Mañana, sí

Yo no quiero bañarme en el mar, mamita. Te prometo dejarme restregar en la bañera y no llorar, aunque me hagan daño… ¡Pero en el mar, no!

¿Tú no sabes que el agua está muy fría y es amarga? Además, hay muchos bichos en el fondo. Yo siento correr los peces alrededor de mis piernas; y las algas, esas cintas sucias que el mar echa fuera, se me envuelven en los pies, y los cangrejos me pellizcan los dedos…

El bañero, ese que tiene los ojos atravesados, es un hombre muy malo y se ha empeñado en ahogarme… Dice: «Aquí ahogo yo a todas las niñas malas», y yo no sé qué decirle para que vea que soy buena… Ya sé que en el fondo del mar hay un palacio de diamantes, donde viven las sirenas; pero eso debe de estar por el otro lado… Aquí no hay más que bichos y algas…

—¿Has concluído ya, parlanchina?

—Sí; pero yo no quiero bañarme en el mar, ¿sabes mamita? No quiero…

—Bueno; pues, a pesar de todo, te bañarás, no hay más remedio. Ya me ha contado el ama el espectáculo que has dado en la playa todos estos días…

—¿Qué espectáculo?

—Empezabas a correr a la hora del baño, y el ama detrás y tú delante recorríais las tres playas… Cuando estabas lejos, te ponías de rodillas, ¡pero qué cómica eres, hija mía!, para decir a gritos: «¡Mañana, sí; hoy, no!»

—¿Sabes…? Como es tan tonta, no podía explicarle lo que te he dicho a ti…

—Y ahora todos los de la playa te llaman «Mañana, sí».

—No me importa.

—Bien; pues mañana es hoy, ¿sabes, hija? Y hoy te bañarás. El bañero es un buen hombre, que no hace otra cosa más que cuidar de ti… Y en el mar no hay peces que te piquen los pies… Todo eso son fantasías tuyas.

—Sí, sí. ¡Fantasías! Cuando me ahogue y me coma un bacalao, entonces llorarán, y ya no tendrá remedio. «¡Pobrecita Celia!», dirán…

—Pero ¿estás llorando, criatura? Vamos a ver: ¿por qué lloras?

—Porque me había ahogado.

—¡Jesús, qué criatura más absurda!

Mamá fue con nosotros a la playa, y desde entonces me baño todos los días.

He aprendido a bañarme de un modo maravilloso; pero, el bañero está muy enfadado conmigo.

—¿Cómo te bañas tú, niñina —dice el ama—, que tienes la cabeza y los hombros casi secos?

—No están secos; no seas acusona…

Papá me llevó una tarde de paseo en el coche hasta Torrelavega.

—Tienes que explicarme una cosa, hija mía. ¿Qué te propones dando esos saltos en el mar? Al bañero le arrancas todos los días los botones del cuello y le has roto el sombrero…

Dice que te escurres como una anguila y no te sujeta porque teme hacerte daño… Parece que es una batalla diaria. ¡El pobre hombre está aterrado con la bañista que le ha salido!

Como papá se reía un poco, yo le expliqué todo lo que le dije a mamá y algo más.

—Mira, papaíto; si no diera esos saltos, ya me hubiera ahogado… ¡Tú no sabes lo grandes que son las olas cuando se está dentro del mar! A mí me tapan del todo, porque soy pequeña; pero al bañero, no… Por eso me subo a él…

—¡Qué disparate! Así no es posible que te sigas bañando.

—Eso digo yo…

—Si tú te bañaras como José María y Finita, sin bañero como ellos, ¿te mojarías todo el cuerpo?

—Sí…, me mojaría en la orilla.

—En la orilla habría de ser, porque ellos solos no entran mucho… ¡Pero como eres tan miedosa!… ¿Me das tu palabra de honor de bañarte de verdad?

—¿Qué tengo que darte?

—Tu palabra de niña buena. Si tú seriamente me prometes una cosa, yo estoy seguro de que la cumplirás, porque tú eres una niña honrada que no puede faltar a lo que promete.

—¿Eso es honor?

—Eso.

—Bueno; pues te doy mi palabra de honor de que si me baño yo solita en la orilla, sin el bañero, que se ha empeñado en ahogarme, me sentaré en el suelo y me llegará el agua al cuello… ¿No habrá cangrejos, papaíto?

—No hay cangrejos, ni peces, ni nada; yo te lo aseguro.

—¿Me das tu palabra de honor?

—Te doy mi palabra.

—Di de honor, que si no, no vale.