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-Jason tendrá dinero de sobra para pagar a un buen picapleitos.

-Dudo que en prisión haya prestado servicios que reduzcan su condena.

Sabrina se sintió arrastrada al pasado.

En Tenderloin, el barrio donde ambos se criaron, la criminalidad estaba a la orden del día.

Ella creció en el seno de una familia metida hasta las cejas en diferentes actividades delictivas. Su padre era uno de los principales distribuidores de droga del barrio. Y Jeff, el hermano mayor, se pasaba el día birlando la cartera a los turistas que frecuentaban la zona del teleférico. Era tan atrevido que en una ocasión robó el equipaje del alcalde de Sacramento, Kevin Johnson –ex jugador de baloncesto de la NBA-, que se encontraba de visita en la ciudad. Y no lo hizo aprovechando una aglomeración, como tenía por costumbre, sino a la entrada del hotel de Union Square donde se alojaba el alcalde, que se había tomado la molestia de ayudar a una anciana a subir a un taxi para que los periodistas fotografiasen la escena.

Jeff también intervenía en la red de pordioseros que mendigaban en el barrio de Haight-Ashbury, la meca del movimiento hippie en los años sesenta. Él introdujo la moda de los indigentes que en vez de inspirar lástima eran agresivos e imperiosos, acompañados por perros de presa que bloqueaban el tránsito peatonal, intimidando a los viandantes.

-El mapa delictivo de nuestro país está cambiando aceleradamente –dijo Coleman, interrumpiendo sus pensamientos.

-¿Por qué lo dice?

-San Francisco, quizá por la tolerancia de tiempos pasados, es epicentro del crimen y la delincuencia organizada.

-¡Qué exageración!

-Las estadísticas no engañan. En esta ciudad se cometen un treinta y cinco por ciento más de crímenes violentos que en el resto de California. Un cuarenta y cinco por ciento más de asesinatos. Un cincuenta y seis por ciento más de robos con intimidación. Un treinta y seis por ciento más de delitos contra la propiedad. Y un veinticinco por ciento más de sustracciones de vehículos.

-Esa comparativa se invierte si cotejamos los datos de San Francisco con la media del país. California no es un estado especialmente peligroso.

Coleman cabeceó afirmativamente, dando por zanjado el asunto, y se concentró en la conducción. La detective estaba en lo cierto. ¿Quién le mandaba polemizar con ella en cuestiones estadísticas? ¡Era una cerebrito!

Sabrina volvió a refugiarse en sus pensamientos.

Por suerte Jeff y padre no eran violentos. Las cárceles federales y estatales estaban saturadas un cuarenta por ciento por encima de su capacidad, lo cual obligaba a modificar el sistema penitenciario, rebajando las condenas de los delitos de hurtos y drogas exentos de violencia.

Las autoridades conocían el círculo vicioso de pobreza, criminalidad y encarcelamiento que atrapaba a ciertos sectores de la sociedad. No podían combatirlo sólo con medidas represivas. En el pasado abusaron de las condenas carcelarias, tan onerosas para las arcas públicas. Estados Unidos contaba con el cinco por ciento de la población mundial, pero sus cárceles alojaban una cuarta parte de la población reclusa de todo el planeta.

Padre se había beneficiado en varias ocasiones de ese cambio de política. Tras cumplir una condena de dos años cuando ella era pequeña, no volvió a pisar la cárcel, aun cometiendo exactamente los mismos delitos. Lo detuvieron en siete ocasiones y a los pocos días lo dejaban en libertad, tras el pago de la correspondiente fianza. Nunca poseyó armas y procuraba no enredarse en situaciones que desembocasen en actos violentos.

Sabrina suspiró.

Era sorprendente que su vida hubiese gravitado durante años en torno a ese turbio Jason que le sorbió el seso. Fue fácil enamorarse de él. Parecían predestinados. Jason, el tierno granuja de atractivo irresistible, tan semejante físicamente a James Dean que muchos lo paraban por la calle para comprobar que no era él.

Hijo de mexicanos, en realidad se llamaba José, aunque desde niño se auto bautizó Jason y le ofendía que lo llamasen por su verdadero nombre. Como muchos hijos de inmigrantes, se avergonzaba de sus orígenes y hacía lo posible por reafirmar su condición de norteamericano.

Jason era el mejor amigo de Jeff desde que fueron compañeros de clase en el colegio y pasaba la mayor parte del tiempo en su casa. Los padres de Jeff y Sabrina lo querían como si fuese su propio hijo.

Jason enseguida participó en las actividades delictivas de la familia. Primero haciendo pequeños encargos para padre, junto a Jeff. Luego Jeff y él probaron suerte como rateros; se les daba bien, eran rápidos, habilidosos y osados.

Y al ganar tanto dinero fácil las actividades delictivas se cronificaron.

Por su natural discreción como distribuidor de drogas, padre llevaba una vida apartada. En cambio Jeff y Jason se hicieron famosos en el barrio de Tenderloin. Sobre todo Jason, gracias a su atractivo personal. La asombrosa reproducción de James Dean era un ídolo y un ejemplo a imitar por otros jóvenes marginales que no podían aspirar a nada, especialmente entre los hispanos.

Sabrina convivió con él desde que tenía uso de razón; no podía mostrarse insensible a sus encantos.

La relación empezó cuando él tenía dieciséis años y ella catorce.

Jason era insaciable, quería comerse el mundo, no se contentaba con nada; nunca valoró el sentimiento de su amiga. Ansiaba hacerse rico, que su popularidad traspasase fronteras, conquistar a las mujeres más bellas de San Francisco.

Sabrina procuraba mirar a otro lado, negando lo evidente. Le aterrorizaba separarse de ese muchacho por el que era capaz de renunciar a todo.

Jason apuntó más alto tras desvincularse de Jeff, que había heredado la sensatez de padre y delinquía sin traspasar los límites de la prudencia. Junto a dos compinches planeó el golpe de su vida: secuestrar a la hija de un productor de cine forrado a quien había conocido por casualidad gracias a su afición por Jack Kerouac y la Generación Beat.

Jason poseía una vena lectora que en ocasiones lo encerraba durante horas en la biblioteca pública de Tenderloin para devorar libros de los escritores beatniks, con los que se sentía identificado. Y frecuentaba los bares y cafeterías de North Beach donde aquellos jóvenes rebeldes se sublevaron contra la sociedad norteamericana de su época.

Jason conoció a su víctima en la famosa librería City Lights de North Beach, especializada en los beatniks.

Sabrina interrumpió sus pensamientos. ¡Era tan fácil evocar el dolor de la separación!

¿Qué era ahora? Una mujer solitaria, perfeccionista y desencantada. Le aterrorizaba caer en una relación sentimental. Mejor conformarse con lo que tenía: tres gatos, el modesto apartamento en South of Market -un barrio que superaba su pasado industrial merced a la burbuja punto com, llenándose de altivos rascacielos-, agotadores paseos en bicicleta y ese empleo en el Departamento de Policía de San Francisco del que se sentía tan orgullosa.

-Podría componerse una obertura sinfónica con el rumor de su cabecita, señorita Robinson.

Sabrina miró de reojo a su jefe.

-Usted tiene la culpa.

-¿Yo?

-Por sacar a colación ciertos temas.

-A veces conviene clarificar el pasado ante terceros, ¿no le parece?

-Lo dudo.

-No es bueno encerrarse en uno mismo.

-¿Va a sermonearme?

-Los pensamientos obsesivos tienden a sancocharse cuando nos empeñamos en enterrarlos.

-¿Sancocharse?

-Es una expresión culinaria.

-¿Qué significa?

-Cocer la comida dejándola medio cruda y sin sazonar.

-¿Cocina, inspector?

-A veces.

-¡Vaya, es una caja de sorpresas!

-Suena a cumplido.

-Lo es.

-Dígame, ¿cómo era Jason?

Sabrina resopló.

¡Cuando a Coleman se le cruzaban los cables necesitaba una paciencia de santa para aguantarlo!

-Le gustaba el jazz.

-¡No me diga!

-Los sábados por la tarde íbamos a The Royale; servían cócteles excelentes y había músicos que tocaban jazz en vivo.

-Lo sé; he estado allí muchas veces.

-También le gustaba la generación Beat.

-¿En serio? ¿Un hijo de mexicanos delincuente?

-Jason era el tipo más atractivo de Tenderloin, mi novio y le gustaban Jack Kerouac y el jazz.

-Una mezcla explosiva.

-Por eso conoció a Katy en City Lights.

-Pésima librería. Su sección de cómics es lamentable.

-Katy y Jason no pensaban lo mismo.

-¿Katy es la chica que secuestró y violó?

Sabrina asintió con la cabeza, esbozando un gesto de fastidio.

-A ella también le gustaba Jack Kerouac. Era una apasionada de los Beat. Me pregunto si lo seguirá siendo.

Había sentido la curiosidad de conocer a Katy. La llamó años después. Al decirle que fue la novia oficial de Jason y ahora era policía accedió a encontrarse con ella. La conversación duró tres horas. Katy lo confesó todo.

Se quedó de piedra al saber que Jason y Katy salieron durante tres meses antes que él la secuestrase.

¡Katy se había enamorado de Jason!

Y ella pensando que iba a compartir su vida con ese hombre.

-A Jason le impresionó Katy.

-¿Cómo es?

-Preciosa, refinada, señorita.

-Igual que usted.

-¡No me haga reír! A mí se me nota el barrio, aunque intente disimularlo.

-¿A toda una Miss con la ciudad a sus pies que pudo emprender una exitosa carrera como celebrity si tuviese una pizca de ambición y malicia?

-Prefiero no tocar ese tema.

-De acuerdo.

-Katy es la clase de mujer que hace sentirse acomplejados a los tipos como Jason.

-¿Que reniegan de sus orígenes aparentando una seguridad que no tienen?

-Exacto. Y la pobre cometió una torpeza.

-¿Cuál?

-Comentarle que su padre era un productor Warner podrido de pasta.

-El corazón pasó a caja registradora.

-Jason nunca la quiso.

-¿Y ella?

-Bueno, su amor se transformó en calvario.

-Como en la metamorfosis de Kafka.

-Durante los diez días que estuvo secuestrada sólo pensó en quitarse la vida.

 

***

 

Fue un infierno trabajar allí durante seis meses. Pero en ningún momento se planteó optar a un empleo mejor. Era chica Lu y punto. Aunque los vulgares clientes de Café Lu la machacasen psicológicamente, sus estúpidas compañeras la mortificaran siempre que tenían ocasión y el dueño del local metiese mano cuando le apetecía.

¿Por qué resignarse?

Sencillo: había nacido en Modesto, madre era una mujer piadosa y asustadiza y padre un camionero aficionado a beber cerveza y ver la televisión.

Por eso.

Y luego, al volver a casa, continuaba la depresión. De chica Lu al sótano, qué horror, no tenía escapatoria, estaba condenada, continuaría achicharrándose en el aceite hirviendo de la sartén; nunca podría cambiar de vida.

Entonces apareció Lazarus con su planta imponente: metro noventa, espaldas de nadador, hombros de boxeador, brazos de culturista, pelo largo recogido en una coleta, cara de cowboy, andares chulescos y ropas desastradas que hacían un corte de manga a la maldita moda.

Clavó en ella su mirada de halcón que le helaba la sangre y la llevaba al punto de ebullición.

¿Qué hace una chica como tú en un antro como éste, muñeca?

Lazarus hizo borrón y cuenta nueva. Pasó página definitivamente.

¡A la mierda con Modesto, la ama de casa piadosa y asustadiza, el camionero con la barriga inflada de cerveza y la cabeza de televisión, el mínimo biquini rojo y las plataformas de quince centímetros, las groserías y metidas de mano, los putos perritos calientes y las jodidas hamburguesas!

 

***

 

Ella no sabía que Don llevaba varios años entregándole el doble de dinero del que obtenía vendiendo sus cómics.

              -No se premia lo profundo, sino lo banal, querida.

-Lo sé.

-Estoy harto de ver cómo se enriquecen autores de cómics que hacen mamarrachadas camufladas con efectos especiales para darles lustre.

-Es lo que hay.

-¡Venden humo coloreado con tintes fosforescentes!

              Amy sonrió, suspirando. Don era la única persona que valoraba sus obras, más incluso que Emily o ella misma. Le hacía sentirse importante.

-¿Crees en mí?

-¡A tumba abierta!

Amy sentía que sus palabras no eran meros halagos que se llevaba el viento.

¡Su convicción era absoluta!

              -Gracias –dijo, rodeándole el cuello.

Don comprendió que ella estaba a punto de sucumbir a un nuevo acceso de llanto.

              -Todo se andará. Nos casaremos.

-¿Me lo prometes?

-Claro que sí.

-¿Y luego?

-Llevaremos tu arte a la cima que se merece.

-¿Cómo?

-Aunque tengamos que recorrer el mundo.

-¡Ay, Don!

-Me tomaré un año sabático y llamaremos a todas las puertas que sea necesario.

Lazarus Falcon Priest
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