Ojos

Me resulta difícil comprender, incluso ahora, el concepto de mortalidad tal como me lo presentaron Jeremy y Gail.

Morir, terminar, dejar de ser es simplemente una idea que no existía para mí antes de su oscura revelación. Incluso ahora me perturba con su negro e irracional imperativo. Al mismo tiempo me intriga, incluso me atrae, y no puedo dejar de preguntarme si el verdadero fruto del árbol prohibido a Adán y Eva en los cuentos de hadas que los padres de Gail le contaban tan asiduamente cuando era joven no fue el conocimiento, como insiste la tradición, sino la muerte misma. La muerte puede ser una idea atractiva para una deidad a la que se ha negado incluso el sueño mientras atendía a su creación.

No es una idea atractiva para Gail.

En las primeras horas y días tras el descubrimiento del tumor incurable tras el ojo, ella es la esencia de la valentía, comparte su confianza con Jeremy a través del lenguaje y el contacto mental. Está segura de que el tratamiento con radiaciones funcionará… o la quimioterapia… o que habrá algún tipo de remisión. Tras haber encontrado al enemigo y haberlo identificado, tiene menos miedo a lo que se esconde bajo la cama que antes.

Pero, a medida que la enfermedad y la terrible ordalía del tratamiento médico la van agotando, llenando sus noches de aprensiones y sus tardes de náuseas, Gail empieza a desesperar. Se da cuenta de que lo que se esconde bajo la cama no es el cáncer, sino la muerte que éste trae.

Gail sueña que está en el asiento trasero de su Volvo y que se abalanza hacia el borde de un precipicio. No hay nadie al volante y no puede extender las manos para sujetarlo porque una pared de plexiglás transparente la separa del asiento delantero. Jeremy corre detrás del Volvo, incapaz de alcanzarlo, gritando y agitando los brazos, pero Gail no puede oírlo.

Gail y Jeremy despiertan de la pesadilla justo cuando el coche cae por el precipicio. Ambos han visto que no hay rocas abajo, ni cara del acantilado, ni playa, ni océano… nada más que una terrible oscuridad que asegura una eternidad de mareante caída.

Jeremy la ayuda durante los meses de invierno, abrazándola fuerte con el contacto mental y con caricias reales mientras comparten la terrible montaña rusa de la enfermedad: esperanza y sugestión de remisión un día, porciones de prometedoras noticias médicas al siguiente, luego el tropel de los días con el creciente dolor y la debilidad y ningún atisbo de esperanza.

En las últimas semanas y días es Gail de nuevo quien proporciona la fuerza, desviando sus pensamientos a otras cosas cuando puede, enfrentándose a la situación con valentía cuando hay que enfrentarse a ella. Jeremy se repliega cada vez más en sí mismo, estremecido por el dolor de Gail y su creciente distanciamiento de la consoladora absorción de las cosas mundanas.

Gail se abalanza hacia el borde del precipicio, pero Jeremy está allí con ella hasta los últimos metros. Incluso cuando se encuentra demasiado enferma para estar físicamente cerca, avergonzada por la pérdida de pelo y el dolor que la hace vivir sólo para las inyecciones que la ayudan durante tan poquísimos minutos, hay islas de claridad donde su contacto mental sostiene la juguetona intimidad del largo tiempo que pasan juntos.

Gail sabe que hay algo en el núcleo de los pensamientos de Jeremy que no comparte con ella (sólo puede ver a través de la ausencia que su maltrecho escudo mental deja allí), pero ha habido muchas cosas que él ha sido reacio a compartir desde que empezó la pesadilla médica, y Gail supone que no se trata más que de otra triste prognosis.

Por parte de Jeremy, el largamente oculto y vergonzoso asunto del varicocele se ha enquistado tanto que ya no se imagina compartiéndolo. Además, ya no hay motivo para hacerlo: no tendrán hijos juntos.

Con todo, la noche que Jeremy conduce solo hasta el faro de Barnegat para compartir el océano y las estrellas con Gail en su habitación del hospital, ha decidido compartirlo con ella. Compartir todas las pequeñas minucias y vergüenzas que ha ocultado a lo largo de los años, como si abriera las puertas y ventanas de una habitación mugrienta que ha estado cerrada demasiado tiempo. No sabe cómo reaccionará ella, pero sabe que esos últimos días juntos no pueden ser lo que deben ser hasta que sea totalmente sincero con ella. Jeremy tiene horas para preparar su revelación, puesto que Gail pasa mucho tiempo durmiendo, sedada, más allá del contacto mental.

Pero se queda dormido en las horas muertas antes del amanecer, la mañana del fin de semana de Pascua, y cuando despierta no hay futuro, ni siquiera la perspectiva de unos cuantos días más con ella. Ha alcanzado el precipicio mientras él dormía.

Mientras estaba sola. Y asustada. E incapaz de acariciarlo una última vez.

Sí, esta idea de la muerte me interesa mucho. La veo como la vio Gail, como el susurro de la oscuridad bajo la cama, y la veo como el cálido abrazo del olvido y el cese del dolor.

Y la veo como algo cercano que se acerca cada vez más.

Me interesa, pero ahora, con tanto a la vista, el telón abierto de par en par, resulta vagamente decepcionante que todo deba dejar de ser y el teatro quede vacío antes del último acto.