CAPÍTULO 20

 

Ya iban en la limusina de Alejandro cuando Adriana lo miró y lo vio serio y pensativo, muy alejado del Alejandro sonriente y dichoso que había dejado solo minutos atrás.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó ante su actitud—.

—Nada, mi vida —le sonrió, le tomó la mano entre las suyas y le dio un ligero beso en la mejilla— ¿Son muy importantes los asuntos que Roberto ha mencionado?

—Nada. Solo unas firmas— le dijo, con una sonrisa radiante, mirándolo a los ojos— Es lo que tiene ser la heredera de una gran fortuna. Desde que cumplí los dieciocho años, según me dice Roberto, me he pasado la vida firmando papeles y quejándome de ello.

Alejandro arrugó la frente, extrañado.

—¿Heredera? Tu padre aún sigue vivo, que yo sepa.

—¿No te lo conté hace cinco años? —le dijo, bromeando, y él negó con la cabeza—. Al morir mi madre, yo automáticamente lo heredé todo. La hija legítima de mi abuelo era mi madre. Mi padre, aunque lleva el mismo apellido que mi abuelo, fue adoptado por él al morir sus verdaderos padres. Ellos tenían un patrimonio considerable, que mi abuelo supo invertir muy bien. Mi padre es el dueño del 25% de Martorell; yo, del resto —le sonrió como si nada—.

Era la dueña de una de las fortunas más considerables del mundo y lo decía de aquella manera tan natural. Alejandro era rico por sí mismo, sin contar con la fortuna de su tío, aunque la tenía a su absoluta disposición, tanto para él como para sus hermanos. Sin embargo, el patrimonio Martorell triplicaba el suyo. Lo sabía con certeza, maldijo mentalmente a cada uno de sus asesores. Nadie le había dado ese dato cuando meses atrás dio la orden de destruir a Jorge Martorell donde más le dolería, aparte de su hija, y esto era su gran empresa. Él pensaba que Adriana tan solo era dueña de Monfort, una buena empresa que cada año les reportaba más y más beneficios a ella y Sofía. Pensaba vengarse de su suegro arruinando los proyectos futuros de Martorell pero, en verdad, a quien estaba perjudicando era a su esposa. Cerró los ojos sin saber cómo solucionar aquello. Mañana mismo levantaría a todos sus asesores de la cama a primera hora, sin importarle que fuese domingo, para arreglar aquel desastre.

Adriana acababa de confesarle que se había vuelto a enamorar de él. Y ahí estaba él, inmerso en esos problemas en vez de estar disfrutando del momento junto a su esposa.

 

Julio se ofreció llevar a Berta a su casa. Era un hombre muy educado y extremadamente galante y apuesto para su edad, no aparentaba tener sesenta y dos años. Tenía el pelo canoso muy corto con entradas, ojos claros, gafas y una sonrisa siempre en el rostro. Berta se dijo que de joven habría roto muchos corazones, sin embargo, nunca le conoció una pareja estable. Hacía casi diez años que se conocían.

Al darle un beso de despedida, Berta lo invitó a entrar. Le enseñó su fabuloso piso, muy parecido al de Adriana y lo invitó a un café. No quería ofrecerle una copa porque tenía que conducir y no debía beber alcohol por sus problemas de corazón. Julio elogió su fabuloso café y charlaron animadamente. Tenían gustos parecidos, amigos comunes y una sobrina nieta a la que ambos adoraban. Cuando estaban juntos las horas pasaban rápidamente. Estaban hablando de lo bien que veían a Adriana y Álex durante la subasta, ellos fueron testigos varias veces de sus muestras de amor. Y estaban felices de que, al parecer, todo entre ambos iba viento en popa.

—Adriana se parece a ti. No tanto en lo físico como en su forma de ser. Es un encanto. Tiene un don especial para hacer que todos los que la rodean la admiren y la quieran, como tú —y la miró fijamente a los ojos—.

Berta soltó una suave carcajada ante su cumplido y se excusó.

—No te creas, muchos me evitan. Siempre piensan que voy a pedirles algo para mis causas en la fundación, como tú cuando nos conocimos.

El sonrió, la volvió a mirar fijamente.

—Hasta que conseguiste embrujarme. Berta, eres una gran mujer. Durante estos meses me he dado cuenta de que ojalá te hubiese conocido como ahora hace diez años. Porque no te habría dejado escapar.

Berta lo miró con una sonrisa en los labios.

—¿Es que ya te has dado por vencido? ¿Me vas a dejar escapar?

Berta también se había enamorado de Julio.

—¡Nunca! —le tocó la mejilla con suavidad y la besó—.

 

Álex y Adriana llegaron a casa. Antes de entrar, la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente, deleitándose cada instante de tenerla junto a él. Le tomó la cara entre sus grandes manos y rozó sus labios con los suyos.

—Tenemos mucho de qué hablar.

—Sí —fue lo único que pudo responder—.

Él la tomó de la mano y subieron juntos a su habitación. Optaron por la de ella. Álex abrió la puerta con galantería y la hizo pasar. Se dirigió a las cristaleras que daban a la terraza y las abrió, salió con ella a respirar el frescor de la noche. Allí había una botella de champán bien frío junto con dos copas. Adriana, al verlas, se sorprendió, y Alejandro le explicó la situación.

—Le dije a Matías —su chófer y compañero de kárate— cuando lo llamé, que antes de ir a recogernos dejase esto aquí.

Llenó ambas copas y le extendió una a ella. Brindaron y Álex la miró.

—Por nuestro amor. Porque seamos muy felices —ambos bebieron de sus copas y Alejandro se inclinó a besar a Adriana—.

Ella le puso una mano en la mejilla con gesto cariñoso.

—Alejandro, tenemos que hablar de muchas cosas.

Él comenzó a besarle el cuello, detrás de las orejas, los hombros... Adriana iba perdiendo la capacidad de razonar poco a poco. Estaba embriagada por sus besos, esas sensaciones nuevas que le producía estar en los brazos de Alejandro una vez que ya se habían manifestado abiertamente sus sentimientos. El la tomó en brazos y fue con ella hasta la enorme cama. La depositó en el centro de esta y se quedó allí, admirándola. Comenzó a deshacerse de la chaqueta y la corbata. Adriana se incorporó y le tomó su mano cuando comenzaba a desabrocharse los botones de la camisa.

—Alejandro, debes de saber algo antes de que continuemos.

Él la miró extrañado y la miró, algo preocupado y paciente.

—¿Estás bien?, ¿ocurre algo?

—Hasta ahora, me encuentro perfectamente —le dijo con los ojos cargados de deseo—. No sé cómo estaré más adelante.

Alejandro se sentó junto a ella.

—¿Quieres explicármelo?, porque no te entiendo, mi amor.

Adriana se incorporó, trepó hasta apoyar la espalda en el cabecero de la cama y mantuvo la mirada fija en él.

—Alejandro. Una de las razones por las que me negaba a aceptar lo que siento por ti es este momento. Eres un hombre que has estado con muchas mujeres, estás acostumbrado a ... —no terminó la frase. Bajó la cabeza y dijo entre dientes— cosas que quizás yo no te pueda dar.

—Adriana — le tomó la barbilla con una mano—, creo que olvidas que tenemos una hija en común. Ya hemos pasado por aquí. Y creo haberte dicho en varias ocasiones que he vivido estos cinco últimos años con el recuerdo de nuestras noches en la cama. Jamás he tenido con nadie lo que teníamos juntos.

Adriana le apartó su mano y la tomó entre las suyas. Bajó la mirada.

—Eso fue antes del accidente, después yo...

—¿Después tú qué, Adriana? —ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas—.

—Jamás he sido capaz de estar con ningún hombre —Alejandro la miró, sorprendido, y ella se lo explicó—. Cuando desperté pasé varios meses en el hospital hasta que recuperé completamente la movilidad de todo mi cuerpo. Después fueron años de psicólogos, tratamientos, etc. Hasta que todos se dieron por vencidos, nunca recuperaría la memoria. Me dediqué a mi hija, solo tenía tiempo para ella. A los dos años del accidente conocí a Cristian, nos convertimos en grandes amigos y posteriormente en pareja. Cuando tratábamos de hacer el amor, llegaba un punto en el que mi cuerpo y mi mente desconectaban y me quedaba fría y con la mirada ausente, algo pasaba dentro de mí que no lograba comprender. Acudí a psicólogos y psiquiatras, pero ninguno encontró una razón coherente ante mi reacción. Nunca probé con nadie diferente de Cristian —le aclaró—.

—Adriana, mi amor— Álex la abrazó con desesperación y le dio besos por toda la cara—.

—Lo siento —le dijo, con lágrimas en los ojos—.

—¿Qué es lo que sientes, mi vida? Porque yo no siento que no hayas podido acostarte durante todos estos años con Cristian. Llámame egoísta o posesivo, pero lo celebro. Eres mía, mi vida, solo mía.

—Con Cristian nunca me importó demasiado, sin embargo contigo... Alejandro y si nunca puedo... —le dijo, aterrada—.

Él soltó una carcajada sonora y la abrazó de nuevo. Acunándola como a una niña pequeña entre sus brazos.

—Podrás, si recordaras lo que hubo entre nosotros, no tendrías ninguna duda —le apartó el pelo de la cara y le secó las lágrimas—.

—¿Estás seguro? —le dijo con temor en la voz—.

—Completamente seguro. Solo que no será esta noche. Tengo algo en mente que no va a fallar. Quizás tu cabecita —se la acarició— no lo recuerde, pero tu cuerpo y tu alma recordarán —sonrió para sí—. Y ahora, vamos a dormir, mañana nos espera un largo viaje.

—¿Un viaje? —le dijo sorprendida—.

—Sí, a Miami. Pasaremos allí unos días, como luna de miel. Es allí donde está mi regalo.

—¿Tu regalo? —estaba totalmente intrigada—.

—Sí, el que iba a ser mi regalo de bodas hace cinco años.

—¿Y lo has guardado durante todos estos años?

—Sí —dijo con una sonrisa—. Es un poco difícil de deshacerse de él. Y no más preguntas. He dicho que será una sorpresa, vamos a desvestirnos y meternos en la cama. Es muy tarde.

Ya en la cama, él en slip y ella en ropa interior, se deshicieron de sus trajes de fiesta, Adriana se acurrucó en el amplio pecho de su marido y lo abrazó. Él la abrazó y le dio un suave beso de buenas noches. Antes de quedarse dormida le dijo;

—Te amo, Alejandro Robles. Eres mi destino aunque intenté negarlo.

—Y yo a ti, Adriana Martorell —miró al techo y pidió clemencia al mismo tiempo que agradeció aquella situación. Si Adriana no tuviese aquel problema, ahora mismo estarían haciendo el amor. Gracias a ello, no se había pasado todos estos años de cama en cama. Porque con su belleza y su espectacular cuerpo era de esperarse. Sonrió al recordar las noches en vela que pasó martirizándose pensándola en brazos de otros.

Aquella mañana se despertó al alba, sonrió al ver a su esposa en sus brazos. Salió de la cama con cuidado y fue a nadar a la piscina. Desayunó y llamó a sus asesores financieros y directores de otras empresas para revocar la orden dada meses atrás. Obstaculizar y destruir Martorell. Nadie entendía su repentina decisión. No dio más explicaciones, era una orden. A partir de ese instante, Martorell sería considerada como una empresa a tener muy en cuenta en todos sus proyectos futuros.

Fue a despertar a Adriana, había reservado vuelo a Miami para esa misma mañana. En cuatro horas saldrían para el aeropuerto. Cuando entró a su habitación sin llamar, la encontró enfrascada en una guerra de almohadas con su hija. Su quedó allí observándolas con el corazón rebosante de orgullo. Adriana lo vio y se distrajo, su hija aprovechó ese momento para derribarla. Alba gritaba; ¡gané!

Alejandro fue hacia ellas y les dio un beso de buenos días.

—¿Me puedo unir a la batalla?

—¡Alejandro! Vamos a despertar a toda la casa, son las nueve de la mañana. Mejor bajamos a desayunar —dijo, bajando de la cama y extendiendo los brazos a Alba—.

—Tienes dos horas para desayunar, arreglarte y coger algo de ropa. —Álex se dirigió a su hija después —Mi amor, papá y mamá se van de viaje por unos días. Te quedarás con los abuelitos, la tía Anabel y Berta —la niña asintió de buena gana—. Te traeremos un regalo.

—¡Sí! —Gritó Alba y salió corriendo hacia la cocina para desayunar—.

Adriana miraba a Alejandro, extrañada.

—Te dije anoche que nos vamos a Miami, hoy mismo.

—Es que nunca he dejado a Alba sola desde que nació, ni un solo día.

—Estará muy bien cuidada. No estaremos mucho tiempo. Quizás tres días.

—Está bien. Voy a ducharme y a preparar todo, ¿y tu maleta?

—No llevaré nada. En mi casa de Miami tengo de todo. Nos quedaremos allí —le dio un beso en los labios—. Yo me ocupo de Alba —se dirigió a la puerta—.

—Gracias —dijo Adriana, admirando a ese hombre que le había robado el corazón—.

Minutos antes de salir hacia el aeropuerto, se despidieron de su hija y dejaron encargada a María de todo, ya que era la única levantada a esas horas.

Cuando iban saliendo por la puerta de entrada, se cruzaron con Julio. Alejandro le explicó que se iban a pasar unos días a la casa de Miami y que, junto con Berta y María, cuidase de Alba durante los próximos días. Ya en el coche, Adriana le preguntó a Alejandro algo extrañada;

—¿Tu tío llevaba la misma ropa de anoche?, ¿estaba llegando ahora?

Alejandro le respondió con una sonrisa encantadora.

—Llama a tu tía y pregúntale qué tal ha pasado la noche. Saldrás de dudas.

—¡Alejandro!  —le dijo, sorprendida por sus palabras —. No lo puedo creer  —se tapó la boca junto con una carcajada—.

Alejandro seguía buscando en la limusina los periódicos, finalmente le preguntó a Matías.

—¿Y los periódicos de hoy, Matías?

—No han llegado esta mañana Alejandro —respondió, incómodo, por mentirle—.

—¡Vaya! —Dijo malhumorado, miró a Adriana y le explicó su reacción—.

—Soy un hombre de costumbres. Me gusta leer el periódico todas la mañanas.

—Vaya —le dijo, con una sonrisa, gesticulando sorpresa en su rostro—. Ya veo que tienes muy mal carácter cuando pierdes tus costumbres —y le volvió a sonreír de esa forma tan encantadora que hacía que el corazón le diese un vuelco—.

—Pregúntale a Pablo y a mi familia —la miró y le dijo con picardía—. Cuando perdí la costumbre de tenerte en mi cama, me volví un verdadero ogro —la atrajo hacia él y la beso apasionadamente—.

—¿Quieres decir que me he enamorado de un ogro? —logró decir entre besos—.

—Tienes la gran capacidad de amansar a las fieras —le dio un beso en el cuello—, tus ojos me hipnotizan —le dio otro beso en los labios—. Tu sabor me emborracha de pasión —le recorrió las manos por la cintura y sus pechos—, y tu cuerpo hace de mí un esclavo. No tienes ni idea lo que he echado de menos recorrer sin límites cada centímetro de tu cuerpo. Aunque debo decirte que se han producido algunos cambios en él que estoy deseoso de explorar —le dijo, con una enorme sonrisa y una mirada llameante—.

—¿Sabes lo difícil que resulta para mí que tú, —le tocó la mejilla con amor— conozcas mi cuerpo mejor que yo misma? —Él se encogió de hombros— A ver, ¿qué cambios se han producido? —Se sentó correctamente, cruzó los brazos y esperó una respuesta—.

Alejandro la miró descaradamente por todo el cuerpo.

—Estas más delgada, quizás, la palabra sea estilizada. Conservas tus curvas de siempre, se nota que ahora haces ejercicio físico y tienes más pecho.

Ella sonrió al verlo enumerar todos esos cambios, señaló los pechos.

—Eso sí me lo había dicho Sofía, y el ejercicio físico me lo recomendaron los fisioterapeutas.

—Estás estupenda, mi amor. Espectacular.

—Y tú —le tocó los abdominales—. ¿Tenías esto hace cinco años? Déjame decirte que cuando te vi en la piscina me dejaste realmente impresionada. Tienes un cuerpo maravilloso.

—Todo tuyo, mi vida —le dijo provocadoramente—. Y, respondiendo a tu pregunta, no. —se tocó los abdominales—. Hace cinco años no estaba tan en forma. Descargué mucha rabia en el gimnasio cuando creí que me habías dejado —su tono sonó con amargura—.

Ella bajó la vista, algo incómoda, y se miró las manos.

—¿Hubiésemos sido muy felices, verdad?

—No te quepa la menor duda —la atrajo hasta él y la abrazó—.

 

Antes de embarcar, Alejandro se dirigió a comprar el periódico. Allí pudo ver con rabia la publicación sobre él. Y la venganza de los periodistas. En la portada del periódico aparecía Alejandro con numerosas mujeres a lo largo de su vida. El titular era;  “Mientras su esposa, Adriana Martorell, criaba a su hija, Alejandro Robles no perdía el tiempo”.

Adriana lo vio y lo leyó al mismo tiempo que él. Pudo ver su furia contenida y el dolor que expresaban sus ojos cuando se dirigió a su esposa.

—Lo siento.

Adriana lo abrazó, lo cogió de la mano y salieron hacia otro lugar donde no viesen aquello. Esto era lo último que Alejandro necesitaba en esos momentos, que Adriana se plantease su relación. Bastante eran los miedos que ella tenía ya de por sí sobre el curso de su relación en pareja.

 

Deseos del destino
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