diecisiete
19 de noviembre de 2010
En la parte frontal del instituto había dos helicópteros y cinco patrullas de policía. Agentes con placas colgadas en el cuello y guantes de látex caminaban dentro y fuera de la casa sin un orden aparente, haciendo preguntas y buscando pistas; era un verdadero caos. Las clases no se suspendieron para distraer a los alumnos y evitar que estorbaran en la investigación; sin embargo, los maestros y los chicos estaban tensos. En el consultorio Roberta, Jaime Mondragón y Alfredo Valadéz intentaban organizar la evidencia; a unos pasos de ellos, muy atento a lo que se decía, estaba Yori Shiraoka.
—A ver, Alfredo —reiteró Jaime, irritado—, corrígeme si se me escapa algo. A las tres y media de la mañana se activó la alarma. Te levantaste, bajaste a ver la pantalla y, al mismo tiempo, alertaste a Ramiro. Cuando te percataste de que unos individuos se aproximaban a la propiedad volviste a hablar con Ramiro para comunicárselo y pedirle que actuara con cautela y, acto seguido, activaron las alarmas de los muchachos... Tenemos que averiguar cómo fue que los individuos que asaltaron la cabaña no activaron ninguna alarma; es obvio que los demás solo sirvieron de distracción, ya que detuvieron su marcha a la misma hora del ataque en la casa de Ramiro. Ahora bien, debieron de comunicarse los unos con los otros de alguna forma, ¿los sensores no captaron nada?
—No, Jaime. No hay nada grabado; ni señales de radio, ni de teléfonos satelitales, ni celulares.
—Bueno, no tenemos mucho todavía... —Jaime meditó unos segundos, su molestia iba en aumento—. ¡Gómez, ve a la cabaña a averiguar qué pasó con esos sensores! ¡Nadal! ¿Ya localizaste al profesor Aoyama? ¡Pérez! ¿Ya tienes el reporte de las personas que rentaron helicópteros en las últimas cuarenta y ocho horas? ¡Mierda!, esto no avanza. Roberta, ve a platicar con los chicos, ya deben estar más tranquilos.
Roberta salió deprisa del consultorio seguida de Yori; pero no se dirigió a la enfermería, salió por una de las puertas laterales hacia al bosque. Apenas puso un pie en la grama, vomitó. Estaba lívida y ojerosa. Yori le ofreció su pañuelo.
—¡Maldita sea! —gritó desesperada—. Si hubiéramos venido ayer Carlos estaría a salvo.
Yori no supo qué decir. Roberta apretó los labios, extrajo un paquete de chicles del bolsillo de su pantalón y reingresó a la casa.
El único paciente en la enfermería era Alejandro; estaba despierto, con la vista clavada en el techo; Roberta le hizo una seña a Yori para que la esperase en el pasillo y entró en la habitación.
—Señora Roberta, ¿ya saben algo de Carlos?
—No, Alejandro. Aún no. ¿Cómo va esa cabeza?
—Bien. Me han dado tantas pastillas que ya no siento nada.
—Cuéntame qué fue lo que pasó.
Alejandro se rebulló incómodo en la cama.
—Cuando escuchamos el disparo Carlos y yo corrimos hacia el río. Yo soy más lento, me quedé atrás.
—¿Alcanzaste a ver la cara de tu agresor?
—No. La tenía cubierta con un pasamontañas, o algo así.
En ese momento entraron Rusia y Martín. Rusia, con los ojos hinchados de tanto llorar, fue directo a abrazar a Alejandro. Martín estaba muy serio, enfadado.
—Señora Roberta —dijo Martín—, ¿puedo hablar con usted a solas?
—Claro —contestó Roberta. Se dirigieron al fondo de la estancia.
—¿Han averiguado algo acerca del japonés que murió en la cabaña?
—Todavía no, Martín, seguimos trabajando en ello, pero conoceremos su identidad muy pronto.
—Entiendo.
El chico apartó la mirada de ella y no dijo más. Roberta, preocupada, lo tomó de un brazo y le dijo:
—Has pasado por una terrible experiencia, Martín. El peligro, el temor, el no saber qué hacer… Si quieres hablar conmigo, adelante… Créeme, he vivido más de una vez situaciones de peligro, sé cómo te sientes.
—Es... Es el japonés.
A pesar de que Martín se mordió los labios con todas sus fuerzas no pudo contener el llanto; el rostro se le desfiguró y abrazó a Roberta, quien a su vez, se quedó sin palabras. Así permanecieron un par de minutos antes de que Martín terminara la frase que había dejado suspendida.
—Le disparé a un ser humano. No puedo dejar de pensar en ello.
Roberta le enjugó las lágrimas del rostro.
—Martín, si no le hubieras disparado a ese sujeto Rusia y tú estarían muertos. Solo tienes que pensar en eso.
—Lo que me molesta es que esa persona me haya obligado a dispararle. —Martín apretaba los dientes y se rascaba el cuello—. No había otra opción, tuve que hacerlo.
—Fuiste muy valiente. De no ser por ti las cosas podrían estar peor.
Mientras ellos hablaban Yori recibió una llamada en su teléfono celular; le avisaban que su hermano había escapado de la prisión. Para cuando terminaron de dar aviso a todos los aeropuertos internacionales y los puntos fronterizos del país Miki ya había ingresado a México.
mmm