6
Chispazos de genio
El Viejo guardaba en las estanterías del ático una copiosa cantidad de libros, a la que se sumaba otra similar en el salón. Había dejado de comprar libros porque no los podía leer sino muy dificultosamente con la lupa y a los pocos minutos se le fatigaban los ojos. Según sus cálculos, poseía en torno a quince mil volúmenes. No podía afirmarlo con seguridad puesto que nunca se había tomado la molestia de contarlos.
Dicho esto, se interesó a continuación por mi biblioteca. No es tan numerosa, le contesté, ni apenas crece, pues desde hace bastante tiempo sólo adquiero libros que sé que voy a leer. Antiguamente propendía a la acumulación. Como a tantos jóvenes, la ingenuidad me hacía creer que mi cupo de días por vivir me alcanzaría para conocer a fondo todo lo que merece ser leído.
Para un hombre como yo, habituado a las mudanzas de domicilio, una biblioteca de proporciones modestas entraña ventajas. Cambié de país, he cambiado de ciudades y, en cada una de ellas, varias veces de vivienda. Celebra uno en tales ocasiones no tener que acarrear una cantidad desmesurada de volúmenes.
Mi última mudanza data del verano de 2009. Espero que no le siga ninguna más. Acaso me embargue ahora aquella vocación arbórea que rechazaba de joven. El año susodicho resolví abandonar la docencia con el objeto de cumplir el sueño de mi vida, que no es otro que dedicarme de lleno a la escritura. Dejé entonces un piso de alquiler que ocupaba a las afueras de la tranquila ciudad de Lippstadt, en Renania del Norte-Westfalia, y me establecí en mi domicilio actual en Hannóver, donde dispongo de un cuarto de trabajo.
La mudanza comportó el traslado inevitable de enseres; también, por tanto, una vez más, el de libros. Al meterlos dentro de cajas de cartón, encontré ejemplares en los que hacía largo tiempo que no detenía la mirada. De otros muchos, arrumbados en segunda fila por falta de espacio, se me había perdido el recuerdo.
Salidos del fondo de un anaquel, aparecieron tres títulos del escritor canario Félix Francisco Casanova. Allí estaban el cuadernito de cubierta azul con los poemas breves que integran Una maleta llena de hojas (Biblioteca Popular Canaria, 1977); una edición, fechada en 1975 y auspiciada por una caja de ahorros de Santa Cruz de Tenerife, de la novela El don de Vorace, y el libro póstumo de poemas Cuello de botella (Ediciones Nuestro Arte, 1976), que el joven poeta escribió en colaboración con su padre, Félix Casanova de Ayala, con quien me carteé durante un tiempo. Fue este último, consagrado a fomentar la memoria del hijo fallecido, quien a finales de los setenta me envió por correo a mi casa de San Sebastián los mencionados libros. Mi ejemplar de El don de Vorace fue leído sucesivamente por todos o casi todos los componentes del Grupo CLOC, de cuyas manos me volvía cada vez más desgastado. Hoy las pastas del ejemplar están pegadas con cinta adhesiva. Es uno de mis libros más queridos.
Tras la referida mudanza de 2009, me tomó la curiosidad por comprobar si la inusual literatura de aquel muchacho sería capaz de cautivarme como en los tiempos de mis lecturas militantes de juventud o, si como ocurre tantas veces, el tiempo la habría despojado del brillo que un día me deslumbró.
Releí las tres obras, así como una recopilación de la poesía completa de Félix Francisco Casanova titulada La memoria olvidada (Hiperión, 1990). El reencuentro con la literatura de este prodigioso muchacho me causó un entusiasmo sin duda distinto de aquel que experimenté en mi juventud, cuando lo leí por vez primera, pero entusiasmo al cabo. Y determiné comunicarlo a posibles lectores mediante un artículo de prensa. Sin pretenderlo puse a rodar una bola de nieve que no cesaría de crecer durante los meses ulteriores. La editorial Demipage se hizo eco de mi fervor, acaso también de mis razones, y adquirió los derechos de publicación de toda la obra de Félix Francisco Casanova. La prensa cultural española dedicó amplia atención al poeta fallecido un día de enero de 1976, a los pocos meses de haber cumplido diecinueve años. Algunos títulos suyos se han editado en el extranjero.
Al Viejo se conoce que le hizo gracia la veneración con que yo me expresaba acerca de aquel autor fallecido en la flor de la edad. Sonriente, me pidió que otro día le leyera mi artículo, así como una selección de poemas y algunos pasajes de la novela de Casanova, y yo así lo hice y él me lo agradeció vivamente impresionado, puede que hasta conmovido.