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El inspector Malcolm Coleman ejercía de observador mientras Sabrina interrogaba a la detenida.

Gladys por momentos se abstraía.

Sus pensamientos eran absorbentes.

-Lazarus solía decir a Gladys la cerdita que era gorda y estúpida, un pedazo de vegetal humano que apenas sabía discernir la verdad del mundo en el que vivía. Gladys la cerdita no sufría, en apariencia. Era la mula que da vueltas a la rueda del molino sin hacer preguntas, sin cuestionarse nada, abandonándose a la inercia de la rutina, insensible a los estímulos exteriores.

-¿A qué te refieres?

-A Lazarus le había tocado la lotería con Gladys la cerdita. Cuando apareció en el local de Harmony Impact lo supo. Una pobrecita tan insignificante. Gladys la cerdita tenía veintisiete años pero su inteligencia no superaba a una niña de nueve, pensaba él.

>>Sus treinta kilos de sobrepeso y su cara porcina y tosca la condenaban a la marginalidad y el ostracismo.

Coleman se dijo que Gladys hablaba con propiedad, empleando incluso expresiones cultas. ¿Dónde estaba la mujer ignorante?

-Con tan espantosa herencia genética, ¿qué podía hacer Gladys la cerdita, pobrecita de ella? Aguantar, no le quedaba otra. Mendigar migajas de afecto. Una sonrisa, una palabra amable, una caricia. ¡Y si le dabas un beso la tenías rendida a tus pies! Qué ironía.

-¿Por qué acudiste a Harmony Impact?

-Gladys la cerdita buscaba lo mismo que todo el mundo: motivación personal, seguridad. Quería restañar las heridas de su ego vapuleado. Respirar. Olvidar el calvario de una vida sin alicientes. Conquistar una razón de ser. Reinventarse.

-Y sin embargo encontraste a Lazarus.

-El encantador de serpientes.

-¿Te pegó?

-Claro, descargaba en Gladys la cerdita sus puñetazos cómodamente. En la cara, a ser posible. Golpes tan violentos que ella salía despedida del sofá y se quedaba tirada en el suelo como un juguete roto. Luego le daba patadas en los riñones, una detrás de otra.

-¿No intentabas defenderte?

-¿Para qué? Gladys la cerdita aguantaba calladamente el castigo. Estaba acostumbrada. Era el pan de cada día. Su cruz. Cuando Lazarus se daba por satisfecho la ayudaba a acomodarse de nuevo en el sofá. Buena chica, decía, dándole unas servilletas para que se limpiase los coágulos de sangre que le salían por la nariz.

>>Gladys la cerdita era estupenda para eso. Tenía vocación de saco de boxeo. Eso pensaba Lazarus al mirar su cabello escaso teñido de un ridículo rubio platino. Era un cabello tan despoblado que a él le hacía pensar en una cortina de baño, un babero de bebé de plástico, un delantal transparente o uno de esos cobertores sintéticos que se utilizan en las peluquerías para que no se te metan los pelos en la ropa. Le sugería cualquier cosa menos cabello de mujer.

>>Gladys la cerdita se tragaba la sangre que le llenaba la boca, con cuidado, para no tragarse el diente roto. Luego empujaba el diente con la lengua, lo pasaba entre los labios, como si chupase un caramelo, y lo depositaba en la palma de su mano. Vaya, te he roto otro diente; no sabes cómo lo siento, alma mía, decía Lazarus. Y Gladys la cerdita se encogía de hombros, suspirando. Un maldito diente no es una gran pérdida, se decía.

>>Sus dientes siempre fueron espantosos. Eran demasiado pequeños y muchos estaban torcidos. Sólo las muelas tuvieron la disciplina de crecer enfiladas. Y ésas estaban a salvo de los golpes en el interior de la boca. Así que a Gladys la cerdita no le preocupaba perder los demás dientes. Se conformaba con mantener las muelas para masticar la comida. A fin de cuentas su boca nunca fue estética. Por eso se la tapaba al sonreír. Ahora en lugar de tapársela para que no se viesen sus dientes pequeños y torcidos se la taparía para ocultar sus encías desdentadas.

Dios mío, qué situación patética, se dijo Sabrina.

-Lazarus se reclinaba en el sofá, apoyando los brazos en el respaldo y cruzando las piernas. El mundo está mal repartido, ¿verdad, cariño?, decía. ¡A ella se lo iba a decir! Gladys la cerdita sabía desde que tenía uso de razón que no tenía derecho a nada.

>>Lo había interiorizado. Lo había somatizado. Para empezar porque su madre era una esclava de su padre. Y ella, la menor de una camada de seis cachorros, estaba supeditada a los deseos de sus cinco hermanos varones, a cual más brutal e insensible. El padre pegaba a la madre. Y los hermanos la pegaban a ella. Era lo que tocaba. Era lo que había. Tocaba acatar y aceptar. Porque así funcionaban las cosas. Así estaba hecho el mundo y ella no podía cambiarlo.

Sabrina no se lo podía creer.

¿En qué mundo vivían?

Cruzó una mirada de estupor con su jefe.

-Luego vinieron las vejaciones en el colegio. Gladys la cerdita no tenía amigos. Estaba sola y apartada. Todos la utilizaban como chivo expiatorio. Era objeto de burlas y menosprecios. Los apodos que recibía estaban grabados a fuego en su recuerdo: foca loca, gorrina Gladys, vacagladys, la cerdita Peggy-Gladys, linda focosa, Pipi Calzasgladys, Morga-Gladys.

>>La crueldad infantil. Eso decía Carol, la profesora de lengua, la única persona que la quiso y confió en ella. Pero no, más bien se trataba de su destino de perdición. Por eso Gladys la cerdita no se molestaba en sublevarse contra ese destino. Simplemente aprovechaba las pocas cosas buenas que le ofrecía la vida. Ella era consciente de su incongruencia existencial.

¿Incongruencia existencial?

Al inspector le asombraban las palabras de Gladys.

En apariencia no encajaban en su perfil.

-¿Qué diablos hacía su corazón de poeta en ese cuerpo gordo y feo? Al verla la gente la descartaba de inmediato. Era justo y necesario. Ser gorda era un pecado. Ser gorda y además fea era un crimen. Ser gorda, fea y además escribir poesía era un pecado, un crimen y un atentado contra el buen gusto.

-¿Escribes poesía?

Gladys cabeceó afirmativamente.

-Por eso ella se plantó en los veintisiete sin un solo amigo. Y por supuesto sin atreverse a soñar con tener un novio, qué pretensión ridícula.

Hubo una pausa.

Gladys se enjugó las lágrimas, paseando la mirada por la estancia, y suspiró.

-Así que Gladys la cerdita reunió sus ahorros y se los entregó a Harmony Impact. Por probar, a ver si podían hacer algo con ella, teniendo en cuenta que era un perfecto desperfecto humano, un deshecho en toda regla. Ganar certámenes literarios no servía de mucho, sobre todo si luego una no tenía valor para ir a recogerlos.

-¿Ganabas premios literarios y no ibas a recogerlos?

-A Gladys la cerdita le avergonzaba que la viesen. Tú no puedes ser la autora, no me lo creo, esos versos no son tuyos, ladrona, es imposible que los hayas escrito tú, con la pinta que tienes, pareces cualquier cosa menos una poetisa. Sí, probablemente habrían dicho eso, o lo habrían pensado.

>>Se supone que los poetas tienen un aspecto romántico, intelectual, místico. Una mujer con aspecto de cerdita Peggy no da el pego, para nada. La acusarían de plagio, la llamarían farsante, le escupirían a la cara su incredulidad y se mofarían de ella a sus espaldas como todas las personas que la conocían.

>>Por eso le gustaba Lazarus. Él era sincero. Nunca pretendió engañarla. Ella era su saco de boxeo y punto. Gladys la cerdita había empleado bien el dinero de los certámenes literarios online que se atrevió a aceptar, haciendo de tripas corazón, en los que no tenía que mostrar su careto.

Esta mujer se sale de los estereotipos sociales, reflexionó Coleman.

Podía crearse un estereotipo específico inspirado en ella.

-Gladys la cerdita nunca olvidará el momento en que rompió la hucha. Una hucha con forma de cerdita Peggy, su alter ego animado, como no podía ser de otra manera. El dinero de esa hucha era lo único que había conseguido en la vida. Por lo demás era un cero a la izquierda. Con su apariencia poco agradable nadie le daba trabajo. Ni siquiera en las franquicias de comida rápida. Las entrevistas de trabajo eran una pesadilla insoportable. ¡Qué cara ponían los entrevistadores al verla! ¡Qué tono condescendiente empleaban! A duras penas reprimían la repulsión que les provocaba.

-¿Abandonaste los estudios?

-Gladys la cerdita tuvo que hacerlo prematuramente. El colegio era un trauma insoportable. Sus padres, la esclava y el esclavizador, tuvieron que aceptar la realidad. Su benjamina era incapaz de salir adelante en la vida y tenían que mantenerla, a su pesar. A cambio Gladys la cerdita hacía de Cenicienta, manteniendo la casa como los chorros del oro: cocinaba, lavaba, cosía y planchaba la ropa, arreglaba los desperfectos de la casa, hacía las compras y atendía a sus padres y sus cinco hermanos varones. ¡Era la sirvienta oficial del hogar! Y entre tanto Gladys la cerdita escribía sus poesías. Y soñaba. Y se resignaba.

>>Hasta Harmony Impact.

>>Nada más entrar en el santuario de su salvación conoció a Lazarus, su mentor, el hombre que en teoría le devolvería la confianza y la seguridad en sí misma. Ella sabía que era una utopía. Harmony Impact no podía cambiar su apariencia de cerdita Peggy. Sería una apestada de por vida. Pero sentía curiosidad por ver qué podía ofrecerle esa empresa que vendía éxito a los desheredados. Al parecer Harmony Impact era una fábrica de triunfadores que adiestraba a las personas para que aprendiesen a desenvolverse en los ambientes más hostiles.

-¿Lazarus era profesor?

-Claro, Lazarus les impartía lecciones a ella y los demás alumnos. Aunque Gladys la cerdita estaba más pendiente del gurú que de las lecciones.

-¿Qué enseñaba Lazarus?

-La teoría del caos. A Gladys la cerdita le gustaba eso de romper los estereotipos sociales y culturales y reinventarse a sí misma tras demoler el ego a base de terapias vejatorias.

-¿Terapias vejatorias?

-Por ejemplo desnudarte delante de todos para que te metan un palo por el culo o alguien te cague encima.

 

***

 

-Mientras su característica niebla gris se extiende por el valle de Salinas, proporcionando el clima ideal para el crecimiento de lechugas, fresas o coliflores, y los jornaleros llegados de Oaxaca, Jalisco, Michoacán y Guanajuato se afanan en recolectar los frutos de esos vastos campos teñidos de verde intenso que se pierden en el horizonte hasta la falda de la montaña, en el miserable hogar donde se hacinan las familias bajo el umbral de la pobreza, los adolescentes son tentados por la promesa que ofrecen las pandillas a cambio de tu alma, qué espurio pacto con el Diablo.

Sabrina miró sorprendida al inspector.

-Eso parece el fragmento de una novela.

-Quizá algún día lo sea. Llevo muchos años intentándolo. Siempre rompo lo que escribo. Mi problema es que he dejado de creer en los libros. Me gustaría hacer un cómic, pero no poseo la habilidad de Amy para hacer ilustraciones con personalidad, que no sean infantiles, y tengo que conformarme con escribir.

>>En este país regido por la tecnología de vanguardia donde hemos creado esa fábrica de sueños llamada Hollywood, la realidad de Salinas se agrava. Antes la ciudad estaba salpicada de puestos ambulantes de fruta y ahora hay tal inseguridad en las calles que ni siquiera eso es posible. En la esquina de Madeira y East Market los reclutadores pandilleros acechan, a la caza de víctimas para alimentar la máquina de hacer dinero de las mafias.

>>Cuando surgió en los años cincuenta el primer grupo de Norteños, llamados Fruit Standers, la realidad era diferente. Aquellos pandilleros no pensaban en ganar dinero traficando con drogas y armas; su pandilla era una autoafirmación étnica y social. El barrio donde vivían, Distrito Alisal, ni siquiera pertenecía a Salinas; era un puñado de casas de adobe, calles de tierra apisonada y chabolas miserables donde se hacinaban los jornaleros extranjeros, algunos de Filipinas, atraídos por una promesa de trabajo con fecha de caducidad, hasta que terminaba la cosecha.

>>Cadáveres y más cadáveres. Carne de cañón de jóvenes que aún no han aprendido a valerse por sí solos. Ése es el resultado de las pandillas. Cadáveres sin identificar de indocumentados que la policía traslada a la fosa común, cuyos padres ilegales no reclaman mientras los testigos callan y miran hacia otra parte para no ser el siguiente en caer.

>>Espagueti se alimentó de tal impunidad. Se puso las botas. En ese caos su instinto asesino se desenvolvía como pez en el agua. Le daba igual que su padre fuese uno de los pocos chicanos que habían escapado a la espiral de marginalidad en el valle de Salinas.

>>Mientras el cirujano se dejaba la piel en el quirófano del Memorial Hospital para salvar a las víctimas de las pandillas, él iba a la caza de nuevas presas, haciendo de su perversión un oficio lucrativo que le permitía ganar treinta veces más que su padre.

>>La muerte se paga más que la vida.

>>Por eso uno conducía un Porsche Carrera y el otro se conformaba con una desvencijada pickup.

Coleman se interrumpió, absorto en sus evocaciones, con la mirada perdida.

Sabrina aguardaba, intrigada.

-Tras diez años de asesinatos impunes el sicario dejó atrás la tierra enrojecida por la sangre que había derramado. Se subió al Porsche Carrera, acompañado de sus hombres de confianza, tres Norteños que lo veneraban, y se plantó en Oakland; cien millas, una hora y media en coche; distancia suficiente para empezar de cero.

>>Espagueti se presentó ante los Norteños de Oakland para dejarnos bien claro que en nuestra propia casa iba a mandar él. Nadie rechistó. Su fama de pistolero frío y sanguinario se había extendido por toda California. No éramos tan imprudentes para enfrentarnos a esa leyenda.

Sabrina observó que a Coleman le temblaba el pulso.

Estaban llegando a la zona caliente del relato.

-Mi enemistad con Espagueti fue inmediata. Yo no pintaba nada, era un simple ladrón de coches alejado de reyertas que se abstenía de drogarse y no gozaba de simpatías.

>>Lucy fue el detonante. A Espagueti le gustó desde el primer momento. Aunque sólo tenía catorce años era una mujercita; las mexicanas son precoces y su cuerpo se desarrolla enseguida.

>>A ella le atraída el pistolero rico. A todas las chicas. Espagueti transmitía fuerza y seguridad. Era una estaca, alto, delgado; caminaba muy erguido, sacando pecho, con aires de suficiencia. Cuando te miraba a los ojos parecía perdonarte la vida. En sus accesos de generosidad compraba decenas de botellas de whisky para emborrachar a todos los Norteños de Oakland y kilos de hamburguesas y perritos calientes.

>>Le gustaba dárselas de magnate. En unas semanas se volvió tan temido y respetado que en los corrillos callejeros se hacía un silencio sepulcral cuando aparecía su Porsche Carrera rojo. Él frenaba en seco para que rechinasen los neumáticos en el asfalto y todo el barrio supiese que había llegado el gran Espagueti. Luego se apeaba del coche acompañado de sus inseparables matones. D’Artagnan y los tres mosqueteros de Dumas en versión hortera y pandillera. ¡A las chicas les impresionaba su puesta en escena!

>>Una vez Lucy se subió a su flamante Porsche. Espagueti se la llevó a San Francisco. La invitó a cenar en un pomposo restaurante y la trajo de vuelta. Lucy nunca quiso contarme lo que pasó entre ellos, pero después de esa cita se decantó por mí.

>>Yo llevaba tiempo detrás de ella, le regalaba flores y le decía cosas bonitas.

Sabrina se imaginó a Coleman con dieciséis años. Alto, apuesto, guapo.

-Desde ese día dejó de preocuparse por la ropa, el maquillaje, el inglés y su obsesión por aparentar que era californiana.

>>Pensé que en esa cita había pasado algo.

>>Espagueti estaba acostumbrado a hacer lo que le daba la gana. Y no tenía escrúpulos.

-¿La violó?

-Lucy no era virgen cuando se acostó conmigo por primera vez. Y no es probable que una adolescente de catorce años recatada como Lucy estuviese con otro. Además Megan, nuestra hija mayor, era diferente a Andrew y Thomas. En sus ojos y su carita enfurruñada veías a Espagueti.

>>Dos más dos son cuatro.

>>Durante un tiempo no podía quitarme esa idea de la cabeza. En mis pesadillas Lucy y Espagueti estaban juntos en la cama.

>>Nunca pedí explicaciones a Lucy. Temía herir sus sentimientos. Me tragué la rabia y quise a Megan como si fuese mi hija. Luego vinieron Andrew y Thomas y fue más fácil ejercer de padre, olvidando que Espagueti violó a Lucy cuando la llevó a San Francisco en su deportivo rojo.

Lazarus Falcon Priest
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