CAPÍTULO 46

 


Un poco antes de Medford, la furgoneta de Winnie dejó la “NJ-70W” y cogió primero la Skeet Road y después la Stokes Road en dirección a los lagos de Medford. Después de unas manzanas se paró delante de una de las casas en Comanche Trial, esas que daban al Lower Aetna Lake: un lago tan estrecho que parecía un mapa geográfico de Italia diseñado por un niño sin ninguna habilidad artística.

Ted Burton paró su Wrangler a unos doscientos metros de la furgoneta de Winnie.

El viejo Ted cogió de la guantera unos pequeños prismáticos. Lo reguló y se puso cómodo para espiar a Winnie. La casa en la que se había parado la furgoneta era la típica casa de madera con el tejado inclinado, pintada de rojo óxido y con un enorme garaje en el lado, dividido por tres puertas de metal, que se habían pintado recientemente de blanco. Una de las puertas se abrió y salió un hombre alto y corpulento de más de sesenta años y con una barriga tan protuberante que Ted pensó que todavía tenía el físico de un atleta si se comparaba con ese tipo. Winnie bajó de la furgoneta para acercarse al hombre y Ted les vio hablar.

Winnie llevaba en la mano dos botes de vaselina y cuando iba a pasárselos al hombre, este le dio un golpe violentísimo en la cara de Winnie y después, poniendo su peso sobre la pierna izquierda, como si fuese un luchador de sumo, y colocando la pierna derecha hacia atrás, extendiéndola, como si tuviese un muelle, la liberó con una fuerza impredecible e inusual, proyectándola rígidamente hacia delante y golpeando a Winnie en la tibia. Esa tremenda patada hizo caer inmediatamente a Winnie al suelo, junto con los botes de vaselina y a sus ganas de reaccionar.

Tarjeta roja”, pensó Ted.

Después de esa patada, ese mastodonte placó su ira –si hubiese continuado, probablemente le habría dado un infarto o habría matado a Winnie- y después le indicó claramente que recogiese los botes y que metiese su culo en la furgoneta y que la aparcase dentro. Winnie, levantándose dolorido, siguió las órdenes de aquel gordo sin discutir, y una vez metida la furgoneta en el garaje, el otro cerró la puerta desde dentro, dejando al Ted espectador ante un telón bajado.

Mierda”, pensó Ted Burton bajando los prismáticos, mientras su teléfono empezó a sonar. «¿Qué cojones quieres ahora Delicia?» se preguntó Ted, mientras colgaba nerviosamente a su mujer.

Delisay miró a Jasmine con sorpresa. Había ido a casa de la tía de Henry porque por teléfono le había parecido muy agitada y porque no había entendido bien la historia de la furgoneta, que Jasmine le había contado demasiado excitada, entre un ataque de tos y una bocanada histérica de oxígeno.

«Me ha colgado…» dijo Delisay decepcionada.

«¡Vuelve a intentarlo, guapa!» respondió la tía Jasmine, con tono decidido y acento irlandés.