1
La habitación estaba sumida en una verde penumbra.
La creaban las lucecitas del equipamiento médico. De fondo se oía el émbolo del respirador automático conectado a la tráquea de la chica que estaba tendida sobre la cama.
Diana Delgaudio.
Con la boca abierta, un hilo de saliva le descendía por la barbilla. El pelo, peinado con la raya al lado, la hacía parecer una niña vieja. Tenía los ojos muy abiertos en una mirada inexpresiva.
Las voces de dos enfermeras se acercaban por el pasillo. Hablaban entre ellas, una de las dos tenía problemas con su novio.
—Le dije que no me importaba si antes de conocerme salía con sus amigos los jueves por la noche. Ahora estoy yo y tengo preferencia.
—¿Y él cómo reaccionó? —preguntó la otra, que parecía divertida.
—Al principio se hizo el remolón, pero luego cedió.
Entraron en la habitación empujando un carrito con ropa limpia, tubos y cánulas de recambio para efectuar las habituales tareas de limpieza de la paciente. Una de ellas encendió la luz.
—Ya está despierta —dijo la otra, al fijarse en que la chica había abierto los ojos.
Aunque «despierta» no era la palabra más adecuada para describir a Diana, teniendo en cuenta que se encontraba en un estado de coma vegetativo. Los medios de comunicación no hablaban de ello, por respeto a la familia, y también porque no querían herir la sensibilidad de todas las personas que creían que la supervivencia de la chica era una especie de milagro.
Ese fue el único comentario que las dos enfermeras hicieron sobre ella, a continuación siguieron hablando de sus cosas.
—Por eso, como te decía, me he dado cuenta de que con él tengo que tener siempre esta actitud si quiero llegar a algo.
Mientras tanto, la cambiaron, la lavaron y aplicaron una nueva cánula para el respirador, punteando cada operación en una ficha. Para poner las sábanas limpias en la cama, acomodaron un momento a la chica en una silla de ruedas. Una de las enfermeras le puso la ficha y el bolígrafo en el regazo, porque no sabía dónde dejarlo.
Al terminar la operación, volvieron a acostar a la chica.
Las enfermeras se apresuraron a salir de la habitación con el carrito, mientras seguían hablando sin parar de cosas personales.
—Espera un momento —dijo una de las dos—. He olvidado la ficha.
Regresó sobre sus pasos y la cogió de la silla de ruedas. La miró distraídamente, pero entonces se obligó a observarla mejor. De repente se calló, asombrada. Dirigió la mirada a la chica tumbada en la cama, inmóvil e inexpresiva como siempre. Y luego volvió a mirar la hoja que tenía delante, incrédula.
En el papel, había algo escrito, con trazo inseguro, infantil. Una sola palabra.
ELLOS