Capítulo 15

Capítulo 15

Tres policías fueron a buscarlo, pero sólo se necesitaba uno.

Brown, Carella y Kling hablaron con Batista, el propietario del garaje. Hablaron en susurros en la oficina delantera con la silla giratoria llena de «cicatrices». Batista escuchó con los ojos muy abiertos, un cigarro colgándole de un costado de la boca. De vez en cuando asentía. Los ojos se le agrandaron aún más cuando vio que los tres detectives extraían sus revólveres. Les dijo dónde estaba Buddy Manners, y le pidieron que se quedara en la oficina hasta que todo hubiera terminado, y él asintió, se sacó el cigarro de la boca y se sentó en la silla giratoria con una expresión de asombro en la cara porque la televisión y las películas de pronto se habían trasladado a su vida y lo habían dejado mudo.

Manners estaba trabajando en un coche en la parte trasera del garaje. Tenía una pistola para pintar en la mano derecha, y usaba gafas negras; la pintura surgía en abanico de la pistola, y la parte del coche se iba volviendo negra a media que trabajaba. Los detectives se acercaron con las armas en la mano, y Manners alzó la cabeza para verlos, pareció indeciso por un momento, y después siguió trabajando. Iba a encarar las cosas con frialdad. Iba a fingir que tres grandes bastardos con armas en la mano siempre habían entrado a paso de marcha en el garaje mientras él pintaba coches. Brown fue el primero en hablar: ya había visto antes a Manners.

—Cómo está, señor Manners —saludó amistosamente.

Manners apagó la pistola de pintura, se alzó las gafas oscuras sobre la frente, y miró de reojo a los tres hombres.

—No lo reconocí.

Seguía sin mencionar la ferretería, que era muy evidente.

—¿Por lo común usa gafas negras cuando trabaja? —le preguntó Brown en tono casual.

—A veces. No siempre.

—¿Por qué?

—Oh, ya sabe. A veces esto se esparce por todo el lugar. Cuando tengo un trabajo pequeño, no me preocupa. Pero si es algo grande por lo común me pongo las gafas. —Sonrió—. Le sorprendería saber hasta qué punto eso evita problemas en el ojo.

—Ajá —asistió Carella en tono agradable—. ¿Siempre lleva gafas negras en la calle?

—Oh, claro —contestó Manners.

—¿Las llevaba el viernes 13 de octubre? —le preguntó Carella con tono agradable.

—Puede ser, ¿quién sabe? Hubo mucho sol el mes pasado, ¿no? Puede ser que las haya usado. —Hizo una pausa—. ¿Por qué?

—¿Por qué cree que estamos aquí, señor Manners?

Manners se encogió de hombros.

—No sé. ¿Un coche robado? ¿Es eso?

—No, adivine otra vez, señor Manners —dijo Brown.

—Caramba, no sé.

—Creemos que usted es un asesino, señor Manners —acusó Carella.

—¿Eh?

—Creemos que entró en una librería de la Avenida Culver la tarde del…

Y de pronto Kling fue tras él. Se interpuso entre Brown y Carella, interrumpiendo lo que Carella decía, aferrando a Manners de la parte delantera del mono y después lo empujó hacia atrás contra el flanco del coche, golpeándolo allí con toda la fuerza del brazo y el hombro.

—Vamos de una vez —dijo Kling.

—¿Vamos a qué? Suélteme el…

Kling lo golpeó. Este no fue un sopapo liviano dado en la mejilla ni aun un maligno revés a la mandíbula. Kling lo golpeó con la culata de su 38. El arma pegó en la frente de Manners, justo encima del ojo derecho. Le abrió un tajo de cinco centímetros que empezó a sangrar de inmediato. Manners podía haber esperado algo, pero no aquello. Se quedó blanco como un muerto. Sacudió la cabeza para despejarla y después miró a Kling, que se erguía por encima de él, sosteniendo el arma en la mano derecha, dispuesto a golpear de nuevo.

—Vamos de una vez —dijo Kling.

—Yo… yo no sé que…

Kling lo golpeó de nuevo. Alzó el brazo, y después lo impulsó hacia adelante y hacia abajo en un agudo golpe corto, golpeando exactamente el mismo punto, como un boxeador que trabaja sobre una herida abierta, golpeando directamente y con experta precisión, y después hizo retroceder el arma, y apretando aún más con la mano izquierda la ropa de Manners, dijo:

—Habla.

—Hijo de… hijo de puta —masculló Manners, y Kling lo golpeó de nuevo, rompiéndole el puente de la nariz con el arma esta vez, con los huesos astillados asomando a través de la piel.

—Habla —dijo.

Manners sollozaba de dolor. Trató de llevarse las manos a la nariz destrozada, pero Kling las apartó empujándolas. Se erguía ante el hombre como un robot, la mano firme en la parte delantera del mono, los ojos entrecerrados y muertos, el arma lista.

—Habla.

—Yo… yo…

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Kling.

—Él… él… oh, Cristo, mi nariz… Cristo, Cristo, Cristo.

El dolor era terrible. Jadeaba por la agonía de tratar de soportarlo. Las manos seguían alzándose hacia la cara, y Kling seguía apartándoselas con un golpe. Las lágrimas llenaban los ojos mezcladas con la sangre de la herida abierta de la frente, junto con la sangre que se volcaba de la nariz deshecha. Kling echó el arma hacia atrás por cuarta vez.

—¡No! —aulló Manners—. ¡No lo haga!

Y entonces las palabras brotaron de su boca en un torrente ansioso, tropezándose en los labios antes de que el revólver volviera a bajar, una palabra apilándose sobre la siguiente, el estallido histérico de un animal aterrorizado y herido.

—Vino aquí el podrido bastardo judío y me dijo que el color estaba mal, el podrido judas me dijo que el color estaba mal, quería matarlo ahí mismo, tuve que hacer todo el trabajo de nuevo, el podrido hijo de puta bastardo no tenía derecho a decirme, el judas, le dije, le advertí, le dije que no iba a salirse con la suya ni siquiera puede hablar en inglés el bastardo, lo maté, lo maté, lo maté, ¡lo maté!

El arma bajó.

Golpeó a Manners en la boca y le rompió los dientes, y Manners se derrumbó contra el coche cuando Kling alzó el arma otra vez y cayó sobre él.

A Carella y Brown les llevó unos buenos cinco minutos apartar a Kling del otro hombre. Para entonces, estaba medio muerto. Carella ya estaba mecanografiando el falso informe mentalmente, el informe que explicaría cómo Manners había resistido el arresto.

Esquemas.

Sumario por Asesinato en Primer Grado por Disparos

PRIMERA DEMANDA

El Gran Jurado de Isola, mediante este sumario, acusa al demandado del crimen de asesinato en primer grado, cometido como sigue:

El demandado en Isola, el o alrededor del 13 de octubre, voluntaria, criminalmente y con premeditación y alevosía disparó contra Herbert Land con una pistola y en consecuencia le infligió diversas heridas al mencionado Herbert Land y en consecuencia el o alrededor del 13 de octubre el mencionado Herbert Land murió debido a sus heridas.

SEGUNDA DEMANDA

… criminalmente y con premeditación y alevosía, disparó contra Anthony La Scala con una pistola y en consecuencia le infligió diversas heridas…

TERCERA DEMANDA

… sobre el mencionado Joseph Wechsler y en consecuencia el o alrededor del 13 de octubre…

CUARTA DEMANDA

… la mencionada Claire Townsend murió por las heridas.

Esquemas.

El esquema de la luz solar de diciembre filtrándose a través de ventanas enrejadas para asentarse en una blanca mancha muerta sobre un suelo de madera con «cicatrices». Sombras se funden con la mancha de sol, las sombras de hombres altos en mangas de camisa; será un diciembre frío este año. Suena un teléfono.

Más allá de las ventanas está el sonido de la ciudad.

—Comisaría 87. Habla Carella.

Hay esquemas en esta sala. Hay algo de atemporal en los hombres de este sitio realizando el trabajo que están haciendo.

Están todos profundamente comprometidos con el clásico ritual de la sangre.