CAPÍTULO 22

 


La sesión informativa para la teniente Harrison fue muy rápida, se trataba de un caso del área “delitos violentos contra niños”, una sección específica en las oficinas del Federal Bureau of Investigation.

Se había descartado el secuestro por parte de alguno de los padres, ya que Jim Lewis era viudo, pero los riesgos de un rapto con fines de explotación sexual eran altos y el padre ya estaba bajo vigilancia.

Con los niños no se juega y el FBI era muy claro, declarando que los hijos de los Estados Unidos representaban los activos más importantes que había que proteger. A Harrison se le asignó un cuerpo especial, un equipo multidisciplinar para poder investigar el delito a través de los límites legales, jurisdiccionales y geográficos. Le dijeron también que las fuerzas del orden locales colaborarían serenamente, estando a disposición y sin obstaculizar al FBI o competir contra ellos para resolver el caso. Toms River era una ciudad de ocho mil almas y un niño desaparecido había quitado el sueño a toda la comunidad, todos colaborarían y esto tranquilizó a Barbara, que estaba a punto de afrontar un nuevo reto, con la esperanza de encontrar a tiempo al pequeño Henry Lewis y de devolverlo sano y salvo a su casa.

No pasará lo mismo que con Emily. Resiste, Henry, dondequiera que estés: ¡resiste!” pensaba Harrison en el coche, sentada en el asiento del copiloto mientras estudiaba todos los informes que le habían dado.

Cuando Barbara llegó con sus hombres a la ciudad de Toms River, se dirigió a la oficina del alcalde donde, además del alcalde, le esperaba también el sheriff. Como le habían dicho, encontraría la misma colaboración. El alcalde le dio la bienvenida con una expresión muy triste y le deseó a Harrison que resolviera el caso con la mayor rapidez para cerrar esa historia con un final feliz. El hombre había superado desde hace algunos años los sesenta, pero los llevaba bien, pero su único problema era el de tener la típica cara de político con unas mejillas enrojecidas, pero, sobre todo, esa innata capacidad para actuar tanto la alegría como el dolor. Con él, Barbara fue rápida, no le interesaba el miedo de perder votos de aquel alcalde que había apostado todo por la seguridad de los ciudadanos para salir elegido, de hecho, escucharlo un minuto más le habría hecho perder un tiempo precioso. El sheriff, en cambio, le dio una buena impresión. Gordon Murphy era un hombre que demostraba inteligencia por su cara, se veía que era un óptimo policía y enseguida le mostró el cuadro de la situación, delineándole todos los pasos investigativos que ya había llevado a cabo con sus hombres.

«¿Habéis estado ya en casa de Jim Lewis?» le preguntó Harrison mirando al sheriff a los ojos.

«Algunos de mis hombres fueron a su taller. Allí estaba cuando su hijo desapareció»

«Bien. Lo primero de todo será ir a buscar a su casa. Me podrá encontrar en este número, sheriff. Le agradezco su colaboración» respondió Harrison dándole su tarjeta.

«Por supuesto…» respondió el hombre antes de que Harrison le interrumpiera.

«A lo mejor necesitamos una sala en su comisaría»

«Ningún problema, teniente. Le prepararé todo enseguida. Conozco a Henry desde que nació, conozco a su padre y conocí a su madre. Estoy seguro de que si colaboramos, traeremos de vuelta a casa al muchacho.» respondió el sheriff, buscando la confirmación de lo que había dicho en la mirada de la mujer. Barbara Harrison se limitó a asentir con la cabeza, después se dio la vuelta para salir de la oficina del alcalde.