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-Ella había pasado por todo eso cientos de veces. Su vida fue una sucesión de terapias vejatorias. Su ego estaba más que demolido. De modo que la única compensación era Lazarus, ese apuesto gurú-mentor. Era el tipo más atractivo que había conocido, entre otras cosas porque era un granuja inteligente y despiadado y eso le daba un morbo especial. Se podía esperar cualquier cosa de Lazarus. Era imprevisible. Vivía al margen de cualquier ley. Era una bestia voraz en un cuerpo de cine que no tenía nada que envidiar a los pimpollos que se forran haciendo películas.

>>Lazarus se fijó en ella. No parecía importarle ser el primer hombre que lo hacía, contrariando las reglas de la opinión pública. Le traía sin cuidado que ella fuese una grotesca cerdita Peggy. Por las razones que fuesen, le daba juego liarse con ella. Le compensaba.

>>La simbiosis estaba servida. Gladys la cerdita enseguida averiguó en qué consistía su aportación a la simbiosis. Ser un saco de boxeo. ¡Era cosa de coser y cantar! Lo más fácil del mundo. A fin de cuentas se había pasado la vida recibiendo palos sin que le entregasen nada a cambio.

>>Con él era diferente. Lazarus fue honesto desde el principio. Le dio mucho más de lo que ella esperaba, mucho más de lo que ella se había atrevido siquiera a imaginar. ¿Cómo era posible que tuviese las tragaderas de acostarse con la cerdita Peggy?

-¿Te acostabas con él?

-La primera vez que la llevó a su casa Lazarus la violó. Y ella consintió, por descontado. Estaba preparada. Pudo conservar el suficiente estado de ánimo para disfrutar de la violación. Sabía que no podía esperar otra cosa. Era absurdo pretender que Lazarus le hiciese el amor. A una cerdita Peggy no se le podía hacer el amor. Como mucho se la podía violar.

>>Las violaciones consentidas de Lazarus, que se sucedían con una frecuencia maravillosa, se transformaron para Gladys la cerdita en un cuento de hadas hecho realidad.

No me lo puedo creer, se dijo Sabrina, atónita.

Se instauró el silencio. Gladys se frotaba las manos sobre el regazo. La detective intercambió un guiño de complicidad con su jefe. Debía proseguir con el interrogatorio. Atar cabos.

-Háblame de Emily.

-Lazarus le dijo a Gladys la cedita que Emily le había preparado clam chowder y sourdough bread. Dijo que le había gustado más que el clam chowder y el sourdough bread que preparaba Gladys la cerdita. Bueno, tu sourdough bread es mejor, rectificó. A Emily le ha salido un pelín más ácido de lo normal. Pero te ha superado en el clam chowder. Creo que tú le pones demasiado condimento. Eso dijo Lazarus.

>>Luego descargó sobre su cabeza unos cuantos puñetazos. ¡Mierda!, se lamentó Gladys la cerdita. ¿Cómo no había observado antes que echaba demasiado condimento a esa salsa de marisco que le gustaba tanto a Lazarus? ¡Mierda, mierda, mierda! Eso le pasaba por leer demasiado a Walt Whitman, Ezra Pound, W. H. Auden, Conrad Aiken y Allen Ginsberg. Abusaba tanto de esos poetas que los versos de unos y otros se entreveraban en su pensamiento.

A Coleman le asombraron las lecturas de esa cómplice de asesinato.

-¿Gladys la cerdita puede recitar unos versos?

Sabrina y el inspector se miraron, encogiéndose de hombros.

-Claro.

-Me celebro y me canto a mí mismo. Desearía que las frías ondas inundaran mi alma. Impedid, con un jugoso hueso, que el perro ladre. Algo que no puedo ver eriza púas libidinosas. ¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal? ¿Caminaremos toda la noche por las calles solitarias? No se desean ahora estrellas: apagadlas una a una. Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mi palabra. Juntos recorrimos los abiertos corredores de nuestra solitaria fantasía.

Otra pausa.

Los versos declamados con pasión por Gladys flotaban en el ambiente.

-¿Lazarus leía tus poesías?

-Todas.

-¿Qué opinaba de ellas?

-Decía: Que yo no comparta tus poesías es irrelevante, cariño. ¡Soy el martillo de la verdad, como decía Nietzsche! No tiene sentido que me vuelva lírico de la noche a la mañana, ¿no crees? Venga, Glad, no te hagas remiendos en la cabeza y ponte a cuatro patas, que voy a echarte un polvo.

>>El puñetazo en la cara y las patadas en los riñones ya estaban olvidados. Ahora había llegado el momento de la recompensa. El premio gordo. De modo que Gladys la cerdita se puso a cuatro patas en el suelo sin pensárselo dos veces. Lazarus sonrió, arrodillándose detrás de la cerdita Gladys. Levantó las faldas y le bajó las bragas. ¡Joder!, dijo.

>>Ya se había empalmado a la vista de sus descomunales nalgas. Le pasaba lo mismo cuando ella se sentaba a horcajadas sobre él, derramando sobre su cara las tetas monumentales. La polla se le levantaba de inmediato, como impulsada por un resorte.

>>Gladys la cerdita era una mujer sensacional. La más auténtica que había conocido. Porque ella no se engañaba, respecto a nada, y no le daba miedo llamar a las cosas por su nombre.

Coleman enarcó las cejas. Inquietantes declaraciones.

Era indudable la vena literaria de Gladys.

Y su patológico desdoblamiento de personalidad que le hacía referirse a ella misma en tercera persona.

 

***

 

-Seguí robando coches; no sabía hacer otra cosa; era un apestado entre los Norteños; ya no me llamaban Lagartija, sino Fogy. Espagueti me puso el mote Fogy cuando se dirigía a mí y los demás lo imitaron.

>>Yo no era un pandillero al uso, me negaba a participar en los enfrentamientos con los Sureños u otras bandas, no me drogaba, bebía con moderación y en vez de asistir a las fiestas prefería quedarme en casa con mi familia.

-¿A Lucy tampoco le gustaba ir a esas fiestas?

-Ella no quería saber nada de la pandilla. Desde que empezamos a salir se desvinculó totalmente y me animaba a que hiciese lo mismo, poniéndome entre la espada y la pared.

-Los Norteños toman represalias con los traidores.

-Podíamos mudarnos a otra ciudad. El problema era que robar coches se me daba bien y ganaba lo suficiente para sacar adelante a mi familia sin pasar apuros. En este país cuando te dedicas a una actividad delictiva no puedes ir por libre; ¡te comen! Todas las actividades delictivas están controladas por las mafias y sus cadetes, las pandillas.

-¿Cuánto sacaba de sus hurtos?

-El diez por ciento de los beneficios, pero sólo tenía que robar el coche. Ellos se encargaban de lo demás. Cambiaban la matrícula, modificaban el coche y lo trasladaban a otro estado para ofrecérselo a su bolsa de clientes. Se necesita una organización compleja para que el negocio funcione. De eso viven las mafias; disponen de medios, mucho dinero para sobornar a la policía y las autoridades locales, redes de distribución, un ejército de pistoleros a sueldo y un colchón de lealtades que implican a jueces y altos cargos políticos.

>>La mafia es un sistema de negocio mucho más lucrativo que cualquier empresa legal. Y todo empieza en la bendita droga. Si los países que se nutren del narcotráfico legalizasen sus beneficios serían los más ricos del mundo.

>>Esos ingresos astronómicos no tributan; se quedan en el bolsillo de un puñado de listos. En esos países ves mansiones increíbles de gente anónima.

-¿Qué pasó con Espagueti?

-Siempre estuvo presente en nuestras vidas, como una maldición; no podíamos quitárnoslo de encima. Espagueti estaba tan obsesionado con Lucy como yo con él. A veces lo veíamos vigilando nuestra casa, al otro lado de la calle, solo, pensativo, con aire de derrota. Deseaba ocupar mi lugar, que mi familia fuese la suya. Y en cierto modo así era. Megan era su hija. Una parte de Lucy seguía perteneciéndole.

>>Durante esos años abordó a Lucy varias veces, cuando llevaba a los niños al parque; ella no me lo contaba para evitar que me metiese en problemas. Sabía que odiaba a ese maldito sicario de Salinas y estaba a punto de perder la paciencia.

>>Espagueti se pasaba el tiempo machacándome psicológicamente. Desplantes, comentarios ofensivos, bromas de mal gusto. Fogy por aquí, Fogy por allá. Aprovechaba cualquier oportunidad para dejarme mal parado frente a los demás miembros de la pandilla. ¡Estaba harto! Tenía los nervios a flor de piel. La situación era tan tensa que si no hubiese sentido la responsabilidad de atender a mi familia habría intentado matarlo. Hasta que estallé.

Coleman se restregó las manos, inquieto.

-Un día Espagueti intentó atropellarme. Me vio en mitad de la calle y se le cruzaron los cables. Yo estaba tan pendiente de mis pensamientos que no había visto su Porsche Carrera rojo detenido ante el semáforo. Cuando atravesaba la calle él pisó el acelerador a fondo y su deportivo salió disparado. Me arrolló.

>>Me fracturé la clavícula y tres costillas. Estuve una temporada en el hospital. Denunciarlo no habría servido de nada. Era inútil buscar testigos. ¿Quién se arriesgaría a enemistarse con un tipo que se ganaba la vida matando a la gente?

>>Cuando salí del hospital me aguardaba otra sorpresa. Lucy ya no podía seguir negando lo evidente. Temía por la seguridad de nuestros hijos. Me contó que Espagueti había entrado en casa mientras estuve ingresado e intentó violarla.

>>Megan se lo impidió. La hija de Espagueti. Era una niña valiente y decidida. Al oír los gritos de su madre salió de casa corriendo para pedir ayuda. Me contaron que montó tal escándalo que apareció un coche patrulla a los cinco minutos. Espagueti tuvo que saltar por una ventana y escapar por la parte de atrás de la casa.

>>Comprendí que debía hacer algo. Espagueti nos seguiría allá adonde fuésemos; tenía clavada a mi mujer entre ceja y ceja y a la hija que había tenido con ella. Quería arrebatarme a mi familia y no pararía hasta conseguirlo.

>>Sólo había una opción: matarlo.

>>¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Huir? ¿Recurrir a la policía? Lucy, que siempre fue el colmo de la tranquilidad, tuvo un ataque de nervios y estuvo a punto de lastimar a Andrew y Thomas. Fue un aviso. Mi familia estaba en peligro. Había que tomar una decisión drástica, ceder a la idea que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo. Matar a ese maldito sicario de Salinas que se había propuesto arruinarme la vida.

>>Salí a la calle dispuesto a zanjar el asunto aunque me pasase un tiempo en prisión o Espagueti acabase con mi vida.

>>Ese día, tres de abril, se cumplían cinco años desde que el sicario de Salinas se plantó en Oakland; era el momento perfecto para acabar con aquel ciclo.

>>Lucy estaba de acuerdo; sabía que la tranquilidad de nuestra familia pasaba por matar a Espagueti. Cuando nos despedimos temblaba y tenía la cara llena de lágrimas; era como si me fuese a la guerra. Los niños presentían que pasaba algo grave. Sobre todo Megan; era muy aguda y sensible y se enteraba de todo. Andrew apenas sabía hablar y Thomas era un bebé. Cuando Lucy me abrazó pensé que quizá no volvería a verla.

Coleman no pudo controlar la emoción y se deslizó una lágrima por su mejilla.

¿Dónde estaba su fachada de hombre curtido e impasible?, se preguntó Sabrina, impresionada.

-Estuve dando vueltas como un tonto por la ciudad; pasaba una y otra vez por los rincones de Oakland que él solía frecuentar; la tierra parecía haberse tragado a Espagueti y su Porsche Carrera rojo. En su casa no se advertía la menor señal de vida. No estaba en sus garitos habituales ni en los cruces de calles donde se apostaba con los tres perros de presa para marcar territorio.

>>¡Era inexplicable; él se esforzaba en ser visible; te lo encontrabas por todas partes; era un pavo real! ¿Por qué precisamente hoy se había esfumado?

>>A media tarde, derrotado, comprendí que Espagueti también había escogido ese día, tres de abril, en que se cumplían cinco años de su estancia en Oakland.

>>Lo había buscado en todos los lugares donde podía estar menos en uno.

Lazarus Falcon Priest
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