CAPÍTULO III “El fin de la vida”

Almado y Franco aguardan, sentados en unas sillas metálicas de la morgue. Almado ya está muy acostumbrado a ese lugar, con el olor característico y sus luces fluorescentes, que le dan un aspecto más frío, pero Franco aún no logra acostumbrarse, su sensibilidad siempre se ve afectada.

Todavía recuerda la primera vez que piso una morgue, fue en su época de estudiante, el profesor los llevo a conocer como era el trabajo allí, no más entrar por los pasillos, Franco se sintió mareado y se desmayo. A partir de ese día, todos sus compañeros lo llamaban “gelatina”, porque decían que le temblaron las piernas, antes de caer redondo al piso.

El doctor Fernández entra a la sala, lleva una bata amarilla y guantes de látex, por un problema de huelga y de cuestiones sindicales, Fernández es el único médico trabajando en la morgue y se está haciendo cargo de todos los casos que llegan, eso se demuestra por sus ojeras y por la rapidez con que va a lo puntual.

-Amanda Gómez, 32 años. Murió por estrangulamiento, entre las siete y las nueve de la noche de ayer.

Los dos oficiales, se acercan a la mesa dónde se encuentra el cuerpo de la chica, el doctor Fernández corre una manta que lo cubría y les señala las marcas en el cuello, al decir lo último.

-Las heridas en las manos y pies demuestran que estuvo atada por lo menos durante doce horas. Se encontraron en el cuello restos de un filamento, tipo un alambre moldeable. ¿Qué es lo más interesante de todo oficiales?

Los hombres lo miran expectantes, el doctor abre la boca de Amanda y le señala los dientes.

-Llego a defenderse de su atacante, mordiéndolo.

-¿Mordiéndolo? pregunta Franco sorprendido.

-Si, encontramos restos de piel en sus dientes, pudimos identificar el ADN

Almado lo mira sorprendido ¿Ese caso podrá ser tan fácil al final?

-¿Y? preguntan los dos policías al unísono.

-Eso es lo más curioso de todo.

El doctor toma una ficha de su escritorio y se la pasa a Almado, que la lee detenidamente.

-El ADN señala a Benjamín Cabrera. Muerto en el año 1998 en un incendio, en un reformatorio de Tilcara. Su cuerpo fue identificado junto al de 15 adolescentes más, fue un accidente fatal, los cuerpos terminaron calcinados.

-¿Pero cómo puede ser?- pregunta Almado intrigado

-No lo comprendo, no hay descendencia de la familia Cabrera con vida, repetimos el análisis dos veces. No hay dudas al respecto.

-Eso no es posible remata Franco para sí

-No lo sé señores, les diría que vuelvan al año 1998 y tal vez encuentren respuestas.

El doctor Fernández sin más, sale de la sala. Almado observa pensativo a Amanda y vuelve a taparla con la manta.

Philip sale de su edificio con ropa deportiva y mira a su alrededor, se pone los auriculares bluetooh y lo conecta a su celular, que guarda en el bolsillo. Comienza a trotar por la calle para su ejercitación diaria, mientras va escuchando la música de su celular, sumergido en su mundo.

Comienza a escuchar una pieza de rock con algunas mezcla de jazz, esa música es su disfrute total. Pero igualmente, no es la adecuada para ese día. Ese día tiene que ser más Philip Plass que nunca. Pasa a otra canción que tampoco lo convence, hasta llegar a una pieza de opera clásica: Pathetique de Beethoven. Esta es la definitiva... Philip sonríe y sigue trotando, hasta pasar frente a un puesto de diario, el dueño de éste al reconocerlo, se acerca para interceptarlo a su paso.

- Señor Plass! acabo de leer lo que sucedió ayer, es increíble!!! Philip lo mira, reacio a hablar.

-Si, es terrible en realidad.

-Si, claro. ¿Hubo alguna novedad de la chica?

-No sé, no puedo hablar mucho.

El celular de Philip comienza a sonar y el aprovecha la oportunidad para alejarse, mientras contesta el teléfono por los auriculares.

-Hola.

Philip aprovecha la pausa, para estirar las piernas, del otro lado sólo escucha una respiración.

-Hola insiste, aún sin recibir respuesta. El saca su celular del bolsillo para ver el número, pero es un restringido, Philip va a colgar, cuando por fin alguien le habla.

-¿Es usted Philip Plass?

-Si- responde Philip- ¿Quién habla?

Una nueva pausa de suspenso vuelve a producirse del otro lado, Philip se exaspera

-Mire, no sé de dónde saco este número, pero no vuelva a llamar.

-Espere! ¿Es el escritor?

-Claro, ¿conoce a algún Philip Plass más?- responde soberbio- Para entrevistas, comuníquese con mi agente, por favor.

Philip cuelga negando y vuelva a poner música, pasa corriendo frente a un teléfono público, sin percibir que tiene el tubo colgando, dejado así por un usuario curioso, vestido de sobretodo gris, que observa a Philip de la vereda de enfrente.

Este es uno de los defectos, si se quiere, de nuestro querido amigo Philip Plass, le cuesta mirar más allá de sus narices.

Esa misma tarde, el oficial Almado acompañado de Franco, se dirige a una pequeña casa blanca, en la esquina de un tranquilo barrio. Tiene la puerta de un llamativo color rojo y unos duendes decorando el jardín. Almado toca el timbre que para su sorpresa, suena como un coro celestial, los policías se observan y al instante, cuando sale una mujer a abrir la puerta, todo el contexto de la casa toma sentido, se unifica en ella. La mujer lleva un delantal rosado, evidentemente hecho en casa, con flores blancas bordadas, tiene el pelo muy rojo y los labios pintados a juego. Lleva en su mano una cuchara y sonriendo, con toda amabilidad, les pregunta a los oficiales que necesitan. Almado al ver a esta mujer, con su sano optimismo, supo que lo que venía a continuación iba a ser difícil.

La gente por lo general, al verlos golpear a su puerta, temen lo peor. Pero esta dulce mujer de barrio, del que probablemente no salga más de cinco veces al año, que considera a sus vecinos sus amigos, que da de comer a todos los perros del barrio, que ama cocinar y disfruta de su casa y de la que probablemente, el sentido de su vida sea su hija Amanda, la joven a la que alguien le arrebato la vida, sin razón alguna, más que la que rondara por su cabeza. Una razón y un asesino que jamás existiría, en el mundo de la señora del delantal rosado, pero por cosas del destino si en el de Amanda...

Una foto de Amanda está sobre la repisa, entre dos fuentes plateadas, casi iguales pero por un poco diferentes, en la foto está sonriendo con un ramo de flores en la mano. Los oficiales están sentados en unos viejos sillones, en perfecto estado, escuchando incómodos, a la señora del delantal rosado llorar desconsoladamente. Ninguno de los hombres atina a decir palabra. Franco ve unos pañuelos descartables, en una caja con dibujos de gatitos y se lo pasa a la mujer, que agradecida toma la caja y se suena la nariz, para finalmente mirarlos a los ojos.

-¿Sufrió mucho? pregunta la mujer, con la voz ahogada. La muerte por estrangulación, sucede cuando al apretar tanto el cuello, se comprimen las arterias carótidas, las encargadas de abastecer de sangre al cerebro, éste al verse privado de oxigeno, causa trastornos de la conciencia e inevitablemente la muerte. Amanda lucho por su vida, llegando a la ferocidad de morder a su asesino, por las marcas en sus muñecas y tobillos, se deduce que ella intentó, con todas sus fuerzas liberarse de las ataduras, pero sin lograrlo, sólo pudo terminar entregándose al asesino. Pero Almado no puede decirle eso a la mujer que lo mira suplicante, esperando escuchar una respuesta que, por lo menos, le de cierta tranquilidad, en medio de tanta bruma. Y le miente...

-No, fue una muerte rápida -dice Almado, Franco lo mira comprensivo.

La mujer suspira, visiblemente aliviada.

-Señora, ¿A usted le suena de algo el nombre de Benjamín Cabrera? La mujer niega, tiene la mirada gacha, pérdida. Almado le pide ver la habitación de su hija, se excusa diciendo lo difícil que debe ser para ella, pero necesitan reunir todas las pistas posibles para encontrar al asesino.

La mujer asiente y se seca los ojos con un pañuelo, les pide que la sigan y los guía hasta la habitación del fondo de la casa.