22
El martes por la noche, Natalie se quedó en la habitación 25 contemplando sus notas y la grabadora que había puesto en mitad de la cama. Eran las nueve. Había dejado a Meredith en el vestíbulo, camino de las cocinas. Había sido un largo y horroroso día para ambos. Pero Natalie tenía problemas para acallar la pequeña fanfarria triunfal que amenazaba con explotar dentro de ella en cualquier momento.
Meredith había completado dos ensayos de su ordalía empleando la técnica de la visión externa. El primero le había llevado casi dos horas y Meredith se había venido abajo en varias ocasiones. Pero ella había logrado hacerle empezar de nuevo. Lo había hecho mejor de lo que ella esperaba. Al terminar parecía exhausto, pálido y sudoroso, la mirada febril a medio camino entre el alivio y el terror mientras se quedaba sentado unos quince minutos en la silla, agarrándose el abdomen como si hubiera vomitado los recuerdos.
—¿Y ahora qué? —preguntó él.
—Ahora viene lo más importante. Recuerde que lo ha estado viendo todo desde la cocina, viéndose a sí mismo observar en el televisor lo que ha pasado. Quiero que rebobine la cinta, pero esta vez ya no está sólo mirando, ahora está en la imagen.
Meredith la miró sintiéndose emocionalmente destrozado por lo que acababa de revivir.
—No le entiendo —dijo.
—Claro que me entiende —repuso ella con firmeza—. Es vital que haga esto. Oír sus pasos cuando él le deja allí y rebobinar la película desde ese punto. Hágalo deprisa, medio minuto a lo sumo, como si hubiera pulsado el mando de rebobinar en el vídeo. Adelante, empiece ya.
Natalie vio que él se esforzaba, vio que sus ojos desenfocaban al concentrarse en su horror. Le vio cerrarlos y vio cómo su pecho inspiraba con fuerza. Al rato los abrió, mirando en derredor como si no reconociera el paisaje.
—¿Listo? —preguntó Natalie con ansia, y se dijo que debía controlarse.
Él asintió.
—Excelente. —Ella se puso en pie para felicitarle—. En serio, lo ha hecho muy bien.
Él se encogió de hombros.
—Aún no sé qué demonios he hecho bien.
—Una especie de exorcismo. Tendremos que repetirlo una vez más esta tarde. Hay un par de cosas que usted todavía detesta contemplar. Es comprensible. Si podemos trabajar eso, creo que será muy útil.
—¿Útil?
—La idea es que tras haberse enfrentado con detalle a su memoria, la técnica de rebobinar se pondrá en marcha siempre que algún recuerdo le provoque malas sensaciones. Eso mezclará los acontecimientos, sin duda. Pero también hará que usted vuelva a un nuevo punto de partida cada vez que eso ocurra. Un recuerdo agradable. —Natalie reflexionó—. Usted y Jilly juntos en el coche, cantando.
Él apartó la vista, ponderando sus instrucciones.
—¿Cómo voy a saber si ha funcionado? —preguntó. Natalie sonrió:
—Lo sabremos.
De pronto, en la soledad de su habitación, Natalie se sintió aislada y un poco asustada. Creyó oír ruidos en el pasillo. Pasos que se acercaban. ¿Aparecería la cara de Mo tratando de colarse por la puerta entreabierta…?
Notó que se le crispaban los músculos del cuello, que se relajaban al desvanecerse las pisadas.
Qué tontería, se dijo. Sin embargo había motivos suficientes para tener los nervios de punta. Miró la grabadora. Un inocente objeto de plástico negro y gris. Contenía casi tres horas de la más gráfica descripción de homicidio sexual que nadie hubiera oído nunca. Un relato de primera mano por un testigo presencial.
Muchas cosas le pasaron por la cabeza. Menos mal que Mo no la había robado. Su valor era incalculable para mucha gente, académicos, prensa sensacionalista…
Rió para sus adentros. Ante ella tenía lo que había esperado obtener al embarcarse en aquel proyecto. Ahora que lo tenía, sabía que no iba a utilizarlo. Meredith estaba dentro de aquel aparato de plástico. La degradación y la humillación de un ser humano forzado a presenciar la inhumana destrucción de otro. Cualquiera que le echara mano le crucificaría.
Una imagen de un gacetillero metiéndole un micrófono a Meredith en las narices y formulando la pregunta surgió de pronto en su cabeza. La pregunta que la hacía hervir siempre que alguien la hacía, y vaya si los ávidos periodistas la formulaban a menudo pendientes de lanzarse sobre un poco de emoción real que sustituyera las invenciones que cada día veían en las telenovelas.
—¿Qué sintió al ver lo que le estaba pasando a su amiga?
En el subtexto estaba todo el cieno de la verdadera pornografía. La materia que alimentaba el porno duro.
—Háblenos de cómo él la apuñaló y la estranguló y la violó. Usted estaba allí y a nosotros nos encantaría saber lo que pasó, así podremos vender más periódicos y atraer a más audiencia, porque usted es el mejor tema televisivo que hemos tenido en años, claro que sí.
Ella no podía hacerle eso. Ni siquiera envuelta en el ropaje de la profesionalidad.
Pero había trabajo que hacer. Porque la causa de todo aquello estaba aún allí. En alguna parte había una chica que en el plazo de unos días, sin culpa alguna por su parte, iba a ser objeto de vandalismo a menos que… Natalie se estremeció ante la idea tras la que se había escudado. A menos que encontrara algo, en medio del horror de Meredith, que pudiera quizá ponerles sobre la pista del Carpintero.
A regañadientes, acercó los dedos al botón y lo apretó. Por la mañana había hecho de doctora, dando auxilio a Meredith para sacarle de la crisis. Ahora tenía que hacer de analista, poner los puntos sobre las íes, encontrar el significado oculto que proporcionara las huellas dactilares psicológicas que todo el mundo andaba buscando.
De entre sus copiosas notas de las dos sesiones con Meredith, Natalie había subrayado ciertos fragmentos. Gran parte del relato era una ampliación de lo que él había contado ya a la policía. Pero había añadidos. Aún no sabía hasta qué punto eran importantes.
Encima de la cama había una chocolatina. Natalie se llevó un pedazo a la boca mientras presionaba el mando de avance rápido, parando al azar y escuchando retazos de la pesadilla para poder orientarse en la cinta.
—… a gatas. Aún manaba sangre de sus pies, allí donde sobresalía el clavo. Le estaba cortando el resto del vestido con un cuchillo…
La cinta corrió hacia adelante.
—… sentado encima de ella. La bata que llevaba quedó empapada de sangre mientras la montaba como si fuera un caballo de rodeo. Debajo llevaba puesto una especie de pantalón ajustado, de plástico brillante, un chándal seguramente. Estaba tirando del flexo, estrangulándola. Pero sin que ella llegase a perder el conocimiento. Tenía la mano metida dentro de ella… había un agujero en su costado y él tenía una mano metida en las tripas de ella, moviéndola de atrás adelante… Y siempre canturreando aquella estúpida rima… Cantando y llamando a Susan.
Natalie pulsó el botón.
—… al principio no quise leerlo. Yo le estaba mirando, gritándole que la soltara.
Natalie se acomodó. Era la parte que buscaba.
—Él había pasado la ligadura por un gancho que había en la pared para poder moverse por la habitación y tirar de ella cuando… cuando le viniera en gana. En ese momento ella tenía dos cuchillos dentro. Sobresalían de su costado. Temblaban cuando ella gritaba. La linterna también estaba dentro… Lo siento, yo…
—Continúe. Ha de hacerlo.
—Y entonces se puso delante de mí, señalando a ese pedazo de papel. No me lo podía creer. Le grité que no lo haría. Así que se dio la vuelta y hundió otro cuchillo en la pierna de Jilly. Dios… Oh Dios…
—Respire despacio. Vamos, respire lentamente.
—Ahhhhh… Y entonces lo leí. Eran las mismas palabras mecanografiadas una y otra vez… Así me gusta… Buen chico… No se lo digas a nadie, ni siquiera a tu madre… o te arranco las orejas. Así me gusta… Buen chico. Vamos, besa ahí a tu hermana. Hazlo, hazlo… Así me gusta. Buen chico…
La cinta siguió adelante en silencio hasta que la voz de Meredith volvió a sonar.
—Palabras horribles. No le miré mientras las estaba leyendo. Me lo hizo repetir al menos tres veces. Y cuando me decidí a mirar me di cuenta de que eso le excitaba. Yo estaba poniendo caliente a aquel hijoputa. Estaba inclinado sobre Jilly con la mano ensangrentada bajo la bata toqueteándose y tirando de la ligadura. Cuando vio que le estaba observando, me miró y supe que estaba sonriendo bajo su estúpida máscara. Noté que sonreía. Le grité varias veces hasta que él vino y me pegó. Me dio un empujón, me pasó la cosa por la cabeza y luego me la metió en la boca. Yo no pude hacer más que quedarme tumbado y escucharlo gruñir como un cerdo, oír a Jilly asfixiándose mientras él…
Natalie paró la cinta. Tenía suficiente. Las heridas psicológicas que el Carpintero le había infligido eran profundas, de eso no había duda. Trató de imaginarse lo que Meredith pudo haber sentido, su impotencia y su horror. Era imposible. El cerebro pensante era una cosa susceptible de adaptación, permitía a las personas sobrevivir a los más traumáticos acontecimientos, pero ¿a qué precio? Empezó a comprender hasta qué punto Meredith era un hombre extraordinario. Había desertado de la sociedad, sí. Había exacerbado su introversión en busca de alguna forma de cordura. Y aunque a simple vista parecía una introspección poco saludable, él había sacado fuerzas de algún lado. Su supervivencia era increíble. Y algo le decía que tal vez el Carpintero había tenido también esa sensación, algo le había gustado de Meredith.
Natalie frunció el entrecejo a la vista de tan peculiar pensamiento. Aquello no tenía ninguna lógica. Tampoco había pruebas, pero le llamaba la atención. En cierto modo parecía correcto pensarlo. Dejó que su mente descendiera por algunos de los oscuros corredores que partían de aquel concepto nuevo y sorprendente, pero no le llevaron a ningún lado y al rato empezó a dudar de que estuviera recogiendo la madeja adecuada.
Necesitaba más. Necesitaba sentarse a pensar y hacer sus preguntas.
A las siete de la mañana ya le estaba esperando en el restaurante Flamingo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó ella de buen humor.
—Cansado. —Meredith bostezó.
—Pues le receto que duerma. Es barato y eficaz.
—Dormir —dijo él tristemente.
—Váyase a casa —ordenó Natalie—. Métase en la cama y yo pasaré a recogerle a mediodía. Quiero ver a Mandy. ¿Cree que podrá acompañarme?
—Bien. Pero no hace falta que esperemos al mediodía. Sólo dormiré un par de horas.
—Tengo cosas que hacer —dijo ella.