CAPÍTULO 17
Pasó el fin de semana y Alba volvió a casa con su madre. Le había gustado pasar dos días con su nueva familia. Disfrutó mucho jugando con su padre, su tía y sus abuelos. Estaba encantada con volver. Sin embargo, esos no eran los planes de su padre. No la quería allí solo los fines de semanas alternos y vacaciones. La quería todos los días con todas sus horas, y se valdría de todas sus armas para conseguirlo.
Al día siguiente, trató de hablar con Adriana a solas y tranquilos, cosa que aún no habían tenido oportunidad de hacer. Tenía que volverla a enamorar y que ella creyese de nuevo en su amor, y en él. Era consciente de que con su reputación de mujeriego no lo tenía nada fácil. Tenía que lograr como fuera que ella detuviese esa absurda boda. Aquel día le fue imposible estar a solas con ella y hablar. Adriana estaba siempre muy ocupada cuando la llamaba, le ponía excusas de reuniones, cansancio, etc. Trataba de evitarlo. Cuando acudía todos los días a su casa para ver y estar un rato con su hija, evitaba estar con él. Se saludaban de forma cordial y lo dejaba solo con Alba. Permanecía cerca pero distante, inmersa en su ordenador. Alejandro se daba cuenta de que lo evitaba, sobre todo, porque no lo miraba a los ojos. Le apartaba la mirada y no mantenían conversación alguna, tan solo simples saludos. Otras veces Adriana no estaba, era Berta quien se encontraba allí cuando acudía a ver a su hija. No entendía a Adriana, ni su actitud hacia él, un día, cuando se marchaba, intentó hablar con ella.
—¿Por qué me evitas, Adriana? ¿Qué temes de mí? —su expresión era dura y seria—.
—¿Yo? —estaba nerviosa—.
—Sí, tú —la acusó—. Me evitas, siempre estás ocupada para hablar conmigo, tratas de que no nos quedemos a solas y, lo más importante, no me miras a los ojos. Mírame.
Ella lo obedeció. Y él se acercó más a ella, que trató de dar un paso atrás, pero la sujetó por la cintura.
—Tenemos mucho de qué hablar. Solo quiero hablar —le puntualizó—. Por ahora —le dejó clara sus intenciones—.
Ella asintió, no tenía fuerzas para articular palabra, él la ponía demasiado nerviosa.
—Esto que nos está pasando, es cosa de los dos —se acercó a ella aún más, pegando sus cuerpos, sintiendo su calor—. Mañana. Dile a tu tía que se quede con Alba, tú y yo iremos a cenar —lo dijo como una orden—. Terreno neutral, para que estés más tranquila —se burló, le dio un ligero beso en la mejilla y se marchó—.
Adriana se quedó allí, viendo como se marchaba, le afectaba demasiado tenerlo cerca, le alteraba todos sus sentidos. Era como un huracán. Cada vez que estaba cerca, dejaba huella, y esta se hacía cada vez más profunda y difícil de borrar.
Al día siguiente, Alejandro encontró en su agenda de aquella mañana una reunión de Monfort, tendría que asistir Adriana. Aquello le hizo sonreír, siempre era un placer verla. Cuando llegó la hora de la reunión Adriana no se encontraba allí, antes de comenzar, Alejandro se dirigió a Sofía.
—¿Alguna razón importante para que Adriana no esté presente en la reunión? —su tono no era amigable—.
Era una reunión importante, con inversionistas, arquitectos y decoradores. Adriana debía estar presente y que no estuviera lo molestó. Sofía le respondió en voz baja, pero igual, la mayoría de los presentes se enteró de su respuesta.
—Verás, Alejandro. Alba se despertó con un poco de fiebre y Adriana se ha quedado con ella, cuando está malita no quiere que su madre se despegue de ella.
Nada más oír esas palabras, Alejandro se puso en pie y se dirigió a todos los allí reunidos.
—Señores, me tengo que marchar. Los dejo en buenas manos —se dirigió a su hermana, también presente, a Edu y a Pablo—. Encargaos de todo —sin más, salió por la puerta con prisas—.
Llegó a casa de Adriana en quince minutos. Llamó al timbre y Adriana le abrió la puerta, entró y se dirigió a ella con tono autoritario.
—¿Por qué no me has avisado? Soy el padre y tengo derecho –bramó—.
—Alejandro, es solo un poco de fiebre. Ha pasado una mala noche con fiebre alta, pero ya le ha bajado —suavizó Adriana—. Sabía que tenías una reunión importante y no quise interrumpirte. Pensaba llamarte más tarde. La está revisando Cristian —le aclaró al ver que se dirigía a la habitación de la niña—.
—Es pediatra —le comentó, ante su cara de asombro—.
La miró, se quitó la chaqueta de mala gana y se sentó en el sofá de mal humor. Adriana hizo lo mismo, sin dirigirle la palabra. Al cabo de unos minutos Cristian salió de la habitación de Alba y ambos se pusieron en pie. Era una escena algo incómoda para todos, Adriana trató de llevarlo por buen camino, pero con Alejandro era imposible.
—Cristian, él es Alejandro –los presentó Adriana—.
Ambos hombres se miraron y asintieron, nada de manos ni de gestos cordiales.
—¿Cómo está mi hija? –preguntó Alejandro, de forma directa—.
—No es nada importante —Cristian se dirigió a Adriana—. Puedes estar tranquila, un simple resfriado. Un par de días en cama y estará bien. Te dejo unas pastillas por si le sube la fiebre esta noche, cosa que es bastante probable. Pero no te asustes, mañana estará bien.
Alejandro desapareció del salón.
—Voy a verla.
Cristian y Adriana esperaron a que entrase en la habitación de Alba.
—Adriana, me tengo que marchar. Tengo guardia de doce horas, si necesitas algo solo tienes que llamarme.
—No te preocupes, gracias por venir.
Cristian se despidió de ella y se fue. Cuando cerró la puerta y se dio media vuelta, ahí estaba Alejandro, en mangas de camisa, sin corbata y con las manos metidas en los bolsillos, observándola.
—Así que también es médico —le dijo, con sorpresa—.
—Sí, y uno de los mejores —le hizo a un lado para pasar—.
Adriana lo miró de mala gana, imitando su gesto, se sentó justo enfrente de él.
—¿Podemos hablar? —le dijo Alejandro—.
—¿De qué?
—De tu novio, ¿Qué tal es? —le dijo, serio. Se lo comían los celos por dentro desde que vio el leve beso que le dio en los labios como despedida minutos atrás—.
— Qué te importa —le molestó su pregunta—. ¿Te pregunto yo cómo son tus amiguitas?
—Ninguna como tú —le respondió serio, con la mirada cargada de deseo y desnudándola mentalmente—. Aún no he podido borrarte de mi mente, no sé qué me hiciste cinco años atrás, pero me dejaste marcado de por vida. Mi mayor cruz ha sido vivir con ello sin tenerte a ti a mi lado.
Se levantó y se arrodilló junto a ella. La tomó de las manos, con voz suave.
—Dime qué sientes cuando me tienes cerca —la miró de forma penetrante a los ojos, esperando una respuesta—. Sé que no te soy indiferente. Noto tu nerviosismo, tu temblor y tu miedo cuando estamos así. Una parte de ti me rechaza. Tu cabeza —le aclaró—. Sin embargo, tu cuerpo te traiciona y habla por ti.
No hubo respuesta por parte de Adriana. Permaneció en silencio mirándolo a los ojos. De pronto, ambos oyeron que Alba había despertado y acudieron a su habitación. Fue Alejandro el primero en entrar. La niña se puso feliz de ver a su padre.
Alejandro permaneció todo el día en casa de Adriana, no quería dejar a su hija. El médico había dicho que por la tarde podría subirle la fiebre. Pasó la tarde jugando con ella en la cama y leyéndole cuentos. Era tarde cuando se quedó dormida, fue al salón y encontró a Adriana, también dormida, con la televisión puesta. Se acercó a ella y la despertó suavemente.
—Puedes irte a la cama, es tarde. Alba está bien. No tiene fiebre. Yo cuidaré de ella toda la noche, tú estás agotada por la noche pasada.
—No —protestó—.
—Sí, me quedaré aquí en el sofá. Ve a dormir —le ordenó—.
Adriana no tenía intención de discutir, se levantó y se dirigió a su habitación.
Álex permaneció varias horas mirando a través de los cristales las luces de la gran ciudad. Le relajaban las luces en medio de la noche, y le hacía poner la mente en blanco y no pensar en nada más. De repente, escuchó a Adriana gritar. El grito provenía de su habitación, acudió allí en dos grandes pasos y abrió la puerta rápidamente. Encontró a Adriana en la cama, gritaba y decía cosas incoherentes. Tenía una pesadilla. Se acercó, la abrazó entre sus brazos y le susurró, para despertarla.
—Es solo una pesadilla, mi amor. Tranquilízate. Yo estoy aquí contigo.
Adriana se abrazó desesperadamente a él. La acunó entre sus brazos y le susurró palabras tranquilizadoras al oído, consiguiendo que volviese a dormir. Alejandro pasó junto a ella toda la noche, velando sus sueños y cumpliendo el suyo; volver a tener a Adriana entre sus brazos. Fue una noche mágica, el solo hecho de tenerla junto a él le hizo sentirse de una forma muy especial. Disfrutó más velando sus sueños que en otras ocasiones con cualquier mujer en su cama.
Con los primeros rayos del alba, Adriana abrió sus hermosos ojos, que se encontraron con los de Alejandro mirándola fijamente y con una sonrisa en sus labios. Su primera reacción fue apartarse de él.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, desorientada—.
Él no se movió, estaba pasmosamente tranquilo.
—Adriana, anoche tuviste una pesadilla. Entré en la habitación porque te escuché gritar. No sabía qué te pasaba.
Ella permaneció en silencio recordando vagamente el abrazo y palabras tranquilizadoras que recibió de él.
—Sí, eso fue anoche. ¿Qué haces aquí ahora? —le preguntó enfadada y mirando la cama—.
—Tranquila, no me he aprovechado de ti. Solo he velado tus sueños toda la noche, me quedé aquí por si volvían a aparecer tus pesadillas. Aunque yo soy el antídoto a ellas. Has dormido plácidamente entre mis brazos toda la noche —le dijo con un sonrisita que molestó aún más a Adriana—.
—No seas arrogante, ¡por favor! —se levantó de la cama y lo miró al oírlo reír—.
—Entonces, ¿me mentías? —Adriana lo miró extrañada porque no sabía a qué se refería. Él continuó—. Cuando me fui precipitadamente a Miami porque mi tío tuvo un infarto, hablábamos todos los días. Al cabo de varias semanas, un día me confesaste que al no dormir entre mis brazos, tus pesadillas habían vuelto a aparecer. Fue cuando decidimos que viajarías a Miami al día siguiente y casarnos allí. Ninguno de los dos soportábamos más estar separados. ¿Te das cuenta de lo fuerte que era lo que había entre los dos? —se levantó y fue hacia ella, que estaba a los pies de la cama, mirándolo—.
Adriana estaba realmente sorprendida por aquella revelación. Él conocía de aquellas pesadillas.
—Entonces, ¿me ocurría estas pesadillas también antes? Digo, antes del accidente —le dijo, algo abrumada—.
—Sí, yo mismo fui testigo varias veces.
—Yo pensaba que era a raíz de mis no recuerdos. No consigo nunca recordar esas pesadillas una vez que despierto. ¿Tú sabes qué las provocaban, verdad?
—Adriana, entre tú y yo no había secretos —él se acercó aún más, le acarició la mejilla con sus labios y la tomó entre sus brazos para que no pudiese escapar—. Cierra los ojos —le susurró, y ella obedeció—. Bésame —le ordenó, y también obedeció—.
Estaba como hipnotizada por su voz. Nada más rozar sus labios con los de él, su cuerpo se encendió; quería más y más. Él la dejaba hacer, quería que fuese ella quien decidiese hasta donde llegar, que se diese cuenta de que su cuerpo hablaba por sí mismo. Él no le mentía cuando le decía que su amor fue muy fuerte. Ahí estaba de nuevo, en todo su esplendor, más vivo que nunca, y con más fuerza y energías con el paso de los años. A pesar de no intentar tomar las riendas, Álex la tumbó sobre la cama y cubrió su cuerpo con el suyo. Se necesitan, había pasado demasiado tiempo, sus cuerpos se clamaban. Fue él quien interrumpió aquel momento mágico entre los dos, de fondo escuchó que tocaban al timbre con insistencia. Se hizo a un lado, le dio un beso cariñoso en la mejilla a Adriana y fue a abrir la puerta poniéndose bien la ropa. Ella se quedó allí recuperando el aliento y la compostura, totalmente avergonzada por lo que había estado a punto de hacer con Alejandro, pensó en su hija en la habitación de al lado y el respeto que le debía a Cristian.
Era Berta, se asombró de ver a Alejandro allí con aspecto desaliñado. Álex le dijo que había pasado la noche en el sofá por si Alba se ponía peor, cogió su chaqueta y su corbata y se marchó. No se despidió de Adriana, esa misma mañana tenían una importante reunión inaplazable a la que debería acudir; además, Alba ya estaba bien, había pasado toda la noche sin fiebre y Berta estaba allí para cuidarla durante la mañana.
Berta acudió a la habitación de su sobrina y la encontró pensativa, echa un ovillo en la cama, con la mirada perdida pero con un brillo especial en su mirada. Adriana se sobresaltó al oírla entrar, no se la esperaba. Berta le dijo que Alejandro se había marchado y que Alba aún dormía. No tenía fiebre, lo había comprobado ella misma. Adriana se levantó y se dirigió a la ducha. Su tía le cortó el paso.
—¿Todo bien con Alejandro?, ¿ha pasado la noche aquí?
Adriana asintió. Pero también le dejó claro que entre ellos no había ocurrido nada. Que se quedó solo por su hija. No le dijo nada de sus pesadillas, y mucho menos de que había compartido cama durante toda la noche con él. Se duchó, desayunó algo rápido y cogió del armario un discreto vestido negro combinado con un enorme cinturón azul eléctrico ajustado a su pequeña cintura. Se miró al espejo y le gustó el resultado, iba a una reunión de trabajo, se colocó los zapatos de tacón y cogió su maletín. Se despidió de su tía y le encargó a su hija. Le dijo que ella volvería en cuestión de unas cinco horas, como máximo. El tiempo que le llevase la toma de decisiones en la junta. No tenía ganas de ver a Alejandro después de lo ocurrido aquella mañana, pero al ser una reunión de trabajo y asistir varios ejecutivos, no habría lugar a tratar sobre ellos.
Álex llegó temprano a su despacho, la reunión sería en menos de dos horas, y aún le quedaban algunos aspectos que repasar en el dossier que su hermana le había dejado sobre su escritorio. A pesar de no haber dormido en toda la noche, se sentía con unas energías renovadas y de muy buen humor. Aquel beso con Adriana le había devuelto la vida. Después de aquella reunión hablaría con ella y aclararían todo sobre su situación. Estaba claro que ella sentía lo mismo que él. Su cuerpo se lo había dicho sin necesidad de palabras. Estaría asustada, pero él le haría comprender que no tenía porqué. Continuó con sus papeles y se dio cuenta de que le faltaba el dossier del día anterior, se levantó y fue a la sala de juntas donde lo había dejado olvidado.
Adriana y Sofía también llegaron pronto. Tenían que discutir unos asuntos y prefirieron hacerlo en la misma sala de juntas donde se llevaría a cabo la reunión una hora después. Estando inmersas en sus contratos y acuerdos por firmar.
—¿Qué te ocurre, que hoy dudas de todo? —comentó Sofía—. Está bien —le quitó de sus manos los papeles—. Dime qué te pasa, te conozco y esa cara de preocupación no es por Alba, algo más ronda por tu cabeza. Cuéntamelo —le instó—.
—No puedo más —cerró los ojos. Sofía la miraba desconcertada—. Alejandro me está volviendo loca.
Le contó lo sucedido la noche anterior entre ambos. Había tomado una decisión aquella misma mañana que le comunicó a su amiga.
—Voy a adelantar la boda con Cristian. Le voy a pedir que nos casemos a primeros del próximo mes. Mi vida es un desastre desde que Alejandro entró en ella. Mi hija está confundida entre él y Cristian. Lo mejor será que la situación se normalice cuanto antes. No me gusta tenerlos a ambos por casa y mi hija haciéndome preguntas. Tengo que darle un hogar estable, aunque pase algunos días y vacaciones con Alejandro. Tiene amigas en la misma situación. Lo llevará bien. Yo, no tanto.
Sofía permanecía en silencio, justo cuando le iba a decir a su amiga que todo aquello le parecía una locura, comenzaron a entrar ejecutivos por la puerta de la sala de juntas.
—Luego hablamos. Creo que te estás precipitando —le dijo Sofía—.
Estaban todos sentados en la gran mesa de la sala de juntas, solo faltaba Alejandro. Tardó unos diez minutos más en aparecer. De repente, entró con cara de pocos amigos, aire de ejecutivo y su arrogancia de siempre. Hizo su aparición por una puerta que nadie esperaba, esta daba directamente a su despacho. Y desde allí había oído la conversación mantenida minutos atrás entre Adriana y Sofía. Se colocó en el asiento que quedaba libre y, sin llegar a sentarse, dijo con voz clara, alta y autoritaria. Era una orden.
—Señores, queda suspendida la reunión hasta nuevo aviso. Mi secretaria se pondrá en contacto con cada uno de ustedes para fijar una nueva fecha —todos se miraron asombrados ante aquellas palabras. No dio más explicaciones—. Abandonen la sala de juntas cuanto antes —se quedó allí parado esperando que eso ocurriese—.
Mientras, su hermana, Edu, Sofía y Adriana lo miraban atónitos. Era una reunión muy importante, y él había decidido aquello sin previo aviso ni consulta. Así era él, pensó Adriana cuando se levantó y se dispuso a abandonar la sala detrás de Sofía.
—Quédate, Adriana —resonó alto y claro tras su espalda. Ella se dio la vuelta y lo miró con asombro—. Tú y yo tenemos cosas que aclarar —dijo de forma tajante y amenazadora—.
Todos salieron y los dejaron solos. Estaban allí de pie, y sus miradas eran frías y desconfiadas. Alejandro le hizo ademán de tomar asiento, ella aceptó. Él permaneció allí plantado y tomó la palabra.
—Bien, Adriana. Se acabaron las tonterías entre nosotros. Vamos a dejar las cosas claras de una vez por todas —se inclinó sobre la mesa con ambas manos sobre ella, mirándola fijamente a sus ojos. Adriana permanecía en silencio, no sabía a qué se refería—.Te voy a decir como están las cosas entre tú y yo ahora mismo —le expuso con claridad—. Hace cinco años me fue arrebatado el derecho de conocer a mi hija. Ahora que la he encontrado, no voy a permitir que nadie me aleje de ella.
—Nadie pretende eso, Alejandro —se defendió de su tono acusatorio—.
—Déjame terminar —le dijo con expresión fría y cortante—. Esto es lo que va a suceder a partir de hoy. Tengo toda la intención de ser un buen padre para Alba. No voy a conformarme con verla algunas tardes a la semana, fines de semana alternos y vacaciones. No. Quiero llevarla al colegio, ayudarla en sus tareas, darle un beso de buenas noches todos los días; recuperar los años perdidos junto a mi hija. Para ello, tú y yo vamos a darle una verdadera familia. Quiero que sea feliz —Adriana asintió, hasta ahí estaba de acuerdo con él—. Para ello, es necesario que ambos convivamos juntos. Nos casemos —le aclaró—. Es la única forma de disfrutar de nuestra hija sin complicaciones —ante sus ojos desorbitados añadió—; de no ser así, alguno de los tres sufrirá, y no estoy dispuesto a ser yo quien se sacrifique. Llámame egoísta si quieres.
— ¡Estás loco! —se levantó al oír aquella barbaridad—. Yo no voy a convivir contigo, mucho menos, casarnos. ¿Pero quién te crees? Yo tenía una vida antes de que tú aparecieras en ella. ¿Qué esperas, que lo deje todo? Estás realmente loco —le gritó—.
—No voy a permitir que te cases con otro y te lleves a mi hija —le espetó mirándola de forma feroz—. Mucho menos, que sea otro el que esté todos los días junto a mi hija. Que ella misma no sepa a quién llamar papá. No, Adriana. Quiero que Alba conviva conmigo siempre de ahora en adelante. Ser yo quien le de los buenos días, la lleve al colegio, la ayude con las tareas y le dé el beso de buenas noches. Quiero que eso sea habitual para ella, como lo haces tú, y no tener que esperar a los fines de semanas y vacaciones para tenerla junto a mí. ¿Entiendes? —ella asintió, lo comprendía hasta ese punto—.
—Sin embargo, tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer con mi vida —le puntualizó, con el ceño fruncido por la rabia—. No tienes derecho sobre mí —gritó—.
—Pero si lo tengo sobre mi hija —le dijo con rotundidad—. No me voy a andar con rodeos, Adriana —la miró de forma despiadada—. Te voy a poner todas mis cartas sobre la mesa. Tú, simplemente tendrás que elegir cómo jugar —tomó asiento y le indicó a ella que hiciese lo mismo. Adriana lo imitó y se dispuso a escucharlo—.
—Bien —dijo poniendo ambas manos sobre la mesa y jugando con sus dedos—. Tienes dos opciones; la primera de ellas te la acabo de mencionar, te casas conmigo y los dos le damos a Alba un verdadero hogar junto a sus padres. Como debió ser siempre. Puedes abstenerte de hacer vida marital conmigo si así lo deseas —le aclaró, al ver su expresión—. Yo solo pretendo el bien de mi hija. Si lo prefieres, tan solo seremos un matrimonio feliz ante nuestra hija y los demás. De esta forma, ambos estaremos en igualdad de condiciones, disfrutando de cada instante de la vida de nuestra hija bajo el mismo techo. Y la otra opción, que espero no tener que llegar a ponerla en práctica, pero ten por seguro que lo haré si rechazas la primera. Si no aceptas formar una familia junto a mí con nuestra hija, mañana mismo interpondré una demanda para obtener la custodia de Alba. La quiero conmigo. No estoy dispuesto a que le impongas convivir con otro hombre.
Adriana lo miró con profundo desprecio, no podía creer todo aquello.
—Haz lo que quieras, pero no accederé a tus chantajes —se puso en pie y se dispuso a marchase, indignada por aquello—.
Cuando iba camino de la puerta Alejandro siguió hablando con la misma calma que antes.
—En mi demanda incluiré los datos de tu pérdida de memoria hace cinco años y aún no recuperada, que se me negó el derecho de ejercer de padre y tus problemas psicológicos. ¿De verdad crees que algún juez en su sano juicio va a denegarme la custodia de Alba?
Adriana se volvió ante sus palabras y lo fulminó con la mirada vidriosa por la rabia.
—¡Eres despreciable! —le gritó, mientras él acudía junto a ella—.
—No, Adriana. Soy un padre desesperado que no tiene otra opción. Tú eliges.
—Eres un monstruo —le dijo con asco y desprecio—. ¿Cómo pretendes que de la noche a la mañana me case contigo? Estoy comprometida con otro hombre.
—Ese no es mi problema —le dijo con indiferencia— ¿Aceptas casarte conmigo? Necesito una respuesta ya, no voy a esperar más.
Adriana guardó silencio por unos segundos, pensaba rápidamente en la forma de solucionar todo aquello. Tenía que haber una forma de negociar.
—¿Y si decido no casarme con Cristian? —le dijo con voz entrecortada y desesperada—.
—No es esa la cuestión, Adriana. ¿Es que no me
has entendido? Quiero a mi hija junto a mí. No quiero estar con
ella un tiempo marcado por reloj. Quiero disfrutar de todos los
momentos. Ahora bien, si tú estás dispuesta a que Alba conviva
conmigo, y ser tú la que veas a nuestra hija algunas tardes a la
semana, los fines de semana alternos y las vacaciones
compartidas... adelante, no te pediré que te cases conmigo. Lo que
te propongo es una solución para ambos y nuestra hija, no una
obligación. Tú decides. ¿Crees que te propongo todo esto
porque realmente quiero casarme contigo?
Para mí el matrimonio es un sacrificio, lo he rechazado durante
treinta y tres años. Sin embargo, en esta ocasión es lo más
conveniente —le dijo, para herirla—. Ya te he dicho que no
llevaremos vida íntima si no estás dispuesta, por mí no hay
problema en ese aspecto. Aunque si lo deseas, puedo refrescarte la
memoria. Lo pasábamos muy bien —siguió con sus comentarios
hirientes—.
Adriana guardó silencio, avergonzada, y se sentó de nuevo. Le temblaban las rodillas. Lo miró, resignada, y pudo ver a un Alejandro frío, calculador y despiadado. Así era como lo definían en el mundo de los negocios, alguien muy diferente al hombre que había conocido hasta ese preciso instante. Tenía ante ella al monstruo que su padre trató de ocultar manteniéndolo alejado de ella durante todos estos años. Por primera vez, no culpó a su padre por lo sucedido cinco años atrás.
En el fondo de su ser, sabía que si Alejandro interponía una demanda alegando todos sus problemas, podría perder la custodia de su hija. Además, él tenía amigos muy poderosos que le debían favores; seguramente se valdría de ellos. No podía permitirse correr ese riesgo junto con el escarnio público. Aparte de él y su familia, nadie sabía de su pérdida de memoria. Todo aquello era demasiado. No podía permitir que su hija quedase en manos de ese monstruo. Él quería venganza. Si le daba la oportunidad de luchar por la custodia de Alba y la ganaba, podría llevarse a su hija lejos, y no lo iba a tolerar, así tuviese que unir su destino al de aquel despiadado ser que tenía frente a ella sonriéndole diabólicamente. Se encontraba entre la espada y la pared.
Tras un largo silencio, finalmente tomó una decisión.
—Está bien. Acepto —estaba derrotada y abatida—. Tú ganas. Nos casaremos cuando digas.
—Ganamos los dos, Adriana —su sonrisa era espectacular—. Y mucho, créeme. Nos casaremos este viernes —le anunció con rotundidad—.
—¿El viernes? —estaban a miércoles—.
—¿Por qué esperar más? Nos casaremos en una ceremonia íntima y civil. Me ocuparé de todo. Vendréis a vivir a mi casa, es más grande que la tuya. Tienes más habitaciones —la miró con una sonrisa malévola—. Si vivimos en tu ático tendremos que compartir habitación —le dijo para que aceptase de inmediato—. Y creo que hemos quedado en que solo seremos un matrimonio antes los demás. ¿Me equivoco?
—No. Ya veo que lo tienes todo muy bien planeado. ¿Algo más?
— lba. Le comunicaremos la noticia esta tarde. Juntos —le especificó—, ¿alguna duda más, señorita Martorell? —lo dijo a modo de burla—.
Adriana respiró hondo ante su prepotencia y altanería. Se puso en pie y recogió su bolso.
—Todo me ha quedado perfectamente claro —lo miró con odio y se dispuso a salir—.
Aún no había llegado a la puerta cuando escuchó la voz de él a sus espaldas.
—Dile a tu abogado de confianza que se ponga en contacto con el mío. Por supuesto, nos casaremos con separación de bienes. No quiero que el día que nos divorciemos, el hecho de haber sido mi esposa suponga una ventaja económica para ti —fue su estocada final—.
Ella se volvió y lo fulminó con la mirada. Él sonrió con cómica calma.
—Cuando Alba crezca, nos divorciaremos. ¿No creerás que quiero pasar toda la vida atado a ti, verdad? —le dejó claro una vez más su desinterés hacia ella, hiriéndola de nuevo—.
Adriana abrió la puerta para marcharse sin responderle, lo miró de nuevo. Él tenía el rostro serio y duro como el granito.
—Otra cosa, no quiero ver a tu padre cerca de mí, ni de mi hija —le especificó—. No sé si podría controlarme.
Adriana cerró de un portazo. Tenía ganas de gritarle, pegarle… sin embargo, sería en vano. Él tenía ganada de antemano esa guerra, por ello se permitía toda clase de exigencias. Cómo lo odiaba en aquellos momentos.
Sofía la esperaba sentada en el sofá de recepción, acudió junto a ella y la envolvió en un abrazo al verle la cara;
—Vámonos de aquí, por el camino me lo cuentas todo —había escuchado voces y gritos desde la oficina de Alejandro, se imaginaba que nada bueno había ocurrido entre ellos—.
Alejandro estaba feliz. En menos de dos días tendría a sus dos amores viviendo con él, y para siempre. Se había ganado el desprecio de Adriana, sin embargo no tenía otra forma de hacerla desistir de ese absurdo matrimonio. Dio gracias al cielo porque Adriana hubiese caído en su farol de llevarla a los tribunales por la custodia a Alba. De ahora en adelante tendría que emplearse a fondo para volverla a enamorar. Porque si algo tenía claro, es que Adriana volvería a ser completamente suya. Y esta vez sería para siempre.