propias disputas internas, ante el empuje de unas tropas cristianas que conjugaban el espíritu de las gestas heroicas de la Edad Media con el devastador uso de la artillería. Ronda cayó en 1485 y más tarde le siguieron Marbella, Málaga y Baza. Por fin, el 2 de enero de 1492, el último de los soberanos nazaríes, Boabdil, entregaba las llaves de Granada después de arrancar a los conquistadores la promesa de que respetarían a la población musulmana.

Una España católica a ultranza

Poco duró la promesa de respeto: la España que imaginaban los Reyes Católicos estaba libre de mezquitas y sinagogas. Para ellos, la religión católica debía ser el cemento de la unión política de sus reinos, y a conseguirlo dirigieron todos sus esfuerzos organizativos.

La creación del Tribunal del Santo Oficio

Uno de los primeros capítulos de esa ofensiva católica de la monarquía había tenido lugar ya antes de la conquista de Granada, en 1478, cuando Isabel y Fernando obtuvieron del papa Sixto IV los medios para crear y controlar el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición. Se trataba de un artefacto represivo creado en la Edad Media para combatir las herejías y llevar a la hoguera a cualquiera que se atreviera a cuestionar el dogma católico.

Con los Reyes Católicos, la Inquisición iría más allá aún al convertirse en un sistema de información y represión que permitió silenciar las voces contrarias a los intereses de la monarquía. Y más si se tiene en cuenta que para el Tribunal no existían las fronteras interiores económicas, políticas o administrativas que separaban a Aragón y Castilla, por lo que sus temibles tentáculos llegaban a todo el territorio peninsular sin que nada ni nadie los pudiera detener…

Piensas o vives diferente, ¡culpable!

El cáncer de la intolerancia se abatió pronto sobre España y dio una estocada definitiva al mestizaje surgido de siete siglos de vida en común. En pos de la unidad religiosa se eliminó a los que profesaban una fe diferente a la oficial, de tal modo que la sola posibilidad de salvación de estos y de continuar en las tierras en que habían nacido ellos, sus padres y sus abuelos era la gracia del bautismo. Judíos y musulmanes fueron sus primeras víctimas, pero no las únicas, pues la Inquisición no se detenía sólo en cuestiones religiosas:

• La expulsión de los judíos: La población judía fue la primera en padecer el hostigamiento de las autoridades. A finales de abril de 1492, los Reyes Católicos decretaron la expulsión de sus reinos de todos aquellos judíos que no se bautizaran. De la noche a la mañana, miles de gentes de este pueblo se vieron desposeídas de sus bienes y obligadas a marchar, con todo lo que eso supuso para una economía muy necesitada de su actividad financiera y comercial. Tampoco los que quedaron hallaron descanso tras la conversión, ya que la Inquisición acecharía sobre ellos, vigilando sus pasos y blandiendo la amenaza de acusarlos de herejía (para más información sobre el tema véase el recuadro “Lejos de Sefarad”).

• La conversión de los musulmanes: También la Inquisición se abatió sobre los musulmanes granadinos, obligándolos a aceptar el bautismo en contra de sus creencias. La conversión obligatoria se impuso y pronto se extendió a toda la población islámica de Castilla. Los mudéjares castellanos desaparecían así para dejar paso a una casta nueva, los moriscos.

• Los heterodoxos: Los protestantes, los pensadores, los polígamos o los homosexuales fueron algunos otros grupos que sufrieron el acoso de la Inquisición. Negar los dogmas de la fe, investigar la naturaleza con las armas de la ciencia y la filosofía o llevar un estilo de vida diferente eran motivos más que suficientes para que el Santo Oficio actuara con todo rigor.

Lejos de Sefarad

La expulsión de los judíos que se negaron a ser bautizados arrancó a miles de personas de sus casas y haciendas. Muchos de ellos encontraron refugio en Europa oriental y en el norte de África, donde todavía hoy pervive el sueño de Sefarad, el nombre que daban a la península Ibérica.

Entre la nostalgia y el rencor, estos sefarditas incluso conservarían vivo el castellano de la época, último vínculo de unión con aquel país que durante siglos habían soñado y amado como suyo. Basta recorrer cementerios judíos como el de Sarajevo, en Bosnia-Herzegovina, para comprobar la terca persistencia de esa añorada lengua: “Clara, no lloras hija mía, / no temes la fosa fría” o “Madre que non conoce otra justicia que el perdón ni más ley que el amor”, rezan algunas inscripciones.

recuerda.jpgCualquiera podía ser detenido o encarcelado, pues bastaba una delación anónima para que se pusiera en marcha toda la maquinaria de los inquisidores y su ejército de licenciados, notarios, guardianes y verdugos, cuyo trabajo mantuvo los calabozos del Santo Oficio siempre provistos de pobres diablos, enemigos políticos o enajenados mentales.

Hallazgo de América

Justo cuando los Reyes Católicos se disponían a expulsar a los judíos de España, recibieron a un aventurero genovés en Granada. Se trataba de Cristóbal Colón, quien ya unos años antes les había expuesto un plan para alcanzar las costas de Oriente a través del océano Atlántico.

El proyecto de Colón, considerado un disparate por algunos sabios de la corte, fue rechazado, e idéntica suerte corrió en Portugal, que por aquellas fechas estaba a punto de alcanzar la India bordeando África y que por tanto no estaba dispuesto a dejar esa vía, peligrosa pero segura, por otra no menos arriesgada y que encima podía ser que sólo existiera en la fantasía de su promotor.

Pero el marino, con la tozudez propia de quien sabe que la razón le asiste, seguía empeñado en alcanzar su meta y volvió a la carga. La toma del reino nazarí y la euforia de los Reyes Católicos, dispuestos a afrontar nuevas audacias, favoreció el acuerdo entre el explorador y los monarcas.

Los indios vistos por Colón

En su Diario de a bordo, Cristóbal Colón dejó anotadas sus impresiones sobre los habitantes de las Indias, con las que tanto había soñado:

“Me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran mancebos, que ninguno vi de edad de más de 30 años. Muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras (…). Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan (…). Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo, y se cortaban con ignorancia”.

Al mar en tres carabelas

Colón partió finalmente de las playas de Huelva al mando de tres carabelas, la Pinta, la Niña y la capitana, la Santa María. En su mente se mezclaban el idealismo ávido de aventuras y una gran ambición de poder que había quedado plasmada en las Capitulaciones de Santa Fe suscritas con los monarcas. Entre otras cosas, en ellas se especificaba que el genovés recibiría el título de almirante, con carácter hereditario, de todas las tierras que descubriese, y que le correspondería el diez por ciento del producto neto de las actividades económicas que en ellas se realizaran.

Tras dos meses de viaje, el 12 de octubre de 1492, el esfuerzo de Colón dio el fruto deseado: América. Aunque el almirante nunca llegaría a saber que se trataba de un continente nuevo que multiplicaba asombrosamente el mundo conocido hasta entonces…

HITO.jpgEl hallazgo de América marcó un nuevo rumbo en la historia de España. De pronto, el suelo ibérico se transformó en un puente entre la vieja Europa y un continente virgen, insólito, exuberante y poblado por civilizaciones tan ricas como fascinantes y desconocidas.

La América de Américo

Por una de esas razones extrañas de la historia, América no lleva el nombre de su descubridor sino el de un marino, cartógrafo y maestro de pilotos florentino, Américo Vespuccio. Fue él quien reveló que lo que los españoles llamaban Indias era en realidad un continente nuevo. Por ello, en 1507, el humanista alemán Martin Waldseemüller, en su introducción a la Cosmografía de Ptolomeo, propuso llamar “América” al nuevo continente. Así, en femenino, como los nombres de los otros continentes, Europa, Asia y África. El término hizo fortuna y así el Nuevo Mundo fue bautizado, no como Colombia, sino como América.

Un planeta para dos reinos

Poco le gustó a Portugal, que por entonces ya había conseguido llegar a Asia siguiendo las costas africanas, que España alcanzara por otra ruta lo que en un primer momento todo el mundo pensaba que era la India. Las diferencias entre ambos Estados por la primacía en la conquista de esos territorios “asiáticos” quedó saldada en 1494 con la firma del Tratado de Tordesillas, que dividía el globo terrestre entre las dos potencias marítimas. La hegemonía ibérica sobre los océanos quedaba así ratificada y separaba los dominios de ultramar de los portugueses, que se quedarían con Brasil, y los castellanos.

El escenario europeo

Pero también Europa iba a ser escenario de los intereses de los Reyes Católicos. Si Castilla se convertiría en el motor de la conquista de América, la herencia medieval de Aragón en Italia concentró los esfuerzos de la monarquía en el Viejo Mundo. No sólo eso, pues Fernando el Católico se lanzó a la conquista de Navarra, ocupada por los tercios en 1512 y luego agregada a Castilla, donde el poder real tenía más margen de maniobra que en Aragón, cuyas Cortes seguían conservando un papel importante. La Península quedaba así ya totalmente unificada bajo un mismo cetro.

La acción sobre Italia convirtió a su vez España en una gran potencia europea. No era una empresa fácil, pues obligaba a planificar una política de acción permanente en todo el arco mediterráneo, destinada a contener el empuje francés y la amenaza turca.

Una política matrimonial enrevesada

Un eslabón esencial de esa política fue la creación de un sistema de alianzas internacionales sustentado en los matrimonios de los hijos de los Reyes Católicos con los herederos de las casas más poderosas europeas:

• El príncipe Juan y su hermana Juana contrajeron matrimonio con los hijos del emperador Maximiliano I de Austria, Margarita y Felipe.

• La princesa Catalina se casó con Enrique VIII de Inglaterra.

• La infanta Isabel casó con el rey Manuel I de Portugal. Cuando murió en 1498, su hermana María contrajo matrimonio con el monarca viudo.

El humanismo

A pesar de la ola de intolerancia religiosa capaz de ahogar cualquier atisbo de pensamiento propio, la España de los Reyes Católicos no se quedó al margen de la irrupción de las ideas humanistas procedentes de las cosmopolitas repúblicas italianas, sobre todo de Florencia. El gusto por las humanidades, las lenguas clásicas y los saberes de la Antigüedad clásica queda reflejado en el auge experimentado por la Universidad de Alcalá de Henares. Unos años antes, la imprenta había abierto nuevos horizontes a la efervescencia cultural del momento, y así, en 1492, vio la luz la Gramática castellana, de Antonio de Nebrija, que no sólo es la primera de esta lengua, sino también la primera de una lengua vulgar europea.

La gloria de la literatura

En este ambiente nuevo y culto, los nobles no desdeñan tomar la pluma a la vez que empuñan la espada, como hizo Jorge Manrique con sus Coplas a la muerte de su padre, antes de morir él mismo, en 1479, durante el asedio de un castillo de Cuenca.

En el terreno de la prosa, en 1499 Fernando de Rojas entregaba a la imprenta La Celestina, cuya protagonista es una vieja alcahueta, archivo de refranes populares y espejo de aquellas brujas de boca desdentada que poblaban las ciudades medievales. Con ella quedaba inaugurada la gloriosa galería de arquetipos universales de la literatura española, enriquecida luego con la filosofía popular de Sancho Panza, el idealismo alucinado de don Quijote, la picardía de Lazarillo de Tormes o la pasión erótica de don Juan. Frases como “nadie es tan joven que no se pueda morir mañana, ni tan viejo que no pueda vivir un día más” o “no es vencido sino el que se cree serlo” dan cuenta de la sabiduría del creador de La Celestina.