Capítulo XIV

 

 

 

 

Llevábamos varias investigaciones en paralelo. Nunca me había enfrentado a un caso con tantos sospechosos, y mucho menos a uno en el que las pruebas y los indicios no es que estuvieran fríos, es que llevaban lustros congelados.

Duane Malick, el padre de Donna, una de las víctimas de mi primera estancia en Kansas, estaba en lo alto de aquel listado de posibles asesinos. Había mantenido una relación con Sharon mientras estaba casado, lo que era motivo de sobra para desear quitarse de en medio a la joven si es que la pequeña Nichols había amenazado con montar un escándalo. Todo era un misterio, porque sólo teníamos la versión de Duane, que evidentemente se exculpaba, y la de su esposa, que había descubierto el pastel años después. La encargada de sonsacar a Susan Sturm, que había recuperado su apellido de soltera tras divorciarse de Duane, había sido Liz, de modo que consideré que lo más indicado era recurrir a ella de nuevo para ver si podía obtener información adicional.

Como de costumbre, mi primera llamada a Liz no era porque la echase de menos o para decirle algo cariñoso; era porque la necesitaba. Sigue siendo un enigma inescrutable cómo narices soportó aquellos años a mi lado y no me mandó a la otra parte del mundo a que me aguantase otra.

—Preciso que me hagas un favor —le dije a través del Smartphone, no sin antes haber intentado que los prolegómenos la distrajesen de mis verdaderas intenciones.

—Ya me extrañaba que me telefoneases sólo para saber cómo estoy. Casi me lo había zampado, como una idiota…

—No seas dura, Liz.

—Ojalá fuera dura. Soy realista, sencillamente. Venga, que tengo mucho trabajo, ¿qué es lo que quieres?

Pensé que formularle la cuestión sin dar antes otro rodeo podía ser una torpeza, de tal suerte que le propuse algo que ya había tratado con Wharton.

—¿Te gustaría venir aquí con nosotros?

—Esa era la pregunta… —musitó Liz, estupefacta, creo que convencida de que yo no estaba yendo directo al grano.

—No, es otra. Pero me gustaría tenerte aquí. Tom hace bien su trabajo, y Worth es un tipo excelente; pero tú me haces más falta que nadie.

—No lo sé. Tengo faena para aburrir. Quizá pueda escaparme unos días. No me vendría mal, y si además piensas que soy imprescindible.

—Lo eres —manifesté, rotundo, pues me había dado la oportunidad de expresar mi devoción por ella y no la podía dejarla escapar.

—Lo que no tengo tan claro es que Wharton vaya a permitirlo. Recuerda que en Nebraska tuviste que apañarte sólo con Tom.

—Ya, pero esto es diferente. Digamos que existe una especie de pacto entre ambos.

—¿Hay algo que no me hayas contado?

Liz, además de una forense extraordinaria, una mujer bella y una persona maravillosa, contaba con un olfato digno de envidiar. Hija de un policía local y criada en el medio oeste, creo que se las sabía todas. Solía ir dos o tres pasos por delante de mí.

—Pues sí. No creo que sea el momento de hablarlo ahora…

—Lo hubieras meditado antes. Ya no te queda otra que contarme todo. ¿Qué pacto es ese?

Tragué saliva. En realidad ella se merecía que le hubiera confesado todo durante el verano, o incluso justo después de arrancarle la promesa a mi jefe. Pero yo estaba muy lejos de ser el compañero perfecto, demasiado lejos.

—Amenacé a Peter con largarme del FBI si no me dejaba investigar el caso de Sharon Nichols —respondí, tartamudeando.

—Eres un cretino, Ethan.

—Liz, tú mejor que nadie sabes cómo me atormentaban esas malditas pesadillas. No podía pasarme el resto de mi vida en esa situación. Tenía que afrontar el asunto.

—Hablas en pasado… ¿Has dejado de tener pesadillas?

—Desde que llegué a Oskaloosa. Os lo decía a todos: mi problema estaba vinculado a Sharon Nichols. Ahora que voy a hacerle justicia me encuentro mejor que nunca. Duermo como un lirón, siempre que el trabajo me lo permite.

—Ethan, tu problema no es Sharon… No me tomes por una idiota, o por alguien a quien puedas manipular tan fácilmente con tus argucias.

Y no, Liz no era fácil de engañar. Se dejaba embaucar en ocasiones por mi verborrea, y lo hacía porque le compensaba. Sólo el cielo sabe qué veía en mí para hacer la vista gorda a mis infinitos defectos.

—En el fondo sí es ella —murmuré, con poca convicción.

—No. Es Patrick. No estoy tan ciega. Todo tiene que ver con ese hombre, un monstruo, Ethan. No quieres asumirlo porque para ti es el sustituto ideal de tu padre; pero aunque no llegué a conocerlo te puedo jurar que ese individuo y tu padre no se parecen lo más mínimo. Te has buscado la peor medicina. Y se supone que el experto en psicología eres tú.

Era casi imposible rebatir a Liz. Me conocía bien. Estaba no sólo muy enamorada de mí, además había compartido muchas horas a mi lado y era perspicaz. Con ella, tal y como me había manifestado, no podía regatear la verdad sin más.

—Pero también es por mi padre. No sólo se trata de Patrick. Se trata de hacer justicia. Me metí en el FBI por mi padre, para evitar que volviese a suceder lo que le pasó a él. Alguien lo atropelló hace más de diez años y jamás pagará por ello. Sé que su caso no tiene remedio, pero sí otros. Como el de Sharon.

—Está bien. Es mejor que estas cosas las hablemos cara a cara. Tenías razón, no tiene sentido darle vueltas ahora mismo. ¿Qué es lo que necesitabas de mí?

—Que vuelvas a ponerte en contacto con Susan Sturm.

Tardó unos segundos en contestar. Imaginé que meditaba en silencio. La conocía y era imposible que hubiese olvidado aquel nombre.

—La exesposa de Duane Malick…

—Efectivamente.

—¿Has descubierto algo nuevo de ese tipo?

Liz, mientras investigábamos los crímenes de Donna y Clara, había sospechado con fuerza de Malick. Tanto que incluso había sido capaz de hostigarme y de reprenderme por mi actitud condescendiente con él en un par de ocasiones.

—No, pero encabeza la lista de posibles asesinos. Y no hace falta que te explique los motivos.

—Ya, es evidente. No creo que Susan desee hablar. Ya mantuvo el pico cerrado durante mucho tiempo. Me costó mucho que me explicase los motivos de su divorcio. Para ella sigue siendo un hecho muy traumático.

—Lo sé, pero no tenemos nada más. Las pruebas que vinculaban a Duane con Sharon no existen, por lo que sólo contamos con el testimonio de esa mujer. Quizá pueda aportar algo nuevo que nos permita tirar de un hilo que lleve hasta un indicio sólido. No perdemos nada por intentarlo.

—Está bien. Trataré de obtener más datos, pero no esperes milagros.

—Gracias, Liz.

Pronuncie esas dos palabras con todo el sentimiento que mi frialdad me permitía. Deseaba que ella estuviese convencida de que apreciaba lo que hacía por mí. Deseaba amarla del mismo modo en que ella me quería; pero esas cosas no se fuerzan, no pueden manejarse como la intensidad de la luz. Pero tenía al menos una cosa muy clara: no quería perderla por nada del mundo.

—De nada. Sabes que siempre estoy ahí…

—Pronto estarás aquí, con Tom y conmigo.

—Yo no me haría ilusiones. De momento trabaja con lo que tienes y resuelve esa deuda insólita que tienes con tu amigo Patrick.

Encajé el golpe lo mejor que pude. Tampoco estaba en condiciones de discutir ni de volver a debatir al respecto.

—Espero que pronto encontremos al culpable.

—No va a resultar sencillo, Ethan.

—No, esto es una locura. Pero aquí estamos, y de aquí no nos iremos hasta hacer justicia.

—No olvides el cianuro de potasio ni la esponja natural con la que limpiaron el cadáver.

Me sorprendió Liz con aquel comentario. Era como si de repente le hubiera venido a la cabeza y se le hubiese escapado un pensamiento.

—Claro, lo tengo muy presente. La mataron con el dichoso cianuro. ¿A qué ha venido ahora esto?

—No lo sé. Creo que ambas cosas van a resultar claves para resolver este intrincado caso.