Capítulo 62

Felder estaba de pie en el rincón más alejado de la habitación de Constance Greene en el hospital Mount Mercy. Allí estaban también el doctor Ostrom, el agente Pendergast y un teniente de la policía de Nueva York llamado D'Agosta. La tarde anterior la policía se había llevado los libros de Constance, sus escritos privados, sus efectos personales e incluso las pinturas de las paredes. Aquella mañana se habían enterado de que Poole era un impostor, y Felder había tenido que aguantar un rapapolvo del verdadero Poole por no haber verificado las credenciales de su suplantador.

Pendergast no se molestó en ocultar su gélido desprecio hacia los responsables de Mount Mercy, que habían permitido que Constance saliera del hospital de aquel modo. Una parte de su disgusto había recaído en el doctor Ostrom, pero Felder se había llevado lo peor de su ira glacial.

—Muy bien, señores, permítanme que los felicite por la primera fuga que se ha producido en los ciento veinte años de historia de Mount Mercy. ¿Dónde les parece que deberíamos colgar la placa conmemorativa?

Silencio.

Pendergast sacó una foto del bolsillo de la americana y se la mostró primero a Ostrom y después a Felder.

—¿Reconocen a este hombre?

Felder la miró con atención. Era una instantánea ligeramente borrosa de un hombre de mediana edad, bastante atractivo.

—Se parece a Poole —dijo—, pero diría que no es la misma persona. ¿Su hermano, quizá?

—¿Y usted, doctor Ostrom?

—No sabría decirle.

Pendergast sacó un fino rotulador del bolsillo, se inclinó sobre la foto y la retocó ligeramente antes de acabar con unas pinceladas de blanco. Luego volvió a mostrarla a los dos doctores sin hacer ningún comentario.

Felder examinó la fotografía y esta vez la sorpresa se reflejó en su rostro. Pendergast había añadido bigote, perilla y unas pocas canas.

—Dios mío, es él. Poole.

Ostrom se limitó a convenir con un triste asentimiento.

—El verdadero nombre de esta persona es Esterhazy —explicó Pendergast arrojando la foto con indignación encima de la mesa vacía.

Se sentó junto a la mesa, apoyó los codos en ella y juntó las puntas de los dedos con la mirada perdida.

—He sido un maldito idiota, Vincent. Creí que lo había obligado a esconderse. No imaginé que me seguiría el rastro y contraatacaría.

El teniente no dijo nada. Su incómodo silencio empezó a adueñarse de la habitación.

—En su nota —dijo por fin Felder—, Constance afirma que su hijo está vivo. ¿Cómo puede ser? La principal razón de su ingreso en Mount Mercy es que admitió haberlo matado.

Pendergast lo fulminó con la mirada.

—Antes de devolver a la vida a un niño, doctor, ¿no le parece que deberíamos recuperar a la madre?

Una pausa. Luego Pendergast se volvió hacia Ostrom.

—¿Ese falso Poole habló del estado de Constance demostrando tener conocimientos de psiquiatría?

—Así es.

—¿Y su análisis era coherente? ¿Creíble?

—Parecía chocante, teniendo en cuenta lo que sé de la señorita Greene. Sin embargo, sus razonamientos eran lógicos y di por hecho que eran correctos. Afirmaba que ella había sido su paciente. No vi motivos para dudar de él.

Pendergast tamborileó con sus largos dedos en el brazo de la silla.

—También me ha dicho que en su primera visita el doctor Poole solicitó estar a solas un momento con Constance.

—Sí.

Pendergast miró a D'Agosta.

—Creo que la situación está clara. Totalmente clara, de hecho.

Para Felder no lo estaba en absoluto, pero no dijo nada.

Pendergast se volvió hacia Ostrom.

—Y fue ese tal Poole quien sugirió que concediera permiso a Constance para salir, ¿no?

—Exacto.

—¿Quién se encargó de tramitar la autorización?

—El doctor Felder.

La mirada que Pendergast le dirigió hizo que Felder se encogiera.

El agente del FBI recorrió con la mirada la habitación de Constance y volvió a dirigirse a D'Agosta.

—Vincent, este cuarto y este lugar ya no tienen interés. Debemos centrarnos en la nota. ¿Puedes enseñármela otra vez, por favor?

D'Agosta sacó del bolsillo la fotocopia que había hecho Ostrom. Pendergast la cogió y la releyó varias veces.

—La mujer que trajo esto… —dijo—. ¿Ha habido suerte en la localización del taxi?

—No. —D'agosta hizo un gesto hacia la nota—. No hay mucho que buscar por ahí.

—No mucho —dijo Pendergast—, pero quizá lo suficiente.

—No te entiendo.

—En esta nota hablan dos voces: una de ellas conoce el destino último de Constance, y la otra no.

—¿Quieres decir que la primera voz es la de Poole, es decir, la de Esterhazy?

—Exacto. Y verás que, quizá inadvertidamente, en algún momento se le escapó la frase que Constance cita: «En venganza, ahí es donde todo acabará».

—¿Y?

—Esterhazy siempre se ha mostrado muy orgulloso de su agudeza. «En venganza, ahí es donde todo acabará.» ¿No te parece una frase curiosa, Vincent?

—No estoy seguro, la verdad. La venganza es el meollo de todo esto.

Pendergast agitó la mano con un gesto de impaciencia.

—¿Y si en vez de a un acto se refiere a un lugar?

Siguió un largo silencio.

—Esterhazy se ha llevado a Constance a cierto sitio llamado Venganza. Podría ser una vieja mansión familiar. Una finca. Un negocio. Es un juego de palabras muy propio de Esterhazy, especialmente en un momento de triunfo, y no hay duda de que para él la ocasión lo era.

D'Agosta menó la cabeza.

—Me parece una conjetura muy poco consistente. ¿Quién llamaría Venganza a algo?

Pendergast volvió sus plateados ojos hacia el escéptico policía.

—¿Tenemos alguna otra pista que seguir?

—No, supongo que no —repuso D'Agosta al cabo de un momento.

—¿Y crees que un centenar de agentes de la policía que vayan por ahí llamando a las puertas, van a tener más posibilidades de éxito que yo siguiendo esta posible pista?

—Es una aguja en un pajar. ¿Cómo vas a dar con ello?

—Conozco a una persona excepcionalmente dotada para dar con algo así. Vamos, el tiempo corre.

Se volvió hacia Felder y Ostrom.

—Nos vamos, caballeros.

Mientras salían, y los médicos avivaban el paso para que Pendergast no los dejara atrás, el agente del FBI cogió el móvil y marcó.

—¿Mime? —dijo—. Soy Pendergast. Tengo otro encargo para ti, uno muy difícil, me temo. —Siguió hablando muy rápido y en voz baja de camino al vestíbulo. Luego cerró el móvil con un golpe seco, se volvió hacia Felder y Ostrom y con un tono teñido de sarcasmo dijo—: Muchas gracias, doctores, estoy seguro de que sabremos encontrar la salida.

Sangre fría
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