3. Agapito García Atadell en el infierno de Queipo

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Agapito García Atadell

en el infierno de Queipo

CASI TODO LO QUE SABEMOS DE GARCÍA ATADELL y de las actividades de su grupo se debe a ese compendio de horrores titulado Datos complementarios para la historia de España. Guerra de liberación 1936-1939 (Madrid, 1945)[1]. Los Avances aparecidos durante la guerra y esta obra constituyen todo lo que los vencedores ofrecieron de lo que debía ser la obra magna del Ministerio Fiscal del Nuevo Régimen: la Causa General, información sobre «el alcance y manifestaciones más destacadas de la actividad criminal de las fuerzas subversivas que en 1936 atentaron abiertamente contra la existencia y los valores esenciales de la Patria, salvada en último extremo, y providencialmente, por el Movimiento Liberador».

Después de investigar diversas piezas de la Causa General y de conocer los resultados de otras investigaciones podemos intuir a qué se debió que el franquismo dejara de airearlo y que se abandonara el proyecto de publicación. Era tal la desproporción entre la actividad criminal de los «subversivos» y la de los «salvadores de la Patria», a favor de los segundos, que alguien guiado por la cordura decidió archivarlo todo. Los pueblos y ciudades donde se cometieron asesinatos de derechistas lo pagaron muy caro; pero lo grave es que donde no hubo tales asesinatos —situación predominante— los vencedores actuaron como si los hubiera habido. De ahí que a lo largo de nueve años, desde 1936 a 1945, se contentaran con sacar varios Avances y los Datos complementarios. El núcleo de éstos estaba dedicado a la actuación de las checas en Madrid, entre ellas la «checa socialista de García Atadell». Las fotografías de las víctimas, profusamente utilizadas en la obra, constituyen precisamente la prueba de que el Gobierno de la República y la policía no amparaban represión alguna. La formación de catálogos con las fotografías de las víctimas halladas en Madrid fue ordenada por las propias autoridades para facilitar su identificación, y por eso las encontraron los franquistas cuando ocuparon Madrid. De haber estado implicado el Gobierno republicano en las actividades represivas no hubiera habido fotografía alguna y mucho menos expuesta públicamente.

EL TERROR EN MADRID

Agapito García Atadell, militante socialista del gremio de los impresores, pasó totalmente desapercibido hasta que el golpe militar de julio del 36 lo sacó del anonimato. Fracasada la sublevación en Madrid los partidos de izquierdas crean en agosto sus propias brigadas especiales. Éstas, surgidas inicialmente en apoyo de la Brigada de Investigación Criminal, adquirieron vida propia en poco tiempo. La de García Atadell estableció su cuartel en una casa incautada de la calle Martínez de la Rosa, número 1. Autodenominada en principio «Milicias Populares de Investigación» pasará a la historia con el nombre mucho más certero de «La Brigada del Amanecer». La checa de García Atadell estaba formada por 48 agentes. El segundo jefe fue Ángel Pedrero García y los jefes de grupo Luis Ortuño y Antonio Albiach Chiralt. Sus actividades no sangrientas —registros, detenciones y recepción de visitas— aparecían en la prensa. La información que orientaba sus actuaciones procedía de la organización sindical socialista de porteros de Madrid. Las condenas a muerte de los detenidos las decidía un comité formado por el propio García Atadell y su círculo de allegados. Entre éstos se encontraba Pedro Penabad Rodríguez, quien se convirtió en agente por la relación que le unía a García Atadell, relación que, según parece, remitía al origen gallego de ambos.

Durante tres meses Agapito García Atadell y su banda actuaron a su antojo. Tres fueron sus actividades principales: detenciones, registros y asesinatos (ejecuciones según la Brigada). Él mismo declaró en Sevilla que su brigada realizó unas ochocientas detenciones en tres meses, destacando entre las de centenares de desconocidos la de una hermana de Queipo y las de algunos personajes conocidos como Niní Montián, que además de cantante era hija de un general. Los asesinatos, «muchos», no los pudo cuantificar. En los Datos… puede leerse un largo listado en el que sin embargo no figuran los hermanos Miralles, cuyo asesinato fue reivindicado por Atadell. Los registros, complemento inevitable de las detenciones y los asesinatos, fueron utilizados para el robo de dinero, joyas y demás objetos de valor, con los que amasaron en poco tiempo una incalculable fortuna. En agosto y septiembre actuaron con total libertad e impunidad, alcanzando inmediatamente, como no podía ser de otra manera, fama e influencia. Incluso representantes diplomáticos de diversos países se pusieron en contacto con ellos para salvar la vida de alguno de los detenidos. El desbordamiento general producido por el golpe militar con la afloración de poderes diversos les dio un margen de actuación, pero ya en septiembre sus acciones motivaron el rechazo de las autoridades republicanas.

García Atadell reconoció tranquilamente tres motivos para su huida de noviembre. Les preocupaba enormemente y les animaba, realizado ya el expolio, a alejarse de aquel foco de peligro el temor a la entrada de las fuerzas franquistas en Madrid. Pero hubo también otras dos razones más urgentes que la anterior. En uno de los registros practicados estuvieron a punto de ser detenidos por la Guardia de Asalto, que acudió al lugar advertida por alguien de la casa. Nada más notar la presencia de las fuerzas, Atadell y sus hombres huyeron precipitadamente. La situación había cambiado. A esta inseguridad se añadió otra peor, pues la CNT inició una guerra particular contra García Atadell y su grupo que empezó con anónimos y acabó con amenazas directas. Fue entonces cuando idearon un plan para salir de Madrid y de España. A fines de octubre Atadell en compañía de Ortuño y Penabad se trasladaron a Marsella con el pretexto de realizar una importante operación policial. Vendieron su botín y allí mismo García Atadell y Penabad Rodríguez adquirieron billetes para trasladarse en barco hasta Cuba. Casualmente la noticia de que un español se disponía a embarcar hacia América llevándose consigo una maleta llena de joyas llegó a Luis Buñuel, que se encontraba en París realizando ciertos servicios para el Gobierno de la República y que no dudo en trasmitirla al embajador español. Como el barco debía tocar puertos españoles en manos de los sublevados las autoridades republicanas advirtieron a aquéllos por medio de otra embajada neutral para que controlasen la fuga[2].

LA HUIDA

La reacción en el Madrid republicano fue inmediata. Cuando se supo lo ocurrido los diarios madrileños comentaron la huida y, aunque sin entrar en detalles, mencionaron las medidas adoptadas por las autoridades para su captura. El primer intento de prender a García Atadell y su socio se realizó en Vigo, pero el capitán del barco, al carecer de instrucciones, se negó a entregarlos. La operación se pospuso hasta la llegada del barco a Las Palmas, entablando contacto el Gobierno de Franco con el francés y tomándose la precaución de contar con alguien que viajara en el barco para evitar una posible suplantación de personajes. El elegido fue el falangista Ernesto Ricord Vivó.

Para entonces García Atadell y Penabad eran conocidos en el barco como dos ricachones en viaje de recreo. Nada recordaba en su aspecto su vida anterior. Tejidos de lino y seda habían sustituido el uniforme de sus amaneceres madrileños, el mono y la cazadora. Su esperanza, América, donde reharían la vida sin problema alguno. Atadell, previendo que el último escollo lo constituía la llegada a Las Palmas, intentó atar todos los cabos.

Cuando el barco llegó a Las Palmas, policías y falangistas accedieron al interior contactando con el falangista Ricord Vivó. Entonces, ante el capitán y los pasajeros, Ricord dijo señalando a uno de ellos: «¡Ése es García Atadell!»; el afectado lo negó, viéndose amparado por el capitán del barco, quien dijo tranquilamente que García Atadell era otro de los pasajeros allí presentes. Por su parte los dos García Atadell afirmaban llamarse Gustavo Zalvidea Linaje, un pasajero vasco en viaje a Cuba para reunirse con su esposa. Como la confusión aumentaba, las autoridades franquistas decidieron bajar a tierra a los cuatro, a los dos García Atadell, a Penabad y a Ricord Vivó. Aunque las primeras diligencias sumariales se iniciaron en Las Palmas el valor de la pieza capturada y su valor simbólico aconsejaron su traslado a Sevilla en diciembre de 1936[3].

SE DESCUBRE LA TRAMA

La prisión provincial de Sevilla era todavía la antesala del infierno descrita por alguno de sus más ilustres pobladores como José María Varela Rendueles, último gobernador civil republicano, o el periodista y escritor inglés Arthur Koestler[4]. Ambos dejaron constancia escrita de la presencia de García Atadell y fue especialmente el primero de ellos quien jugó un papel relevante en la embrollada trama en que se convirtió aquel asunto. Varela Rendueles, que durante la República ocupó también el Gobierno de Vizcaya, se cruzó un día en la prisión con alguien que lo miró fijamente y se le acercó diciendo que lo reconocía, insistiéndole en que recordara un encuentro tenido en su despacho de Bilbao unos años antes. Y al fin Varela recordó, llegando a identificar a aquel hombre como Gustavo Zalvidea. Este hecho, ocurrido en enero, modificó el panorama. Zalvidea, que andaba trastornado desde que fue sacado del barco, trasladado a Sevilla y tratado como si fuera un peligroso asesino, pudo al fin demostrar ante la autoridad militar con ayuda de Varela que él no era García Atadell, tras lo cual le fue levantada la incomunicación pasando a una celda contigua a la del exgobernador, desde donde pudo narrarle la terrible historia vivida. Entonces todas las miradas se dirigieron hacia el falangista Ernesto Ricord Vivó, poniéndose al descubierto que García Atadell lo había sobornado para que desviara la atención hacia Zalvidea, lo que le acarreó una condena de veinte años.

En los meses siguientes se tomaron por fin las declaraciones. García Atadell, volcado ya por completo hacia el «Nuevo Orden» representado por Queipo, ofreció un largo y minucioso testimonio sobre sus actividades en Madrid desde su ingreso en la Brigada en agosto hasta su huida. Llegó a dar incluso los nombres de los ejecutores. También se incorporaron al sumario recortes de prensa con noticias y fotografías relacionadas con el grupo. Según parece Atadell ofreció sus servicios al general Queipo, ignorando sin duda que en su especialidad y en Sevilla él no era sino uno más de la selecta cosecha de asesinos del 36. Ignoramos si en algún momento coincidió con el que fue delegado de Orden Público Manuel Díaz Criado, pero resulta tentador imaginar las posibilidades y derivaciones de ese encuentro; ignoramos asimismo si aparte de la prisión provincial pudo conocer alguna de las checas que todavía funcionaban en la ciudad. Dadas las características del personaje es seguro que hubiera disfrutado en el centro jesuita de la calle Trajano-Jesús del Gran Poder, uno de los principales centros de desaparición de la Sevilla de Queipo, minuciosamente descrito por Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro en sus memorias.

Finalmente, en julio del 37, un consejo de guerra condenó a muerte a García Atadell y a su compañero. El fiscal militar fue Antonio Pedrol Rius y el defensor, el capitán de Infantería Carlos Gómez, Cobián.

GARROTE VIL

El día 15 de julio, horas antes de ser ejecutado, escribió una carta:

Hospital de la Santa Caridad. SEVILLA.

Sr. D. Indalecio Prieto y Tuero

Madrid

Mi amigo Prieto:

Ya no soy socialista. Muero siendo católico. ¿Qué quiere que yo le diga? Si fuese socialista y así lo afirmase a la hora de morir estoy seguro que usted y mis antiguos camaradas lamentarían mi muerte y hasta tomarían represalias de ella. Hoy, que nada me une a ustedes, considero inútil decirle que muero creyendo en Dios. Usted, Prieto, antiguo amigo y antes camarada, piense que aún es tiempo de rectificar su conducta. Tiene corazón y ése es el primer privilegio que Dios le da a los hombres para que se consagren a él.

Rezaré por usted y pediré al altísimo su conversión.

A. García Atadell

Los presos pudieron contemplar ese día cómo se preparaba el patíbulo en el patio de la cárcel y cómo se armaban todas las piezas de ese instrumento de muerte tan español conocido como el garrote vil. Tal importancia se le dio al acto que se cursaron invitaciones al director de la prisión provincial, al cardenal-arzobispo Ilundáin, al hermano mayor de la Santa Caridad, al alcalde de la ciudad, al gobernador civil y al teniente coronel de los Servicios de Sanidad. Ilundáin envió en su lugar a Antonio Guerra Pérez, capellán de la prisión, al párroco Manuel Corrales Fernández y al jesuita José Cabrera; el alcalde fue representado por Juan Pérez Jara, uno de los jefes de la Policía Urbana, y por los vecinos Fernando López Grosso, Antonio Cantos López y Luis Claudio Mariani; finalmente en lugar del gobernador fue un funcionario del Servicio de Vigilancia.

Por suerte para los presos se les privó del espectáculo, aunque según Varela fueron conscientes de todo aquel montaje hasta su final. Antes de morir, «García Atadell hizo profesión de fe en Queipo y sus charlas, en la España que empezaba a amanecer, en la voluntad de imperio y en la justicia que le ponía el dogal en derredor del cuello a la luz del día después que, en las sombras de la noche, sin cortejos ni plegarias, entregaba a verdugos de afición a hombres y hombres».

Luego el verdugo de Sevilla acabó con las dos vidas y varios miembros de la Santa Caridad se encargaron de los cadáveres.

EPÍLOGO

Gustavo Zalvidea Linaje fue puesto en libertad poco después aunque sin posibilidad de volver a su tierra. Su particular situación y las dificultades vividas le llevaron a buscar alguna de las redes de evasión que existían en la ciudad, consiguiendo viajar a Casablanca en la bodega de un barco y pasar de allí a Marsella, desde donde finalmente llegó a Bilbao. Unos meses después, Santiago Garrigós Bernabeu, comandante de la Guardia Civil y delegado de Orden Público desde la caída de Díaz Criado a finales del 36, elaboró un curioso informe dirigido al juez militar permanente Manuel Clavijo Peñarrocha. El informe decía:

En el grupo de Martín Berroteaga, Anguiano y Hermanos Herránz de Bilbao, ha aparecido estos días un sujeto llamado Gustavo (…). Cuenta que «la cárcel (de Sevilla) está abarrotada de personas sobre las que no pesa ningún delito sino denuncias sobre cuentos y chismes». Dice, por ejemplo, «que Queipo está en su cantón independiente, haciendo lo que quiere y desobedeciendo al propio Generalísimo». Que los falangistas «hablan de dar la segunda vuelta como la cosa más corriente», «que no ha quedado viva en Sevilla una persona de ideas y profesiones liberales y que se dice por toda la ciudad que han sido ejecutadas personas de relieve en cargos de autoridad pero de magníficos antecedentes, y cita nombres de diputados, abogados, médicos, catedráticos, farmacéuticos, industriales, etc. por suponerlos masones o serlo, pero a pesar de tener fama de personas honorables, altruistas y buenas. En fin, está pintando Sevilla este huido con unos colores que entre los nacionalistas vascos produce los efectos consiguientes». Ha dicho también Zalvidea que «antes de partir para América quiere hacer algo por los muchos presos que existen en las cárceles de Sevilla amenazados de muerte».

Por todo ello se ordenó la busca y captura de Gustavo Zalvidea. Se había traído la memoria oculta de Sevilla, la que había vivido en un año y la que le habían transmitido aquella rara excepción sevillana llamada Varela Rendueles, uno de los escasos gobernadores civiles de la España ocupada que pudo contarlo, y otros compañeros de prisión, de ahí que mencionara a esos diputados, abogados, médicos, catedráticos o industriales aniquilados en los largos meses del 36 por el insaciable fascismo sevillano.

Esta historia, que debía concluir con un continuará, acaba aquí sin dejarnos entrever siquiera qué fue de Zalvidea, la última «víctima» de García Atadell, un inocente viajero que por los avatares de la vida estuvo a punto de acabar su vida en la Sevilla de Queipo y a manos de un verdugo famoso por su pericia con el garrote.