25

 

 

 

 

-Cuando aparezcan mis nietos se acabará la tranquilidad.

Coleman asintió, condescendiente.

-Siempre he pensado que los niños sanos dan guerra por naturaleza.

-¡Mis nietos deben de estar sanísimos; dan más guerra que un batallón de marines!

Sandy miró en derredor, sonriente.

-Vengo aquí siempre que me toca cuidar de ellos. Al ser un recinto cerrado los controlo mejor.

-¿Le gusta la cultura japonesa?

-¡A la fuerza, estoy casada con un japonés!

Vaya, qué interesante, se dijo el inspector.

-Este lugar te traslada a otra forma de vivir. Ahí afuera hay cuatro kilómetros cuadrados de parque fantástico; nuestro Golden Gate Park sin duda lo es, pero yo sólo me siento a gusto aquí.

-A mí me pasa lo mismo.

Sandy miró a Coleman apreciativamente.

-¿En serio?

Sabrina vio a dos niños de unos nueve años pasando como balas en bicicleta.

-¡Por ahí van mis nietos! Aún tienen energías para pedalear como demonios.

Sabrina pensó que aquellos niños idénticos con caritas redondeadas de rasgos asiáticos, poblado cabello negro y cuerpo recio y delgado, mostraban una apariencia netamente nipona.

-Al ser gemelos tienden a hacer las mismas cosas; adonde va uno lo sigue el otro; es como si sólo cuidase a uno.

Los niños se detuvieron para saludar con la mano al unísono antes de reemprender la marcha.

-Parecen personajes de Manga –comentó Coleman.

-¡Y tanto! Su padre es director de cine y tiene un estudio de animación. Hace películas de dibujos animados para niños y sus propios hijos le sirven de inspiración.

-¿Es japonés?

-Mi hija quiso seguir mis pasos. El padre de su marido es un viejo conocido de mi esposo. Dora siempre ha acudido a fiestas de japoneses; era previsible que se emparejase con uno de ellos. ¡Con el más talentoso! Kao es un Miyazaki; tiene una creatividad desbordante.

A Coleman le agradó la comparación. ¡Adoraba a Hayao Miyazaki! El viaje de Chihiro era una obra maestra. Aunque fuese una película de dibujos animados podía codearse con los más célebres largometrajes de Hollywood.

Sandy suspiró.

-Cuando vienes aquí notas que estás en el jardín más antiguo de nuestro gigantesco país. Y a esa impresión se añade el regusto milenario. Entre estos senderos anida una sabiduría profunda. Que no encuentras en los medios de comunicación ni en la vida cotidiana.

Significativas palabras, aprobó el inspector. Le gustaba esa mujer.

Sandy posó en él una mirada penetrante.

-¿Viene a menudo por aquí?

-Todos los domingos por la mañana. Me quedo dos o tres horas en uno de esos cenadores rodeados de flores que forman un pequeño recinto cerrado. Nunca aparecen visitantes.

-La gente no repara en la existencia de esos cenadores. Su función es ésa.

-¿Cuál?

-Servir de retiro a los iniciados.

-¿Qué iniciados?

-Los que conocen su ubicación.

Coleman enarcó las cejas. Nunca se le había ocurrido tal cosa. Era gratificante saberse un iniciado por descubrir esos cenadores rodeados por arriates de flores en rincones ocultos por la pétrea ornamentación, lejos de esos senderos donde transitaban los visitantes.

-Son cinco –agregó Sandy-. Simbolizan los elementos. Según la creencia zen cada iniciado se siente atraído por el que se corresponde con el elemento predominante en su personalidad.

¿Qué elemento se correspondía con el cenador al que acudía él?

Sandy sonrió, adivinando su curiosidad.

-¿Cuál es el suyo? –dijo, en un tono cómplice.

Coleman señaló con el dedo.

-Está al otro lado de la gruta.

-El fuego.

 

***

 

-Estaría bien irnos los cuatro por ahí.

-¿A dónde?

-Al Yosemite. ¡Me muero de ganas de ver las secuoyas gigantes!

-No es mala idea.

-Pero Don anda muy liado. Adora su trabajo. Esa tienda de cómics es su vida y se resiste a dejarla en manos de otra persona, aunque podría contratar a un dependiente; le va muy bien.

-Si quieres nos vamos nosotros al Yosemite. Tengo un equipo completo de acampada.

Lazarus F. empezaba a impacientarse. ¿Qué diablos hacía Emily en la cocina?

-¿Te echo una mano, amor mío?

-Ya casi he terminado.

-Huele de maravilla.

-Amy y yo nos compenetramos en la cocina. Yo preparo los platos consistentes y ella es la repostera oficial con sus deliciosos cupcakes de chocolate.

-¿Estás preparando un plato consistente?

-¡Me encanta cocinar para ti!

Bendita criatura.

-Te lo agradezco, cariño.

Emily apareció sujetando una bandeja con una jarra rebosante de zumo de frambuesa y una cesta de mimbre llena de sourdough bread, el pan típico de la zona, con un toque agrio, que no conseguían elaborar en ningún otro sitio del mundo; se requerían las condiciones ambientales de la bahía de San Francisco.

-¿Has horneado tú el pan?

-Y he preparado la masa.

En la bandeja también había una bonita ensaladera de cerámica que contenía clam chowder, su debilidad. ¡Cielos, Emily había cumplido su promesa!

-¡No puede ser, has hecho clam chowder!

-Te dije que lo haría.

-¡Uff, cómo huele, virgencita! ¡Eres sensacional, Emy!

Emily sonrió, halagada. A Lazarus F. le encantaba el rubor que encendían en su rostro los piropos. No fallaba, era como un interruptor.

¡Qué apetito! Tenía que hincar el diente a esa tentación irresistible. Lo enloquecía el clam chowder, esa exquisita crema de marisco que los restaurantes del muelle vendían a porrillo.

-¿Le has puesto almejas?

-Así queda más rico.

-¡Y que lo digas!

Emily le tendió un plato hondo y una cuchara.

-No, deja, prefiero comerlo directamente con pan.

Lazarus F. cortó un sourdough bread, que tenía el tamaño perfecto para bocadillo, y lo rellenó con la pastosa crema de marisco. Luego abrió la boca todo lo que pudo para dar un gran bocado a aquella delicia gastronómica que comenzó a disfrutar de niño, cuando se escapaba junto a sus compinches para zanganear por el muelle.

-Es la primera vez que veo comer así el clam chowder.

-Habrás paseado poco por el muelle de San Francisco. A los turistas les priva así. ¡Se te deshace en la boca! ¡Es mejor que el del Alioto’s o el de Fisherman’s!

Dio otro gran bocado y lo masticó lentamente, con los ojos entornados.

-¡Joder, y el pan igual, qué combinación perfecta! ¡El chef de Neptunes Palace Seafood se quedaría de piedra con tu clam chowder, Emy!

Se zampó otro bocadillo. Y otro. ¡Joder, qué pedazo de orgía gastronómica!, se dijo, entusiasmado.

Emily lo observaba complacida.

-¿Tú no comes? –preguntó Lazarus F. con la boca llena.

-No me gustan el clam chowder ni el sourdough bread.

-¿Pero dónde has nacido tú?

-En San Francisco.

-¡Cualquiera lo diría!

-No me sienta bien el marisco. Y el sourdough bread me da acidez de estómago.

-Es la primera vez que oigo algo así.

Emily se rió.

-Me encanta verte comer. ¡Devoras! ¡Eres tan glotón! Como un animalito.

-Igual.

Siguió dando buena cuenta de las provisiones. En un abrir y cerrar de ojos había engullido todos los panes de la cesta de mimbre, no dejó una gota de crema en la ensaladera y el nivel del zumo de frambuesa bajó considerablemente.

-Eres un espectáculo.

Lazarus F. eructó sonoramente y se arrellanó en el Chesterfield. Emily ya no se sorprendía ante aquellas estentóreas flatulencias de sobremesa; al principio se sentía avergonzada. A fin de cuentas eran una manifestación fisiológica natural y un signo de buen gusto para algunas culturas: demostraban que la comida te caía bien.

Pero era chocante que un tipo apuesto y educado se tomase la libertad de eructar en público. Claro que esa desinhibición estaba en consonancia con su forma extravagante de vestir y esa coleta que le daba un toque bohemio.

 

***

 

-¿Cómo voy a darle una oportunidad? No esperaré a que sea demasiado tarde.

-¿A qué te refieres?

-¡No puedo permitir que haga daño a Emily!

Don se sintió sugestionado por los destellos luminosos del televisor que se proyectaban en la penumbra.

Habían puesto el volumen bajo, como de costumbre, lo justo para entender qué se decía. Cuando empezaban los ruidosos anuncios él lo quitaba. ¡Su vehemente estridencia era irritante!

No sigas hablando de lo mismo, por favor, se dijo, sin atreverse a exteriorizar ese ruego.

-Es un tipo perverso. Creo que disfruta haciendo daño a los demás.

-¡Amy, por el amor de Dios!

 

***

 

-Allí sólo había irlandeses trabajadores, gente humilde que hacía su vida y no se metía con nadie –dijo Madison.

-Y algunas familias de escandinavos. Mis vecinos eran noruegos.

-Antes Eureka Valley era un pueblo metido en San Francisco –apuntó Oliver.

-Nos conocíamos todos y nos ayudábamos unos a otros.

-Ese estilo de vida ha pasado a la historia.

-Dejábamos la puerta abierta durante el día; nadie tenía miedo; podías entrar en casa de los vecinos para pedir un cuartillo de aceite o cualquier cosa que te faltase. O para charlar un rato, ver la tele y tomar una cerveza. Los niños del barrio sentíamos que formábamos una familia y ninguno era más que los otros. Nuestros padres nos habían enseñado a compartir.

Patrick se emocionaba con aquellas evocaciones. En su rostro pecoso y juvenil se había instalado un aire de pesadumbre.

-Entonces llegaron los gays y se apoderaron del barrio, sin darnos tiempo a reaccionar. Un día nos levantamos y descubrimos que nos sentíamos unos forasteros indeseables en nuestra propia casa. Según me contó mi padre todo empezó en mil novecientos sesenta y tres, cuando inauguraron el primer bar gay.

-Luego vinieron los hippies de Haight Ashbury con su historia del amor libre y el desenfreno libre y las drogas.

-No seas desagradable, papi.

-Y los soldados expulsados del ejército tras la II Guerra Mundial por su condición homosexual. Y el activista neoyorkino, Harvey Milk, ése que interpreta Sean Penn en la peli Milk. Harvey montó una tienda de cámaras fotográficas en la calle Castro, en el número 575, y desde allí propagó sus ideales. Se hizo muy famoso. Era el hombre de moda en toda California.

-Fue el primer cargo público abiertamente homosexual, papi. En mil novecientos setenta y siete fue elegido miembro de la Junta de Supervisores de San Francisco.

Oliver frunció el ceño.

Luego pasó lo que pasó.

Era lamentable que un muchacho como Patrick no sacase partido a su capacidad personal.

-El mismo Harvey avisó de los peligros que entrañaba sacar de quicio el movimiento gay –remató-. Me refiero a darle atribuciones excesivas que no se corresponden con su representación en el conjunto de la sociedad. Antes de ser asesinado dijo una frase muy significativa de la que pocos se acuerdan porque a sus seguidores no les interesa airearla.

Patrick cabeceó afirmativamente.

-Mi padre me recordó varias veces esas palabras de Harvey –dijo-. Un homosexual con poder, eso sí que es temible.

Lazarus Falcon Priest
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