CAPÍTULO 6

 

Al día siguiente, cuando Martina entró en la habitación de Adriana para decirle que su familia la esperaba para ir a comer fuera, vio el aspecto tan horrible que tenía. Era muy difícil que alguien con la belleza de Adriana tuviese mal aspecto; aún así, lo tenía. Estaba demacrada, con los ojos hinchados y ojeras pronunciadas. Le explicó a Martina que debía de ser algo que había comido la noche anterior, que había estado toda la noche vomitando. Tenía que justificar de alguna forma su mal aspecto y sus pocas ganas de salir de la cama. Y eso fue lo que hizo durante los dos días siguientes.

Al tercer día, bajó a la piscina a tomar un poco el sol y darse un baño, aunque no tenía ni pizca de ganas, no podía seguir fingiendo por más tiempo.

Pasó una semana desde la cena de la fundación y no tuvo noticias de Alejandro. Ella se limitó a pasear por la playa, tomar el sol, salir en el barco con su padre, su tía, Roberto y sus amigos de toda la vida. El hecho de ver a sus amigos y salir por ahí con ellos le ayudó a dejar de pensar en Alejandro en todo momento.

 

—Adriana, cariño, el sábado es tu cumpleaños ¿Te apetece dar una fiesta? —le dijo su padre—.

Estaban en el jardín desayunando los dos solos.

—Una fiesta… eh… papá… yo preferiría una comida familiar, no me apetece organizar más fiestas, ya he tenido bastante. Dos en menos de quince días —Adriana no se había acordado que el próximo cinco de agosto cumpliría veintitrés años—.

—Pero… cariño ¿estás segura? Siempre has organizado una gran fiesta aquí con tus amigos.

—Ya, pero este año me apetece algo más familiar. Aunque seguro que Roberto y los demás me preparan alguna sorpresa por ahí.

—Está bien, haz lo que tú quieras, mi amor. Por mí perfecto, lo de no hacer una fiesta en casa, ya sabes que el domingo muy temprano cojo el vuelo para Italia.

—Es verdad, no me acordaba ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

—Creo que en ocho o diez días estará todo arreglado y podré volver. Mi gran amigo Ernesto dejó a su familia con muchos problemas por resolver. Me siento en la obligación de ayudarlos.

—Claro, te entiendo papá. No te preocupes por mí.

 

Llegó el sábado, el día del cumpleaños de Adriana. Su padre fue a despertarla muy temprano como hacía todos los años. Pero ese año, Adriana no vio ni rastro de su regalo. Jorge estaba sentado en la cama de Adriana, besándola y abrazándola. Ella no paraba de mirar por todos lados, pero ni rastro de un regalo.

—¡Papá!, ¡Ya!, ¿Dónde lo tienes? —le dijo Adriana, sentada en su cama, con una gran sonrisa—.

—¿El qué? —su padre se hizo el tonto—.

—¡Mi regalo!, ¿dónde está? ¿Qué me has comprado?

—No lo tengo aquí.

—¿Entonces? ¿Dónde está?

—Tendrás que bajar al jardín —Adriana salió disparada de su habitación escaleras abajo y se encaminó al jardín, su padre la siguió—.

Cuando llegó al jardín vio a Martina y su esposo Santi, el jardinero de la casa, que estaban observando su regalo. ¡Un coche! Tenía un enorme lazo rojo en el capó y un letrero en el parabrisas que ponía “Feliz 23 cumpleaños”.  Eran un BMW todoterreno, X5 en negro, y los asientos y la tapicería en blanco. Le encantó. Nunca le había pedido a su padre un coche, la verdad es que no lo usaba mucho, Santi ejercía un poco de todo en su casa, de chófer, de jardinero y de lo que surgiera; y cuando necesitaba un coche, cogía uno de los tres que tenía su padre. Pero ese coche era para ella, y le fascinaba.

—¡Papá! ¡Me encanta! ¿Pero no es muy grande? —le dijo Adriana rodeando el todoterreno—.

—Es perfecto para ti. Quiero que siempre vayas segura, y con este coche lo estarás.

 

Adriana se vistió y desayunó con algo de prisa  para ir con su padre a probar su coche nuevo. Le encantó. A pesar de ser tan grande, se conducía muy bien, era muy cómodo y tenía espacio suficiente.

Llegó la hora de la cena, tan sólo estaban los seis, pues así lo había querido Adriana. La tía Berta le regaló un vestido muy bonito, era azul marino con tirantes muy finos, corte por debajo del pecho, con una fina tira en plata y con volantes pequeños en gasa hasta la altura de las rodillas. Era precioso y Adriana decidió llevarlo aquella noche. Su primo Roberto le regaló un reloj deportivo muy original.

Cenaron todos juntos, rieron y soplaron las velas. Cuando estaban comiendo la tarta llamaron a la puerta, Martina fue a abrir, eran unos cuantos amigos de Adriana. Entre ellos y Roberto se la llevaron a una fiesta privada que le habían preparado en casa de unos amigos. Adriana se resistió al principio, pero después de despedirse de su padre, no tuvo más remedio que ponerse la cinta negra alrededor de los ojos y dejar que se la llevasen a su improvisada fiesta de cumpleaños. Iba a matar a Roberto por organizar todo aquello. No quería una fiesta de cumpleaños. No tenía ánimos suficientes. Aunque ya hacía semana y media de lo ocurrido con Alejandro, aún se sentía mal y sin ganas de salir y estar con tanta gente, aunque en realidad era lo que necesitaba para olvidarse de él. Decidió que esa noche iba a pasárselo de escándalo y no pensaría en Alejandro. Iba a bailar y beber hasta el amanecer, si esa era la única forma de dejar de pensar en él.

 

Durante esa semana Alejandro se mudó a su apartamento, los problemas de fontanería se habían arreglado y dejó el hotel hacía ya una semana. Le gustaba su apartamento. Lo compró tres años atrás y le pidió a su familia que se fuesen a vivir allí, ya que era mucho más grande que su casa y estaba en mejor zona pero ellos, como siempre, se negaron. Alejandro decidió conservarlo para cuando venía tener su propia casa.

Estaba en el sofá recostado viendo la tele, pensaba en el encuentro que había tenido esa misma mañana con Roberto. Ambos se habían encontrado en el restaurante del club náutico. Le había comentado que hoy era el cumpleaños de Adriana y lo había invitado a la fiesta privada que le darían como sorpresa. Alejandro se excusó diciendo que tenía un compromiso. Ante la insistencia de Roberto, le dijo que si le daba tiempo, se pararía un rato ya entrada la noche.

No hacía más que darle vueltas al asunto, no había vuelto a ver ni hablar con Adriana después de lo ocurrido en su habitación del hotel. En toda esa semana se había tratado de convencer a sí mismo de que dejar ir a Adriana fue lo más honesto que había hecho en años, pero no se sentía así. No había parado de pensar en ella ni un sólo instante durante todo ese tiempo. Jamás en su vida había pensado más de tres días seguidos en la misma mujer. Pero Adriana lo traía loco. Cada día la deseaba más, la necesitaba más, era como una droga. No verla, no besarla y no saber nada de ella lo estaba desquiciando.

De repente, apagó la televisión, se levantó del sofá y se dirigió a su habitación. Decidió que iría a la fiesta de cumpleaños de Adriana, necesitaba verla y explicarle su comportamiento de la otra noche. Necesitaba que lo entendiese y lo perdonase. Y… ¡Qué demonios!... era la única mujer que le había interesado en su vida, y ella estaba loca por él. Y él por ella, sin duda alguna. Merecía la pena arriesgarse. Adriana era un tesoro demasiado valioso para dejarlo escapar. Era una mujer única y excepcional. Lo que sentía nada más tocarla no lo había sentido en años con nadie. Se decía a sí mismo que tenía que intentarlo al menos, de lo contrario se arrepentiría de por vida haber dejado escapar a  una mujer como ella.

 

Roberto llevó a Adriana a la fiesta que le tenía organizada en casa de unos amigos. Había muchísima gente. A la mayoría los conocía, eran sus mejores amigos de toda la vida, solo faltaba Sofía, que estaba en Londres. Había compañeros del instituto a los que no veía desde hacía unos años, y también muchos amigos de Roberto a los cuales ella nunca había visto.

Adriana se lo estaba pasando genial, no paró de bailar y charlar con todo el mundo. Ya hacía varias horas que la fiesta había comenzado cuando Alejandro llegó. La vio bailando sin zapatos en el césped, cerca de la piscina con un grupo de amigos, tenía una copa en la mano y estaba bastante alegre. Alejandro se sentó en un taburete en la barra y pidió una copa. Desde allí la observaba. Cuando ya se la estaba terminando se acercó Roberto.

—Alejandro, me alegra que hayas venido, ¿llevas mucho tiempo por aquí?

—No, acabo de llegar hace un rato.

—Pues pásatelo bien y disfruta de la fiesta, amigo —le dijo Roberto brindando con su copa—. Mira la cantidad de mujeres que hay por aquí —Roberto llevaba varias copas demás encima, pensó Alejandro—.

—Voy a saludar a tu prima, aún no la he felicitado —le dijo, poniéndose en pie y soltando su vaso en la barra—.

Junto a Roberto apareció una impresionante rubia, le dio un beso en los labios y tiró de su mano.

—¿No vamos, cariño?

—Enseguida voy —le contestó Roberto—.

—Alejandro, ¿te puedo pedir un favor? —no esperó su respuesta, tenía prisa—. Asegúrate de que Adriana llega bien a casa. Ha bebido varias copas y no está acostumbrada a beber.

—Vete tranquilo —le dijo Alejandro, poniéndole una mano en el hombro de su camisa—.

Y, sin más, Roberto se fue. Alejandro se encaminó hacia donde se encontraba Adriana. Cuando ella lo vio acercarse se quedó de piedra. Él se acercó a su lado.

—Feliz cumpleaños —no intentó darle un beso, no sabía cómo reaccionaría Adriana—.

—¿Qué haces aquí?, no recuerdo haberte invitado. Vete —le dijo con un tono serio. Se dio media vuelta y siguió bailando y riendo—.

Para poner furioso a Alejandro, cogió al primer chico que había junto a ella y le echó ambos brazos al cuello y comenzó a bailar de forma muy provocativa con él.

Alejandro no pudo con aquella escena, Adriana estaba bebida, se le notaba a leguas, si se iba y la dejaba allí, sabe dios junto a quién amanecería. Pensando esto, tiró del brazo de Adriana, arrancándola de los brazos de ese mequetrefe. Le quitó la copa de la mano y la lanzó al lado opuesto del césped y admiró su reacción de sorpresa.

—Es hora de irse, ya has bebido bastante por hoy, ¡vámonos! —le ordenó, tajante, y comenzó a tirar de ella por la mano—.

Adriana se resistía pero Alejandro era demasiado fuerte, y ella ni siquiera llevaba zapatos. Le estaban haciendo daño un rato antes y se los había quitado. El chico con el cual estaba bailando cogió a Alejandro por el hombro.

—Eh tío, ella estaba conmigo.

—Pues ahora se va conmigo —le dijo y se soltó de él—.

Este intentó darle un puñetazo en la cara que Alejandro esquivó. Le dio un empujón y lo tiró a la piscina. Adriana se había soltado de Alejandro y trataba de irse hacia otro lado. Sin embargo, Alejandro la alcanzó en dos zancadas y la cogió por ambas muñecas.

—Tú lo has querido. Te he dicho que nos vamos —y, sin más, la cogió por la cintura y se la cargó al hombro como un saco de patatas—.

Los demás allí presentes se los quedaron mirando mientras ella chillaba y pataleaba subida al hombro de Alejandro. Este no se detuvo en ningún momento. Se dirigió hasta la salida con decisión y paso firme. Ya junto al coche, la bajó y la metió dentro, en el asiento del copiloto, le echó el seguro para niños, dio la vuelta y entró en el coche, se abrochó el cinturón. La miró pero Adriana tenía la cabeza vuelta y permanecía callada, enfadada con los brazos cruzados a la altura del pecho. Alejandro arrancó el coche y se pusieron en marcha.

Cuando lo paró estaban en el club náutico, Adriana estaba completamente dormida, la cogió en brazos, ella ni se inmutó, y se dirigió con ella hacia su yate.

 

A la mañana siguiente, cuando Adriana despertó se encontró en una cama que no era la suya y en un lugar que no reconocía. El pánico la invadió, echó hacia atrás las sábanas y se dio cuenta de que estaba completamente vestida, llevaba el mismo vestido que la noche anterior pero… ¿dónde estaba? Con la cabeza desorientada y un poco mareada se levantó de la cama y se dirigió a la puerta del dormitorio. Conforme se levantó se dio cuenta de que estaba en un barco, no sabía si se movía ella o el barco, lo que sí sabía es que por la gran ventana solo veía agua y un sol cegador que traspasaba las cortinas medio echadas. Abrió la puerta y no vio ni rastro de nadie, subió las escaleras y lo primero que vio allí, en cubierta, con un bañador, una camiseta azul cielo y unas gafas de sol, fue a Alejandro. Estaba sentado tomando café y leyendo la prensa. Al verla, alzó la vista, se reclinó en la silla y la miró descaradamente de arriba abajo.

Adriana lo miró furiosa al darse cuenta de que estaba en su yate. Y con él. ¿Cómo había llegado ella hasta ahí? Recordaba que llegó a la fiesta, la sacó de allí a la fuerza y la subió de malas formas a su coche, pero ya no recordaba nada más. Se dirigió hacia la mesa, plantó ambas manos sobre ella y se dirigió a él muy enfadada, mientras él la miraba con una gran sonrisa en su boca.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Creo que es obvio. Mírate —tenía un aspecto desastroso, el pelo alborotado y el vestido arrugado, descalza, con ojeras y restos de maquillaje por toda la cara—.  Además, anoche estabas profundamente dormida. No podías llegar sola hasta tu habitación —Le exageró, lo cierto es que no intentó ni tan siquiera despertarla cuando llegaron junto a la puerta de la casa de Adriana. Cuando paró el coche y vio que dormía profundamente decidió llevarla a su barco—.

—Ni modo que te viesen así en tu casa —le dijo—. Así pues, te traje aquí para que te recuperaras de tu borrachera ¿Mejor?

—Yo no estaba borracha —le gritó enfurecida—. Además, como yo esté o deje de estar, no es asunto tuyo. Me voy –y, sin más, echó a andar por cubierta—. Se paró en seco cuando se dio cuenta de que solo veía agua alrededor. No estaban en el puerto del club náutico. Estaba en alta mar.

Alejandro se levantó de la silla y cuando ella se dio media vuelta, él estaba allí, delante de sus narices.

—¿Dónde estamos?, llévame ahora mismo a mi casa —le gritó, cada vez más enfurecida—

La cabeza le iba a estallar.

—¿Por qué me has traído aquí? ¿Qué te propones? —siguió preguntando, agitada—.

—Date una ducha, y cámbiate de ropa. Abajo tienes ropa limpia. Tómate un café bien cargado con unas aspirinas y luego hablaremos —le ordenó Alejandro con tono relajado y mirándola a los ojos a través de sus gafas oscuras—.

—No voy a hacer nada. Simplemente me voy. No te quiero cerca ni un solo segundo —y echó a andar—.

Alejandro se quedó allí parado observándola y le dijo, en tono paciente y con una sonrisa en los labios;

—No sé si te hayas dado cuenta de que solo puedes volver nadando, y dudo que con la resaca que tienes puedas nadar ni dos brazadas seguidas —Adriana se quedó parada al escuchar esas palabras. Se volvió y lo encaró, en silencio—. Tenemos que hablar —le ordenó—. Cuando me escuches, te llevaré a tu casa —se quedó callado mirándola, ella tampoco dijo nada, se limitó a mirar a su alrededor, y solo vio agua —Haz lo que te he dicho. ¿O quizás prefieres que sea yo quien te meta en la ducha? —le dijo con una sonrisa pícara—.

—Llévame a mi casa, deben de estar preocupados por mí —le ordenó, furiosa, gritándole—.

—No te preocupes, llamé a Martina y le dije que estabas bien, que pasarías el día conmigo. Me dijo que tu padre no está. Un problema menos. Por ahora.

Adriana no entendía nada. El dolor de cabeza era cada vez más fuerte, pareciera que le iba a explotar. Alejandro la tomó por el brazo delicadamente y la llevó hasta la puerta del camarote. Le indicó la ropa que había encima de la cómoda.

—Tómate el tiempo que necesites, estaré esperándote arriba.

Ella cogió la ropa de encima de la cómoda y se dirigió al cuarto de baño que estaba en el interior de la habitación. Cuando estaba cerrando la puerta vio que Alejandro aún permanecía allí y lo miró furiosa.

—Te odio, Alejandro Robles.

Él la miró con una gran sonrisa y le dijo, para asombro de ella.

—Te adoro, Adriana Martorell —le lanzó un beso con la mano y, sin más, se dirigió a cubierta—.

Pasada una hora Adriana apareció ante él. Llevaba el pelo mojado y se había puesto la ropa que Alejandro le había dejado encima de la cómoda. Un bikini color verde oliva con un pareo estampado en colores vivos y una camiseta blanca. Estaba guapísima así, vestida tan sencilla, con el pelo mojado y sin restos de maquillaje, hasta las leves ojeras la hacían más deseable.

Alejandro estaba trabajando con el ordenador portátil en la mesa. Al verla aparecer, le sirvió café en una taza y se lo extendió hacia el lugar que ocupó Adriana. En frente suyo. Acto seguido, se levantó y le trajo un vaso con agua y unas aspirinas.

—Tómatelas, te sentirás mejor. Aunque ya tienes mejor aspecto.

—La ducha me ha sentado bien —le dijo Adriana mirándolo a los ojos. Después se tomó el café y las aspirinas—.

Alejandro tomó asiento y la observó sin hacer comentario alguno. Cuando Adriana terminó se recostó sobre la espalda de la silla y lo miró a los ojos.

—¿De quién es esta ropa? —su tono era serio, severo. Y lo miraba con odio—.

—La compré para ti esta mañana antes de zarpar. Pensé que la necesitarías cuando despertases. No es gran cosa, pero en la tienda del club no tenían trajes de firma —le dijo en tono burlón—. ¿Acerté con la talla?

Adriana no le siguió el juego, lo miró con soberbia y de mala gana.

—Ya me he duchado, me he cambiado de ropa y me he tomado el café con las aspirinas. He sido una niña obediente. Ahora habla. No me apetece estar más tiempo aquí contigo. Secuestrada —puntualizó—. En contra de mi voluntad.

—¿Me escucharías si tuvieses otra opción?

—No. Me largaría a la primera de cambio. No quiero verte ni en pintura.

— No me has dejado otra opción. Tenemos que hablar. A solas, sin que nadie nos interrumpa y sin que puedas largarte antes de decirte todo lo que tengo que decirte.

—No sé de qué tenemos que hablar tú y yo. Todo está muy claro entre nosotros.

—Te equivocas, Adriana. Tenemos que aclarar muchas cosas —le dijo en tono paciente y mirándola a los ojos—.

Adriana suspiró. Alejandro le sonrió y se puso en pie, se metió ambas manos en los bolsillos del pantalón. Estaba nervioso. Se situó a su lado, cogió la silla más cercana y tomó asiento junto a ella. Mirándola directamente a los ojos y apoyó ambos codos sobre las rodillas.

—Perdóname por mi actitud de la última vez. En mi habitación —se quedó mirándola, callado, esperando su reacción—.

—Está bien, te perdono —le contestó Adriana de malas formas—. Ahora ya nos podemos largar de aquí —y se puso en pie—.

Alejandro la tomó por la mano suavemente, la miró a los ojos y le rogó.

—Por favor, déjame terminar. Siéntate. Para mí esto no es fácil.

Adriana se sentó sin decir ni una sola palabra. Alejandro la tomó por las manos. Ella no trató de soltarse. La actitud de él la tenía desconcertada. Parecía atormentado, tenía los ojos vidriosos y la voz ronca. Le costaba articular palabra.

—Adriana… —comenzó a decir— No sé por dónde empezar. Jamás le he dado explicaciones a nadie de mi comportamiento. En realidad, porque no me interesa lo que piensen de mí. Excepto tú. Eres ante la primera persona que me excuso y trato de que me perdone por mi comportamiento. De ti sí me importa, y mucho, lo que pienses de mí —hizo una pausa y prosiguió—. Eres la primera mujer que me interesa de verdad en mi vida. He tratado de sacarte de mi cabeza, pero no lo consigo. Todo lo contrario, cada vez ocupas un mayor espacio en ella. Me vuelvo loco de celos cuando te veo cerca de otros hombres. No me importó cuando tu padre me dijo que no me quería cerca de ti, no pensaba acatar su voluntad pero todo cambió cuando me dijiste en mi habitación que nunca antes habías estado con nadie.

—Ya, comprendo —Adriana se deshizo de sus manos, se reclinó en el asiento cruzando los brazos y lo miró a los ojos diciéndole con dolor en los suyos—. No te disculpes, comprendo tu actitud. Los hombres como tú esperan otra cosa. No esperabas encontrarte con alguien como yo. Me equivoqué contigo.

—Adriana, cariño, no es lo que has pensando. No te rechacé por tu falta de… experiencia.

— ¿Ah, no?, tengo muy claro que te apetecía pasar un buen rato conmigo pero, claro, a los hombre como tú les gustan las mujeres con experiencia en la cama y yo era toda una novata. Tranquilo, me quedó muy claro qué era lo que esperabas.

—Adriana —se pasó las manos por el pelo, desesperado—, al escucharte decir que nunca habías estado con nadie, eso me hizo plantearme muchas cosas. Entre ellas lo que tu padre acababa de decirme. No soy la persona más adecuada para ti. No quería hacerte daño. Me sentí como un monstruo a tu lado. Dejarte marchar fue lo más honesto que he hecho nunca pero, al mismo tiempo, no sabes cuánto me costó aquello. ¿Crees que para mí en aquel momento no hubiese sido más fácil llevarte a mi cama, que dejarte marchar? Dios, Adriana, si me vuelves loco de deseo desde el instante en que te conocí. ¿De verdad pensaste que mi reacción se debió a tu… falta de experiencia?, eso no me importa, al contrario, dice mucho de ti. Eres preciosa y cualquier otra que poseyese tus atributos se habría pasado desde los quince de cama en cama con cualquiera. Tú, sin embargo, eres diferente. —Le tocó la mejilla—. Eso me asustó aún más. Alguien que espera hasta los veintidós años para acostarse con un hombre es porque espera algo especial. Doy por hecho que no te han faltado pretendientes ni proposiciones a lo largo de estos años. Sin embargo, me elegiste a mí.

—Ya. Te horrorizó pensar que me había enamorado perdidamente de ti, que por eso estaba dispuesta a acostarme contigo. Que había estado esperando a mi príncipe azul. Y claro, yo no sería de las que se van por la mañana de tu cama y si te he visto no me acuerdo, ¿no? Al contrario, sería un problema.

—¿Te enamoraste de mí? —le preguntó mirándola a los ojos y muy serio, no le dejó que contestara— Porque yo estoy perdidamente enamorado de ti. Esta semana ha sido un infierno, no voy a dejarte escapar —y se puso de pie tirando de ella por las manos y poniéndola también de pie—.

Adriana estaba estupefacta, no sabía cómo reaccionar ante lo que acababa de escuchar. Tan solo atinó a preguntar con un hilo de voz, mientras Alejandro la tenía muy cerca de él;

—¿A qué se debe tu cambio?

A Alejandro se le formó una gran sonrisa en la boca, la abrazó y la besó suavemente en la boca. Después, mientras le daba besos por el resto de la cara y el cuello, se lo explicó.

—Mi cambio se debe a que me vuelvo loco nada más pensarte en los brazos de otro. No paro de pensar en ti desde el día en que te conocí. Jamás he sentido esto por nadie. Cuando lo descubrí me horroricé, porque era algo nuevo para mí y decidí alejarme de ti. Supuse que así se me pasaría, que sería un capricho pasajero. Pero fue mucho peor. Mi apartamento está destrozado, lo he pagado con todo lo que se me cruzaba. Me pasaba el día de mal humor y cabreado conmigo mismo. Hasta que me di cuenta de la magnitud de lo que estaba rechazando —la tomó por la barbilla con dos dedos—. No puedo dejarte ir sin más. Es demasiado fuerte lo que siento. Y ahora, dime, ¿qué sientes por mí, Adriana?, por favor, sé sincera. Te acabo de abrir mi corazón.

—Álex… —le dijo ella poniéndole ambas manos sobre sus mejillas. Tenía un nudo en la garganta—. Al principio tenía miedo de enamorarme de un hombre como tú, no creas que no sabía que ello conllevaba el sufrir todo lo que he sufrido durante esta semana. Sin embargo, no pude evitarlo, sin querer cada día estabas más dentro de mí; sin querer ocupabas mis pensamientos, mis sentimientos y mi corazón. Y yo no podía hacer nada por pararlo — le resbalaron las lágrimas por sus impresionantes ojos verdes—. Estoy completamente enamorada de ti, Alejandro Robles, desde el instante en el que me besaste por primera vez.

Nada más decir estas palabras, Alejandro la estrechó fuertemente contra su cuerpo y la besó desesperadamente. Ambos se besaron como habían deseado hacerlo desde la última vez que se vieron.

Alejandro la miró a sus ojos llorosos y le secó las lágrimas con cariño.

—Adriana —le dio un gran abrazo—. Anoche no me dejaste felicitarte como se debe— y le dio un beso suave en los labios, luego la miró a los ojos—. Tengo un regalo para ti.

—Lo que acabas de decirme es el mejor regalo que he recibido jamás. ¿Qué más puedo pedir, si tengo rendido ante mí al hombre más deseado por las mujeres?

Alejandro se rió a carcajadas.

—Tú sí que eres la mujer más deseada allá donde vas. Y lo más maravilloso, es que ni siquiera eres consciente de ello —la tomó por la mano y se dirigieron al gran sofá blanco de cubierta—. Te confieso que el verte anoche con esos tíos, ahí bailando, me desquició. No sé qué me pasó.

—Puedes estar tranquilo, no pasó nada, son unos amigos de toda la vida. No tienes de qué preocuparte —le dijo Adriana abrazándolo y colocando su cabeza sobre el hombro de Alejandro—.

—¿De verdad? ¿No tengo de qué preocuparme? Me he vuelto loco esta semana pensando con quién estarías a todas horas.

—Pues, la verdad, es que he pasado toda la semana en compañía de un solo hombre, —Adriana se dio cuenta de que el cuerpo de Alejandro se tensó. Se rió para sí misma y añadió, apoyándose en su pecho y mirándolo a los ojos— al que adoro, admiro y quiero muchísimo. Mi padre —le soltó con una gran carcajada, al ver su expresión—.

—Dios, cómo te adoro —le dijo, rodando con ella por el sofá y besándola por todo el rostro—.

Cualquier otra hubiese corrido despechada a los brazos del primero que hubiese tenido a tiro. Adriana, sin embargo, pasó toda la semana con su padre. El tener a aquella mujer entre sus brazos era lo mejor que le había pasado en la vida. Dio gracias por ello.   

Adriana le preguntó entre besos;

—¿Y tú? ¿Con quién has pasado la semana? —tenía miedo a su respuesta—. La verdad —le dijo, en tono serio—.

Alejandro estalló en carcajadas.

—Si te cuento la verdad, arruinaré mi reputación. ¡Está bien! —le dijo al ver la cara que ponía Adriana—. Me mudé a mi apartamento a la mañana siguiente de la subasta, las obras ya habían terminado, pero creo que habrá que reformarlo otra vez.

—¿Por qué dices que habrá que reformarlo otra vez?

—Porque me he pasado toda la semana allí metido trabajando. Y pensando en ti —por la expresión de Adriana, vio que no entendía nada—; y como te dije antes, lo he pagado con todo el mobiliario.

Sonó el móvil de Alejandro, era Pablo. Mientras, Adriana se quedó allí tumbada observando sus movimientos, cómo lo amaba. La conversación se alargó más de lo esperado y Adriana se quedó dormida en el sofá. Alejandro la observó cuando terminó de hablar, la dejó descansar y siguió con lo que estaba en su ordenador.

 

Deseos del destino
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