CAPÍTULO 24

 

Adriana recibió el alta y se fue a casa con su marido aquella misma noche. Todos los demás se fueron también muy felices. A pesar del desagradable incidente, había resultado ser una noche mágica. Adriana y Álex se había reconciliado, iban a ser padres otra vez y aquella caída había hecho que Adriana volviese a recordar toda su vida.

Ya en la intimidad de su habitación, Álex ayudó como un complaciente marido a Adriana a ponerse el pijama y a meterla en la cama. Se arrodilló ante ella y la miró a los ojos.

—Perdóname por lo de esta noche. Leticia perdió los papeles. Quiero que sepas que nunca le prometí nada, ni hable con ella de nada serio. Tú has sido y siempre serás la única en mi vida, y en mi corazón.

—Lo sé. Créeme que lo sé. Tú también tienes que perdóname a mí —esperó su respuesta—.

—¿Yo a ti?, por qué, mi amor?

—Por no creer en ti cuando me lo pediste. Pablo fue esta tarde a mi casa...

—Sshh —le puso un dedo sobre los labios y le dijo— Tranquila, me lo ha contado todo mientras estábamos en la sala de espera del hospital, para hacer que me tranquilizase. Por cierto, me ha encantado tu idea de reconciliación —vio su cara de asombro y le dijo—. Me ha encantado que unos de los premios más importantes de mi carrera profesional me lo entregue mi esposa. No sabes lo que sentí al verte salir con ese vestido. Parecías un ángel. Mi ángel —la besó dulcemente—.

Alejandro siguió arrodillado junto a ella y sacó un anillo de su bolsillo.

—¿Quieres casarte conmigo, por la iglesia esta vez? —y le entregó un anillo que Adriana reconoció al instante—.

— ¡Por supuesto, mi amor! —no dudó ni un segundo—. Pero, ¿y este anillo? Recuerdo que es el que me diste hace cinco años cuando me pediste matrimonio. Lo llevaba puesto hasta el día del accidente.

—Veo que recuerdas muy bien —le dio un leve beso en los labios—. Me lo dio tu tía hace unos días. Ella lo guardó durante todos estos años —se lo colocó en el dedo—.

Berta guardó ese anillo desde que se lo dieron en el hospital, junto con otras pertenencias de Adriana. Jorge no creyó oportuno dárselo a su hija y se lo entregó a Berta como donación a la fundación Cristina Martorell. Berta jamás lo utilizó, lo guardó por si algún día su sobrina recuperaba la memoria. Ella era la dueña y la única que debía decidir el destino del anillo. Días atrás, se lo había entregado a Alejandro, animándolo a reconquistar a su mujer. De todas formas, él era el legítimo dueño de tan valioso objeto.

—Quiero una boda con un montón de invitados, que todo el mundo se entere que Alejandro Robles se casa con la mujer que ama y con la que pasará el resto de su vida —le dijo su marido, totalmente feliz—.

—Ven, bésame y hazme el amor. Te he echado mucho de menos esta semana —comenzó a quitarle la camiseta—.

—Adriana, el médico dijo que tenías que estar en reposo unos días.

—¿Qué mejor reposo que estar plácidamente entre los brazos de mi marido?

—Tienes toda la razón.

Y ambos se perdieron en el deseo de sus cuerpos.

 

Deseos del destino
titlepage.xhtml
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_000.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_001.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_002.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_003.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_004.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_005.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_006.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_007.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_008.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_009.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_010.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_011.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_012.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_013.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_014.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_015.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_016.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_017.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_018.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_019.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_020.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_021.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_022.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_023.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_024.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_025.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_026.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_027.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_028.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_029.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_030.html
CR!SAEJK9HHP54VB4FJ3ZYD5W6GQXA1_split_031.html