Capítulo 9

Luca se sentó en el sofá al lado de ella, mirándola. Su cálida mano sujetaba la de ella y Mari se agarró a esa sensación de conexión para mantener el control. Una vez pronunciadas las palabras, todo parecía irreal. Como si no pudiera haber sucedido. Pero sí, había sucedido y él le acarició la mano en respuesta.

Nunca hablaba de ese día. Jamás. Pero quizá en ese momento lo necesitaba. Esa tarde le había enseñado que esa vida no había quedado atrás como pensaba. Y la aterradora verdad era que Robert estaba fuera de la prisión y saberlo había debilitado su barrera de protección más de lo que le gustaba admitir. Luca era lo único que la sustentaba en ese momento.

Lo miró a los ojos. La miraba tranquilo esperando que empezara, dándole el tiempo que necesitaba. Era un hombre en el que apoyarse. No el rico heredero de las revistas. Ese no era el Luca real. El Luca real estaba sentado a su lado y era un puerto seguro en la tormenta.

Miró la sensual curva de sus labios y se sintió sorprendida de que un hombre así besase a una mujer como ella y más de una vez. Cosas así no sucedían. La vida real no era así.

Desde luego, esas cosas no le sucedían a una chica corriente de Ontario, pero ahí estaba él, esperando. Sin prisa, sin discutir. Por primera vez en su vida deseaba abrirse a otro ser humano.

—Mariella, no tienes que contármelo si es demasiado difícil. Está bien.

Mari se llevó su mano a la boca y la besó. Cerró los ojos. Cuando estaba con él, Robert perdía su poder.

—Cuando tenía seis años, mi madre se casó con Robert Langston —se concentró en el rostro de Luca para mantener las imágenes alejadas—. Nunca conocí a mi padre auténtico. Ella me había criado sola hasta ese momento y me dijo que las cosas mejorarían, que tendríamos una familia nueva. Pero no resultó así.

—No fue el cuento de hadas que esperabas.

—El maltrato no empezó desde el principio, pero eso ahora no importa. Lo que importa es que cuando empezó creció deprisa y descontroladamente y nosotras estábamos aterrorizadas. Él tenía todo el control. Nos gobernaba por el miedo y era horrible. Esos años fueron…

No pudo seguir. Los recuerdos la inundaron y se le cerró la garganta. La imagen de ella paralizada en un rincón mientras él gritaba a su madre. La furia en su rostro mientras la golpeaba con los puños. Las muchas noches que había intentado defenderla sólo para recibir el mismo trato. Los años de mangas largas y maquillaje. El miedo a hablar y la sensación de culpabilidad al oír los golpes del otro lado de la pared, demasiado paralizada para hacer nada. El andar de puntillas siempre temerosa de decir algo inadecuado o hacer algo mal.

Años esperando oír decir a su madre que aquello se había terminado, pero eso nunca sucedió.

Por primera vez, Mari olvidó todos los atestados policiales, la terapia, todas las formas en que se había dicho que había progresado y sencillamente lloró… lloró lagrimas frías y desoladoras.

Luca la rodeó con sus brazos cálidos, sólidos, seguros. Lloró por la infancia que había perdido, la culpa que aún sentía, el miedo que nunca acababa de desaparecer y el hecho de que, por fin, había llegado al punto en que podía llorar por todo.

Luca lo había hecho posible. Por algún milagro la había empujado a vivir y le había mostrado la realidad.

Después de unos minutos se recostó en el sillón y se secó los ojos. Luca fue al cuarto de baño y volvió con una caja de pañuelos de papel. Le ofreció un par de ellos.

—Siento haber llorado encima de ti.

—Por favor, no te disculpes —se sentó en el borde de la mesita de café mirándola—. Sólo quiero asegurarme de que estás bien.

En ese momento sonó el teléfono y Luca lo miró con el ceño fruncido.

—Atiéndelo —dijo Mari, pero Luca sacudió la cabeza.

—Puede esperar.

El teléfono siguió sonando y él se levantó a atenderlo. Mari se sintió agotada. Sólo se había sentido así de agotada el día que tuvo que testificar en el juicio.

Mari oyó a Luca hablar por teléfono. Sus ojos seguían fijos en ella, que trataba de recolocarse el pelo.

—Lo siento, pero estoy con algo mucho más importante ahora mismo. Tendrás que ocuparte tú. Llamaré mañana —colgó el teléfono y volvió con ella, se sentó en la mesa y le agarró las manos—. Lo siento.

—Si tienes que irte, por mí está bien. Estoy bien.

—No estás bien. Y puede esperar. Ahora, mi prioridad eres tú.

Jamás, en toda su vida, nadie le había dicho algo así. Nadie la había puesto en primer lugar. Pero Luca, el adicto al trabajo, había dejado lo que fuera que lo reclamaba.

Se humedeció los labios.

—Hoy se me han olvidado todas las cosas que aprendí en la terapia y sólo he sentido el miedo, la responsabilidad. Si hubiera hecho otra cosa no habría sucedido… —tragó, le costaba seguir—. Oh, pensaba que ya lo había superado. He trabajado muchísimo y de pronto parecía como si no hubiese pasado todo ese tiempo. Y entonces has aparecido tú. Me he alegrado tanto de verte…

—Te había agarrado, no podía permitirlo —le acarició en una mejilla.

—En ese momento estaba atrapada, había retrocedido siete años. Ese día… —su voz casi se desvaneció un momento.

Todo estaba en el atestado policial. En su historial médico. Pero nunca se lo había contado a nadie a quien no estuviera pagando para ello.

—¿Qué pasó ese día, Mariella?

Su voz le dio valor. Después de lo que había hecho, contárselo era lo lógico, aunque difícil.

—Me marché de casa y me sentí dividida porque por un lado dejaba a mi madre, pero por otro me sentía segura. Mi madre me llamó y me dijo que iba a abandonarlo —se dio cuenta de que tenía los ojos resecos. Recordó la alegría que había sentido porque a lo mejor podían retomar su relación—. Yo le dije que podía ir a ayudarla, pero cuando llegué él se había adelantado. Había descubierto las maletas y cuando la vi estaba sangrando e inconsciente en el suelo con un brazo roto y una fractura de cráneo. Su ropa estaba tirada por todas partes hecha jirones.

Dio mio —sólo fue capaz de decir Luca.

—Sucede, Luca, con mucha más frecuencia de la que debería —le puso la otra mano encima para tomar fuerzas—. Me encontró allí con el teléfono en la mano para llamar a la policía. Me lo quitó de la mano y me golpeó con él. Cuando me desperté, mi madre seguía inconsciente y yo tenía una conmoción, costillas rotas y lesiones internas donde él… —se le quebró la voz un poco—. Donde él me había dado patadas una y otra vez. Nos dejó allí, Luca. Nos dejó para que muriéramos. Pero el cartero vio manchas de manos ensangrentadas en la puerta y en la barandilla de la escalera. Llamó a la policía y el resto es historia.

—Sólo que no es historia —le alzó la barbilla suavemente con un dedo—. Nada semejante desaparece por completo, no puede. Oh, Mari —se llevó las manos a los labios y las besó con los ojos cerrados.

Mari miró la ternura con la que la besaba. ¿De dónde había salido? ¿Por qué estaba allí, exactamente lo que necesitaba cuando lo necesitaba?

—Lo siento tanto… Nadie debería pasar jamás por algo así —le susurró en las yemas de los dedos.

Y entonces se inclinó hacia delante y la besó en los labios.

Ella se entregó a su abrazo. Él era fuerte y creaba una barrera entre ella y el feo pasado. Cuando estaba con él era la Mariella que siempre había querido ser, libre del dominio que Robert había ejercido sobre ella durante años.

El beso fue suave, tentador, dulce. No sabía que él pudiera ser tan dulce.

Tampoco sabía que ella fuera capaz de amar, pero así era. Amaba a Luca. Y no sabía qué hacer.

—Y ahora está fuera de la cárcel y tienes miedo de que venga por ti. ¿Y tu madre?

—Las autoridades me mantienen informada mientras este en condicional. Por supuesto pienso en ello y me pregunto si me odia por mandarlo a la cárcel. Pero tampoco me permito pensarlo mucho porque es paralizante. He pasado demasiados años mirando por encima del hombro. Y es de esas cosas a las que llegas a acostumbrarte.

—¿Y tu madre?

—No hablo con mi madre con frecuencia… parece haber un muro entre nosotras. Ni siquiera sé dónde vive. Yo… —carraspeó—. Una parte de mí aún se pregunta por qué permitió que aquello sucediera. Por qué se quedó con un hombre que la golpeaba. Que me golpeaba. ¿Por qué no intentó salir de ahí? —miró a Luca—. ¿Qué clase de madre hace tanto daño a su propia hija? ¿Qué clase de madre no pone el bienestar de su hija por encima de todo? Hay veces que pienso en la casa que me gustaría, los hijos que podría tener algún día. ¿Los haría pasar por algo así? Sé que no podría. He tratado de entenderlo, pero no puedo. Lo único que se me ocurre es que estuviera demasiado asustada como para hacer nada.

—Yo tampoco lo sé —dijo Luca—. Apenas recuerdo a mi madre.

—Dijiste que os había abandonado a Gina y a ti. Eso debió de ser duro.

—Sólo recuerdo la sensación de no importarle —Mari abrió mucho los ojos por el odio en su expresión—. Nos abandonó cuando yo era un niño. Mi padre nos crió a Gina y a mí —caminó hasta la ventana.

—Lo siento —murmuró—. Tuvo que ser horrible para ti. ¿Volvió a casarse tu padre?

—No tiene importancia —carraspeó—. Fue hace mucho tiempo. Y no es nada comparado con lo tuyo. Nada.

Hablaba con vehemencia y Mari supo que era para ocultar su dolor. Y por un momento se olvidó de ella misma y se preguntó por el niño que habría sido y cómo había sufrido. Quizá la cucharita de plata con que había nacido no había brillado tanto como ella había pensado. ¡Cómo deseó poderlo ayudar como él la había ayudado a ella!

Se había enamorado de Luca y eso le iba a romper el corazón. A Luca le importaba, sí, lo sabía, pero ¿amor? Por decisión propia, Luca no amaba.

Tenía que dar un paso atrás. Desnudar sus almas era bueno, pero no era tan tonta como para pensar que tendría un final feliz. Luca no vivía allí. No era de allí. Era de Italia y su lugar estaba allí con su familia y el imperio Fiori y lo que estaba sucediendo entre ellos era un accidente en sus vidas. Necesario, quizá, pero pasajero. ¿Cómo iba a decirle lo que sentía de verdad?

—Prácticamente puedo oír tu mente trabajar, Mari —dijo sin darse la vuelta—. Por favor, déjalo.

Mari se levantó y se acercó a la ventana para quedarse de pie tras él. Lo rodeó con los brazos y apoyó la mejilla en su espalda.

Luca tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lo que él había pasado en su infancia no era nada comparado con el infierno que ella había vivido. Trató de imaginársela en el suelo, herida, y no pudo. Le parecía demasiado terrible. ¿Qué clase de hombre le hacía algo así a otro ser humano? ¿A una mujer que se suponía que amaba?

—Está nevando —murmuró él.

¿Por qué la gente hería a quienes se suponía que quería? Sabía que no podía dejar a Mari pasar sola por aquello, aunque eso le trajera recuerdos que aborrecía, como los de reconfortar a Gina cuando su madre los había abandonado. Su abuela siempre había estado ahí para ayudar. ¿Qué diría ella en ese momento? Sabía exactamente lo que diría y no le gustó la respuesta. Le habría dicho que dejara el rencor y perdonara.

Mari suspiró apoyada en su espalda y él cerró los ojos. Menudo día. Se alegró de haber manejado a Reilly como lo había hecho. Una respuesta física habría asustado aún más a Mari.

Todo el día había pesando sólo en Mari y eso no era bueno.

Mari no necesitaba a un hombre como él. Necesitaba alguien en quien poder apoyarse. Alguien que le diera estabilidad y seguridad y formara un hogar con ella. Incluso había hablado del deseo de tener hijos. Él siempre había sido el heredero de Fiori, el que todo el mundo asumía que ocuparía el lugar de su padre. Y seguía luchando contra él.

Miró el reflejo de la habitación en los cristales. No había nada personal en ella, ni cuadros, ni adornos, nada que la convirtiera en un hogar y así era como vivía él. Era lo que era. Finalmente la olvidaría. Pero con sus brazos alrededor, lo único que deseaba era abrazarla.

—Quédate esta noche, Mari.

—Luca, yo… —se incorporó y separó la mejilla de la espalda.

—No en mi cama —por una vez en su vida aquello no tenía nada que ver con el sexo. Se dio la vuelta para mirarla—. Simplemente, quédate. Me preocuparé mucho por ti si te vas a casa. Puedes quedarte con la cama. Dormiré en el sofá.

—Lo que has hecho hoy por mí no lo ha hecho nadie nunca. No puedo abusar más de tu tiempo.

—No abusas de mi tiempo —se miraron en silencio—. Espera aquí —desapareció en el dormitorio y volvió con una camiseta—. No tengo pijama para dejarte.

—Gracias —aceptó la camiseta.

Ella desapareció en el dormitorio y oyó la puerta del cuarto de baño cerrarse. Al no oír nada después de unos minutos, decidió ver qué pasaba. Estaba en su cama, con el edredón hasta la barbilla. Se había dormido antes de que hubiera podido preguntarle si quería comer algo.

 

 

Mari se despertó por la luz del sol que se colaba por la ventana. Se apartó el pelo de la cara y vio que esta en la cama de Luca. Había pasado allí la noche. Y ni siquiera se había acordado de ir a casa, ni de Tommy. Tuvo la esperanza de que hubiera salido por la portezuela del porche.

Miró el reloj: las nueve de la mañana. ¡Había dormido de un tirón y no había sufrido ninguna de las pesadillas que la asaltaban últimamente! Sintió un poco de inquietud al pensar que todo el personal estaría ya en el hotel y ella sólo tenía la ropa del día anterior. Tenía que haber usado la cabeza por la noche. Bueno, nada había sido lógico la noche anterior.

—Buenos días —dijo Luca desde la puerta.

—Luca, lo siento mucho, he dormido… —se sentó en la cama.

—Aquí toda la noche —terminó él la frase con una sonrisa—. Casi quince horas.

—Debía de estar más cansada de lo que pensaba —dijo, un poco confusa.

Sintió que se estaba ruborizando. Tenía que salir de aquella situación con un poco de ingenio. A la luz del día se dio cuenta de que haberle revelado sus verdaderos sentimientos había sido un error.

—Creo que dormir así te hacía falta desde hacía mucho —respondió él.

Llamaron a la puerta y Mari lo miró desconcertada. Él se limitó a encogerse de hombros.

—He pedido que nos traigan el desayuno, debes de estar muerta de hambre, ayer no cenaste.

Se fue a abrir la puerta mientras Mari se vestía y se recogía el pelo. Cuando salió del dormitorio un camarero empujaba un carrito lleno de bandejas.

—Gracias, Geoff —Luca le dio un billete, el camarero asintió y sonrió en dirección a Mari.

—¿Qué va a pensar el personal de todo esto?

—Ya has estado aquí.

—No así. No saliendo de tu dormitorio.

Luca acercó el carrito a la mesa.

—No te preocupes. Estoy acostumbrado. Siempre se olvida.

Mari cerró la boca. Luca estaba acostumbrado a esas situaciones. Ella no.

—Siento lo de ayer. No debería haber vaciado mis preocupaciones en ti —se sentía obligada a disculparse.

De pronto hubo una sensación de incomodidad entre los dos. Quizá él se sentía molesto por conocer todos sus secretos. No podía culparlo por ello.

—Está bien. Es bueno lo que has hecho. Imagino que te sientes mejor por haberlo sacado. Lo comprendo, Mari, de verdad.

¿Por qué actuaba él de un modo tan distinto? La noche anterior le había agarrado la mano y ella le había contado sus más profundas preocupaciones. La había abrazado y ella había llorado. En ese momento… Dios, la estaba tratando como si fuera una de sus aventuras.

Se le secó la boca. Había pensado que hacía bien en depositar en él su confianza, pero el modo en que la trataba esa mañana la decepcionó. Había esperado más de él. Una tontería porque, en el fondo de su corazón, sabía que no había futuro. Él no la amaba.

—Vamos, come algo, debes de tener mucha hambre.

—Tengo que ir a casa a cambiarme —se alisó los pantalones.

—No hace falta. Tengo algunas cosas de la boutique. Puedes ducharte aquí.

Mari apretó los dientes.

La estaba tratando como… como si nada trascendental hubiera sucedido entre los dos. Estaba tomando las riendas y decidiendo qué hacer y cuándo.

Luca levantó la tapa de uno de los platos. El olor a tostadas lo llenó todo, el tentador aroma a vainilla y canela.

Le sonó el estómago. No había cenado. ¡Se merecía que se sentara y se comiera todo!

—Pensaba que ese privilegio estaba reservado a tus aventuras —dijo cáustica metiéndose las manos en los bolsillos.

Le había contado toda su vida y la trataba como a una extraña. Sólo había una explicación.

Había sido demasiado. Sus problemas eran demasiado para él y había sido tonta al pensar que Luca podría manejarlo. Había esperado de él más de lo que podía dar. Ella no era sofisticada, era un problema y él se retiraba educadamente.

Apenas podía odiarlo por ello. Simplemente, deseó marcharse, pero algo en ella le decía que tenía que manejar la situación con dignidad y compostura. Aún tenían que trabajar juntos.

Luca ignoró la voz interior que le decía que rebajara el tono. Miraba a Mari y veía su rostro de la noche anterior mientras le hablaba de su padrastro. Había tenido que ayudarla. Lo había querido.

Pero en ese momento, a la luz del día, tenía que dar un paso atrás. Aquello se parecía demasiado a una relación y no estaba preparado. La última vez que había salido en serio con una mujer había interferido con el trabajo. Se había enamorado de Ellie, había confiado en ella. Le había dicho que la amaba. Hasta que se había dado cuenta de que ella no lo quería a él, sino a sus relaciones como Fiori.

Lo que sentía por Mari no tenía que haber ocurrido. No deberían haberse besado. Su mirada permaneció fría, aunque sabía que ella tenía razón. Aquello era exactamente lo que habría hecho con cualquier mujer a la mañana siguiente.

—Eso es un poco exagerado.

—Lo siento, Luca. Creo que aún estoy un poco alterada por lo de ayer. Comeré algo —se acercó a la mesa y se sentó, llenándose un plato.

Debería haberlo pensado mejor antes de flirtear con Mari. Mari no era de esa clase y necesitaba escapar de fuera lo que fuera que compartían. Él no lo llamaría una relación. Las relaciones hacían sufrir a la gente. Como había sufrido su padre. Como él con Ellie. Ellie había usado cosas que él le había contado para hacerle daño.

«Mari no haría algo así», le dijo una voz interior. Pero esa vez lo que más le preocupaba era hacerle daño a ella, ya había sufrido bastante.

Dejarlo en una amistad era la mejor opción, ¿no? Mari no necesitaba a un hombre que le rompiera el corazón. Lo que necesitaba era un amigo.

—Zumo recién exprimido —le sirvió un buen vaso—. Vitamina C para todo el día.

—Gracias —bebió un sorbo y dejó el vaso para agarrar el tenedor—. ¿No vas a comer nada?

—Claro —dijo él y se sentó enfrente.

Mari comió un bocado, después otro preguntándose cuánto tiempo resistiría esa agonía. Ese desayuno era una completa farsa después de la intimidad del día anterior.

No había nada que objetar a la conducta de él. Nada. Era perfectamente educado. Pero era evidente que estaba marcando las distancias. Deseó preguntarle si lo de la noche anterior había significado algo para él. Decirle cuánto había apreciado que hubiera cuidado de ella, pero no pudo. Él actuaba como si todo no hubiera significado nada. Como si desayunar juntos en su habitación fuera algo normal. Nada más personal que… una reunión de trabajo.

Se sentía en carne viva por los sucesos del día anterior y ser consciente de que se había enamorado de él. Porque él la tratara así. Se preguntó si se habría imaginado su comprensión.

Dejó el tenedor en la mesa y mantuvo en su sitio la máscara que se había puesto. Lo había juzgado mal, depositado su confianza en alguien equivocado.

—Gracias por el desayuno. Tengo que irme —se levantó evitando mirarlo.

—No hace falta. Puedes cambiarte aquí, Mariella. Seguro que la ropa que te he pedido te queda bien. Puedes ir a tu oficina desde aquí.

Lo había planeado todo. Había dedicado su tiempo a pensarlo. Su consideración casi la afectaba. Nada que hubiera hecho o dicho esa mañana le habría sentado peor que su amabilidad.

—Lo tenías todo planeado, ¿no, Luca? —trató de contener el temblor en la voz—. Pensaba que yo era la de los planes y tú el impulsivo, pero me equivocaba. Lo tenías planeado desde el principio, cómo hacerte con la directora difícil, cómo manejar a tu hermana, cómo manejarme a mí.

—¿Perdón?

Mari se alisó la blusa y miró para asegurarse de que no se dejaba nada. Vio una horquilla en el sofá y la recogió. Se la metió en el bolsillo evitando siempre mirarlo.

—Lo comprendo. No hace falta que me despidas con un desayuno y… y tanta consideración.

Luca se puso de pie y la miró con gesto de desaprobación.

—Nada de lo que he hecho esta mañana ha sido por obligación, Mariella.

—Seguro. No podías despertarme y echarme, no es de buena educación, no cuando se supone que… ¿qué se supone que volverá a pasar, Luca? —finalmente lo miró y no supo lo que pensaba.

—Confieso que no estoy seguro de qué es lo apropiado para decir en esta situación. Nunca he pasado por ella antes.

La miró fijamente. Nunca había estado en una situación en que le preocuparan más los sentimientos de la mujer que los suyos. Entonces, ¿por qué estaba enfadada? Había tratado de hacerlo bien. Ocuparse de ella, hacerle el día más fácil, incluso había pedido desayuno para los dos. Había tratado de demostrarle que lo que había pasado el día anterior no suponía ninguna diferencia para él. Incluso la respetaba aún más. Y ella estaba furiosa con él.

Mari empezó a marcharse con el corazón hundido. Seguramente ésa fuera una situación nueva para él. Lo necesitaba tanto que era obvio que había imaginado cosas que no eran reales. Si hubieran sido reales, la habría despertado con una sonrisa. Le habría preguntado cómo estaba y ella le habría dicho que estaba bien. Y quizá la habría besado como anhelaba que hiciera.

Pero lo había asustado. Y ni siquiera tenía la decencia de ser sincero.

—Me voy. Gracias por la ropa, pero no.

—¿Adónde vas? —por fin en su tono había algo más que maneras educadas. Ella se detuvo, pero después abrió la puerta—. Mari, tenemos una reunión con la gente del spa en una hora.

—Estoy segura de que podrás hacerte cargo, me voy a tomar el día libre.

Salió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Respiró hondo. Era el momento de volver a hacer lo que se le daba mejor: confiar en sí misma.