Capítulo veinticuatro

Al día siguiente, la abuela y Mia me llevan a casa desde el hospital. Voy en el asiento delantero, en silencio. Todo parece tenue: como acuarelas destiñendo una página en blanco. Ya en casa, atravieso el salón y el pasillo arrastrando los pies. Incluso esta casa me parece ajena a mí, la antigua Charlotte que solía vivir aquí es alguien a quien no reconozco.

—¿Estás bien? —pregunta Mia detrás de mí. No lleva a Leo en sus brazos y escucho a la abuela al otro lado del pasillo, poniéndolo a dormir la siesta.

—No —contesto, hundiéndome en mi cama y dándole la espalda. Puedo escuchar su respiración, puedo sentir que está allí, pero no me giro para mirar. No quiero ver sus pensamientos escritos claramente en su rostro. Al cabo de un rato, se aleja, cerrando la puerta detrás de ella.

Me paso tres días en la cama. Mia me trae comida, me pregunta cómo estoy, intenta que me levante, pero yo simplemente no tengo fuerzas. La abuela se muestra sorprendentemente comprensiva. No ha nombrado a Tate ni una sola vez.

Carlos se pasa todos los días después del instituto simplemente para sentarse a mi lado. No me hace hablar, no intenta animarme como normalmente. Solo se sienta junto a mí.

Poco a poco, vuelvo a ser yo misma. Cojo mis novelas favoritas de la estantería, leo fragmentos, reconfortándome a mí misma con los textos. Abro mi portátil y me pongo a ver fotos que he ido haciendo para el periódico, intentando imaginar quién era yo el día que las hice, intentando averiguar si soy diferente ahora. Abro mi correo electrónico y miro las tareas que me han enviado mis profesores, hago algún que otro trabajo. Todavía voy retrasada, pero mi consejera dice que en Stanford entenderán la situación, que no tendrán en cuenta ninguna mala calificación después de un ingreso en el hospital. Me digo a mí misma que al final estuvo bien no enviar la solicitud de aplazamiento de matrícula… que todo puede volver a la normalidad ahora. Stanford el año que viene y después la facultad de Medicina. La vida que tan a conciencia he planeado.

Me digo que debería estar contenta, que podía haber sido mucho peor.

Que por lo menos no he arruinado mi vida.

El jueves por la noche, Mia viene otra vez a mi puerta, la golpea con suavidad para ver si estoy despierta. Se sienta en el lado de la cama y me toca el pelo, apartándolo de mis hombros. Puedo sentir las lágrimas en mis ojos. Los aprieto y los cierro, intentado detenerlas.

—¿Te sigue doliendo la cabeza?

—No. No es eso —contesto.

—Ya lo sé —dice con dulzura—. Te ha roto el corazón, ¿verdad?

Asiento con la cabeza y me tapo los ojos con las manos, un gemido sacude mis labios.

—No todos son malos —me explica, tocándome el hombro. Pero me río. Una breve y dolorosa carcajada.

—Lo siento, Mia —digo, mirándola.

—¿Por qué?

—No he sido una buena hermana. No desde que nació Leo. Creo que… no lo entendía… —Me acuerdo de todas las veces que la he juzgado. No quería ayudarla, aun cuando podía.

—Cada una ha cometido sus propios errores —dice. Y el perdón en sus ojos casi me hace derrumbarme de nuevo.

Bajo la mirada hacia mi mano, al anillo de nuestra madre. Solía recordarme que no quería ser como ella, pero me he enamorado tan intensamente como ella siempre lo hacía.

—No creo que necesite esto más —le digo, sacándolo de mi dedo anular.

Sin mirarme, Mia lo desliza en su dedo. Le queda perfectamente… tal vez incluso mejor que a mí. Su piel es más oscura, se acerca más al tono de nuestra madre, en Mia se ve tal y como permanece en mi memoria.

Recuerdos de nuestra madre pasan por mi cabeza, con el anillo siempre en su dedo. Era tan guapa… Pero estaba tan perdida.

Me parezco más a ella de lo que jamás creí.

 

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Cuando Mia se va, me pongo de pie y cruzo el pasillo. Me encuentro con la abuela en su habitación sentada en el borde de la cama. En su regazo tiene un viejo álbum de fotos que yo solo he visto un par de veces.

—¿Puedo hablar contigo? —digo, atravesando lentamente la puerta.

—Por supuesto.

Me siento a su lado y veo cómo sus dedos acarician una foto suya con mi madre cuando mamá era solo un bebé. La abuela era tan joven entonces… solo una adolescente. Me parezco físicamente mucho a ella.

—Debería haberte escuchado. —No sé cómo, increíblemente, estoy llorando otra vez. Las lágrimas parecen no tener fin.

—No. —Sacude la cabeza y me coge la mano—. Pensé que te estaba protegiendo, pero te estaba alejando.

Sorbo las lágrimas.

—No te entiendo… —digo, desconcertada al oírle hablar así.

Ella sonríe y levanta una ceja.

—Te mereces el amor igual que todo el mundo, Charlotte. Te mereces el mejor tipo de amor: el que dura para siempre. Es posible que este no lo fuera… con Tate, pero sé que lo encontrarás algún día. Solo quiero que seas feliz, eso es todo lo que he querido siempre.

Una imagen de Tate se aferra a mi mente, el recuerdo de su rostro se cierne sobre mí… Sus ojos, como la parte más oscura del océano, justo antes de levantarme del suelo de cemento. Pensé que me quería, aunque no supiera cómo decirlo, pero ahora lo único que sé es que hemos terminado.

—Hay algo que tengo que contarte —le digo, mirándola a sus ojos azul verdoso—. Algo que he decidido hacer.

Entrecierra los ojos para concentrarse en mí.

—Quiero posponer la universidad un año. Pensaba que lo hacía para poder estar con Tate, pero ahora sé que lo quiero hacer por mí misma. Necesito tomarme un año de descanso. Tengo que pensar qué quiero hacer con mi vida. Sé que da miedo eso de esperar un año, pero te prometo que no hay por qué tenerlo. No significa que vaya a renunciar a las becas, te lo prometo. Todo seguirá ahí esperándome. Solo quiero estar segura de que estoy preparada.

—¿Qué vas a hacer? —me pregunta, su sonrisa se desvanece un poco.

—No estoy segura… En realidad aún no le he pensado del todo. Quizá buscar otro trabajo, quizá usar mis ahorros para irme de viaje a algún sitio… Salir por fin de California. Pero quiero ese tiempo para decidirme, para averiguar quién soy y lo que quiero. —Me resulta extraño ser tan honesta con ella, admitir algo como esto. Pero siento que podría decirle cualquier cosa ahora mismo.

Espero a que responda y me aprieta la mano, con los ojos brillantes.

—Yo solía soñar con ir a Europa… antes de estar embarazada de tu madre. Pero nunca tuve la oportunidad de hacerlo.

Asiento con la cabeza.

—Esta es MI oportunidad —le digo.

La cama chirría bajo nosotras cuando se mueve para mirarme.

—Vale —dice.

—¿Vale?

—Cógete un año. Haz todas esas cosas que yo no pude hacer.

—¿En serio?

Asiente con la cabeza y me da un abrazo. Siento sus lágrimas empapando mi camiseta antes de darme cuenta de que está llorando.

—Gracias —le digo, y lo hago muy en serio. Nunca he estado más agradecida por nada en mi vida.