CAPÍTULO 23

 

Alejandro estaba de camino en su limusina a la entrega de premios cuando le sonó el móvil, atendió sin ganas y malhumorado.

—¿Sí? —Al otro lado sonó la voz coqueta de una mujer a la que conocía muy bien, a su pesar—.

—Alejandro, cariño, acabo de llegar de Australia tras tres largos meses de intenso trabajo. Tengo cuatro sesiones fotográficas en España y me encuentro con la noticia de que estas aquí, y que esta noche serás premiado como mejor empresario del año.

Alejandro puso los ojos en blanco al escuchar su voz. Leticia. No le apetecía darle explicaciones. Al no escuchar respuesta alguna por parte de él, insistió.

—¿Estás ahí, cariño?

—Sí, Leticia, sigo aquí... —respiró hondo—.

—Pensé que se había cortado. Verás, da la casualidad que me alojo en el hotel Montecarlos, donde se llevarán a cabo los premios. Y tengo una invitación. Me muero por verte, aunque no me has llamado ni una sola vez desde que me fui —le recriminó—. Pero te perdono, sé que siempre estás muy ocupado y el rollo de la diferencia horaria. ¿Qué te parece si nos vemos esta noche?

—Como quieras —le respondió, indiferente—.

—Muy bien, entonces nos vemos esta noche y recordaremos viejos tiempos, mi amor. Te he echado mucho de menos en todos estos meses.

Alejandro llegó al enorme salón de actos cuando todos estaban ya sentados y acababa de comenzar el discurso de presentación. Llegó hasta su lugar y vio que el sitio que debía ocupar Adriana estaba vacío, el que ahora ocuparía Pablo, miró y no vio a su amigo, le extrañó no verlo allí sentado ya que había salido una hora antes que él hacia el evento. A los pocos minutos de estar Alejandro sentado, apareció Pablo, le explicó que había tenido un pequeño incidente que arreglar de última hora. Los premios se fueron entregando unos tras otros hasta que llegó el turno de Alejandro, el último. Se oyó una voz desde el escenario.

—Y el premio, al mejor empresario del año es para... Alejandro Robles.

Todo el salón aplaudió. Alejandro se levantó y fue hasta el escenario. Saludó a las dos personas allí encargadas de dirigir aquello.

—Le entrega el premio, su esposa, Adriana Martorell.

Al escuchar aquello Alejandro se quedó petrificado al suelo, se volvió un poco y vio como Adriana aparecía en el escenario con el premio que le entregarían. Parecía un ángel. Iba vestida con un traje largo de palabra de honor en blanco roto. El pelo totalmente recogido en un moño, con un maquillaje muy suave y lucía el collar que Alejandro le regaló el día de la subasta. La combinación con sus ojos y aquella impresionante esmeralda en forma de corazón era espectacular.

Entre el público, la modelo mexicana Leticia Sireño preguntó a la persona que se encontraba justo a su lado. Una señora de mediana edad.

—¿Perdón?, ¿he oído bien?, ¿ha dicho su esposa?

—Sí hija — respondió la señora—. ¿A qué hacen una pareja espectacular? Se casaron hace más de un mes.

Leticia tuvo que contener sus ganas de gritar y las lágrimas. Fijó su vista en el escenario, donde Adriana se acercaba a su marido con una enorme sonrisa en los labios. Él estaba serio, sin comprender nada. Adriana le extendió el premio, al hacerlo él no fijó su vista en este sino en el reloj de Adriana, llevaba el reloj que le regaló cinco años atrás. Ella lo miró a los ojos.

—¡Enhorabuena, mi amor!

Alejandro tomó el premio entre sus manos. Adriana se acercó a él y lo besó en la boca apasionadamente frente a todos entre aplausos, sin importarle nada más que ellos dos. Se retiró escasos centímetros y se dirigió a él con miedo en el cuerpo y la voz frágil.

— Te amo. Eres el hombre más maravilloso sobre la tierra —estaba aterrada, Alejandro seguía mirándola a los ojos con expresión seria, aún no tenía señales de su perdón—.

De repente, Alejandro sonrió, la tomó por la cintura, la acercó a él y demostraron a todos lo que es un verdadero beso de amor. El salón rompió en aplausos, vítores y millones de flashes. Todos querían captar el momento de la pareja. Tras un largo beso, ambos abandonaron el escenario, tomados de la mano y felices.

El acto concluyó y todos los invitados pasaron al jardín donde sería la fiesta posterior.

Adriana y Alejandro no tuvieron ocasión de hablar a solas. Innumerables personas se les acercaban para felicitarlo por su premio o por su reciente matrimonio. Álex estaba feliz, en todo momento atendió a amigos y conocidos con su esposa tomada de la mano. No quería perderla de vista ni un solo segundo. Adriana lo miraba con aquellos ojos llenos de amor y felicidad que le hacía dar un vuelco al corazón. Se deshizo en atenciones con ella aquella noche, no paraba de acariciarla, de mirarla y de besarla cuando tenía ocasión. En unos minutos que permanecieron solos y aislados le dijo al oído;

—Hoy acabas de hacerme el hombre más feliz del mundo  —le tocó el collar con sus dedos, y el reloj—.

Adriana sonrió.

—Alejandro, yo... —quería explicarle tantas cosas—.

Él no la dejó terminar, selló sus labios con los suyos.

—Solo importa que estás aquí, junto a mí. Ya tendremos tiempo de hablar —le dio un beso en el hombro, se quedó pensativo y continuó diciéndole con una sonrisa burlona y provocativa—, hablaremos mañana. Esta noche tengo otros planes totalmente diferentes —la besó—.

Fueron interrumpidos por Sofía y Edu. Los cuatro se fundieron en abrazos de felicitaciones y las mujeres se disculparon para ir al baño. Alejandro y Edu se quedaron charlando y bebiendo champán. De repente, se les acercó una mujer totalmente enfadada y fuera de sí, dispuesta a hacer un numerito.

—¡Te has casado! —acusó a Alejandro— ¿Cómo has podido hacerme eso? —gritó—.

—Leticia, cálmate —le dijo Álex, serio— ¿Hacerte qué?

—¡Casarte con esa! Tú y yo...

—Tú y yo nada, Leticia. Siempre te dejé muy claro que entre nosotros no había nada serio.

Edu miró a Alejandro y se retiró, dejándolo solos.

—¿Cómo ha conseguido que te cases con ella, eh? Debe ser muy hábil. Llevas ocho años diciéndome que nunca te casarías. Yo lo acepté. ¡Éramos una pareja! —gritaba, muy enfadada—.

—No te equivoques, Leticia. Tú creías que éramos una pareja. Nos divertíamos juntos cuando ambos teníamos ganas, nada más. Nunca te prometí nada, así que no me hagas una escena de celos aquí, no lo voy a permitir —le dijo entre dientes—.

—¿Temes que tu esposa nos vea juntos, y se entere con la clase de hombre que se ha casado?

Fue Adriana la que respondió a su pregunta desde las espaldas de Alejandro. Había oído parte de la conversación.

—Sé muy bien con la clase de hombre que me he casado —se entrelazó a su brazo y le dijo con orgullo alzando la barbilla—. Tengo a mi lado al mejor marido y padre que he podido encontrar —y lo miró—. Nos ama a mí y a mi hija con locura.

—¡Tiene una hija! —dijo, escandalizada, Leticia—. ¿Y la vas a aceptar y criar como tuya? —estaba indignada—.

Esta vez el que contestó con orgullo fue Álex.

—Perdona que te corrija Leticia. Tenemos una hija en común —ante su cara de asombro le aclaró—. Nació hace cinco años.

Leticia pensó por unos segundos.

—¿Esta es la misma zorra que me separó de ti hace cinco años? ¿Con la que pensabas casarte?

—Cuida tu lenguaje hacia mi mujer, o tendré que pedirle a seguridad que te saque de aquí —le dijo Alejandro en tono amenazador—.

Tomó a Adriana de la mano y se dieron media vuelta, dejando a Leticia allí plantada. Aún no habían dado tres pasos cuando se abalanzó sobre Adriana, Alejandro fue a sujetar a aquella loca y en esa fracción de segundo, Leticia abofeteó a Adriana con tal fuerza que la hizo caer por las escaleras que se encontraban tras ella. Adriana salió rodando por los interminables escalones que daban al jardín. Alejandro salió tras ella sin éxito alguno. Cuando llegó a su lado, se encontraba en el suelo, inconsciente y con varios golpes. Alejandro la tomó desesperado entre sus brazos. Todos se acercaron a ver lo ocurrido, entre los invitados había varios médicos que se dispusieron a atenderla.

En pocos minutos, llegó una ambulancia y se la llevaron al hospital. Alejandro iba desesperado, Adriana no reaccionaba, aún estaba inconsciente. Pablo se encargó de Leticia. Sofía y Edu fueron tras la ambulancia, muy alarmados por el estado de Adriana.

 

Tras varias horas de pruebas a Adriana y espera en el hospital, Álex, Sofía, Edu, Pablo, Berta y Julio no podían más, todos estaban nerviosos y pensativos. Por fin, salieron los médicos. Se dirigieron principalmente a Alejandro.

—Señor Robles, tranquilícese. Su esposa ha recobrado la conciencia y se encuentra en perfecto estado. Todas las pruebas que le hemos realizado han resultado negativas. No hay daños cerebrales y el bebé se encuentra perfectamente. No hay de qué preocuparse. Puede volver a casa esta misma noche.

—¿El bebé? —repitió Alejandro, sorprendido por la noticia, los demás se quedaron igual de sorprendidos al escucharlo—.

—Sí, señor Robles, su esposa está embarazada de un mes, más o menos. Quizás ni ella misma lo supiese aún, es pronto. Las diferentes pruebas que le hemos realizado nos lo han revelado.

Alejandro estalló de felicidad. Todos allí estallaron de felicidad. Adriana se encontraba perfectamente y, además, estaba embarazada. Álex abrazó involuntariamente a los médicos por las buenas noticias y les dio las gracias. Les pidió ver a su esposa y darle él mismo la noticia del bebé. Los médicos accedieron sonrientes al ver al feliz padre.

Álex dejó allí a su familia y fue hasta donde se encontraba Adriana. Nada más entrar en la habitación la vio en la cama. Estaba sentada y miraba sonriente el reloj que se estaba colocando. Alzó la vista al escucharlo entrar por la puerta lo miró con lágrimas recorriéndole por las mejillas nada más verlo.

—¡Álex! Mi amor —y abrió los brazos para recibirlo—.

Se fundieron en un emotivo abrazo donde ambos lloraban sin parar. Él, porque había estado a punto de perderla, cuando la vio allí en el suelo inconsciente se temió lo peor. Y ella, porque acaba de recordar toda su vida. Aquellos recuerdos que habían permanecidos ocultos durante cinco largos años se agolpaban en ese preciso instante en su mente. Podía recordarlo todo.

Alejandro la llenó de besos por toda la cara. Le tomó la mano y se la llevó a los labios, la miró con los ojos llorosos y llenos de felicidad. Ella lo miraba igual, con lágrimas que no paraban de brotar y una enorme sonrisa. Con su otra mano libre le tocó la cara a Álex y el pelo, totalmente embobada.

—¡Estás muy cambiado!

Él se miró y sonrió. Se había deshecho de la chaqueta, la pajarita y los gemelos. Llevaba la camisa remangada a la altura de los codos, abierta hasta el pecho y medio sacada del pantalón. Su pelo estaba algo revuelto y su cara desencajada de las horas de sufrimiento que había pasado pensando que algo malo le llegase a ocurrir a su esposa.

Adriana fue a decirle algo cuando Álex la interrumpió.

—Mi amor, tengo algo que decirte.

Ella lo miraba sonriente, sin dejar de mirarlo y admirarlo. Estaba perdida en su rostro y en él.

—¿Es algo malo? La enfermera me acaba de traer mis pertenencias y me ha dicho que estoy bien, que me puedo marchar a casa ahora mismo.

—No. Todo lo contrario, es algo maravilloso  —le dijo, ilusionado y lleno de felicidad—.

Tomó aire, se puso un poco más serio y continuó ante la atenta mirada de su esposa. —Adriana, mi amor. Debo ser el único hombre sobre la faz de la tierra que le da la noticia a su esposa por segunda vez, sin ella saberlo antes. Vas a tener otro hijo mío.

El rostro de Adriana cambió por completo. Se llevó ambas manos al vientre y lloró de felicidad;

—¿Estoy embarazada?

—Sí, mi vida. ¡Estas embarazada! Los médicos acaban de confirmármelo. Tú y el bebé estáis en perfecto estado. Vamos a ser papás dentro de unos ocho meses —la abrazó—.

Adriana no paraba de llorar. No podía ser más feliz en aquel momento. Estaba con Álex, era su esposa, él estaba loco por ella, había recobrado la memoria y estaba embarazada. Iba a darle a su hija el hermanito que durante años le había pedido.

Le tomó a su esposo el rostro entre sus manos y lo besó apasionadamente. Seguía desarmándola con un solo beso, como cinco años atrás. Sus besos no habían cambiado, lo estaba comprobando, inclusive eran mejores, mucho más tentadores y seductores.

—¿Estás feliz de volver a ser padre, Álex?  —la emoción la embargada—.

—Mucho, mi vida —le tocó el vientre con su enorme mano—. Esta vez no me voy a separar de ti ni un solo segundo. Quiero vivirlo contigo, a cada instante.

—¡Yo también quiero vivirlo! —le recordó Adriana con una sonrisa—. Tengo un hija y no sé lo que es estar embarazada, que se mueva dentro de mí, cada sensación.

Alejandro también le sonrió. Recordando que Adriana pasó los siete meses de su embarazo en coma y le dio un beso.

—Seremos padres por segunda vez; sin embargo, todo lo que se nos avecina es nuevo para ambos. Estoy deseando vivirlo a tu lado. Dormir todas las noches abrazado a ti y a esta barriguita que irá creciendo cada día más. Quiero notar como mi hijo se mueve y da pataditas en tu vientre. Desde ya te advierto que no vas a poder dar ni un solo paso sin que yo esté a tu lado  —le sonrió—.

—Quiero que siempre estés a mi lado. Te necesito, han sido demasiados años sin ti —volvió a besarlo desesperadamente—.

A pesar de haberse vuelto a enamorar de él, en aquel preciso instante la embargaban los sentimientos del pasado. Lo amaba. Se había enamorado dos veces del mismo hombre. Sin duda, su destino era Alejandro Robles. Lo miró  con los ojos llenos de lágrimas, le tocó el rostro y comenzó a decirle con la voz embargada por la emoción.

—Eres mi destino, Alejandro Robles. Desde la primera vez que me besaste en la playa, me robaste el corazón. Me enamoré de ti, como me volví a enamorar cuando me besaste por primera, vez tras cinco años, en el jardín del hotel Cinster.

Alejandro la miró, sorprendido y con lágrimas en los ojos. Recordó que al entrar en la habitación Adriana lo había llamado Álex, y nunca lo había llamado así desde su reencuentro. Álex lo llamaba la Adriana de hacía cinco años. También le había dicho que estaba muy cambiado, y él creyó que se refería a su aspecto desaliñado. Y ahora le mencionaba su primer encuentro en la playa cinco años atrás. Él no le había mencionado dónde fue su primer beso. Se quedó pensativo, sin poder articular palabra, permaneció con los ojos muy abiertos mientras Adriana asentía.

—¿Has... has recordado? —consiguió decir, titubeando—.

—¡Todo! Lo recuerdo todo, Álex. Mi infancia, a mi madre, mis años de universidad y, sobre todo, a ti, mi vida. Aquel maravilloso verano en el que me enamoré perdidamente de ti. El yate —y soltó una carcajada recordando todo lo sucedido allí entre ellos—.

Álex la abrazó, embargado por una inmensa felicidad. Ya no había nada oscuro entre ambos, ella lo recordaba todo, lo recordaba a él y se había enamorado dos veces de él. La abrazó aun más fuerte y se fundieron en un largo beso. Adriana se apartó un poco, estaba seria.

—Álex, ahora que lo recuerdo todo, quiero que sepas que yo jamás supe que estaba embarazada de Alba. De haberlo sabido te lo habría dicho ¿Me crees, verdad? —y de paso, le aclaró—. Y ahora, tampoco lo sabía.

—Por supuesto que te creo, mi vida. Al parecer, en nuestra relación soy yo el destinado a informarte de que has tenido o vas a tener un hijo mío —ambos rieron sin parar por lo cómico del asunto y se fundieron en un apasionado y largo beso—.

 

Deseos del destino
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