CAPÍTULO I “Muñecas de colección”
Por las noches, hay lugares que se encuentran vacíos. Ya sea por desinterés de la gente, por una ausencia de la necesidad de acudir a esos lugares o por un pequeño, pero fuerte indicio, de que no es el mejor momento para estar allí.
Un poco de cada una de éstas tres cosas, suceden en el estacionamiento de la calle 3 de Febrero, que a pesar de ser una hora temprana, se encuentra inusualmente vacío.
En un pequeño cuarto, están los dos empleados de turno, que aburridos y para matar el tiempo, ven un programa en la televisión, repetido infinidad de veces.
En la planta baja de éste estacionamiento se abre un ascensor, del cuál baja un hombre, con zapatos negros muy lustrados que camina con rapidez, mientras sus pasos retumban en el ambiente. Va vestido con un sobretodo gris y un sombrero, presiona su brazo izquierdo dolorido, mientras se dirige a la salida.
Uno de los encargados del lugar, sale del cuarto cargando una caja muy pesada y sin verlo, lo choca con brusquedad, golpeándolo en su brazo herido. El hombre gime de dolor y el encargado lo mira apenado.
-Lo siento, ¿se encuentra bien?
El hombre se suelta el brazo por un momento y mira enojado al encargado, que cada vez se siente más incómodo, sobre todo por la mirada de éste hombre sobre él: oscura y profunda. El encargado, tras mucho esfuerzo, traga saliva, aliviando su garganta y al bajar la vista, repara en que el hombre tiene una mancha de sangre en la manga de su sobretodo.
-Uh hombre... ¿Qué le pasó ahí? ¿Está bien?- pregunta el encargado, entre preocupado y asustado.
El hombre, mantiene un momento la vista fija en el encargado y sin decir más, se aleja. El encargado, regresa al cuarto donde está su compañero de turno.
-¿Viste eso?- le pregunta.
El compañero que come un sándwich distraído, lo mira con la boca llena y sucia de mayonesa, niega, pensando que la respuesta será un regaño hacía él.
-El hombre ese, tenía una herida en el brazo- frunce el ceño intrigado- ¿Habías visto pasar a alguien?
El compañero niega con la cabeza y el encargado se detiene a mirar las pantallas de vigilancia, hasta que ve algo que llama su atención.
-¿Qué es eso?
Golpea la pantalla con los dedos, el compañero mira inaudito la imagen. Una joven está atada a una silla, inmóvil, contra una pared, delante de un número dos, que marca el piso del edificio.
Un gran tumulto de gente, aguarda en la entrada de la librería Aaron, que todavía tiene sus puertas cerradas al público. La fachada de la librería, tiene una gran carga publicitaria, de una serie de libros de un personaje llamado LAMARINE, un detective privado que resuelve los crímenes más insólitos, siempre acompañado de su ayudante ANITA.
Una empleada de la librería, sale del local y les informa a todos, que abrirán las puertas en cinco minutos, que por favor, conserven el orden de llegada al entrar y se dirijan al sector de la conferencia, donde están colocadas las sillas. En cuanto la empleada comenta que el escritor Philip Plass, ya había llegado a las instalaciones, entre el público, algunas mujeres se desesperan, pegando un grito histérico, para sorpresa de muchos y risas de otros.
Las puertas de la librería se abren puntual, tal cuál había anunciado la empleada. La gente se hace paso, a codazos y empujones, sobre todo las mujeres que quieren llegar primero. Los empleados dispersos por el lugar, intentan mantener el orden y guían a la gente, hasta sus respectivos asientos.
En el entrepiso de la librería, un atractivo hombre treintañero, observa como poco a poco el lugar, se llena de gente. Algunos terminan quedando de pie, ya que los asientos no alcanzan. Este hombre es Philip Plass y practica unos ejercicios de vocalización mientras espera. Otro hombre, de la misma edad, está sentado detrás, escribiendo algo en su celular, lo mira e intenta calmarlo. Este es Juan Cruz, el agente personal de Philip Plass
-Te noto alterado. Deberías beber un trago.
-¿Si? Justamente acá, estás que flipas!- Philip lo mira molesto.
-Pero si estamos solos! – dice Juan Cruz, a la defensiva
-A parte, no tengo un trago para beber.
Juan Cruz se acerca en complicidad y saca de su bolsillo una petaca, Philip lo observa sorprendido.
-Siempre para servirte, tío.
Philip se niega a beber y vuelve a mirar al público, que comienza a impacientarse. Una mujer se para sobre una de las sillas y levanta su remera gritando Philip!!!
Los empleados del lugar, la sacan del recinto y eso es suficiente, para que él decida darle un sorbo a la petaca. Un largo sorbo.
La encargada de la librería se sube al escenario, donde colocaron una mesa amplia, con varios afiches de la serie de Lamarine y dos micrófonos. La mujer golpea uno de éstos, para comprobar que este encendido y saluda cordialmente a todos, agradeciéndoles su asistencia. Para Librerías Aaron, es un verdadero honor, tener entre ellos al gran Philip Plass.
Ella hace un gesto por detrás de su espalda, para que el escritor salga, éste nervioso, traga saliva y sale, seguido de una ferviente aclamación del público.
Algunas mujeres se levantan aplaudiendo y los empleados les piden que se sienten, la mayoría obedece en el acto: no quieren ser expulsadas de la librería, como la desafortunada fanática que no llego ni siquiera a verlo, pero otras, las más fervientes, tiran presentes al escenario: cartas, bombones, peluches, uno de éstos golpea a Philip en la cabeza, que mira con reprobación al público. Esto es lo que genera Philip Plass en las mujeres, es como la fiebre por los Beatles, más el talento de Cortázar, una fórmula infalible...
La encargada de la librería riendo, agradece la efusividad con que lo reciben.
Ellos se sientan a la mesa, Philip tras acomodar su garganta tosiendo, les da la bienvenida a todos. Una ola de flashes invaden sobre ellos, casi cegándolos. Philip saluda a los periodistas y comienza su discurso
-Muchas gracias... Hoy estoy particularmente emocionado de verlos a todos acá. Hoy es el décimo aniversario del primer libro de Lamarine y nada de esto hubiese sido posible sin la ayuda de todos... Ustedes lo hacen realidad
El público comienza a aplaudir entusiasta. Una mujer atractiva de unos 30 años, está parada junto a la barra del catering, bebiendo una copa aburrida, niega mientras escucha el discurso de Philip Plass.
Ella es Laura, escritora de Meridiano, uno de los periódicos más grandes y amarillistas, Laura está a cargo de la sección de cultura, lo que le provoca una sensación de amor-odio por su trabajo.
Por un lado, está feliz de pertenecer a ese periódico, aunque le gustaría estar en secciones que despertaran más su interés, como policiales, a la cuál una vez por año arenga a su jefe para que la traslade, pero sin resultados.
Tal vez el año entrante- piensa
Por otro lado, tener que cubrir eventos tan extensos y comerciales como ese, la desmotivan en extremo, más si se trata de un nuevo evento de Philip Plass que para ella representa el ícono del machismo moderno. Así que, esa expresión de aburrimiento que Laura planta, no es más que un intento de boicot, a lo que Philip Plass representa. Por lo menos para ella.
Dos policías entran a la librería y Laura les sigue el rastro con la mirada. Se acercan a Juan Cruz y se estrechan la mano, conversan unas palabras y Juan Cruz los guía hacía el fondo de la librería, el lugar más reservado y alejado del gentío.
La dueña de la librería mira a Philip sonriendo.
-¿Y es cierto que dentro de menos de un mes, vamos a poder disfrutar el nuevo libro de Lamarine?
-Si, es cierto. Esperemos llegar con los plazos
Las mujeres comienzan a gritar desesperadas, Philip observa divertido, hasta que ve a Juan Cruz conversando con los policías, en el fondo del lugar.
-¿Y de qué va a tratar?
Philip distraído, no escucha la pregunta y la mujer vuelve a insistir.
-¿De qué va a tratar el libro, Philip?
-Ah, perdón. No puedo decir mucho, sólo que va a ser una de las mejores obras de mi carrera.
Una fila de fanáticas aguardan a que Philip baje del escenario, un poco impacientes. Al hacerlo lo abrazan y se sacan fotos con él, entre gritos y risitas nerviosas. El escritor, con su encanto natural, responde a cada una de las mujeres con delicadeza. Philip puede no saber muchas cosas, pero si sabe como tratarlas, para hacerlas sentir únicas, para él esa es la clave del éxito con las mujeres.
Juan Cruz se acerca al grupo y preocupado, le hace un gesto a Philip para que lo siga. El escritor frunce el ceño y tras excusarse con el grupo de fanáticas, sigue a Juan Cruz con lentitud
Los policías aguardan, en el mismo sitio que antes. Philip los mira confundido.
-¿Qué sucede? ¿Todo está bien?
-Señor Plass, disculpe las molestias. Necesitamos hablar con usted un momento.
-¿En qué puedo ayudarlos? Por favor, qué sea rápido, tengo que terminar la presentación
-Entendemos señor Plass, y lo que menos queremos es importunarlo, pero debería suspender todo por hoy y acompañarnos.
Philip y Juan Cruz miran entre sorprendidos y preocupados a los policías.
-¿De qué trata esto oficiales? -pregunta Philip
-Necesitamos que acuda con nosotros a una escena de un crimen, que sucedió a pocas cuadras de aquí.
-Lo que no entiendo es para qué... ¿Para qué?- intercede Juan Cruz alterado- ¿Qué tenemos que ver con todo esto?
-No queremos dar más detalles acá señores, está lleno de periodistas, entenderán. Por favor...
El oficial que se ve lleva la batuta, es el oficial Almado, cuarentón, hombre con experiencia y poca paciencia. Proviene de una familia de policías, su abuelo era policía, su padre también lo fue, su hermana se caso con uno... Almado los mira con cara de póquer, es su forma de darles a entender, que no es un pedido ya, sino una orden. Con buena o mala voluntad, deberán acompañarlo.
Un fotógrafo se acerca a Laura, para avisarle que ya termino su trabajo allí y pueden retirarse, ella sigue pendiente de la conversación de Philip Plass con los policías, cuando los ve dirigirse a la salida, toma del brazo a su fotógrafo y le señala la dirección de su interés. Ella acaba el resto de su copa de un sorbo y se dirige hacia la salida
-Vamos
En medio de un lúgubre estacionamiento, con luces fluorescentes, está el cuerpo atado a una silla. Se trata de una joven rubia, de unos 30 años, que está atada de pies y manos, con un pañuelo negro cubriéndole los ojos y maquillada exageradamente, con colores chillones y fuera de sus líneas. La imagen es tristisima, su cuerpo allí abandonado, inerte, invade el lugar y lo hace ver más frío e inmenso y ella pequeña e indefensa.
La policía rodea el lugar, los clásicos chusmas de siempre, pispean detrás de la línea de seguridad, para ver que sucede. Philip y Juan Cruz, entran acompañados de los oficiales al estacionamiento, Juan Cruz impresionado al ver el cuerpo, se detiene en seco y se refugia tras una columna para vomitar. Almado lo observa un momento con inquietud, Philip se pierde mirando el cuerpo de la mujer
-¿La conoce? -pregunta Almado, Philip niega.
Un policía toma fotos de las muñecas y de los pies de la víctima, el estar tanto tiempo atada, le produjo marcas en la piel, que ahora jamás sanaran. El oficial Almado se acerca a éste y comienza a darle indicaciones. Philip observa el cuerpo inerte a metros de él.
El rostro de la joven parece bonito, no puede evitar preguntarse como hubiese actuado, de haberla tenido en frente, probablemente le hubiese invitado un trago. Se pregunta como alguien pudo haberse enojado tanto, con una chica en apariencia tan amable, probablemente hacía caridad o asistía a la iglesia todos los domingos.
Quizá porque no le acepto un trago a alguien- piensa Philip, pero enseguida niega molesto, al ver el curso de sus pensamientos. Algo llama su atención y hace que se acerque unos pasos más a la joven. Tiene colgado de su cuello, un cartel escrito con letras recortadas de diario, que dice “La avaricia del hombre corroe el inconsciente colectivo”, Philip se pierde observando la frase pensativo, cuando Almado lo nota, se acerca.
-¿La reconoce? -pregunta Almado
-Claro, es una frase de un libro de Lamarine -dice Philip con seguridad- No entiendo de que va todo esto
Almado le pide que lo siga, a unos metros unos oficiales improvisaron una mesa y trabajan en ésta, separando las pistas halladas y colocándoles en bolsas herméticas, con sumo cuidado. Almado se acerca y toma una de estas bolsas, donde hay una hoja de un libro toda arrugada.
-¿La reconoce?- le pregunta.
Philip toma la hoja en la que se ve un dibujo de una mujer-payasa atada a una silla, igual que la joven asesinada. Pintada exageradamente y con sonrisa burlona. La hoja, se ve que pertenece a un libro en blanco y negro y tiene al pie de página la numeración 17. Philip la da vuelta, hojeándola, pero del otro lado no hay nada.
-No sé de qué es.
Juan Cruz más recompuesto se acerca a ellos, evitando dirigir su mirada hacía la chica
-¿De qué trata todo ésto oficial? ¿Hasta cuando nos van a retener?
-¿Está seguro que no es la ilustración de ninguno de sus libros? ¿De alguna adaptación o algo?- continúa Almado
-No, lo recordaría sentencia Philip
Almado tira la hoja molesto, sobre la mesa.
-Si lo necesitan, pueden chequearlo ustedes mismos. Le puedo hacer llegar una edición, de cada uno de mis libros.
-Eso sería ideal dice Almado
-Las tengo en mi departamento, si quiere enviar a alguien, puedo facilitárselos está misma noche.
Almado asiente y levanta la mano, llamando a uno de sus oficiales, Franco, para que se acerque.
-El oficial Franco los acompañara a buscar los libros. Le pido señor Plass, que no salga de la ciudad, seguramente necesitemos hablar con usted nuevamente. Por algún motivo, el asesino eligió dejar esa pista, que nos guía hasta su libro. Cualquier cosa que se les ocurra, le pido me lo informen en el acto
Almado le pasa una tarjeta y Philip asiente pensativo.
-Y por favor, total discreción. La prensa no debe saber nada todavía.
Juan Cruz y Philip salen del estacionamiento, acompañados por el oficial Franco, se dirigen hacia un auto. La policía ya logro dispersar a las personas, que aguardaban para saber que había sucedido, y la calle está desierta, salvo por algunas patrullas y la ambulancia. Cuando ellos se van acercando a su auto, ven junto a éste a Laura con su fotógrafo, esperándolos.
Philip al reconocerla, se anticipa negando a lo que Laura responde desafiante, parándose más firme junto al auto, Juan Cruz se coloca frente a Philip y lo ayuda a subir al vehículo, con la catarata de fondo de preguntas de Laura, sobre que sucedió. Philip sólo llega a percibir palabras cómo policía, asesinato, testigo, pero no se dispone a responder ninguna de sus preguntas, desde el interior del auto, escucha como el oficial Franco, dice que no están autorizados por la policía para hablar al respecto.
Philip saluda irónicamente a Laura, desde el interior del auto y sólo llega a escuchar, cómo ella molesta, le envía saludos a su madre.
Juan Cruz va manejando, mientras busca en la radio una canción de su agrado, Philip está recostado observando el tráfico, que a esas horas de la noche está calmo. Las luces de algunos autos pasan a gran velocidad y él sólo llega a percibirlos, como colores en el aire. Escucha que Juan Cruz le pregunta algo, pero está demasiado cansado para prestarle atención, así que mantiene su silencio. Una vez, había leído una frase que decía “Si no puedes mejorar el silencio, no lo rompas” Y esa frase venía muy bien, a ese momento. Philip no puede sacar de su cabeza la imagen de la chica, cada vez que cierra los ojos, aparece como un destello, rodeado de oscuridad. Lo invade una profunda pena por esa chica y la serie de eventos que la llevaron a esa noche, a ese estacionamiento...