Capítulo 45

Nueva York

El doctor John Felder subió lentamente la escalera de la sucursal de la calle Cuarenta y dos de la Biblioteca Pública de Nueva York. Era por la tarde, y la escalinata estaba abarrotada de estudiantes y turistas cámara en ristre. Felder hizo caso omiso de su presencia, pasó entre los leones de mármol que montaban guardia ante la fachada, y entró en el amplio y resonante vestíbulo.

Durante años había utilizado aquella sucursal de la biblioteca como lugar de recogimiento. Le encantaba cómo convivían allí la investigación erudita y una sensación de elegancia y riqueza. Había crecido siendo un ratón de biblioteca pobre, su padre había sido vendedor de productos textiles, y su madre, maestra, y aquella biblioteca siempre había constituido su refugio del barullo de Jewel Avenue. Ahora tenía a su alcance todo el material del Departamento de Salud, y aun así volvía a la biblioteca una y otra vez. El mero hecho de entrar en sus confines con olor a libros era un acto reconfortante, sentía que dejaba el sórdido mundo atrás y entraba en un mundo mejor.

Pero no ese día. La sensación ese día fue diferente.

Subió los dos tramos de escalera que llevaban a la sala de lectura principal y pasó ante un sinfín de largas mesas de roble hasta que llegó a un rincón alejado. Dejó su maletín en la arañada superficie de madera, acercó un teclado cercano y luego se quedó quieto.

Hacía más o menos medio año desde que se había implicado en el caso de Constance Greene. Al principio había sido simple rutina: una entrevista más ordenada por los tribunales con una criminal con trastornos mentales. Pero enseguida se convirtió en algo más. Constance no se parecía a ninguna otra paciente que hubiera tenido, y Felder se había sentido fascinado, asombrado, desorientado, intrigado y… caliente.

«Caliente.» Sí, eso también. Al final no había tenido más remedio que admitirlo. Pero no se trataba únicamente de la belleza de Constance, era también su extraña naturaleza, como de otro mundo. Había algo único en ella, algo que iba más allá de su evidente demencia. Y ese algo era lo que guiaba a Felder, lo que lo impulsaba a intentar comprenderla. De un modo que no acertaba a comprender, Felder sentía la imperiosa necesidad de ayudarla, de curarla; una necesidad que el aparente desinterés de Constance en recibir ayuda no hacía más que acrecentar.

Y en ese confuso polvorín de emociones acababa de introducirse el doctor Ernest Poole. Felder tenía plena conciencia de que sus sentimientos hacia aquel colega eran encontrados. Hasta cierto punto sentía que Constance le pertenecía, y la idea de que otro psiquiatra la hubiera tenido como paciente le resultaba turbadoramente molesta. Sin embargo, la experiencia de Poole con ella, tan distinta en apariencia de la suya, parecía brindarle una oportunidad única de adentrarse en sus misterios. El hecho de que las evaluaciones clínicas de Poole fueran tan diferentes resultaba a la vez sorprendente y estimulante, ya que podían ofrecerle una ventajosa perspectiva de lo que sin duda iba a ser el caso más importante de su carrera.

Apoyó los dedos en el teclado y volvió a quedarse quieto. «Es cierto que nací en Water Street en la década de los setenta…, de 1870.» Tenía gracia: la convicción de Constance unida a su conocimiento casi fotográfico —aunque inexplicado— del viejo vecindario había estado a punto de hacerle creer que realmente tenía ciento cuarenta años. Pero los comentarios de Poole acerca de sus lagunas de memoria y su fuga disociativa lo habían devuelto a la realidad. No obstante, creía que debía conceder a Constance el beneficio de la duda y llevar a cabo una última investigación.

Tecleó rápidamente y accedió a la hemeroteca de la biblioteca. Haría una búsqueda en los años setenta del siglo XIX y en adelante, la época en que Constance afirmaba haber nacido.

Movió el cursor hacia «Parámetros de búsqueda» e hizo una pausa para consultar sus notas. «Cuando mis padres y mi hermana murieron, me convertí en una huérfana sin hogar. En aquella época, la casa del señor Pendergast, del 891 de Riverside Drive, estaba ocupada por un tal señor Leng. Al final quedó libre y viví allí.»

Centraría su búsqueda en tres asuntos: Greene, Water Street y Leng. Sin embargo, sabía por experiencia que era mejor no concretar demasiado los términos de la búsqueda. Los diarios escaneados eran famosos por sus erratas, de modo que creó una búsqueda y tecleó:

SELECT WHERE (match) = = "Green*" &&"Wat*St*"&&"Leng*"

El resultado fue inmediato, pero solo daba una concordancia: un artículo publicado tres años antes ni más ni menos que en el New York Times. Lo hizo aparecer en pantalla, empezó a leerlo y la incredulidad le hizo contener la respiración.

Carta recién descubierta arroja luz sobre asesinatos del siglo XIX

Por William Smithback Jr.

Nueva York, 8 de octubre. En los archivos del Museo de Historia Natural de Nueva York se ha encontrado una carta que puede explicar el macabro osario hallado la semana pasada en el Bajo Manhattan.

Una cuadrilla de operarios que trabajaba en la construcción de un edificio residencial en la esquina de Henry Street con Catherine Street desenterró accidentalmente un túnel subterráneo que contenía los restos de treinta y seis hombres y mujeres. Un análisis forense preliminar demostró que las víctimas habían sido diseccionadas —o que se les había practicado una autopsia— y posteriormente desmembradas. Una datación inicial efectuada por Nora Kelly, arqueóloga del Museo de Historia Natural, indica que los asesinatos ocurrieron entre 1872 y 1881, cuando en la esquina se levantaba un edificio de tres plantas que albergaba un museo particular conocido como «El gabinete de producciones naturales y curiosidades de J. C. Shottum». El museo desapareció en un incendio, en 1881, en el que también pereció el señor Shottum.

En las investigación posteriores, la doctora Kelly descubrió la carta, la cual había sido escrita de puño y letra por el propio señor Shottum poco antes de su muerte. En ella este describe su descubrimiento de los experimentos médicos llevados a cabo por su inquilino, un químico y taxonomista llamado Enoch Leng. En la carta, Shottum alegaba que Leng realizaba experimentos quirúrgicos con seres humanos en el intento de hallar el modo de prolongar su propia vida.

Los restos humanos hallados fueron trasladados a la oficina del forense, pero no están disponibles para ser examinados. El túnel subterráneo fue destruido poco después por Moegen-Fairhaven Inc., la empresa constructora del edificio, durante el desarrollo normal de las obras.

En el lugar se encontró una prenda de ropa, un vestido, que fue llevado al museo para que fuera examinado por la doctora Kelly. Esta encontró un trozo de papel cosido entre los pliegues de la prenda, seguramente una nota de autoidentificación escrita por una joven que, al parecer, creía que le quedaba poco tiempo de vida. La nota decía lo siguiente: «Me llamo Mary Greene, tengo [sic] diecinueve años y soy del n.° 16 de Watter [sic] Street». Las pruebas han demostrado que la nota estaba escrita con sangre.

El FBI se ha interesado en el caso. El agente especial Pendergast, de la oficina de Nueva Orleans, ha sido visto en el lugar de los hechos. Ni las oficinas de Nueva York ni las de Nueva Orleans han querido hacer comentarios al respecto.

«El n.° 16 de Watter Street.» Mary Greene había escrito mal el nombre de la calle. Por eso él no lo había encontrado antes.

Felder leyó el artículo varias veces. Luego, se echó hacia atrás lentamente y se agarró a los brazos de la silla con tanta fuerza que le dolieron los nudillos.

Sangre fría
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