EN MÉXICO D.F.
Tarjeta postal #6. México D.F. Una capital antigua y moderna. Extensa e íntima a la vez. Una ciudad de contrastes. Leon está en su habitación del Hotel del Comercio y cuenta los pesos que le quedan. Tiene un mapa callejero en el que ha señalado claramente los destinos de la jornada. Tiene los documentos y recortes. Tiene su diccionario de español-inglés de treinta y cinco centavos, con el logotipo del canguro. (Nuevo, conciso. New, concise). Le gusta viajar por el extranjero, como al presidente.
Recorre a pie los tres kilómetros que separan su hotel de la embajada cubana. Explica a la recepcionista que se va a Rusia y que quiere pasar una temporada en Cuba. Es más fácil conseguir un visado de tránsito pues los cubanos recelan de los norteamericanos. Además, todo el que está de camino hacia Rusia goza del beneficio de la duda.
La mujer estudia su antiguo permiso de trabajo soviético, la prueba de su matrimonio con una ciudadana soviética, la prueba de su dirección del movimiento del Trato Justo con Cuba, el recorte de prensa de su detención y otra serie de documentos.
La mujer no dice sí, pero tampoco dice no[7].
Lo envía a hacerse fotos para la solicitud de visado. Lee se detiene ante la embajada soviética, situada a un par de manzanas. La proximidad resulta tranquilizadora. La embajada se encuentra en una gran mansión gris con columnas en la entrada y bonitas buhardillas. Hay centinelas armados y una alta verja de hierro con púas en la parte superior. Leon piensa, conforme entra, que probablemente lo estén filmando con una cámara oculta.
Un funcionario estudia los documentos. Dice que sería conveniente que Leon regresara con el visado de tránsito para Cuba en mano.
De acuerdo. Se hace las fotos y regresa a la embajada cubana. La mujer le explica que debe conseguir el visado de entrada soviético para que le den el visado de tránsito para Cuba.
De acuerdo. Regresa a la mansión. El funcionario le informa que, en el caso de que se lo otorguen, el visado tarda cuatro meses. Leon explica que cuando estuvo en Finlandia consiguió el visado en dos días. El funcionario le recuerda que están en México, y Leon casi espera que añada: «Semillero de intrigas».
Toma el plato del día: carne con arroz. Cuesta cuarenta y dos centavos. Busca el menú en el diccionario, come unos bocados y vuelve a buscarlo.
Al día siguiente se presenta en la embajada cubana y exige ver al cónsul. Le grita al hombre que le atiende. Sostienen un diálogo estentóreo y agresivo. Leon conoce sus derechos y es partidario de la revolución.
Después visita a los soviéticos y le pide al funcionario que consulte a la embajada en Washington. Tienen cartas archivadas. Su esposa es rusa. Se casaron el mismo día que Castro obtuvo el Premio Lenin de la Paz.
Leon sospecha que este hombre pertenece al KGB y menciona a Kirilenko. ¿Es o no una buena idea? Al menos es un hombre, un vínculo. Leon también piensa que no sólo lo fotografían cámaras soviéticas ocultas, sino cámaras de la CIA escondidas en el edificio de enfrente, en un coche aparcado o, por lo que sabe, colgadas de un satélite en el cielo.
Le ha correspondido la habitación número 18. Octubre está a punto de empezar y él cumple años el 18. David Ferrie nació el 18 de marzo. Han hablado de esta cuestión. El año de nacimiento de Ferrie es 1918.
El domingo va al cine por la tarde y por la noche.
Al día siguiente visita la embajada cubana, habla por teléfono con la soviética y luego la visita. Piensa que probablemente la CIA coloca aparatos de escucha en los teléfonos de la representación soviética.
Cuba y Rusia. Rusia no está totalmente excluida. De hecho, podría regresar a Rusia si a Marina le concedieran el visado. Podría ir de visita o a quedarse. Podrían volver a ser una familia.
Leon pregunta al funcionario soviético si ha llegado la respuesta al telegrama enviado a Washington. Le dice que puede ofrecer información a cambio de los gastos de viaje hasta la URSS. Menciona de nuevo a Kirilenko.
Por la tarde consulta un ejemplar de Esta Semana, que ha cogido en el vestíbulo del hotel. Acontecimientos y lugares en inglés y en español. Aquí todo ocurre por partida doble y sus ojos pasan constantemente de un idioma a otro.
Al día siguiente, en ambas embajadas le comunican que no se han producido novedades. Vuelve a mostrar los documentos y la correspondencia. Los documentos son la base de cualquier reclamación o petición. Un hombre con documentos se vuelve real.
Pero se trata de una trampa burocrática en dos, tres idiomas, y nada surte efecto. Lo rechazan, se lo quitan de encima. Cuesta creer que los representantes de la nueva Cuba le traten de esa manera. Siente una profunda desilusión. Tiene la impresión de que vive en el centro del vacío. Desea percibir una estructura que lo incluya, una definición lo bastante clara para concretar a dónde pertenece. Pero el sistema flota a través de él, a través de todo, incluida la revolución. Para el sistema es un cero a la izquierda.
Por tercera o cuarta vez come en el pequeño restaurante contiguo al hotel. Piensa que, a partir de las escuchas telefónicas y de las fotos tomadas por las cámaras ocultas, fluyen las comunicaciones entre los diversos organismos de Estados Unidos.
Hasta ahora ha sido el único norteamericano del hotel y del restaurante. Nota que alguien lo observa, un hombre sentado en una mesa próxima a la cocina, y llega a la conclusión de que no es mexicano. Leon cree haberlo visto fugazmente al entrar, pero no desea mirar en esa dirección y comprobar quién es. Percibe en el hombre algo que no desea saber. Suena música, probablemente un fandango, en la radio situada en un estante. Se mueve en la silla y da claramente la espalda a la esquina donde se encuentra el hombre. Lo curioso, lo raro, extraño y singular es que Leon está convencido de que ese hombre es T. J. Mackey. Bebe un sorbo de agua. Nota que la sangre sube tumultuosa por su espalda. Por aquella mirada fugaz sabe que el hombre no es latino. Sabe que tiene hombros anchos y el pelo corto. Saca el diccionario del bolsillo sólo por hacer algo, para ocupar las manos, y lo hojea. No fue más que una mirada fugaz, un borrón. Bebe agua lenta, casi formalmente, consciente de sí mismo, en una postura correcta y seria, como la que adopta cualquiera que se sabe vigilado.
Al cruzar la plaza oye que alguien grita «Leon», pero pronunciado más a la española que a la inglesa, y llega a la conclusión de que no lo llaman a él.
A las ocho y media de la mañana del día siguiente, sube a un autocar y ocupa el asiento número doce, plaza que ha reservado a nombre de H. O. Lee. Sólo diecisiete horas después, cuando se acercan al Puente Internacional, Leon se da cuenta de que ha olvidado visitar la casa de Trotski, la vivienda fortificada de México D.F. en la que Trotski pasó sus últimos años de exilio. El pesar le hace sentirse sin aliento, físicamente débil, pero descarta con rapidez la idea, diciéndose que no tiene la menor importancia.
Lleva dos plátanos en una bolsa de papel, los saca y se los traga antes de que el autocar llegue al puesto de aduana. Supone que está prohibido pasar fruta por la frontera y prefiere no tener el menor roce con las autoridades.