Capítulo III
Fue Jim Worth el que vino a recogerme al Aeropuerto Internacional de Kansas City. Otra vez, como en Nebraska, llegaba solo a mi destino. Pero en esta ocasión le había arrancado a Wharton la promesa de que más pronto que tarde Liz y Tom se incorporarían. Mark no era tan necesario sobre el terreno y había optado por excluirlo de mis pretensiones; dadas sus aptitudes él era útil desde cualquier lugar del planeta.
Ver a Worth de nuevo, poder estrecharle la mano y sentir su mirada limpia y serena sobre mi rostro supuso una alegría inmensa, casi indescriptible.
—Si me lo permite, Ethan, es usted un cabezota —fue lo primero que me espetó.
—Gracias, Jim. Sé que no comparte en absoluto mi idea de reabrir este caso, y a pesar de todo se la ha jugado para hacerme el favor. No sé qué día saldaré esta deuda, pero créame si le digo que no descansaré hasta lograrlo.
—Lo que le digo, un cabezota. Déjese de monsergas. No hay deuda que valga entre nosotros. Efectivamente ya se lo advertí: pienso que está cometiendo un grave error y que remover el pasado no le traerá más que problemas. Pero por alguna razón que sólo en el cielo conocen le tengo un afecto especial, y estoy dispuesto a echarle una mano.
Nos montamos en el SUV de la policía del condado de Jefferson. Nada más hacerlo sentí que viajaba al pasado. Apenas había transcurrido año y medio, pero tenía la sensación de que algunos lustros me separaban en el tiempo de la investigación de los crímenes de Donna Malick y Clara Rose.
—Estoy nervioso. No sé si me entiende —musité, tartamudeando.
Worth estaba a punto de arrancar, pero se detuvo para mirarme fijamente a los ojos.
—Todavía está a tiempo de largarse. Pasamos un día agradable por Kansas City, nos reímos, recordamos viejas batallas y esta misma noche toma un vuelo de vuelta a Washington. Sería lo más sensato.
—Ya se lo reconocí, Jim; las pesadillas no han dejado de atormentarme en todos estos meses. No hay otra salida.
—¿En serio cree que atrapar al asesino de Sharon Nichols calmará su ansiedad?
—Eso quiero pensar —respondí, inseguro.
—Su problema no es ese. La última vez que nos vimos tuve muy claro que su problema está relacionado con Patrick y con la estrecha relación que estableció con él. Usted lo considera una especie de sustituto de su padre, y lo único cierto es que es un asesino.
—Jim, ahora estoy en deuda con usted y no descansaré hasta saldar mi obligación. Hace tiempo me comprometí con Patrick a que hallaría al canalla que mató a su hija. Ese hecho trágico le hizo perder a lo que más amaba en el mundo, hizo que su esposa se volase los sesos y finalmente le ha transformado en un monstruo. Sólo podrá descansar cuando atrapemos al responsable de tanto mal.
—Pero, ¿de verdad se merece ese tipo el esfuerzo?
—Lo puede enfocar de otra manera: se lo merece Sharon.
Worth agachó la cabeza y golpeó suavemente el volante.
—Ahí me ha pillado. Contra ese argumento no tengo réplica.
—Pero no le voy a engañar. Tiene razón, lo hago por Patrick, por un ser abominable. Pero a fin de cuentas una persona que a mí me entregó mucho, que calmó un dolor que no había sido capaz de superar y que recuperó mi pasión por el atletismo. A los ojos de cualquiera… memeces. Soy consciente de ello.
—Aun así, Ethan, ¿de verdad está convencido de que vamos a ser capaces de resolver un crimen que lleva casi dos décadas dormido?
Aquella cuestión también me la había planteado. Pero la determinación y la fe es capaz de afrontar cualquier reto, hasta los más imposibles, hasta aquellos que están condenados al más rotundo de los fracasos.
—Sí, Jim. Lo vamos a hacer juntos. Cuento con el mejor detective de todo el medio oeste de mi lado. ¿Quién va a ser capaz de pararnos?