CAPÍTULO 5
Al día siguiente, Alejandro recogió a Adriana a las nueve en punto. Se dirigieron, en primer lugar, a desayunar al restaurante del club náutico. A pesar de ser temprano, estaba lleno. La gente que salía a navegar lo hacía más o menos a esa hora. Cuando entraron, todos se los quedaron mirando. Adriana pensó que llevaría mal puesto el vestido, llevaba un sencillo vestido azul eléctrico largo, en algodón con tirantes, nada ajustado ni sofisticado, todo lo contrario, era muy playero. Se quedó mirando a Alejandro y él también iba perfecto, con unos pantalones blancos de hilo y un polo azul cielo, estaba guapísimo. Y pensando esto, se dijo lo tonta que era. No había caído en que todos debían estar mirando a Alejandro. Era un importante hombre de negocios, muy reconocido, allí todos lo conocerían. Además, había vivido en esa ciudad hasta los diecinueve años, aunque ella no lo recordase.
Ambos tomaron asiento y pidieron el desayuno, cuando el camarero se alejó Alejandro se inclinó hacia ella.
—Tengo la sensación de que todos nos miran —y se echó a reír—.
—Yo también. ¿Los conoces?
—No me he parado a verles bien las caras, pero creo que ellos sí que deben conocernos —le dijo, sonriéndole—.
Mientras esperaban el desayuno, se acercó otro camarero hacia Alejandro.
—¿Desea que le traiga la prensa, señor?
—Sí, por favor —le dijo al camarero, este se retiró y fue a por ella—. Esta mañana no he tenido tiempo de hojearla, lo hago todos los días antes de desayunar. Me gusta ver qué ha ocurrido en el mundo —le comentó a Adriana— ¿Qué tal has dormido?
—Como un bebé, estaba muerta cuando llegué anoche. Fue un día muy… movido —y le sonrió— Muchas gracias por las flores, me encantaron.
—Ya empezaba a pensar que no te habían llegado. Esperaba una llamada tuya anoche, me dormí pendiente del teléfono, pero no sonó —le dijo con gesto cómico—.
—Es que llegué muy tarde, Marcelo me enredó toda la tarde.
—¿Y quién es Marcelo?, si se puede saber, claro —lo dijo con voz seria y celosa—.
—Ja, ja, ja. ¡No me lo puedo creer…! —sonreía asombrada—.
—¿Qué? —preguntó Alejandro serio, no sabía qué le hacía tanta gracia—.
—Marcelo. A ver… es una persona que quiero muchísimo —y se paró a observar la cara de Alejandro. Ella estaba disfrutando al notar su mal humor. No podía creer que tuviese celos—. Y él me adora —hizo otra pausa y se recreó en el rostro serio de Alejandro— Aunque creo que si te conociese, toda la adoración que siente por mí se vería desvanecida. Tú eres más su tipo que yo —y, dicho esto, Adriana no pudo dejar de reír a carcajadas—.
Alejandro lo comprendió todo y terminó riendo junto a ella.
—Por favor, no me lo presentes —bromeó—.
—No tendré más remedio que hacerlo en la cena del jueves, ya me ha dicho que le gustaría conocerte —le sonrió con picardía—.
—Entonces déjale claro, de mi parte, que siento verdadera adoración por las mujeres de ojos verdes, pelo castaño y piel muy clara —le dijo mirándola directamente a los ojos— Aunque, en realidad, solo siento adoración por una en concreto— la atravesó con la mirada—.
Adriana se estaba poniendo nerviosa y roja como un tomate, dio gracias cuando llegó el desayuno y Alejandro paró de hablar. Dejaron la prensa a un lado de la mesa. Adriana se dio cuenta de que seguía mirándola de esa forma que la ponía tan nerviosa.
— Ahí tienes la prensa —necesitaba que dejase de mirarla de esa manera—.
Alejandro sonrió, de forma encantadora.
—Sí… la prensa.... —la cogió y se dispuso a leerla—.
Adriana se llevó el vaso de zumo a los labios cuando observó a Alejandro cerrar bruscamente el periódico. Su expresión era dura como una roca y estaba enfadado, muy enfadado con lo que fuere que hubiese leído. Lo oyó murmurar “malditos cabrones” y se bebió la taza de café entera. A Adriana le dada miedo preguntar, y vio como Alejandro observada detenidamente a todos los que estaban en el restaurante desayunando.
—¿Qué pasa, Alejandro? — le preguntó con la voz cortada, por su expresión suponía que era algo muy grave—.
— Míralo tú misma. Ahí está la respuesta al por qué todos nos miran esta mañana —le tendió el periódico y Adriana se dispuso a abrirlo, nada más pasar dos páginas lo comprendió.
El titular era “Adriana Martorell, la nueva conquista de Alejandro Robles, sustituye a Leticia Sireño”, además, había una foto en la que se les veía a ambos de la mano en el momento en que Alejandro la sacó del salón de actos —siguió leyendo—.
“Adriana Martorell estaba dispuesta a conceder una entrevista a la prensa después de su intervención, que llegó tarde porque, por lo visto, el evento se adelantó sin previo aviso. Cuando llegó el señor Alejandro Robles tomó la palabra y la sacó de allí con actitud muy cariñosa. Se veía que no podía estar sin su nueva conquista ni un minuto más, ya que ambos se dirigieron a la suite que tiene él en el mismo hotel y permanecieron allí juntos hasta el amanecer”.
Adriana terminó de leerlo y no daba crédito a lo que habían publicado. Miró a Alejandro directamente a los ojos.
—¿Qué es todo esto? —le preguntó—.
— Lo siento mucho —Alejandro estaba avergonzado— De verdad, son unos hijos…
—Tranquilo. Tú y yo sabemos que no es verdad nada de lo que aquí dice —Adriana soltó el periódico y le cogió las manos por encima de la mesa a Alejandro, a modo de tranquilizarlo—.
Alejandro la miró a los ojos.
—Vámonos de aquí —se puso en pie, dejó dinero en la mesa y salieron juntos del restaurante—.
Se encaminaron hacia el yate, en cuestión de minutos salieron del embarcadero.
Pasada media hora, Adriana estaba observando el horizonte, hacía un día tranquilo, la mar estaba en calma y aún no hacía mucho calor. Podía percibir la frescura del mar en su rostro y el olor salado. Estaba disfrutando del placer que le provocaban estas sensaciones cuando de repente Alejandro se acercó por detrás, la rodeó con los brazos de una forma muy cariñosa, y la estrechó contra su pecho, posando la barbilla en el hombro de Adriana. Le dijo aún con voz seria;
— Perdóname por mi actitud de antes. No quería perder los papeles delante de ti. A eso es a lo que me refería cuando te saqué del salón. Pero no hablemos del tema, solo pensarlo me pone enfermo. Disfrutemos de este maravilloso día — y le dio un leve beso en la mejilla, Adriana permaneció en sus brazos, donde se sentía muy bien—.
Pasaron un día maravilloso en el barco. Tomaron el sol, se bañaron y nadaron en alta mar. Disfrutaron de la soledad y la tranquilidad de no tener a nadie alrededor que los pudiera observar. Alejandro no paró de hacerle preguntas a Adriana, necesitaba saber cosas de ella, tan simples como cuál era su color favorito, su comida, sus gustos, aspiraciones, metas, etc. Nunca en su vida se había sentido tan bien en compañía de nadie. Adriana era muy especial, con ella el tiempo pasaba muy deprisa. Le hubiese encantado estar los dos solos un mes en el barco. Cada minuto que pasaba junto a ella deseaba que se prolongase durante años. Fue ese día, en el barco, cuando Alejandro se dio cuenta que había quedado atrapado por Adriana, todo en ella lo fascinaba y mientras la miraba tomar el sol decidió que lucharía con todas sus fuerzas por hacer que Adriana sintiese lo mismo que él. Merecía la pena arriesgarse por alguien como ella. Era especial. Estaría muy bien tener algo con ella, una noche, una aventura de dos o tres semanas, pero se dio cuenta de que Adriana no era de esas y se alegró mucho en su fuero interno, aunque ello significase no saber cómo comportarse. Estaba acostumbrado a otro tipo de mujeres. Con Adriana tendría que ir con tacto y paciencia, algo que le iba a costar demasiado, ya que había deseado tenerla en su cama desde que la vio por primera vez.
Eran las diez de la noche cuando Alejandro paro su coche en la puerta de la casa de Adriana.
— Gracias por un día maravilloso —le dijo Adriana abriendo la puerta del coche para bajarse—.
— Espera.
Alejandro la tomó del antebrazo y la besó. Fue un beso breve y profundo que ambos disfrutaron. Lo había estado deseando durante todo el día, pero se contuvo, no quería espantar a Adriana.
—No imaginas el esfuerzo que he tenido que hacer para no besarte y abrazarte a cada momento. Me he contenido porque no he querido que pensaras que quería aprovecharme de ti en alta mar, donde no podrías huir de mí.
Adriana le acarició la mejilla y lo besó. Cada vez que besaba a Alejandro sentía que todo le daba vueltas, todo en él le encantaba, su olor, su sabor…
— Pues no haberte contenido tanto —le dijo, terminado el beso y mirándolo directamente a los ojos. Le dio otro beso fugaz en los labios, un leve roce—. Te veo pasado mañana en la cena —Salió del coche y cerró la puerta—.
Pero Alejandro abrió la ventanilla.
—¿Y mañana? ¿Qué haces? ¿Te apetece salir a navegar un rato?
—Me encantaría, pero tengo mil cosas que hacer; ir a recoger a mi padre y a mi tía al aeropuerto, organizar un montón de cosas, llamadas…
—Entonces aprovecharé para trabajar un poco y ver a mi familia. Hasta pasado mañana —y con una gran sonrisa arrancó el coche y se fue—.
Pasadas unas tres horas, Alejandro se encontraba en su cama, aún despierto. Estaba haciendo zapping, aunque no veía nada, solo recordaba el día que había pasado con Adriana. Sin pensarlo, cogió su móvil y marcó el número de ella. Lo cogió al segundo tono.
—¿Estoy hablando con la mujer con los ojos más impresionantes que jamás he visto? —le dijo Alejandro nada más descolgar. Su tono era divertido—.
—Pues no lo sé, ¿por quién pregunta usted? —le contestó Adriana con una gran sonrisa y tono de diversión—.
—Por ti, sin duda alguna. Te extraño, estoy solo en esta enorme habitación. Aburrido, viendo la tele. Sin dejar de pensar en ti ¿Estabas dormida?
—No. Hace media hora que intento dormir pero no lo consigo ¿Alguna sugerencia?
—Se me ocurren un montón de formas de conseguirlo. Si quieres puedo mostrártelo, pero para ello tienes que estar en mi cama, junto a mí.
—Ya, comprendo —y sonrió para sí al imaginar a lo que se referían sus palabras—.
—Bueno, siempre te puedo cantar una nana hasta que te quedes dormida. Aunque dudo que lo consiga, soy pésimo cantando. Más bien te asustaría.
—Entonces, cuéntame algo de ti.
—¿Qué más quieres saber?
—¿Por qué no te quedas en casa de tu familia, en vez de en un hotel, solo?
— Allí hay muy poco espacio, y no me gusta molestarles —le dijo ya en un tono más serio —Soy muy independiente. Tengo un apartamento aquí, pero está en obras, hasta dentro de unos días no estará listo para mudarme.
—¿Nunca has pensado contarles la verdad?
Era una pregunta que estaba deseando hacerle, el día que le contó todo se reprimió pero era algo que no paraba de rondarle la cabeza. De esa forma todo sería más fácil.
—Eso jamás, Adriana. Eres la única persona aparte de mi tío que conoce mi vida completa. No hagas que me arrepienta de habértelo contado. No me gusta hablar de este tema —se estaba enfadando, cuando se dio cuenta del tono de su voz, lo matizó— Por favor, dejémoslo.
—Perdóname. No debí insistir.
—Te perdono si aceptas una invitación —le dijo ya con el tono divertido del principio de la conversación—.
—¿Cuál?
—El viernes por la noche unos socios dan una cena privada en su casa. Les haría un feo si no acudo, pero no me gustaría ir solo. Acompáñame.
—Me lo voy a pensar, mañana te lo digo —le dijo, riéndose—.
—Entonces, hasta mañana. No puedo seguir hablando contigo hasta que te perdone, y no te puedo perdonar hasta que me des una respuesta — le dijo, con tono muy divertido, casi se estaba riendo a carcajadas—.
—Muy bien, chantajista, hasta mañana entonces. Que duermas bien y sueñes con los angelitos.
—Soñaré contigo, sin duda alguna. Buenas noches, preciosa.
—Buenas noches, señor Robles.
Y ambos colgaron con unas sonrisas en los labios.
El día anterior a la cena de la subasta fue muy completo tanto para Alejandro como para Adriana. Ella se levantó muy temprano, fue al aeropuerto a recoger a su padre y a su tía. Después, ambas se encargaron de que todo estuviese en orden; las mesas, los lugares a ocupar por cada uno, los folletos con los objetos que serían subastados, la música, etc.
Por su parte, Alejandro también estuvo todo el día ocupado. Por la mañana se dedicó a hablar con su tío y su gran amigo Pablo sobre cómo iban las cosas por Miami. Ya a mediodía, fue a casa de su familia, comió con ellos y pasó la tarde en compañía de su madre. Le pidió que lo acompañase a la subasta, incluso le habló de Adriana, pero ni su madre ni sus hermanos aceptaron.
Ya entrada la noche, llamó a Adriana. Ella estaba saliendo de la ducha, fue a coger el móvil en albornoz y con el pelo mojado.
—Hola preciosa, ya iba a colgar ¿Qué estabas haciendo a estas horas de la noche?
—Pues estaba saliendo de la ducha. ¿Qué tal el día?
—Normal. He trabajado un rato esta mañana y he pasado el resto del día con mi familia. ¿Y tú? ¿Muy cansada?
—Estoy muerta. Me voy a meter en la cama ya. No puedo con mi cuerpo, me duele por todas partes —se tumbó en la cama para seguir la conversación con él—.
—Puedo ir a darte un masaje, si quieres —le dijo con una sonrisa en la boca y tono burlón—.
—Pues no creas, necesito unas buenas manos. Tengo la espalda fatal.
—En las mías estarías en la mejores, créeme. Algún día te lo demostraré.
—Esta noche tendrás que conformarte con soñarlo —le dijo riéndose—. Te veo mañana.
—Espera, necesito que me repitas la sarta de mentiras que tengo que decir al presentar el cuadro. Si no me refrescas la memoria, temo que me saldrá la verdad. Y diré que es un cuadro horrible, que me daña la vista, que no entiendo su valor y que el que lo compre estará realmente loco de atar.
—¡Álex! Cómo hagas eso en la subasta, mi tía te puede matar allí mismo—. Adriana estaba riéndose a más no poder. Se estaba imaginando a Alejandro allí, soltando todo aquello ante los invitados como si nada. Lo veía muy capaz de hacerlo—.
—A ver, tienes que decir…—y Alejandro la interrumpió—.
—De aquí a mañana se me olvida —le dijo riéndose—. Me lo tienes que recordar antes de la cena, sube a mi habitación. Me dijiste que tú y tu tía llegaríais un par de horas antes para comprobar que todo estuviese en perfecto estado.
—Está bien, subiré en cuanto pueda. Aunque no me creo eso de tu mala memoria, Álex. Y ahora, te cuelgo porque me muero de sueño. Hasta mañana.
—Hasta mañana. Por cierto, me encanta que me llames Álex. Cuando tú lo pronuncias, suena muy bien. Solo mi familia me llama así. No te olvides soñar conmigo. Tú siempre estás en mis sueños desde que te conocí.
Llegó el famoso día, esperado por muchos, ya que en la cena y posterior subasta organizada por la Fundación Cristina Martorell, se reunirían la flor y nata de la sociedad. La familia Martorell era una de las más prestigiosas, no tanto por su enorme fortuna, sino por su discreción y elegancia en todo momento.
Adriana y su tía llegaron al hotel donde se llevaría a cabo la subasta dos horas antes de la hora prevista para que comenzara. Supervisaron que todo estuviese en orden y se dispusieron a repasar los objetos que la componían. Fue en ese momento cuando Adriana dejó a su tía en compañía de Roberto, Fernando y Marta; y ella se disculpó excusándose en ir a ver los jardines, donde se celebraría la recepción.
Adriana se encaminó hacia los ascensores y pulsó el último piso, allí era donde se alojaba Alejandro. Llamó a la puerta de su habitación y le abrió la puerta vestido de esmoquin. Estaba guapísimo.
Adriana entró hacia la habitación ante la atenta mirada de Alejandro que no paraba de observarla de arriba abajo. No podía parar de contemplar la belleza que acababa de entrar por su puerta. Adriana estaba más guapa que nunca, el color rosa fucsia del vestido le sentaba muy bien con el tono de piel bronceado. Llevaba su pelo moreno semirecogido, ese peinado destacaba más los rasgos de su rostro y sus impresionantes ojos verde claro. Pero lo que dejó sin habla a Alejandro fue el modelo del vestido, le quedaba como un guante. Era palabra de honor, entallado hasta la estrecha cintura, y a partir de ahí abría un poco la gasa, a modo de ocultar una enorme abertura en la parte derecha que sólo era perceptible cuando adelantaba la pierna para caminar. Llegaba a ras del suelo. Al andar y abrirse la parte delantera derecha permitía que luciese las altísimas sandalias en plata, que hacían juego con los demás complementos, la cartera, los pendientes y el anillo. Adriana tenía muy buena figura, él la había visto en bikini en varias ocasiones, sin embargo, con este vestido tuvo que refrenar sus impulsos de devorarla allí mismo, aunque ya lo estaba haciendo con la vista.
Adriana se dio la vuelta y se quedó mirando a Alejandro, él también estaba guapísimo de esmoquin, sus anchos hombros hacían que la chaqueta le quedase muy bien. Pero sus ojos; esos ojos negros, de un negro tan intenso y con ese brillo tan especial que tenía cuando la miraba de aquella forma, hacía que le flaqueasen las rodillas. Y esa voz grave y profunda que cada vez que la escuchaba sentía mariposas en el estómago. Era un hombre perfecto en todos los sentidos, no le extrañaba que las mujeres se murieran por él. Ella ya se había rendido ante el encanto y la magia que irradiaba Alejandro Robles. Tenía que reconocerse a sí misma que estaba perdida e incondicionalmente enamorada de él.
—Estás espectacular, me dejas sin palabras —le dijo dirigiéndose hacia ella. Sin dejar de mirarla a los ojos, le dio un ligero beso de saludo en los labios—.
—Tú también estás muy guapo. El esmoquin te sienta muy bien. Serás el blanco de las miradas de todas las mujeres esta noche. Todas querrán obtener tu atención.
—Lástima que a mí sólo me interese la mirada de una de esas mujeres. Tú —le dijo recorriéndole la mejilla con los dedos, a modo de caricia—. Sin duda alguna, serás la mujer más espectacular esta noche, todas te envidiaran. Y todos los hombres te desearan, como te deseo yo desde que te conozco, Adriana —pronunció con voz ronca—.
Volvió a besarla, pero esta vez fue un beso profundo, intenso. Ambos deseaban más de aquel beso y sus bocas se unían cada vez más. Ninguno de los dos quería interrumpir ese momento. Alejandro apretó fuertemente a Adriana junto a su cuerpo, la tenía tomada por la cintura, sus manos comenzaron a desplazarse por su espalda, por su cuello…
Fue Adriana quien lo interrumpió. Se dio cuenta de la intensidad que iban tomando, y que ninguno de ambos eran dueños de sus actos. Estaban presos de la pasión y el deseo. Le tomó la cara entre sus manos y susurró cerca de sus labios.
—Ahí abajo nos esperan —logró decir—.
Cuando besaba a Alejandro se le paraba el mundo, el corazón, y casi se olvidaba de respirar; sin embargo, su sentido del deber y responsabilidad llegaron a su cabeza a tiempo.
—Sí, será mejor que bajemos antes de que arruine tu vestido y tu peinado, vamos — suspiró para tomar aliento, la tomó de la mano y salieron de la habitación—.
—Y… no me mires así durante esta noche —le advirtió en el ascensor al ver su mirada felina—.
—No puedo evitarlo —le dijo con una gran sonrisa—.
—Vamos a lo que vamos, ¿recuerdas? —aún tenían un minuto hasta que el ascensor llegase a la primera planta—. Cuando se presente el cuadro como objeto de subasta subirás al escenario y dirás…
Alejandro la interrumpió atrapándola por la cintura y atrayéndola hacia él, muy cerca del oído.
—Recuerdo perfectamente lo que tengo que decir. Cada palabra.
—¿Entonces para qué me has hecho subir? —le dijo Adriana mirándolo a los ojos, muy cerca. Estaba un poco enfadada—.
—Porque sabía que esta noche no íbamos a tener ni un momento para nosotros solos. Quería ser el primero en verte, besarte y decirte lo maravillosa que estás — y le volvió a decir cerca del oído que no dejaría de mirarla ni un sólo segundo esta noche. Le dio un suave beso en la mejilla, la tomó por la mano y salieron del ascensor—.
Cuando llegaron a los jardines del hotel ya había bastante gente. Berta se los quedó mirando cuando los vio aparecer juntos. Adriana, ante la atenta mirada de su tía, a la cual era difícil que se le escapara algo, le dijo que se acababan de encontrar en el vestíbulo del hotel. Alejandro saludó a su tía y a Roberto, que estaba junto a su madre y un concurrido grupo de personas, entre ellos el padre de Adriana. Fue Roberto quien presento a Alejandro y Jorge. No se conocían personalmente, aunque ambos sabían de los logros económicos y empresariales del otro, puesto que eran personas muy conocidas.
Jorge lo trató con bastante cortesía, o al menos eso le pareció a Adriana. Por no decir indiferencia. Tuvo la sensación de que a su padre no le gustó nada Alejandro. Más bien, no le gustó la forma en que la miraba, con ese brillo tan especial en los ojos. Aunque estuviese en un grupo alejado de Adriana, cuando ella alzaba la vista allí estaba él, haciendo como que participa en la conversación, pero alzaba los ojos y la miraba de aquella forma tan especial que sólo Adriana sabía que iba dirigida a ella.
Cuando bajaban en el ascensor, Alejandro le explicó que no permanecería junto a ella aquella noche más que lo necesario, no quería alimentar los rumores de que Adriana era su nueva conquista. Todo lo contrario, le parecía una ocasión ideal para que ambos se tratasen poco, las miradas estarían pendientes de ellos y se confirmaría que todo lo publicado días antes no eran más que mentiras de la prensa. Y así fue, Alejandro solo estuvo junto a Adriana cuando ambos aparecieron en el salón y saludó a su familia, y se tuvieron que dirigir cada cual a sus mesas. Procuró hacerse el sorprendido de estar en la mesa de la familia Martorell, cosa que no le hizo ninguna gracia a Jorge, que ya había tenido conocimiento de lo publicado entre ambos. Y no le gustaba nada que el nombre de su hija se viese ligado al de ese hombre. Era sabido por todos que andaba con unas y con otras sin tener nada serio con ninguna.
Alejandro se sentó justo enfrente de Adriana. Las mesas eran redondas y estaban formadas por ocho ocupantes. En su mesa estaban Adriana y su padre, Berta y Roberto, Fernando y Marta, organizadores de todo aquello y llevaban la fundación junto con Berta. Y Alejandro y Carla, la madre de Sofía, que era íntima amiga de Berta. Su marido estaba de viaje y no había podido asistir.
Durante toda la cena, Alejandro no paró de observar a Adriana, aunque hablase con Carla o Roberto, entre los que estaba sentado, siempre tenía una mirada para ella. Ambos intercambiaron algunas palabras durante la cena, pero Adriana prefería no mantener una larga conversación con Alejandro, que la mirara de aquella forma la hacía sentir muy incómoda y le daba la sensación de que todos estaban pendiente de ellos.
Cuando terminó la cena, cada cual permaneció en su sitio, ahora tendría lugar la subasta. Fernando y Marta eran los encargados de llevarla a cabo. Berta subió al escenario para dar comienzo y dedicar unas palabras de agradecimiento a los presentes y a todos aquellos que habían contribuido con una donación. Agradeció especialmente la enorme donación hecha por el generoso empresario Alejandro Robles.
Mientras Berta pronunciaba estas palabras y todos estaban con la vista en ella, Alejandro se cambió de lugar, situándose junto a Adriana, a modo de ver mejor el escenario, Adriana se acercó un poco más a él para que nadie la oyese.
—Deja de mirarme así. Llevas toda la noche taladrándome con la mirada. Señor Robles, no es muy acertada su estrategia para desmentir los rumores de los otros días. Se van a dar cuenta.
—Solo tú te das cuenta de ello, y es porque no paras de pensar en lo sucedido ahí arriba. Al igual que yo —dicho esto, fijó su mirada en Berta—.
Adriana subió al escenario a decir unas palabras, a agradecer su colaboración a todos los asistentes y presentó uno de los objetos. Sacó una buena cantidad por él, a pesar que no era de mucho valor.
Mientras presentaban otros objetos y se procedía a su correspondiente subasta, Adriana volvió a su sitio en la mesa.
—Para ya, por favor, de mirarme así —le volvió a reprender a Alejandro—.
Este se volvió hacia ella y se acercó a su oído.
—Todos los hombres aquí presentes te miran de la misma forma que yo lo hago. Me halaga mucho que solo hayas percibido mi mirada.
Adriana lo miró a los ojos y le sonrió. Ambos se sonrieron. Gesto que no pasó desapercibido para Jorge, que miró a Alejandro con ganas de asesinarlo.
Cuando la subasta iba por la mitad, le tocó el turno al cuadro donado por Alejandro. Subió al escenario con una gran sonrisa.
—Señores, es para mí un enorme placer —pronunció la palabra placer con tal alivio que Adriana no pudo aguantar la risa— donar este cuadro. Sé que con ello colaboro con un gran proyecto que ayudará a muchas personas que lo necesitan. No niego que me resultará raro entrar en mi despacho y no verlo allí —suspiró con gesto de añoranza, cómico—. Pero me produce un gran alivio saber que, aunque mis ojos descansen de verlo,—le dirigió una sonrisa a Adriana— será uno de ustedes el afortunado que goce de este cuadro durante mucho tiempo.
Todos le aplaudieron por su breve discurso, pero sólo Adriana entendió cada una de sus palabras. Cuando Alejandro llegó a su lado aún seguía sonriendo.
— ¿Algo que objetar de mis palabras, señorita Martorell?
—Nada. Me han encantado —no pudo contener una carcajada—. De hecho, creo que soy la única que realmente ha entendido lo difícil que será para ti no ver ese cuadro más—.
El cuadro donado por Alejandro fue adjudicado por un valor muy superior a su precio de salida. La tía de Adriana le dirigió una mirada a Alejandro como diciéndole; “te lo dije”. Y él no daba crédito a ello. Solo Adriana comprendía su expresión de horror ante ello este dato, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no reírse desmesuradamente ante sus gestos. El cuadro fue comprado por un diseñador que iba abriéndose paso en el mundo de la alta sociedad. Alejandro pensó que era una buena estrategia comercial, ya que mañana su nombre aparecería en la primera plana de toda la prensa como la persona que había adquirido el objeto más valorado en la subasta y su nombre subiría como la espuma.
Finalizada la subasta, todos abandonaron sus mesas y se dirigieron de nuevo hacia el jardín, donde se servían bebidas y se podría disfrutar de música el resto de la noche.
Adriana estaba junto a su tía y Carla cuando alguien llegó junto a ellas. Era David, amigo de Adriana desde la infancia y estaba loco por ella desde el instituto, pero ella nunca le prestó atención. Para Adriana era como un hermano y David, tras los años lo había aceptado, muy a su pesar. Aunque no desperdiciaba la ocasión de insistirle.
—¡David! —Adriana le dio un gran abrazo y dos besos—. No te he visto antes.
—Acabo de llegar, mi vuelo se retrasó —la tenía cogida por ambas manos—. Estás guapísima, como siempre — saludó a Berta y Carla—. Os robo a esta preciosidad, nos vamos a bailar —la cogió la mano y tiró de ella hasta el lugar donde bailaban los demás—.
Alejandro no les quitaba ojo de encima, siguió a la pareja hasta la pista de baile y no paraba de observarlos, cómo ambos se reían, bailaban y, sobre todo, cómo ese tipo la miraba. Cuando ya no pudo aguantar más, se disculpó repentinamente ante las personas que lo acompañaban y se dirigió hacia la pista de baile. Una vez allí, fue directamente hasta Adriana, se colocó a su lado y, justo en ese momento, terminó la canción.
—Señorita Martorell, me prometió usted antes que bailaría conmigo ¿Le importa? —le dijo a David, tomando con gesto posesivo a Adriana del brazo—.
—No, para nada. Voy a tomar una copa. Te veo más tarde, preciosa — le dijo David a Adriana y se retiró—.
Comenzó otra pieza musical, Alejandro y Adriana se dispusieron a bailar, lo miró directamente a los ojos y vio un gesto malhumorado en su rostro, había perdido la sonrisa con la que la había estado observando durante toda la noche.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó Adriana—.
—¿Por qué tendría que ocurrirme algo? —le contestó, de forma cortante—.
—No sé. Te veo muy serio. Y dijiste que tan solo te ibas a acercar a mí esta noche lo estrictamente necesario. Y ahora todos nos miran.
—He cambiado de opinión, —le dijo en el mismo tono cortante —me he cansado de ver cómo todos los hombres de esta fiesta pueden disfrutar de tu compañía, mientras que yo me limito a verte con los demás. Pero si he interrumpido algo importante con ese… —le dijo refiriéndose a David—.
—¿Estás celoso?
—Terriblemente celoso —admitió mirándola a los ojos y con el rostro muy serio—.
—Ja, ja, ja. Muy bien, pues en ese caso yo también debería estar terriblemente celosa, te has pasado toda la noche en compañía de mujeres que te devoraban con la vista y se te insinuaban descaradamente.
—No me he dado cuenta. Solo te prestaba atención a ti —le dijo con indiferencia—.
—Bien. Pues de todos los hombres que se me han acercado, no me interesa ninguno. David es un amigo de la infancia, nada más.
—¿Y yo? ¿Tampoco te intereso, Adriana? —le volvió a sonreír—.
—Tú, eres el hombre que más me ha interesado en la vida. Estoy loca por ti —le dijo ella muy seria, mirándolo fijamente a los ojos—.
Al oír estas palabras, Alejandro no cabía en sí de gozo. Se le dibujó una enorme sonrisa en la boca, apretó más el cuerpo de Adriana junto al de él, acercándose muchísimo.
—Yo también estoy loco por ti. Me muero por besarte y estar a solas contigo.
Ninguno de los dos eran ya conscientes de que habían pasado a ser el blanco de todas las miradas, estaban cada vez más cerca y en actitud muy amorosa.
El padre de Adriana los vio juntos y se acercó a ellos; se paró justo al lado de Adriana, ella al verlo se deshizo de los brazos de Alejandro.
—Adriana, te estaba buscando. Necesito que vengas conmigo, voy a presentarte a unos amigos —le dijo Jorge a su hija, y le dirigió una mirada muy seria a Alejandro—. Señor Robles, le agradezco enormemente que sacase a mi hija de la emboscada que los periodistas pensaban hacerle. No he tenido ocasión de manifestárselo.
—De nada, señor Martorell. Fue un placer.
—Sin embargo, no se equivoque con mi hija. Ella no es de la clase de mujeres a las que usted está acostumbrado. No quiero que se la relacione con usted. Por ello, le pido que después de esta noche no vuelva a acercársele más. No es usted la clase de compañía que necesita —le dijo Jorge en tono muy serio, pero educado, a Alejandro. Y sin esperar una respuesta de él tomó a Adriana por el brazo y tiró de ella—.
—¡Papá! —dijo Adriana, escandalizada al oír las palabras de su padre—.
Se volvió para mirar a Alejandro, que tenía ya expresión muy seria, mientras su padre la dirigía al lado opuesto del jardín. Aún así, pudo ver como Alejandro se dirigió hacía el hall del hotel con las manos en los bolsillos y gesto serio.
—Papá, ¿cómo has podido decirle eso? Te desconozco —le dijo Adriana encarando a su padre antes de llegar junto a las demás personas—.
—Adriana, hija —le dijo Jorge con actitud paciente—. Ese hombre no me gusta nada. Está acostumbrado a usar a las mujeres y solo he querido dejarle bien claro que tú no eres una más de las que está acostumbrado a tener. ¿Sabes cómo me sentí cuando vi tu nombre relacionado con el de él?
—Ha sido muy amable conmigo.
—No hay más que hablar, Adriana. No te quiero cerca de ese hombre. ¿Entendido? –y, sin más, se unieron a los demás invitados—.
Adriana saludó a los amigos de su padre, puso buena cara aunque por dentro estaba realmente enfadada con él. Nunca antes se había comportado así, jamás en su vida le había dado una orden, y mucho menos le había prohibido tajantemente algo. Y ahora, a sus veintidós años, pretendía que Adriana le obedeciese como un manso corderito. Pues no. No iba a mantenerse alejada de Alejandro. No le importaba la reputación que tuviese de mujeriego. Era consciente del riesgo de fijarse en un hombre como él. Pero estaba perdidamente enamorada de Alejandro, nunca había sentido lo que sentía por él y estaba decidida a vivir la experiencia y, ni su padre, ni nadie, iban a impedir que dejase de verlo.
Pasada media hora, buscó a Alejandro por todos lados. No se encontraba en la fiesta, recordó que lo vio dirigirse al hall y decidió ir a buscarlo a su habitación.
Tocó a la puerta. Cuando ya comenzaba a pensar que no estaba en su habitación, Alejandro abrió la puerta. Llevaba la camisa blanca desabrochada hasta la mitad del pecho y las mangas recogidas hasta los codos. Tenía un aspecto cansado, la mirada vidriosa y un vaso de whisky en la mano. Adriana se quedó callada cuando el abrió la puerta.
—¿Qué haces aquí? —le espetó Alejandro de mala gana sin moverse de la puerta—.
—Déjame pasar —no fue un ruego, sino más bien una orden, pues Adriana pasó junto a él con paso decidido, entró sin oír su respuesta—. Yo no comparto la opinión de mi padre, por eso estoy aquí —le dijo una vez dentro y mirándolo a los ojos—.
Alejandro cerró la puerta y se dirigió a su lado.
—Pues deberías hacerle caso a tu padre. Yo no te convengo mucho.
—No es eso lo que pensabas hace un rato ahí abajo, cuando me susurrabas al oído que te morías de ganas por besarme y estar a solas conmigo.
—He cambiado de opinión — le dijo en tono muy serio y bebió de su vaso—.
—No lo creo —Adriana dejó caer su cartera sobre el sofá que estaba junto a ella, se dirigió hacia Alejandro, le quitó el vaso de entre las manos y lo besó desesperadamente, colocándole ambas manos sobre su rostro y saboreando su boca, que sabía a whisky. Alejandro no pudo resistirse a ese beso, la rodeó por la cintura y estrecho su cuerpo junto al de él, deseaba a Adriana. Su olor, su sabor, lo volvían loco, le nublaban la capacidad de pensar con coherencia cuando estaba con ella. El tener a Adriana entre sus brazos era toda una bendición.
El beso fue tomando cada vez más intensidad, ambos eran presos de la pasión. No pensaban, tan solo existían ellos dos, deseándose desesperadamente. Alejandro comenzó a besar a Adriana por el cuello, las orejas, las mejillas, los párpados. La llevó hasta el sofá que había junto a ellos y la tendió allí, situándose sobre ella. Siguió besándola y comenzó a desabrocharle el vestido, Adriana también comenzó a quitarle la camisa, necesitaba ver ese cuerpo, tocarlo con sus propias manos, besarlo, sentirlo, tal y como lo había deseado desde el día que lo vio por primera vez en bañador en su piscina.
Alejandro paró de besarla por un instante y la miró a los ojos.
— Me vuelves loco —le dijo—. Te deseo desesperadamente —y volvió a besarla—.
Adriana recobró un poco de la cordura perdida, aunque él no paraba de besarla. — Álex. Tengo que decirte algo.
—¿Qué pasa, cielo? — paró de besarla y la miró a los ojos—.
—Álex…
No sabía por dónde empezar. Ella sabía que Alejandro era un hombre que había estado con muchísimas mujeres y tenía miedo de confesarle su inexperiencia en ese campo. Sabía que a los hombre como él les gustan las mujeres con experiencia en la cama y ella no tenía ninguna.
—Verás…es la primera vez…
Alejandro no necesitó más explicaciones, con solo verle la cara pudo adivinarlo. La miró, sorprendido, y toda la pasión se convirtió en hielo. Se levantó del sofá, la miró con gesto serio y aturdido al verla allí tendida con el vestido medio desabrochado. Él se colocó su camisa.
—Vístete, será mejor que te vayas. Y procura que no te vean al salir.
—¿Qué te pasa? —le dijo Adriana, muy enfadada, echaba chispas por los ojos—.
—Simplemente, que no quiero complicarme la vida. Vete, por favor —estaba enfadado, mesándose el pelo con ambas manos, y posteriormente haciéndole un gesto hacia la puerta—.
Adriana no entendía nada, se incorporó y comenzó a ponerse bien el vestido. Al fijar la vista en él se dio cuenta de que se puso de espaldas a ella mientras se colocaba bien la ropa. Recogió su cartera y se dirigió a la puerta. Con la mano en el pomo, sin abrirla aún, se dio la vuelta y lo encaró de frente con una mirada dura, cargada de resentimiento y lo miró a los ojos.
—Ahora me creo todo lo que dicen de ti, Alejandro Robles —y, sin más, abrió la puerta y se fue—.
Se dirigió al ascensor, llevaba los ojos empañados por las lágrimas que estaban a punto de resbalar, pero no se permitiría llorar. No. Y menos por alguien como Alejandro. Se sentía defraudada, había llegado a pensar que Alejandro sentía algo especial por ella. Qué equivocada estaba. Al menos se había dado cuenta a tiempo de que era un hombre sin corazón, frío y despiadado como lo describían en el mundo de los negocios. Cuando llegó al hall se encontró con Roberto, se dirigió a él; la miró con cara de preocupación, su prima no tenía muy buen aspecto.
—¿Estás bien, Adriana?
—No me encuentro bien. Me ha debido sentar mal la cena.
Fue lo primero que se le ocurrió para justificar su aspecto, aunque no estaba muy lejos de la verdad, si no salía de allí inmediatamente vomitaría sobre alguien.
—¿Me puedes llevar a casa, por favor?
—Sí, claro, vamos. ¿Quieres que avise a tu padre?
—No, llévame tú —le dijo y se dirigieron al coche de Roberto—.
Cuando llegaron a casa Adriana dio las gracias a Roberto y, sin más, subió las escaleras que dirigían a su habitación. Entró sin encender la luz, dejó el vestido en el suelo y se metió en la cama en ropa interior. Sólo tenía ganas de llorar. Llorar a solas donde nadie pudiese verla.
No durmió en toda la noche.