Ojos con los que…

Jeremy está dentro. Se zambulle a través de capas de lentas corrientes termales. Remolinos incoloros pasan a su lado en tres dimensiones.

Esferas de negro se colapsan hacia fuera y lo ciegan. Hay cataratas de contacto, ríos de olor y una fina línea de equilibrio que trae en volandas un viento silencioso.

Jeremy se encuentra sostenido por un millar de manos invisibles que tocan y exploran. Hay dedos contra sus labios, palmas en su pecho, suaves manos deslizándose por su vientre, dedos que tocan su pene tan impersonalmente como en un examen médico y luego continúan.

De repente se encuentra bajo el agua, no, enterrado en algo más denso que el agua. No puede respirar. Desesperadamente empieza a agitar brazos y piernas contra la viscosa corriente hasta que tiene la sensación de que asciende. No hay ninguna luz, ninguna sensación de dirección excepto un levísimo tirón de gravedad hacia abajo, pero Jeremy se agita contra el resistente gel que lo rodea y combate esa gravedad, sabiendo que quedarse donde está significa ser enterrado vivo.

De repente la sustancia cambia y Jeremy es absorbido hacia arriba por una aspiradora que le agarra la cabeza como un torno de carpintero. Es sujetado, comprimido, apretado tan fuerte que está seguro de que sus costillas rotas y su cráneo se están rompiendo de nuevo, y entonces de repente se siente impulsado a través de la estrecha abertura y su cabeza quiebra la superficie.

Jeremy abre la boca para gritar y el aire inunda su pecho como si fuera agua llenando a un ahogado. Su grito continúa y continúa, y cuando muere, no hay ningún eco.

Jeremy despierta en una extensa llanura.

No es ni de día ni de noche. Una luz pálida de color melocotón lo difumina todo. El suelo es duro y está cuarteado en segmentos anaranjados que parecen extenderse hasta el infinito. No hay horizonte. Jeremy piensa que la tierra parece un llano durante una sequía.

Sobre él no hay cielo, sólo pisos de cristal de color melocotón. Jeremy imagina que es como estar en el sótano de un rascacielos de plástico transparente. Un rascacielos vacío. Se tiende de espaldas y contempla infinitos pisos de vacío cristalizado.

Al cabo de un rato, Jeremy se sienta y se examina. Está desnudo. Siente la piel como si se la hubieran secado con papel de lija. Se pasa una mano por el estómago, se toca los hombros y los brazos y la cara, pero pasa todo un minuto antes de que advierta que no tiene heridas ni cicatrices: ni el brazo roto, ni la rozadura de la bala, ni las costillas rotas, ni las marcas de mordiscos en la cadera y la cara interna del muslo, ni (hasta donde puede distinguir) la contusión y las laceraciones de su cara. Durante un enloquecido segundo Jeremy piensa que está en un cuerpo distinto al suyo, pero se observa y ve la cicatriz en la rodilla, vestigio del accidente de moto que sufrió a los diecisiete años, el lunar en la cara interna del antebrazo.

Una oleada de mareo lo cubre cuando se yergue.

Poco después Jeremy empieza a caminar. Sus pies descalzos notan calientes las lisas placas. No tiene dirección ni destino. Una vez, en el rancho de la señorita Morgan, echó a andar por una amplia extensión de llanos salinos al anochecer. Esto es parecido… pero no mucho.

Pisa una grieta, rómpete la jeta.

Jeremy camina durante un rato, aunque el tiempo tiene poco significado aquí, en esta llanura naranja sin sol. Los pisos color melocotón que hay sobre él no cambian ni titilan. Al cabo de un rato se detiene, y cuando lo hace es en un lugar que no es distinto al punto en el que empezó. Le duele la cabeza. Se vuelve a tumbar de espaldas, sintiendo el suelo liso bajo él, más parecido a plástico recalentado por el sol que a tierra o piedra, y mientras está allí tendido imagina que es una criatura abisal que mira a través de capas de corrientes cambiantes.

El fondo de la piscina. Tan dolorosamente reacio a regresar a la luz.

La luz de color melocotón envuelve a Jeremy en su calor. Su cuerpo está radiante. Cierra de nuevo los ojos contra la luz. Y duerme.

Se despierta de repente, totalmente, las aletas de la nariz distendidas, los oídos doloridos por el esfuerzo de intentar detectar un sonido escuchado a medias. La oscuridad es absoluta.

Algo se mueve en la noche.

Jeremy se agazapa en la negrura y trata de apagar el sonido de su propia respiración entrecortada. Su sistema glandular ha revertido a una programación que tiene más de un millón de años de antigüedad. Está preparado para huir o luchar, pero la completa e inexplicable oscuridad hace imposible la huida. Se dispone a luchar. Cierra los puños, el corazón se le acelera y sus ojos se esfuerzan por ver.

Algo se mueve en la noche.

Lo siente cerca. Siente su poder y su peso a través del suelo. La cosa es enorme, sus pisadas hacen temblar el suelo y el cuerpo de Jeremy, y se acerca. Jeremy está seguro de que la cosa no tiene problemas para encontrar el camino en la oscuridad. Y puede verlo.

Entonces la cosa está cerca de él, encima, y Jeremy siente la fuerza de su mirada. Se arrodilla en el suelo súbitamente frío y se enrosca en una pelota.

Algo lo toca.

Jeremy combate el impulso de gritar. Una mano gigantesca lo agarra (algo áspero y enorme y que no es una mano en absoluto) y de repente es alzado hacia la negrura. De nuevo Jeremy siente el poder de la cosa, esta vez a través de la presión en sus brazos inmóviles y sus costillas crujientes, y está seguro de que podría aplastarlo fácilmente si lo deseara. Evidentemente, no lo desea. Al menos no todavía.

Siente que lo ven, lo inspeccionan, lo sopesan con un baremo invisible. Jeremy experimenta la sensación, inevitable pero de algún modo tranquilizadora, de absoluta pasividad que uno experimenta cuando se tiende desnudo en la mesa de rayos X, sabiendo que rayos invisibles atraviesan su cuerpo buscando elementos malignos, sondeando en busca de podredumbre y semillas de muerte.

Algo lo suelta.

Jeremy no oye más sonido que su propia respiración entrecortada, pero siente que los enormes pasos se alejan. Imposiblemente, se alejan en todas direcciones, como ondas en un estanque. Un peso se alza en él y descubre para su propio horror que está sollozando.

Más tarde, se desenrosca y se pone en pie. Llama en la oscuridad, pero el sonido de su voz es diminuto y se pierde y después ni siquiera está seguro de que él mismo lo haya oído.

Agotado, todavía sollozando, Jeremy golpea el suelo y continúa llorando. La negrura es la misma tenga los ojos cerrados o no, y más tarde, cuando duerme, sólo sueña con la oscuridad.