Capítulo V

 

 

 

 

Volver a ocupar la sala en la que tantas semanas había pasado intentando esclarecer los crímenes de Donna Malick y Clara Rose me provocó un fuerte impacto. El olor de la estancia, la pantalla de 50’’, la mesa redonda, las sillas y hasta el color de las paredes obligaban a mi cerebro a viajar en el tiempo y casi podría jurar que el lapso transcurrido entre aquellos días y el presente se había esfumado como por arte de magia.

El sheriff Stevens me había solicitado una reunión a solas, antes de ponerme a trabajar. Lo notaba desmejorado, como si le hubieran caído encima diez años de golpe. Me observaba con recelo, incómodo.

—No le voy a mentir, Ethan, esperaba no tener que volver a verle nunca más. Resolvimos aquellos asesinatos, y usted fue clave, no le quito ningún mérito, lo sabe. Pero su presencia en Jefferson… Bueno, sería mejor decir el motivo que le ha traído de vuelta. Y además se instala en la casa de Patrick.

—No es ningún delito.

—No, claro que no. Pero comprenderá que la gente murmure y haga chascarrillos acerca del asunto.

—Sí, me hago cargo.

—¿Por qué ha vuelto?

—Hay un crimen sin resolver, lo sabe mejor que yo. Insistió mucho al respecto en su día.

—Sí, es verdad. Pero lo hice porque pensaba que aquel asesinato estaba vinculado con los de Donna y Clara, ¿recuerda?

—Y, por desgracia, no estaba equivocado —respondí, clavándome la uña del pulgar en la palma de la mano para controlar mis emociones.

—Sí, si lo estaba. Yo pensaba que los había perpetrado el mismo sujeto. Usted estaba convencido casi desde el principio de que no era así. Usted acertó, yo no.

—Pues ya conoce la razón de mi regreso. Necesito saber quién mató a Sharon Nichols.

—Ya lo intentamos. Muchas personas. Han pasado demasiados años, Ethan. Déjelo estar.

—No puedo.

—Claro que puede. Es usted testarudo. Es muy inteligente, pero también infantil y, discúlpeme, un poco inconsciente.

—¿Qué le preocupa? —pregunté, hastiado de tanto circunloquio.

—Que remueva el pasado. Las cosas están bien así. Muchos de los implicados en aquel caso han muerto. Otros ya tenemos muchos años. No merece la pena empezar a levantar polvo. Ya no, se lo garantizo.

—¿Todavía me guarda rencor?

El sheriff tomó una gran bocanada de aire. Había echado de menos durante meses ser testigo de aquel gesto tan suyo, tan enraizado en su manera de afrontar las cuestiones más sensibles. Ganaba el tiempo justo para contar hasta tres antes de soltar una sola palabra.

—No es eso, créame. No es que le tenga un especial aprecio, pero lo que me preocupa es que vaya por ahí preguntando, inmiscuyéndose en la vida de la gente. Ahora precisamente que todo está tan en paz.

—¿Todo está en paz?

—Seguramente no me he expresado bien. Todo está más tranquilo.

—Lo siento, sheriff, pero no voy a rendirme. Y como ya le he dicho antes, es que además no puedo.

—Ya me advirtió Worth. Es imposible hacerle cambiar de idea…

—Sí, es imposible —musité, tajante.

Clark Steven me señaló un par de cajas de cartón atestadas de papeles y otra de plástico translúcido a través de la cual se intuían diversos objetos.

—Ahí tiene todo lo que en su día fuimos capaces de recoger. El sheriff Johnson hizo un gran trabajo, se dejó la piel en tratar de hacerle justicia a la pequeña Nichols. Informes, atestados, interrogatorios y algunas pruebas. No es demasiado, ha pasado mucho tiempo…

—Se lo agradezco.

El sheriff meneó la cabeza, sin mirarme a la cara.

—Yo me desvinculo del asunto. Podrá consultarme lo que sea preciso, naturalmente, pero sólo contará con la ayuda de Worth. Él le tiene un gran aprecio, y sé que el sentimiento es mutuo. Si necesita más personal pídalo a Topeka o a su jefe en Washington. Aquí tenemos asuntos de los que ocuparnos y no ando sobrado de efectivos, como ya conoce.

—Tampoco puedo valerme de Bowen…

—No, Ryan es mi mano derecha. Si lo necesita para un tema puntual acuda a él, pero nada más. Bastantes molestias va usted a causar.

—Clark, me desconcierta su actitud. ¿Acaso no desea saber quién mató a esa chiquilla?

El sheriff se me aproximó y posó su mano derecha sobre mi hombro. Seguía sin mirarme a los ojos.

—Claro que sí. No le quepa la menor duda. Yo era un agente de medio pelo cuando todo sucedió, no lo olvide nunca. Pero por un lado dudo que consiga esclarecer el crimen, y por otro sé perfectamente que se va a granjear muchas enemistades. Ándese con cuidado.