Capítulo 12

No amaneció gris, sino blanco puro.

Mari miró por la ventana y sacudió la cabeza. La noche anterior ni siquiera se había fijado en la tormenta, pero en esa época, en las montañas cualquier cosa era posible. ¿Debía ir a trabajar o tomarse el día libre? Era un trayecto corto, pero no habían limpiado la carretera y no estaba segura de que su coche pequeño no derrapara. Por no mencionar la vuelta. Los copos seguían cayendo con tanta intensidad que casi no veía el aparcamiento frente a la casita.

Tommy volvió de su paseo por el jardín sacudiéndose la nieve lleno de felicidad. Mari lo acarició y entró en el cuarto de baño. Se vio los ojos y decidió que aprovecharía que era la jefa. Llamaría y trabajaría desde casa.

Puso en marcha la cafetera y calculó la diferencia horaria con París. Allí sería por la tarde. ¿Qué estaría haciendo él?

En poco tiempo estaría en Italia con su padre, Gina y sus hijos. Todo lo que quería ese primer día que él había aparecido era librarse de él y conservar su trabajo. Y lo había conseguido. Y sabía que la triste realidad era que el día anterior había estado dispuesta a dimitir si él le hubiera dicho que también la amaba.

Estaba empezando su segunda taza de café cuando llamaron a la puerta. Abrió y se encontró con Luca envuelto en una pesada parka con el logotipo del Bow Valley Inn en el pecho.

—¡Luca!

—¿Puedo pasar?

Se había quedado tan sorprendida al verlo que seguía e pie en medio de la puerta, paralizada.

—¡Claro! ¿Cómo has… cuándo…? Quiero decir, ¿qué ha pasado con tu vuelo?

Entró.

—No lo he tomado —respondió quitándose un gorro negro de la cabeza y metiéndolo en un bolsillo.

De pronto Mari se dio cuenta de que estaba delante de él descalza, y con un pijama de franela rosa.

—¡Oh, Señor, perdona un momento! —se ruborizó al ver que él no quitaba los ojos del pijama rosa.

—Mariella —dijo él y ella siguió sin moverse.

El día anterior le había dicho adiós y la había rechazado educadamente. ¿Qué hacía allí?

—No he podido tomar el avión.

—¿No has podido?

Él negó con la cabeza y ella trató de no concebir falsas esperanzas. Ya se habían dicho todo lo que había que decirse. Todo había quedado claro.

Luca se desabrochó el abrigo y se lo quitó.

—Me alegro de que no hayas ido a la oficina. Las carreteras están fatal.

—Aun así, has conseguido llegar aquí —se giró hacia el armario, sorprendida por lo fácilmente que convertía en palabras lo que pensaba.

Un mes antes eso no habría sido posible. Una prueba más de lo mucho que había cambiado desde que Luca había llegado al Cascade. Le debía más de lo que él creía.

—Tengo un todoterreno. Tú tienes un coche normal.

—Llamé para decir que trabajaría desde casa. Debería vestirme…

—Espera —la urgencia de esa palabra la detuvo—. He venido a decirte algunas cosas. Cosas que debería haber dicho ayer, pero me pillaste con la guardia baja —se agachó a quitarse las botas y caminó por la tarima para estar cerca de ella—. Mi Mariella —susurró y le acarició una mejilla.

—No —se echó hacia atrás—. Luca, no puedo. Ayer dijiste todo lo que necesitaba saber.

Pero él la ignoró, le agarró la otra mejilla y la besó en los párpados.

—En eso te equivocas. Dije demasiadas cosas y todas equivocadas. Tú, Mariella, me has hecho un cobarde y eso no es algo que me guste.

—No te da miedo nada —susurró ella sin aliento.

—Tengo miedo de ti. Tengo miedo de mí, de cómo me siento cuando estoy contigo. Y entonces, de camino a Calgary, me he dado cuenta de lo increíblemente difícil que te tuvo que resultar decir lo que me dijiste. Y que te merecías algo mejor por mi parte.

—¿Y por eso estás aquí?

—Eso es lo que me da miedo, Mari. Haces que desee darte más. Haces que quiera ser digno y me da miedo enamorarme. Otra vez.

—No comprendo.

La tomó de la mano y la llevó a una mesa con sillas que había entre la cocina y el cuarto de estar. Se sentaron con las rodillas juntas.

—Mari, te mereces mucho más de lo que yo puedo darte. Nunca he dado importancia al amor y todo lo que conlleva. Tú estas saliendo de las sombras. Dije lo que dije porque soy demasiado egoísta como para terminar las cosas como quería. Quería que siguiéramos siendo amigos y, si no eso, al menos compañeros que han compartido algo importante —le acarició las rodillas—. Haces que quiera cosas. Cosas que no he querido en mucho tiempo. Pensaba que estaba tomando la decisión adecuada marchándome. Por ti, por mí. Pensaba que mis razones eran buenas, pero me equivocaba. Le dije a Charlie que me volviera a traer. Y he pasado toda la noche intentando resolver las cosas.

—Tienes que ir a París.

—No, cara, no.

Le agarró las manos. Ella quería creerlo, aunque las palabras del día anterior aún sonaban en su cabeza. Estaba en su casa y parecía que por una razón importante. Tenía que creer que ella era importante.

—Sabes que mi madre abandonó a mi padre cuando yo era muy joven. Y aunque teníamos a nuestro padre, me sentí muy responsable de Gina. Y, algunas veces, de mi padre porque tenía la edad suficiente para darme cuenta de lo que sufría por mi madre. Una y otra vez lo veía pedir su amor y ella se negaba. Nunca fue bastante para ella.

—¿Crees que no decía de verdad lo que te dije ayer?

—No suelo hablar de mis sentimientos, Mari. Necesito ver las cosas, mostrarlas. Dije esas palabras una vez, recuerda que te hablé de Ellie. Le entregué mi corazón. Y luego la encontré con otro. Sólo me quería porque era un Fiori. Yo había confiado en ella. Así que, cuando empecé a sentir algo por ti, me di todo tipo de excusas.

Mari se imaginó a un Luca más joven, vibrante por estar enamorado y, después, decepcionado. Le acarició los dedos.

—Así que te dedicaste al trabajo.

—Jamás se ha cuestionado mi trabajo en Fiori. Es mi herencia. Una herencia levantada por mis abuelos. Sentiría que los habría decepcionado si no hubiera seguido en la empresa. Quiero a Fiori, es mi sangre.

—Pero…

—Pero he pasado demasiados años centrado sólo en mi trabajo, evitando a la gente. Y no sabía cómo tener las dos cosas.

Ella alzó una ceja. Lo había visto en las revistas y eso demostraba que no había evitado a la gente.

—Oh —dijo él con una risita—. He dado un buen espectáculo, pero nunca me he sentido unido a nadie después de Ellie. Nunca he querido. Gina se casó y formó una familia y yo me dediqué a viajar por el mundo velando por nuestros intereses. Pero levantar muros consume mucha energía. Tú lo sabes, Mariella.

—Sí, lo sé. Siempre parecías tan seguro de ti mismo. Luca… Jamás habría sospechado que eras infeliz.

—Y no lo era, en realidad no. Simplemente, había algo que me faltaba. Echaba de menos raíces. Lo que parece estúpido considerando cómo te acabo de contar que mi familia me da un punto de apoyo.

—Hay mucha diferencia entre tener raíces y encontrar el lugar de uno mismo —lo miró a los ojos—. Sé que jamás tendré lo primero. Jamás conocí a mi verdadero padre y mi infancia fue una pesadilla, pero… pero creo que me he hecho un lugar por mí misma.

—Sé que lo tienes. Lo sé porque he podido verlo desde el principio. Eres de aquí. Eres de aquí de una forma que yo nunca había visto —recorrió la casita con la mirada—. Puedo verte entre estas paredes. Has convertido esto en un hogar, uno que es sólo tuyo.

—Eso no significa que no esté sola.

—¿Estás sola, Mari?

—Sí, sí, lo estoy. Al menos, lo estaba y no lo sabía. Tú has cambiado eso.

—Jamás había esperado encontrarte, ¿sabes? —le agarro una mano y le besó los dedos—. Y a pesar de haberlo hecho, aún no me lo creo. No confiaba en ello. Sentía algo por ti, pero lo dejé a un lado para que no fuera real. Me decía que era algo temporal y que volvería a Italia y estaría bien. Y cuando me dijiste que me amabas…

—Te amo.

Luca miró al suelo y permaneció unos segundos en silencio hasta que alzó la mirada y dijo:

—Me derrotaste, Mari —se echó hacia delante y apoyó la frente en la de ella—. Tú, la única que tenía derecho a tener miedo… tú has sido la que me has enseñado. Eres un milagro, Mariella. Y me muero de miedo de que te levantes un día y te des cuenta de que no soy lo bastante bueno para ti —no podía imaginarse siendo un milagro para nadie. No después de todo lo que había pasado—. Estoy enamorado de ti y pensaba que sólo me necesitabas por tu padrastro.

—Oh, Luca, ¿cómo has podido pensar eso? Todo esto no tiene nada que ver con Robert, sino contigo. Tú has sido la primera persona capaz de verme más allá de lo que me había pasado. La primera persona que me ha hecho olvidar y me ha hecho sentir que el pasado no importaba. La primera persona que me ha hecho sentir como la auténtica Mariella. Jamás podrás decepcionarme. Jamás.

Apoyó los codos en las rodillas y le tocó los muslos. Mari pensó en que al principio no quería que la tocara y después se moría por que lo hiciera.

—Estoy cansado de viajar. Tengo una villa, pero no estoy apenas en ella. Cuando era más joven era estimulante, no quería quedarme en un sitio. Pensaba que tenía la sartén de la vida por el mango, pero las cosas cambian. Yo he cambiado. He disfrutado de la reforma del Cascade. Pero entonces, mi padre me llamó la mañana después de que me hablaras de Robert para enviarme a París.

—¿Por eso te comportaste como lo hiciste? —preguntó ella con una sonrisa.

—Era demasiado. Estaba sintiendo algo por ti de repente y eso me daba miedo. Quería demostrarte que nada de eso tenía importancia para mí. Y por otro lado estaba mi padre diciéndome que tenía que marcharme. He querido cambiar las cosas con él. Además, me debatía entre mis sentimientos hacia ti y los que tengo hacia mi familia —para Mariella todo empezaba a tener sentido—. Estaba seguro de que marcharme era la mejor opción. No quería enamorarme. No quería ponerme en una posición en la que alguien pudiese hacerme daño.

Mari no podía creer que alguna vez hubiera tenido ese poder. Pero allí estaba él, agarrándole las manos, diciéndole cómo se sentía.

—Nunca antes he estado enamorada —reconoció ella—, pero si no te lo decía sabía que me arrepentiría el resto de mi vida. Y tenía que pedirte que tú también me quisieras.

—Quiero besarte ahora mismo —dijo él con voz ronca—, pero tengo que decirte lo demás antes.

—Entonces, date prisa.

—He hablado con mi padre. Sobre Fiori, sobré mi descontento, sobre ti. Y hemos hablado de mi madre.

—¿Sí?

—Las heridas de la infancia tardan mucho en cicatrizar, ¿no crees? Él la perdonó hace mucho, pero yo no. Siempre he llevado esta amargura conmigo. Me hacía estar harto. Necesitaba dar un paso adelante. Si tú has podido superar lo de Robert, seguro que yo puedo perdonar a mi madre.

—Tú no eres el único, Luca. También he pensado mucho en mi madre últimamente. ¿Cómo puedo juzgarla por las decisiones que tomó aterrorizada cuando yo he hecho lo mismo durante años? Voy a tratar de encontrarla. Seguro que el policía que me mandó la carta me ayudara.

—Cuando todo lo que había que decir estaba dicho —siguió Luca tras un largo silencio—, dimití de todos mis cargos y ocupé otro. Como vicepresidente, estoy a cargo de todos los establecimientos de Norteamérica. Controlaré todo este lado del Atlántico desde una oficina.

—Qué maravilloso, Luca. ¡Menudo trabajo! —dijo sonriendo.

Dio, eres dura —dijo él con un suspiro—. ¿Serías feliz en otro sitio, Mari? ¿Podrías dejar esto?

¿Podría hacerlo por Luca? Miró su casita, el hogar que había levantado de la nada. ¿Podría dejarla? Si era por él, creía que sí.

—Sí.

—Pero no te gustaría hacerlo. Quieres este lugar.

—Por supuesto, pero… No estoy segura de lo que me estás pidiendo. O de lo que ha sucedido.

—Mis prioridades han cambiado, eso es lo que ha pasado. ¿No lo ves, Mariella? Ahora todo encaja. El Cascade que hemos construido juntos, el nuevo trabajo y tú. Te amo. Tú me das las raíces. No quiero estar en otro sitio. Sólo contigo. Tú eres lo primero, lo demás va detrás.

Mari se quedó sin palabras. Jamás habría esperado algo así.

—Te amo, Mariella —volvió a decir él.

—Jamás nadie me ha puesto en primer lugar.

—Entonces ya era hora, ¿no crees? —sonrió con ternura—. Eres mi centro. Nada más tiene sentido. Vivir sin ti me da más miedo que arriesgar mi corazón. El trabajo es mío. Donde viva depende de tu respuesta. Podría aceptarlo, si tú me respondes a una pregunta —Luca se metió una mano en el bolsillo y después se arrodilló—. Cásate conmigo. Cásate conmigo en el salón que hemos reconstruido juntos, bajo la araña que encontramos en el ático. Comparte tu vida conmigo. Formemos juntos un hogar. Por favor, di que sí —sacó un anillo.

No había duda de que era antiguo. Miró la brillante esmeralda en la montura de platino y los diamantes a los lados.

—Era el anillo de mi abuela. Decía que la esmeralda es símbolo de amor y esperanza —ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas—. ¿No lo ves, Mari? Eso es lo que tú eres para mí. Amor y esperanza.

—Oh, Luca —susurró—. Te amo tanto… Jamás había creído en los finales felices. A mi madre nunca le llegaron. Quizá por eso acepté que te fueras como lo hice. No me lo creía. Pero ahora tengo una oportunidad, para creer, para tener fe. Y sería tonta si no la aprovechara.

—¿Eso es un sí?

—Sí, sí, ¡sí!

Le agarró la mano y la puso en pie. La abrazó y la besó en los labios.

—Mariella. Es un acierto que quien lleve este anillo tenga ese nombre. ¡Oh, Mari, qué futuro tenemos por delante!

Mari le acarició la mejilla. Estaba a salvo con él, en cuerpo y alma.

—Empezando por hoy.

—Empezando por hoy —confirmó él y volvió a besarla.

 

 

Fin