¿Es pecado mentir?

Tenía la lengua llena de heridas de llevarla al diente que se movía en mi boca como un cascabel.

—¡Me duele mucho el diente, mamaíta!

Mamá me hizo abrir la boca y vio que me salía sangre.

—Es que se va a caer. Ya tienes el otro fuera, y lo mejor es darle un tironcito para que no te haga sufrir más.

—No. no; yo no quiero sacármelo —dije asustada, porque me dolía mucho—. ¡Ay, cuánto me duele!… Mira, lo tengo suelto de un lado…

—Sí, lo mejor es que te lo quites… Después lo entierras en una maceta, y mañana, al despertar, te habrán dejado las hadas un regalo debajo de la almohada.

—¿Por qué?

—No sé. Tal vez ellas, que tienen su palacio debajo de la tierra, cuando a un niño se le cae un diente lo ponen en sus collares como una perla…

—¡Qué bonito! Cuando se me caiga lo enterraré, para que sepan que se lo regalo.

—Sí; pero entonces nada te darán a cambio, porque no has hecho por ellas ningún sacrificio.

—¡Qué malas son las hadas! ¿Quieren que me duela?

—Al contrario —dice mamá—, lo que quieren es acostumbrarte a que aguantes un dolor que te evitará sufrir más tiempo.

Si era así… Estuve pensándolo un rato, pero…

—¿No me engañas, mamaíta?

—Yo no te engaño nunca, hija mía.

—Porque tú dices que mentir es pecado.

—Claro.

—¿Un pecado muy grande que castiga Dios?

Porque yo quería estar bien segura de eso antes de decidirme.

—Sí; pero… las personas mayores mienten a veces para evitar un disgusto o por otras cosas que tú no sabes. Los niños no deben mentir nunca.

—¿Por eso dijiste ayer que habías salido cuando vino a verte la mamá de María Rosa?

—Justo, por eso.

—¡Y a tu amiga Mercedes le dijiste que ese vestido que te ha hecho la costurera te lo habían mandado de París!

Mamá daba golpecitos con el pie en el suelo, y esto es señal de que se pone nerviosa.

—¡Jesús, qué niña! Si no estuvieras en las visitas… Sí, le he dicho eso a Mercedes por razones que yo me sé.

Pero yo necesitaba asegurarme de que mi mamá no miente sin motivo, porque me ha prometido muchas cosas que no pueden ser mentira…

—A «mademoiselle» le dijiste que me ibas a poner en un colegio y que por eso no la necesitábamos…

—Sí, hijita, sí —y mamá está más nerviosa cada vez—. Todo eso y mucho más hay que mentir en esta vida. Pero las niñas han de ser discretas y no ocuparse de lo que dicen los mayores… ¡Jesús! ¡Qué criatura!

Me quedé triste, porque mamá tenía la voz como cuando se enfada…

—¿Y a mí también me dices mentiras?

Entonces mamá me acarició, y me dijo:

—A ti, no. Todo lo que te digo es cierto… Para ti y para mí, aunque para los demás no lo sea…

Y miré a mamá y vi que tenía los ojos buenos, como cuando me quiere mucho, y sus manos suavecitas me pasaban por la frente…

—Tú no me mentirás a mí, mamaíta, ¿verdad? No me mentirás nunca.