Capítulo 3

Mari se detuvo y se alisó la falda y el pelo antes de llamar a la puerta del que solía ser su despacho antes de que la nombraran directora general.

—Adelante.

Resultaba extraño ver a su nuevo jefe sentado en esa vieja silla, pero dejó a un lado esa sensación. Él necesitaba un lugar de trabajo y ella ocupaba el de la dirección general. No tenía sentido pensar que le estaba invadiendo su espacio. Ella era quien tenía el despacho grande.

Había tenido que dejar de lado muchos sentimientos esa mañana, como el temor que había palpitado en si vientre cuando había recordado el sueño de esa noche. Le había echado la culpa al chocolate del postre de la cena, al caos que se había instalado en su vida, pero no era capaz de sacudirse la oscuridad que le había llenado el cerebro. Si pensaba en la carta que había recibido hacía dos días, no era sorprendente. Aborrecía pensar en Robert saliendo en libertad condicional. Aborrecía cómo la sola mención de su nombre la paralizaba. Concentrarse en el trabajo era lo único que la mantenía en sus cabales. Luca no se lo estaba poniendo fácil. También él había aparecido en su sueño. Pero tenía que olvidarlo y ser objetiva.

Tenía que pensar en el presente y descubrir qué estaba planeando Luca. Haría lo que quisiera. Se había dado cuenta después de la cena de la noche anterior. Pero ella no iba ser una presa fácil. Mantendría las cosas en el plano de la lógica. Dentro de los límites. En todos los sentidos.

—¡Mari! Buenos días —apretó el botón del ratón antes de empujar la silla hacia atrás—. Estaba enviando un correo a mi hermana a Florencia, compartiendo mis ideas e intentando que se implique. Tiene un ojo fantástico.

—¿Entonces por qué no ha venido ella? —dijo antes de pensarlo y se ruborizó de inmediato.

—Porque tiene un bebé y un crío de tres años de los que ocuparse. Espero que lo haga el verano que viene, cuando la reforma esté terminada y, el paisajismo, completado. Me ha pedido que vuelva para Navidad.

—¿Crees que habremos acabado tan pronto?

—La temporada media es el mejor momento para hacer la reforma. Siempre podría volver después de las vacaciones para terminar las cosas.

Mari permaneció de pie en la entrada sin saber cómo proceder. En el bolsillo de la chaqueta llevaba media docena de mensajes que tenía que responder y sabía que encima de su mesa un montón de trabajo esperaba su atención. ¿Por qué no se ponía con ello?

—¿Necesitas algo en particular? —preguntó Luca.

—No, en realidad, no. Sólo iba a mi despacho y quería decirte que, si quieres algo, estoy allí.

—Estoy esperando una llamada de un diseñador. Hizo algunos trabajos muy buenos para nosotros cuando compramos la propiedad de Colorado Springs. Creo que traerlo aquí sería una buena idea. Sé lo que quiero, pero me pierdo a la hora de decidir tejidos, tapicerías y… bueno, es trabajo de Dean tener una visión de conjunto y hacer las cosas.

A Mari se le quedó la boca seca. Eran las nueve de la mañana y ya estaba dando pasos sin siquiera comentarlos con ella. ¿Iba a suceder todo sin ella?

—¿Y cuál es mi trabajo en todo esto?

Luca cruzó las piernas y la miró con una sonrisa.

—Tu trabajo es mantener el hotel funcionando del modo más normal posible. Ya he visto que eres buena en eso. Y tu trabajo también es ayudarme. Quiero tus aportaciones, Mari.

Sonó el teléfono de la mesa y, cuando Luca dejó de prestarle atención, se sintió como una chiquilla ignorada. Maldición, había ido con la esperanza de echar un vistazo a sus planes y descubrir cómo hacer para tener algo de control sobre toda la situación. Y se marchaba sin nada.

Mari recorrió el camino a su despacho aturdida. Estaba claro que no se la necesitaba cuando se trataba de cambios inminentes. Para Luca, ella estaba allí para mantener a la gente contenta.

Cerró la puerta de su despacho y colgó el bolso de la silla. No había trabajado tanto para construirse una vida para que alguien la despidiera como si no importara. Sus días de felpudo habían terminado. Se pasó las manos por las mejillas. No permitiría que le hiciera eso. Era su vida y se agarraría a ella con las dos manos.

Iba a llevar a un diseñador. Por supuesto. Eso era lógico, pero estaba sucediendo todo tan deprisa… Quería que todo volviera a su curso normal.

Luca hablaría con el diseñador y ella quedaría fuera del proceso de toma de decisiones. No podía permitir que eso sucediera. Si lo hacia, él empezaría a tomar decisiones unilaterales que afectarían a todos. Tendría todo el control y eso la aterrorizaba.

¿Pero cómo iba a tomar el control cuando la sola idea de afirmarse hacía que se le doblaran las rodillas?

Tenía que ocurrírsele algo que mostrara lo valiosa que era. Cuando tuvo la idea le pareció increíble no haberla tenido antes. El hotel tenía un ático. Y en cada reforma, sabía con certeza, se habían almacenado allí algunas cosas.

Estaba segura de que había un tesoro de antigüedades del diseño original guardadas allí. Recordó lo que él había dicho en la cena de volver al romanticismo. Ricas telas y madera natural. Si recordaba bien, había una vieja araña de cristal y ¿quién sabía qué tesoros más?

Saltó de la silla y sacó un manojo de llaves de un cajón. Salía al pasillo cuando se topó contra la dura pared del pecho de Luca.

¡Allentare! —la agarró del brazo con fuerza—. ¡Cuidado, Mari! ¿Estás bien?

—Suéltame, estoy bien —sacudió la mano y cuadró los hombros.

 

 

Esa mujer tenía más espinas que un cactus. Luca dio un paso atrás. Casi lo había derribado y lo miraba como si s fuera culpa de él.

—Me alegro de oírlo.

—Perdona —dijo ella suavizando un poco el gesto—. Ha sido culpa mía.

—No importa. Venía a verte.

La miró relajarse lentamente. Primero una inspiración profunda, después bajó los hombros y después se relajó el gesto de su rostro. Sonrió de un modo bonito, pero no sincero. Era una fachada. ¿Pero qué ocultaba? Nunca había conocido a una mujer tan estirada y rígida. Tenía la sensación de que, si él decía negro, ella diría blanco sólo para llevarle la contraria. En ese sentido, no era muy diferente de su padre. El Cascade era su bebé, había exigido todo el poder. Y cuando terminara podría tener crédito y salir de la compañía por derecho propio. Quería a su padre, pero eso no significaba que quisiera estar bajo su mando el resto de la vida. Era eso lo que hacía que las cosas entre los dos estuvieran tensas.

—¿Necesitabas algo?

Al oír su voz dejó de mirarla a los labios.

—¿Necesitar? Me ha llamado el diseñador, Dean Shiffling —no pudo disimular la frustración—. No puede esta: aquí antes de pasado mañana. Le he dicho que le enviaríamos un coche al aeropuerto.

Habían dado una docena de pasos por el corredor cuando Mari se detuvo en seco.

—Luca, no tenemos un coche, tenemos una furgoneta de carga.

—Fiori no transporta a sus huéspedes en ¿cómo lo ha llamado? Una furgoneta de carga —murmuró algo entre dientes. Tenían que cambiar muchas cosas en ese hotel—. Me ocuparé de conseguir un transporte adecuado.

Echó a andar sabiendo que ella no tendría otra opción que seguirlo. Podía ver cómo la cabeza de ella había empezado a darle vueltas a la situación. Sonrió. Tenía que reconocer que disfrutaba sacándola de sus casillas. Hacía mucho que no se enfrentaba con una oponente que mereciera la pena y tenía la sensación de que Mari iba a se todo un reto. Llegaron al vestíbulo.

—¿Para qué querías verme? —preguntó él contemplando el vestíbulo, el suelo, las alfombras. Era cómodo, pero desordenado, le hacía falta luz y espacio.

—Yo no quería. Chocaste conmigo, ¿recuerdas?

—Ah, sí. Un feliz accidente —hizo un guiño—. Y tú ibas corriendo a hacer algo.

—Pensé en algo que podría ser útil para la redecoración.

—¿Sí? —tenía toda su atención.

—Y tú estabas notablemente agitado porque tu diseñador no estuviera a tu entera disposición.

Luca alzó una ceja. Iba a mantenerlo siempre en estado de alerta. Ella tenía razón. Quería haber empezado y tendría que esperar.

—Quizá.

—La gente siempre hace lo que tú dices.

—Normalmente, sí. Con una notable excepción —la miró con intención.

Mari le mostró una llave.

Estaba jugando con él y le divertía tanto como lo molestaba. En sus reuniones ella jamás había mostrado un lado divertido.

—Supongo que es de una puerta. Una puerta de la que me vas a hablar.

Algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro. Resultaba muy distinta cuando se quitaba esa fachada de frialdad. Sus ojos brillaban y parecía casi una niña preciosa. Miró el recatado traje que llevaba y se preguntó cómo sería quitárselo. Se preguntó si sería suave y maleable. Como su piel. Recordó la sensación de su casi translúcida piel cerca de la mano. ¿Sería el resto de ella tan frágil y suave? En ese momento no sería muy inteligente. Pero no podía evitar preguntárselo.

—Iba a revisarlo primero, pero supongo que querrás venir. Es el ático.

—¿Tenéis un ático?

—Así es —sonrió más ampliamente—. Y si encontramos lo que creo que debe de estar ahí, vas a ser feliz. A lo mejor así puedes dejar de obsesionarte con tu diseñador y concentrarte en otra cosa.

—Entonces, vamos.

Subieron hasta el último piso en el ascensor de servicio y salieron a un pasillo sin ventanas. Mari se detuvo delante de una enorme puerta doble.

—Ésta es nuestra zona de almacenes. Lo recordé esta mañana. Algo que dijiste ayer sobre el romanticismo me ha estado rondando por la cabeza —giró la llave y abrió la puerta.

Lo que vieron fue como un tesoro enterrado. Una capa de polvo lo cubría todo: sillas, mesas, escritorios, divanes, incluso pinturas y esculturas. Una sala llena de potencial esperando a ser redescubierto. El hotel debía de haber sido glorioso en sus inicios, pensó Luca; antes de que alguien llegara y decidiera cambiarlo. Sus ojos se detuvieron en una cómoda especialmente bonita. Quien fuera que la hubiera relegado al ático merecía ser azotado. Era demasiado fina y valiosa para estar allí escondida.

—Dios bendito —Luca entró sabiendo que Mari había descubierto una mina de oro.

No iba a cambiar el hotel, iba a restaurarlo. La idea lo emocionó. Disfrutaba de la parte creativa de su trabajo tanto como de la dirección. Era la mayor razón por la que quería salir de la sombra de su padre.

—¿Por qué está todo esto aquí oculto?

—Sólo se me ocurre que, con las reformas a lo largo de los años, a estas cosas las han relegado al banquillo.

—¿El banquillo?

—Ya sabes, donde se sientan los jugadores que no salen al campo.

—Ya —rodeó un buró cubierto de polvo sabiendo que era de nogal—. Siéntelo, Mari. Hay historia en este almacén. Mucha historia —si llegara pronto Dean… pensó.

Harían un inventario y decidirían qué piezas emplearían en la decoración. Luca quería empezar ya, pero quizá no fuera el momento de explorar.

Miró a Mari. Estaba tan tiesa como siempre, pero diría que estaba disfrutando. Le brillaban los ojos mientras con los dedos acariciaba una silla. Se movía con cuidado para no levantar polvo. Era cuidadosa, estaba empezando a entender. Siempre se movía deliberadamente. Siempre con un propósito. Se preguntó por qué. ¿Qué la hacía tan cautelosa?

—Aquí está.

Echó un vistazo a un diván de color vino mientras se dirigía a donde estaba ella. La encontró de pie al lado de una gigantesca araña de cristal oculta entre dos armarios.

—Habrá visto días mejores, pero creía recodar que estaba aquí.

Luca se agachó y tocó una lágrima de cristal tallado.

—Es asombrosa, perfecta.

—Es preciosa.

Luca la miró. Así que la magia de la araña no la dejaba indiferente. El gesto de sus labios se lo decía así. Un mechón de cabello había escapado del moño y le acariciaba la mejilla. Se miraron a los ojos. Ya se imaginaba la araña colgada del salón de baile, los destellos de luz de los cristales sobre el suelo de pulida tarima. Podía imaginarse a Mari en el medio con un elegante traje de noche dorado sonriéndole. Tenía, se dio cuenta, una clase fría y elegante. Intemporal.

—A ti también te encanta, puedo verlo en tu rostro.

Algo cambió debido a sus palabras, algo que rompió el momento. Sus ojos se enfriaron y cuadró los hombros. Apartó la mirada.

—Tiene sentido utilizar estas cosas si se adaptan a tu reforma. Será mucho más barato que comprarlas.

—Oh, no es por el dinero, no es por eso. Mira este sitio —se dio la vuelta riendo para liberar la tensión que sentía en ese momento.

Ella cada vez lo intrigaba más, pero también cada vez era más consciente de que no era la clase de mujer que quería parecer. Se obligó a volver a concentrarse en la tarea.

—Cada una de estas piezas tiene historia, ¿no lo sientes? —se puso delante de un espejo y limpió el cristal con la mano—. Oh, Mari, ¡qué cosas más hermosas! Tanto tiempo, abandonadas, olvidadas, esperando a que alguien las descubra y las haga nuevas otra vez. A que las haga brillar.

Como ella no decía nada, se volvió a mirarla. Estaba entre la araña y unos armarios y él bloqueaba su salida hacia la puerta. Estaba de pie en silencio y no sabía por qué. Tuvo la sensación de que estaba llorando, pero eso era ridículo porque sus ojos estaban secos. Por alguna extraña razón deseó rodearla con sus brazos. En cuanto lo pensó, dio un paso atrás.

Disfrutar de jugar al ratón y al gato era una cosa. Tener pensamientos descabellados estaba bien, pero pasar a la acción era otra cosa. Y la situación ya era bastante complicada como para complicarla más liándose con la directora del hotel. No estaría bien. Sería un problema. Y él no quería relaciones complicadas. No quería relaciones de ninguna clase. Había decidido hacía mucho tiempo que no se implicaría con ninguna mujer. No quería darle a ninguna el poder que su padre le había dado a su madre de destruirlo. Como Ellie lo había destruido a él.

—Por favor, perdóname, tengo que volver. Si cierras la puerta al salir…

Caminó indecisa hacia él haciendo un gesto para que se apartara y la dejara pasar, pero no pudo, no tras oír esa voz fría y seca. No sabía la causa de esa reacción, pero sabía que no estaba bien.

Se detuvo a menos de un metro de él.

—Por favor —repitió muy pálida.

Él empezó a echarse a un lado, pero en el último momento no pudo dejarla marchar sin saber si estaba bien. La agarró de un codo.

—Quítame las manos de encima.

Lo dijo con tranquilidad, pero por debajo había veneno y eso lo conmocionó tanto que dio un paso atrás y la soltó de inmediato.

Ella se puso aún más pálida.

—No me toques nunca —dijo estridente mientras rodeaba a toda prisa los muebles y salía por la puerta sin cerrarla. Un segundo después se oyó el ascensor.

Luca se sentó en una silla levantando una nube de polvo. Sólo había tratado de ser un caballero. Era evidente que cualquier atracción que él hubiera sentido no era mutua. Era fría, irritante, dictatorial. Sólo una complicación. Debería despedirla y convertir el Cascade en el hotel que quería, pero no podía hacer eso. Era buena en lo suyo y él había prometido que nadie perdería su trabajo. Eso la incluía a ella. Y él era un hombre de palabra.

 

 

Cuando volvió a la zona de oficinas, la puerta de ella estaba cerrada. Llamó y abrió.

Pareció como si la escena de arriba no hubiera sucedido nunca. Su traje estaba impoluto. Había recuperado el color, se había retocado los labios y su pelo estaba perfecto.

Lo sucedido le decía que por alguna razón Mari tenía miedo de él.

—Quería asegurarme de que estabas bien.

Ella alzó la vista de lo que estaba escribiendo y fingió una sonrisa de relaciones públicas.

—Estoy bien, gracias. Un poco retrasada por la excursión —siguió escribiendo.

La mujer que tenía delante era toda frialdad y control. Un contraste muy fuerte con la mujer a la que había agarrado del codo. Una mujer que tenía mucha práctica en ocultar sus sentimientos pero que había tenido un ligero momento de debilidad.

Debería asentir y marcharse, aquello no era de su incumbencia, pero recordó la expresión de desnudez que había visto en su rostro cuando habían hablado de las antigüedades. Había parecido una mujer a la que hubieran desnudado. No podía ignorar eso aunque quisiera. Si lo dejaba pasar, quedaría pendiendo entre ellos todo el tiempo que trabajaran juntos. Sería mejor abordarlo.

—¿Quieres hablar de ello, Mari?

Con un suspiro dejó el bolígrafo en la mesa, apoyó las manos y cruzó las piernas.

—¿Hablar de qué, Luca?

—De lo que ha pasado en el ático.

—No, no quiero.

—Estabas asustada. Quiero saber por qué.

—No estaba asustada. Tengo… tengo claustrofobia.

—No me ha parecido eso cuando te he agarrado del brazo.

—Luca —lo miró a los ojos—, soy una persona a la que no le gusta que invadan su espacio. No soy de tocarse. Eso es todo. Lo siento si he sido brusca o grosera.

—Eres sincera y lo aprecio. Así que no es que no quieras que te toque yo, es que no quieres que te toque nadie.

—Exacto —se ruborizó.

—No es nada personal.

—Nada personal —repitió Mari.

—Me alegro, porque vamos a trabajar juntos muy de cerca y sería difícil si hubiese animosidad entre nosotros.

 

 

 

***

¿Animosidad? Mari tragó y se obligó a mantener el control. No tenía ni idea de lo que había pasado en el ático. Cómo sus palabras la habían tocado, devuelto muchas de sus emociones. Cómo se había sentido extraña de pronto y había tenido que salir de allí. La había tocado. Odiaba que la tocasen. Y cuando la había agarrado del codo había sentido terror en su interior.

Pero no era un recuerdo. Era anhelo. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Le había gustado la sensación de su mano en el codo, tanto que había deseado que la rodeara con sus brazos y la protegiera.

Había jurado que ningún hombre volvería a tocarla y hasta ese momento lo había conseguido, pero ahora nada tenía sentido. Tenía que escapar, rehacerse.

Se arriesgó a alzar la vista. Él la miraba tranquilo y supo que había algo muy personal entre los dos, le gustase o no. Algo que rechazaba reconocer. No estaba preparada para aceptar que había más que una cierta atracción. Algo más no tema sentido.

—Te aseguro que no tiene nada que ver contigo —tenía que ver con Robert, eso era todo.

—Entonces no me lo tomaré como algo personal. Sólo quería asegurarme de que estabas bien.

—Lo estoy, gracias por preguntar.

La sonrisa esa vez fue más natural. Él aceptó lo que había dicho con educación, se sentía afectada porque él fuera capaz de preocuparse por ella. Nadie se preocupaba de ella y había reinventado su vida de ese modo. Pero sin ella saberlo, parecía importarle a Luca. Era algo inesperado y, aunque habría pensado que lo aborrecería, resultaba agradable.

—He pensado que querrías recuperar esto —dejó la llave en la mesa.

Mari no la movió de donde él la había dejado mientras Luca se alejaba. Cerca de la puerta se dio la vuelta.

—Oh, y Mari, me gustaría que estuvieras en la reunión con Dean una vez que le haya enseñado el hotel y explicado las ideas iniciales. Haremos una agenda preliminar y primer esquema y ése es tu fuerte. También me gustaría que le mandásemos una circular a todo el personal. Algo que diga que los próximos meses habrá cambios, pero ninguno perderá su puesto. Que todos los esfuerzos que se harán serán en beneficio del personal y de los clientes. Mantengo mi promesa, espero que lo recuerdes.

Mantenía su palabra y le agradaba. Cuando menos lo esperaba, mostraba consideración por los que lo rodeaban. Quizá fuera mejor de lo que había sospechado. Quizá el playboy tuviera un poco más de sustancia de la que ella había pensado.

—Voy a preparar una y te la mando por correo electrónico.

—Gracias, Mari.

Se levantó de la mesa sabiendo que le debía algo. Tomó la llave y se la tendió. Él la aceptó.

—Guárdala, debo de tener otra en algún sitio.

—¿Seguro?

Mari recordó su gesto cuando había entrado en el ático. Había tenido que levantar un muro porque había visto su alegría en los ojos y ella no quería permitirse sentir esas cosas.

—Estoy segura, Luca. Y cuando llegue el señor Shiffling, nos reuniremos y discutiremos cómo afrontar mejor los cambios que se avecinan.

—Hablaremos luego —se guardó la llave en el bolsillo y salió del despacho.

Mari se quedó de pie en medio del despacho preguntándose cómo iba a manejar la montaña rusa en que se había convertido su vida. Luca Fiori le gustaba. En todos los sentidos.