Capítulo 47

Coral Creek, Mississippi

Ned Betterton detuvo el coche en el aparcamiento de YouSave Rent-A-Car, se apeó y caminó a paso vivo, con su mejor sonrisa, hacia el edificio. Durante los últimos días no había dejado de toparse con todo tipo de revelaciones afortunadas. Y una de aquellas revelaciones era esta: Ned Betterton era un periodista de la hostia. Los años que había pasado cubriendo almuerzos del Club Rotario, reuniones de la parroquia, concursos de barbacoas, funerales y desfiles del Cuatro de Julio habían sido un entrenamiento mejor que dos años en la escuela de periodismo de Columbia. Increíble. Kranston había protestado como un loco por el tiempo que Betterton estaba dedicando a aquella historia, pero Ned había conseguido acallar, aunque temporalmente, al viejo tomándose unas vacaciones. Eso Kranston no podía impedírselo. Hacía años que ese cabronazo tenía que haber contratado a un segundo periodista. Si ahora tenía que encargarse él mismo de todo el trabajo, era culpa suya.

Cogió el tirador de la puerta de cristal y la abrió. Había llegado el momento de seguir la pista a otra de sus corazonadas y ver si la suerte le seguía acompañando.

Hugh Fourier, detrás de uno de los dos mostradores rojos, acababa de atender a un cliente de última hora. Betterton había compartido habitación con él durante el primer año en la Universidad de Jackson, y ahora Fourier dirigía la única empresa de alquiler de coches que había en un radio de cien kilómetros de Malfourche, otra feliz coincidencia que convenció a Betterton de que estaba en racha.

Aguardó a que Fourier entregara los papeles y las llaves a su cliente y luego se acercó al mostrador.

—¡Ned, tío! —La sonrisa profesional de Fourier se convirtió en una expresión de genuino afecto cuando reconoció a su antiguo compañero de habitación—. ¿Cómo te va?

—Tirando —dijo Ned estrechando la mano que el otro le tendía.

—¿Traes noticias frescas para compartir? ¿Alguna exclusiva sobre el concurso de redacción de la escuela de primaria? —Fourier rió de su propia ocurrencia.

Betterton rió a su vez.

—¿Y a ti cómo te va con el alquiler de coches?

—Atareado. Muy atareado. Y encima Carol se ha puesto enferma esta mañana, así que parezco un cojo en un campeonato de patear culos.

Betterton se acordó de que Hugh había sido el gracioso de la clase y le rió la gracia. No le sorprendió saber que YouSave marchaba viento en popa. Desde que habían empezado las obras en el aeropuerto internacional de Gulfport-Biloxi, en el aeropuerto local había mucho más movimiento.

—¿Sigues viendo a alguno de los antiguos compañeros de Jackson? —preguntó Fourier al tiempo que igualaba por los bordes un montón de papeles.

Charlaron unos minutos acerca de los viejos tiempos y Betterton luego fue al grano.

—Oye, Hugh —dijo apoyándose en el mostrador—, me preguntaba si podrías hacerme un favor.

—Claro, ¿qué necesitas? Te puedo conseguir una tarifa estupenda para un descapotable.

—Tengo curiosidad por saber si cierto individuo te alquiló un coche.

La sonrisa de Fourier se desvaneció.

—¿Cierto individuo? ¿Qué quieres saber?

—Soy periodista.

—Vaya, no me dirás que es para un artículo… ¿Desde cuándo te dedicas al periodismo de investigación?

Betterton se encogió de hombros con la mayor despreocupación que pudo.

—Es solo una pista que estoy siguiendo.

—Sabes que no puedo facilitar información sobre nuestros clientes.

—No te estoy pidiendo gran cosa. —Betterton se acercó un poco más—. Escucha. Yo te describo al tipo, y te digo qué coche conducía. Lo único que te pido es que me digas cómo se llamaba y con qué vuelo llegó.

Fourier frunció el entrecejo.

—No sé si…

—Te juro que no te mencionaré para nada, ni a ti ni a la empresa.

—Tío, me estás pidiendo algo muy serio. En este negocio la confidencialidad es muy importante…

—El hombre del que te hablo era extranjero. Hablaba con un acento de Europa. Era alto y delgado. Tenía una verruga debajo de un ojo. Llevaba una gabardina cara. Te alquiló un Ford Fusión azul oscuro, probablemente el 28 de octubre.

La expresión de Fourier reveló a Ned que había dado en la diana.

—Lo recuerdas, ¿verdad?

—Ned…

—Vamos, Hugh.

—No puedo.

—Mira, ya has visto que sé mucho sobre ese tipo. Solo necesito que tú me digas un par de cosillas más. Por favor…

Fourier titubeó. Luego suspiró.

—Sí, me acuerdo de él. Era como lo has descrito. Tenía un acento muy marcado, alemán.

—¿Y fue el 28?

—Supongo que sí. Hará una o dos semanas.

—¿Podrías comprobarlo?

Betterton confiaba en que, si Fourier verificaba la información en la pantalla del ordenador, quizá él pudiera echarle un vistazo. Pero el otro no mordió el anzuelo.

—No, no puedo.

«Vaya por Dios.»

—¿Y recuerdas el nombre?

Fourier volvió a vacilar.

—Era… Falkoner. Conrad Falkoner, creo. No…, Klaus Falkoner.

—¿Y de dónde venía?

—De Miami, con Dixie Airlines.

—¿Cómo lo sabes? ¿Viste el billete?

—Siempre pedimos a nuestros clientes que nos comuniquen con qué vuelo llegan para que en caso de retraso podamos mantenerles la reserva.

Al ver la expresión de Fourier, Betterton comprendió que no conseguiría sonsacarle nada más.

—De acuerdo, Hugh. Gracias, te debo una.

—Desde luego —repuso Fourier volviéndose para atender con visible alivio al cliente que acababa de entrar.

Sentado en su Nissan, en el aparcamiento de YouSave, Betterton encendió su portátil, comprobó que tenía buena conexión a internet y echó un rápido vistazo a la página web de Dixie Airlines. Vio que la compañía únicamente realizaba dos vuelos diarios al aeropuerto local: uno proveniente de Miami y otro de Nueva York. Ambos llegaban con una diferencia de menos de una hora.

«Llevaba una gabardina muy chula, como las que salen en las películas de espías», le había dicho Billy B.

Otra búsqueda en la web le informó de que el 28 de octubre había hecho sol y calor en Miami. En cambio en Nueva York había sido un día frío y lluvioso.

Así pues, ese hombre —Betterton estaba casi convencido de que se trataba del asesino— había mentido acerca de su procedencia. No era para sorprenderse. Por supuesto, cabía la posibilidad de que también hubiera mentido acerca de la aerolínea o que hubiera dado un nombre falso. Pero le parecía que eso era llevar la paranoia demasiado lejos.

Cerró el ordenador portátil con aire pensativo. Falkoner había llegado de Nueva York, y Pendergast vivía en Nueva York. ¿Estarían compinchados? Estaba completamente seguro de que Pendergast no había ido a Malfourche en misión oficial, no si había volado una tienda de artículos de pesca y hundido un puñado de barcas. Además, estaba esa policía de Nueva York… Los polis de Nueva York tenían fama de corruptos y de estar implicados en el tráfico de drogas. Empezaba a hacerse una idea de la situación: el río Mississippi, el laboratorio de las marismas arrasado por las llamas, la conexión con Nueva York, el brutal asesinato de los Brodie, agentes de la ley corruptos…

Puñeta, aquello era una operación antidroga a gran escala.

Eso lo hizo decidirse: iría a Nueva York. Sacó el móvil del bolsillo y marcó.

—Ezerville Bee —dijo una voz chillona—. Le habla Janine.

—Janine, soy Ned.

—¡Ned! ¿Cómo van esas vacaciones?

—Muy instructivas, gracias.

—¿Vuelves mañana al trabajo? El señor Kranston necesita que alguien cubra el concurso de salchichas de…

—Lo siento, Janine, pero me voy a tomar unos días más de descanso.

Una pausa.

—Bueno, ¿y cuándo piensas volver?

—No lo sé. Puede que dentro de tres o cuatro días. Te llamaré. De todas maneras, todavía me queda una semana.

—Sí, pero no estoy segura de que el señor Kranston opine lo mismo.

—Ya te llamaré.

Betterton cortó la comunicación antes de que la secretaria pudiera decir nada más.

Sangre fría
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