CAPÍTULO 2
Alejandro llegó a su coche y se sentó al volante. Iba furioso consigo mismo, las palabras de Adriana lo habían sacado de sus casillas. Él no era un niño de papá como con los que ella estaba habituada a tratar, él se había ganado a pulso todo lo que tenía, con mucho esfuerzo. Y por mucho dinero que llegase a tener, dudaba que alguna vez pudiese tener los modales finos de los niños ricos y comportarse como ellos. Era como era, y eso no lo iba a cambiar el dinero. Sin embargo, lo que lo había puesto furioso era la indiferencia de Adriana, no estaba acostumbrado a que las mujeres lo rechazasen, y más mujeres como Adriana. Ahí era donde radicaba todo, el verla por primera vez lo había descolocado, a sus veintiocho años nunca se había sentido así nada más ver a una mujer. Le asustaba lo que llegó a sentir al verla bajar las escaleras, su actitud en la entrega de premios, allí sola en la playa cuando decidió unirse a ella… Todo en ella lo envolvía, era como una especie de imán, no podía dejar de mirarla y admirarla, en su fuero interno reconoció que estaba descolocado por el efecto que le produjo esa mujer. A su edad, había estado con muchas mujeres pero ninguna había sido lo suficientemente importante. Su trabajo tampoco le permitía mantener ninguna relación, más que nada porque no disponía de tiempo suficiente para mantener una relación formal. Se limitaba a salir con unas y con otras.
Estaba furioso y lo pagó con el BMW al salir del aparcamiento y conducir como un loco hasta su hotel. Lo desconcertaba sentirse así, pero eso tendría remedio, ya no volvería a verla más, fin del asunto. No comprendía por qué le había dado ese beso, pero ella se lo devolvió, y a él aún le quemaba en los labios.
Cuando llegó a su habitación, llevaba la corbata y la chaqueta en la mano, se desnudó y se tumbó en la cama mirando el techo, tardó dos horas en conciliar el sueño pensando en un insignificante y breve beso.
Adriana tampoco podía dormir, desde la oscuridad de su cuarto, no paraba de pensar en ese tal Alejandro Robles, en el beso que le había dado, en cómo se había sentido y, sobre todo, en porqué le había devuelto el beso. Al día siguiente, le preguntaría a su primo todo sobre ese tipo que tanto la intrigaba. Quería saber quién era, a qué se dedicaba; necesitaba saber cosas de ese hombre tan misterioso, guapo, atractivo y elegante. A simple vista era como un modelo salido de las revistas después, cuando entablabas conversación con él, estaba muy lejos de ser todo eso; se parecía más a un hombre duro, autoritario, acostumbrado a realizar su voluntad, pero con un encanto natural, te hacía sentir atraída hacia él aunque no quisieras. Tenía algo, un don pero, claro, hombres como ese suelen usar y tirar a las mujeres, una cada noche. Adriana era consciente de que era alguien peligroso en este sentido. Tendría mucha experiencia en ese campo, se le notaba nada más mirarlo, y ella no tenía ninguna. Nunca se había enamorado de verdad, jamás había perdido la cabeza locamente por ningún chico como el resto de sus amigas, pero comenzaba a creer que si volvía a ver una vez más a Alejandro Robles se enamoraría locamente de él.
Nunca le habían dado un beso como el que le dio él esa noche, o quizás sí se lo hubiesen dado, pero ni por asomo había sentido lo que sintió con Alejandro. Después de varias horas vagando en su mente y recordando el rostro de Alejandro, fijando en su memoria sus rasgos, su pelo, su voz, su forma de hablar, de caminar…de besar, logró conciliar el sueño.
Eran las doce del mediodía cuando Adriana bajó al jardín. Allí estaban desayunando su padre, su tía Berta y Roberto. La fiesta terminó muy entrada la noche y a todos se les habían pegado las sábanas.
—Buenos días, cariño, — fue Jorge el primero en saludar a su hija— te estábamos esperando. Hemos decidido dar un paseo en el barco, ¿qué te parece? Así coges un poco de color.
—Buenos días, — le dio un beso a cada uno de ellos y posteriormente se dispuso a desayunar— me parece genial, tengo muchísimas ganas de darme un buen baño en el mar, desayuno y nos vamos.
Berta y Jorge se levantaron al terminar su desayuno y fueron al despacho de Jorge, antes de partir tenían unas cosas que hablar y hacer un par de llamadas. Roberto quedó a solas con Adriana, la ocasión que ella estaba buscando.
—¿Quién es Alejandro Robles?, lo conocí anoche en la fiesta y me dijo que estaba aquí porque era amigo tuyo, estabais por cerrar un negocio o algo así, ¿no? — Adriana se lo comentó con descuido mientras tomaba una tostada y un zumo de naranja, no quería que su primo le notase interés alguno por ese hombre—.
— Sí, anoche tenía una cena de negocios con él, no me había acordado de que era la famosa fiesta de aniversario. Concerté la cena sin pensar, mi madre me recordó lo de la fiesta minutos antes de salir a su encuentro y no me quedó más remedio que invitarlo, ¿qué otra cosa podía hacer? Yo no podía faltar a la fiesta, ni dejar plantado a alguien como él.
—¿Tan importante es ese hombre, qué clase de negocios ibas a tratar con él?
Antes que Roberto pudiese contestar, Jorge salió con cara de que nada bueno pasaba, lo seguía Berta, con la cara igual de descompuesta.
— ¿Qué pasa, papá? Estás blanco, tía—. Adriana se puso en pie y fue junto a su padre, que tenía los ojos vidriosos, detrás estaba Berta con los ojos llorosos—.
— ¿Mamá?, ¿Qué ocurre? Por Dios, hablad, no nos dejéis así— les dijo Roberto—.
Fue Berta la que comenzó diciendo que un amigo de Jorge había fallecido en Italia, eran muy buenos amigos, casi como hermanos.
— ¿Cómo ha sido?— preguntó Adriana, ella solo recordaba a Ernesto de oídas, ya que era muy pequeña cuando se trasladó a Italia—
—Un infarto, estaba nadando en la piscina y al salir se encontró mal, cayó redondo al suelo en cuestión de segundos, lo peor de todo es que estaba con él Álvaro, su hijo pequeño, que solo tiene once años.
—Papá es horrible, lo siento mucho.
—Lo siento, cariño, pero tengo que ir, salgo para Italia en el primer vuelo.
—Claro, claro. Puedo acompañarte, no quiero que viajes solo en este estado.
—No te preocupes, Adriana— intervino su tía— yo iré con él. Ernesto y su esposa eran también grandes amigos míos. Tú quédate aquí con Roberto y disfrutad de la playa. Tu padre y yo nos encargaremos de todo. Es lo mejor— le dijo, pasándole un brazo alrededor de los hombros y dándole un beso en la mejilla—.
Acto seguido, Berta y Jorge se pusieron en marcha, en cuestión de una hora y media partían desde la casa de la playa hacia el aeropuerto. Los llevaría Roberto en su coche, con lo cual, el día en barco planeado quedaba suspendido. Tendría que conformarse con quedarse en el jardín tomando el sol y darse un baño en la piscina, después de la mala noticia no le apetecía ir a ninguna parte.
Adriana estaba en una tumbona del jardín tomando el sol, llevaba puesto un bikini rojo y acababa de darse un refrescante baño en la piscina cuando, de repente, una sombra le tapó los rayos del sol. Se incorporó para ver de quién se trataba y se quedó blanca del susto al reconocer aquel rostro. Un rostro de facciones duras, unos ojos negros que la miraban de forma penetrante y un cuerpo espectacular. Bien podría pasar por un modelo, y no sólo por el cuerpo, sino por lo que irradiaba de él, un magnetismo, una magia, una atracción… era algo que Adriana aún no podía calificar. Lo cierto es que ese hombre tenía algo que la intrigaba, su expresión era seria, como atormentada por algo; aún así, era el tipo más sexy con el que se había topado en muchos años, aunque, sin duda, tenía algunos años más que ella, tan sólo había que mirarlo. Y tal vez no fuesen muchos más años, pero sí más experiencia en la vida, su rostro lo dejaba claro.
—Buenos días— le dijo Alejandro mirándola con todo el descaro, sin quitarle los ojos de encima—. La examinó al detalle. Al quitarse las gafas de sol, Adriana pudo observar ese brillo en sus ojos, esa sonrisa que no estaba en sus labios pero que intuía. El jardinero me ha dejado pasar, al parecer no hay nadie más en esta casa.
—¿Qué te trae de nuevo por aquí?— le dijo Adriana. Lo miró de forma acusadora. No sabía cuánto tiempo había estado allí mirándola tomar el sol. Se puso en pie, cogió su camisola de gasa transparente y se la colocó—.
—Había quedado con tu primo para almorzar en el club náutico pero me ha llamado diciendo que le ha surgido un problema.
—¿Y qué haces aquí si sabes que Roberto no está?
— Me ha dicho que tú sí estabas, y ya que él no podía acudir a la cita, para que no comiese solo y enmendar su segundo plantón, me ha sugerido que podía venir a comer contigo, ya que estabas sola. ¿Comemos fuera o prefieres que nos quedemos aquí? Y, dicho esto, se sentó en la tumbona a esperar una respuesta de Adriana, él siguió mirándola de arriba abajo. Ella estaba allí, de pie, mirándolo con cara de sorpresa—.
— ¿Qué te hace pensar que voy a comer contigo? No te conozco de nada, y si Roberto no está, búscate otra cosa qué hacer. No tengo hambre, acabo de desayunar hace un rato.
Alejandro seguía allí mirándola.
— Muy bien, podemos comer más tarde. Yo tampoco tengo mucha hambre, me voy a dar un baño —se quitó la camiseta blanca que llevaba, dejó las gafas y demás pertenencias en la tumbona y se lanzó a la piscina—.
Adriana se quedó helada ante la actitud de Alejandro aunque, más que por su actitud, por su físico. Tenía un cuerpo bronceado, musculoso, sin ser excesivo, atlético. Se notaba que hacía ejercicio con frecuencia. Poseía unas piernas largas, un torso y hombros anchos, y un culo muy bien puesto. Sin duda, era el hombre con la que toda mujer sueña, pero sus modales dejaban mucho que desear.
Adriana se encontraba allí, a punto de estallar ante el descaro de ese hombre. Hizo varios largos en la piscina sin esfuerzo alguno, dejó de nadar y se dirigió a ella.
—¿Sabes?, me muero por ver la cara de tu primo cuando le diga que gracias a la descortesía mostrada por su querida prima se va a ir al traste la mayor aportación que jamás hayan hecho a la Fundación Cristina Martorell.
—Tú… ¿tú vas a hacer una aportación a la Fundación?
—Pues sí, manejo un importante patrimonio, y estoy interesado en hacer una gran aportación en la cena que se da la próxima semana, es lo único que me vincula a tu primo. Quería hablar conmigo de la cena y de cómo se va a desarrollar todo, además de tratar unos negocios personalmente — le dijo, saliendo de la piscina, y cogiendo su toalla para secarse la cara y los brazos—. Adriana lo miraba sin saber qué decir ante aquella situación. Era difícil dejarla sin palabras, pero ese hombre tenía el don de hacerlo—.
—Vaya… qué generoso por tu parte, ¿y qué es lo que vas a aportar a la subasta?
—Voy a donar un cuadro valorado en 300.000€, aunque no sé si decir más bien que iba a donar, viendo el trato que estoy recibiendo, quizás desista de la idea.
—Cuando se hace una donación tan importante es porque se cree en el proyecto que se lleva a cabo y realmente se desea ayudar a todo el que lo necesita. Si no crees en nuestra fundación, te animo a que busques otra en la cual hacer tu obra social — Adriana se quedó mirando cómo terminaba de secarse el pelo, un pelo corto y de color negro—.
—Vaya, señorita Martorell, creo que se me ha olvidado mencionarle que nadie me ha contado en qué consiste realmente la fundación que lleva el nombre de su madre. Es lo que trataba de hacer tu primo en las dos ocasiones en las que no hemos podido hablar. La cena de anoche y el almuerzo de hoy. Es por ello por lo que estoy aquí, me dijo que tú estarías encantada de hablarme de todo el proyecto e, incluso, enseñarme las instalaciones — Se terminó de secar el pelo, se sentó en la parte delantera de la tumbona con los ojos fijos en los ojos verdes de Adriana, unos ojos que tenían algo, pues no podía parar de mirarlos—.
—¿Y por qué no has empezado por ahí, en vez de bañarte en mi piscina?
—Porque pensé que ya lo sabrías, además tenía calor. Me ha sentado bien el baño. ¿Me dejas que te invite a comer y me cuentas todo lo que necesito saber?
En esos momentos, cuando Adriana se disponía a darle una respuesta, Martina salió por la puerta que daba al jardín, consigo traía el móvil de Adriana.
—Niña, esto no para de sonar, tu primo dice que dónde estás metida.
Martina le entregó su móvil y Adriana se dispuso a hablar con Roberto.
Éste le comentó que atendiese a Alejandro, que era un importante empresario y había sufrido dos plantones por su parte, que tratase de remediarlo en la medida de lo posible.
Cuando Adriana terminó la conversación con su primo, se sorprendió de la escena que tenía ante sus ojos; Martina abrazaba y besaba a Alejandro Robles como si fuese un familiar, y Alejandro también parecía conocerla muy bien. Se quedó perpleja ante aquella situación, observando de qué hablaban. No podía imaginar qué unía a dos personas tan diferentes en todos los sentidos, ¿de qué podrían conocerse? —y sumida en estos pensamientos alcanzó a oír;
— Estás guapísimo, cómo han pasado los años. Estás hecho todo un hombre, sé por tu madre que eres un importante hombre de negocios, un tiburón de las finanzas como te llaman por allí, en la otra parte del charco.
Martina le tenía cogida la cara con ambas manos mientras le hablaba, y estaba realmente emocionada. Adriana interrumpió aquella escena.
—Perdón, ¿pero vosotros os conocéis?
Martina se volvió hacia Adriana junto con Alejandro cogido del brazo.
—¿Que si lo conozco? Adriana, Alejandro es el hijo de María, mi mejor amiga. Lo he tenido entre mis brazos desde que nació. ¿No lo recuerdas?, hasta los diecinueve años vivió aquí. Su padre era el carpintero, él mismo y su padre han trabajado en esta casa varias veces, aunque claro, tú eras una niña aún. Cuando su padre murió se fue a Miami, y ya ves, se ha convertido en un importante empresario.
—Vaya, resulta que eres una caja de sorpresas, Alejandro Robles — le dijo Adriana con sorna—.
—No me has dejado explicarme — le dijo mirándola directamente a los ojos, después se volvió hacia Martina—. ¿Sabes Martina?, tu niña es muy descortés con los invitados, pero también tiene los ojos más impresionantes que jamás he visto. Y ahora, por favor, deléitame con uno de tus platos, aún los recuerdo, tengo un hambre voraz.
—Por supuesto, pasad a la mesa del porche, allí hace menos calor, mientras yo os preparo algo.
—Como si estuvieses en tu casa, tú no te cortes — le dijo Adriana irónicamente ante su actitud desenvuelta dirigiéndose hacia el porche—.
Minutos después Adriana y Alejandro se encontraban tomándose un vino bien frío y esperando los manjares de Martina, nadie cocinaba como ella.
—Bueno, ¿y por qué vas a donar ese cuadro tan valioso a la fundación? —le preguntó directamente Adriana—.
—Creo que tu cometido es informarme de todo, no de hacer preguntas.
Su contestación acabó con la poca paciencia de Adriana.
—Si lo que prefieres es una charla formal, podemos pasar al despacho de mi padre y tratarnos como tal, y no estar aquí en mi jardín tomando vino en bañador, ¿no crees? Porque hasta donde yo sé, no somos amigos, y estamos muy lejos de serlo.
—Yo no tendría problema alguno en ser tu amigo —le dijo, mirándola directamente a los ojos, con su mirada penetrante posada en la de ella. —Aunque no te voy a negar que me resultaría extraño—. Convino, reclinándose en la silla y mirándola con esos ojos tan atrevidos, posándolos a través de su camisa transparente que, a pesar de ser estampada, debajo se notaba claramente su cuerpo—.
—¿Por qué extraño? – le preguntó, sorprendida—.
—No podría tener como amiga a una mujer como tú. Ten por seguro que no me conformaría solo con tu amistad.
—No sé porqué no me extraña—. Le soltó Adriana, molesta por haber caído en su juego—. Sin embargo, no creo que alguien como tú esté solo, ¿tienes esposa? ¿Hijos?
Alejandro sonrió ante aquellas ideas que se formaban en la cabeza de Adriana. Nada más alejado de la realidad, quizás nunca tuviese nada de eso, comenzaba a creer de sí mismo lo que decían los demás. Estaba hecho para los negocios y el mundo financiero, un mundo donde no se pueden tener sentimientos, de lo contrario eres devorado por los demás. Su corazón era una roca, más bien, un diamante que se iba puliendo con los años.
—Nada de esposa— hizo una pausa para ver su reacción— mucho menos, hijos. No tengo tiempo para hacer vida familiar. De hecho, mi madre y mis dos hermanos viven aquí. Los veo en navidad y, si me puedo escapar, en verano— le dijo en un tono serio, con una expresión dura en la cara, como si no fuese feliz en su vida—.
—¿Cuántos años llevas en Miami?
—Me fui con diecinueve años. Llevo nueve años allí —le respondió—.
—¿Estás aquí de vacaciones?
—De vacaciones y por trabajo, estaré como un mes más, después volveré a Miami.
En ese instante salió Martina de la cocina, por la puerta que daba directamente al jardín, traía una bandeja llena de exquisita comida que olía de maravilla.
—Aquí tenéis— depositó la bandeja en la mesa—. Espero que os lo comáis todo.
—Martina, por favor, siéntate con nosotros —le dijo Adriana—.
Martina se sentó encantada con ambos a disfrutar de la comida, cómo negarse a ello. Estaba entre las dos personas que probablemente más quería en esta vida. A Adriana la había criado como una hija, al igual que hizo con su madre, y a Alejandro lo había visto nacer, conocía a María desde su juventud. En verano cuando se trasladaba a la casa de la playa con toda la familia mantenían más el contacto.
Durante la comida, y por las conversaciones mantenidas entre Alejandro y Martina, Adriana pudo saber que Alejandro era el mayor de tres hermanos. Tenía un hermano cuatro años menor que él, llamado Daniel, y una hermana de diecisiete años, llamada Anabel. Adoraba a su madre. Su padre murió hacía nueve años, y fue entonces cuando Alejandro se marchó a Miami y se convirtió en un monstruo de los negocios. Lo que Adriana no llegaba a comprender era cómo Alejandro había terminado en Miami después de la muerte de su padre y en tan poco tiempo se había convertido en un hombre tan rico. Y si era tan rico y estaba tan solo; ¿por qué su familia no estaba allí junto a él? Hasta donde ella sabía, la familia de Alejandro poseía una carpintería y él trabajaba con su padre hasta que éste murió, después cerraron el negocio y Alejandro se fue, pero sus hermanos no estaban con él. Ya se lo preguntaría a Martina en privado, por alguna extraña razón, le interesaba conocer lo que rodeaba a ese hombre, y ni ella misma entendía el porqué.
Cuando terminaron de tomar el postre, un helado de fresa casero, hecho por Martina, el ambiente entre Adriana y Alejandro era más relajado. El hecho de tener a Martina allí había hecho posible seguir una conversación normal, sin sacarse de quicio el uno al otro. Cuando Alejandro terminó con su helado se levantó de la mesa, se acercó al lado de Adriana, que había terminado hacía rato y lo observaba, la tomó por la mano y le dijo, tirando de ella para que se levantase;
—Señorita Martorell, creo que va siendo hora de que usted y yo hablemos de esa fundación que dirige su tía y lleva el nombre de su madre, ¿vamos dentro para que pueda explicarme todo?
Martina se había levantado segundos antes excusándose de irse a descansar una hora, a su edad y con ese calor su cuerpo necesitaba un descanso.
—Por supuesto, señor Robles, como usted quiera — le dijo Adriana con tono molesto en su voz—. Nunca nadie te dice que no a nada, ¿verdad?— le preguntó Adriana, encaminándose hacia la puerta de cristales que daba al salón.
—No—. Le contestó Alejandro, que iba detrás de ella—.
—Eso me había parecido— le dijo Adriana, mirándolo a los ojos. Ya tenía abierta la puerta que daba al despacho, le hizo un gesto con la mano para que entrase. Ella se quedó junto a la puerta; él entró hasta el escritorio, se dio la vuelta y la miró desde los pies hasta el cabello aún húmedo, que llevaba recogido con una pinza—. Pero conmigo estás muy equivocado, no acato órdenes de nadie, y menos de alguien como tú. Y ahora quédate unos minutos disfrutando de ese coñac— le hizo un gesto con la mano en dirección a la mesa del licor—. Que tanto le gusta a mi padre y todos sus amigos. Yo voy a cambiarme, enseguida vuelvo—. Y, dicho esto, cerró la puerta y subió escaleras arriba—.
Alejandro se quedó sin poder responderle, esa mujer era única en su especie, o quizás la única que no había acabado arrojándose a sus brazos, que era lo que le pasaba por lo general.
Se sirvió una copa y se sentó en el sofá que había enfrente del escritorio. Después de quince minutos esperando a Adriana, se dirigió hacia el escritorio y encendió el ordenador portátil y comenzó a ver su correo cuando la puerta del despacho se abrió. Por encima de la pantalla pudo ver a una mujer muy diferente de la que se acababa de marchar. Llevaba el pelo completamente recogido en una cola alta, unos pantalones largos de hilo blancos y una camiseta de media manga y cuello de barco en listas azules y blancas. Estaba guapísima, se había arreglado pero seguía vistiendo informal, de modo que no lo dejó a él en desventaja, ya que solo llevaba puesto su bañador tipo bermudas y una camiseta blanca que hacía resaltar su bronceado. Hacía años que no vestía como iba ahora, pero se sentía cómodo. Era el tipo de hombre al que no le hacía falta el traje de chaqueta para impresionar a una mujer, hasta con un saco de patatas sería el hombre más atractivo.
—Ya veo que estás como en tu casa— le dijo Adriana con tono irónico, mientras cerraba la puerta y se dirigía al escritorio, se sentó en unas de las sillas que estaban situadas justo enfrente—.
—No estoy acostumbrado a que me hagan esperar. Estaba consultando mi correo, espero que no te importe— le dijo, cerrando el ordenador, después se reclinó en el gran sillón, posó los ojos en Adriana y sostuvo la copa entre ambas manos—. Soy todo oídos, señorita Martorell.
— Bien. —Adriana pegó la espalda al respaldo de su silla, cruzó las piernas involuntariamente y comenzó a hablarle de la fundación. Su actitud era relajada, para nada le imponía la presencia de Alejandro, o eso fue lo que percibió él—. La Fundación Cristina Martorell, fue idea de mi tía Berta, se creó al año de morir mi madre. Por aquel entonces yo tendría unos doce años, no lo recuerdo mucho. Lo único que sé es que mi tía y mi madre eran como hermanas, ella decidió crear una Fundación para ayudar a aquellas personas víctimas de accidentes de tráfico, como lo fue mi madre, y a sus familias. La fundación consta de atención psicológica para familias que han perdido a sus seres queridos, para los propios afectados, con o sin secuelas físicas. Les ayudamos a reincorporarse a la vida, a superar ese fatídico día en el que la vida te cambia, ya sea a una persona en concreto o a una familia entera, como fue mi caso. Yo fui afortunada, no me faltó el cariño de un padre, de una tía y de Martina; no tuve problemas económicos, sin embargo, hay personas que pierden a sus hijos, madres, padres y no tienen en quién refugiarse. Nosotros tratamos de que no se sientan solos, de hacerles entender que la vida sigue, por muy duro que parezca. También apoyamos económicamente a familias sin recursos económicos en el caso de que uno de sus progenitores haya sufrido un grave accidente y no tengan forma de seguir adelante. Hacemos campaña de conciencia a la hora de ponerse delante de un volante, damos charlas con testimonios reales, incluso a lo largo del año financiamos el carné de conducir de jóvenes a cambio de que se conciencien de una conducción responsable y colaboren con nosotros en charlas y eventos. Tenemos una guardería infantil para niños, ellos pueden permanecer allí mientras sus padres asisten a charlas psicológicas, rehabilitación, etc.
El último proyecto de mi tía Berta es crear un área de rehabilitación para las personas con dificultades físicas a causa de un accidente, con fisioterapeutas especializados. Las sesiones de rehabilitación son costosas y duraderas. Tiene en mente hacer un gran pabellón adherido a la fundación. Ya ha conseguido que el ayuntamiento le ceda el terreno, es una mujer muy persistente —le dirigió una sonrisa—. Todo lo que se propone lo logra. Ahora solo le falta conseguir el dinero para llevar a cabo el proyecto, no dudo que lo consiga. Es por ello que se llevará a cabo la cena y posterior subasta que tendrá lugar la próxima semana. Mi tía se ha asegurado de que todos puedan asistir, nadie tendrá una excusa válida porque están de vacaciones. Supongo que la aportación de tu cuadro formará parte de la subasta para recaudar el dinero necesario. En anteriores proyectos mi tía se limitó a realizar bailes y cenas, donde el coste de las entradas formaba parte de la donación. Por supuesto, en el mismo evento nunca faltaban quienes donaban más dinero, a veces eran personas anónimas. Sin embargo, en esta ocasión, debido que es el proyecto más ambicioso hasta ahora llevado a cabo, ha cambiado de táctica, envió un mensaje a sus mejores amigo pidiéndoles un objeto de valor que pudiese ser subastado. De esa forma puede sacar más dinero, si dos millonarios se encaprichan de un mismo objeto, sin duda se batirán en un duelo para conseguirlo. Cerrará la subasta con un capital muy superior al necesario para llevar a cabo el proyecto, ya lo verás, tiene un don especial para convencer a las personas. Es muy difícil decirle que no, ya verás a lo que me refiero cuando la conozcas.
—No me cabe la menor duda de lo que me estás diciendo, tuve la oportunidad de conocer a tu tía hace un año en Miami, en una cena con mi tío.
—Entonces sabrás que no miento —le dijo Adriana con una gran carcajada—.
—Es una mujer excelente, me cayó muy bien. Me la presentó mi tío, al parecer son viejos amigos. Ella le habló de su fundación, de la labor llevada a cabo, y lo convenció. Y aquí estoy para hacer una gran aportación, así me dejarán tranquilo tanto mi tío como tu tía —le dijo, un tanto molesto—.
—¿Lo dices como si te disgustase este asunto?, si no te convence nuestra labor, eres libre de no participar en ella.
—No es eso, me parece estupendo todo lo que hacéis, ayudáis a muchas personas que lo necesitan realmente, no veo una donación más justificada.
—Nadie te obliga a hacerla.
—Ahí te equivocas, me obliga mi tío.
—Dudo que alguien pueda obligarte a algo, no eres de los que se dejan ni tan siquiera aconsejar. ¿Me equivoco? —le dijo con media sonrisa—.
Alejandro sonrió ante esa idea tan acertada de su persona, pero sí existía una persona que podía permitirse decirle lo que tenía que hacer, ese era su tío, y odiaba esa situación.
—Mi tío es diferente. Tengo que complacerlo ante sus absurdas ideas, no con ello quiero decir que me parezca absurda la aportación a la fundación de tu madre, ni mucho menos. Solo que no entiendo por qué no le da el dinero directamente tu tía. Sin embargo, me hace estar presente a mí en ese tipo de actos que tanto detesto.
—Así pues, todo el mundo creerá que el famoso Alejandro Robles ha hecho una gran donación cuando, en realidad, está aquí por puro compromiso y siguiendo órdenes de otra persona.
—Me importa muy poco lo que piensen los demás, contribuyo en varias asociaciones y fundaciones, pero nunca doy la cara en los eventos, tan solo permito que digan públicamente que he hecho esa aportación, aunque no me importaría que no me mencionasen, sería lo mejor.
—Bien, pues si no tienes más preguntas, eso es todo— le dijo Adriana, levantándose—. Te veré el jueves en la cena y, posteriormente, en la subasta —le tendió la mano para estrechársela por encima del escritorio—.
Alejandro se levantó, dejó el vaso encima de la mesa, la miró a los ojos directamente y no le estrechó la mano. Se dirigió hacia la puerta diciéndole de espaldas.;
—Y... sí, tengo más preguntas, pero me las puedes responder esta noche mientras cenamos. Te recogeré a las diez.
Salió sin más por la puerta del despacho, Adriana se quedó allí, de pie, perpleja, mirando su espalda y posteriormente el vacío de la puerta por donde acababa de salir. Salió detrás de él para gritarle que no iba a ir con él a ninguna parte, pero había desaparecido.
Se topó con Martina en el salón.
—¿Dónde está? – dijo, casi gritándole a Martina. Estaba furiosa, sus ojos echaban chispas—.
—¿Quién? —le preguntó Martina, sorprendida, no sabía a quién se refería Adriana—.
—Ese Alejandro Robles, ¡¡No lo soporto!! Va listo si cree que voy a cenar con él esta noche. Cuando llegue, dile que su presencia me ha producido un enorme dolor de cabeza, que estoy dormida —y subió escaleras arriba dejando a Martina allí, sin habla—.
Iba hecha una furia, sin duda ese hombre tenía el don de enfurecerla.