Capítulo 5
Pasaron unos pocos minutos antes de que el coche se detuviera frente a una casita de piedra en la ladera de una colina, rodeada de píceas y arbustos. Charlie le abrió la puerta y salió.
—¿Sería mucho pedir que nos esperases?
—Usted es la jefa, señorita Ross.
Mari sonrió. Se alegraba de que Luca lo hubiese elegido a él como chófer. Charlie era uno de los pocos hombres con quien se sentía cómoda.
—Puedes bajarte, Luca. Iremos caminando desde aquí.
Recorrió el sendero empedrado que conducía a su casa mientras Luca sacaba la cesta del coche. En cuanto llegó a la barandilla empezaron los ladridos y sonrió. Abrió la puerta y gritó:
—¡Soy yo! —y fue recibida por lametazos de alegría.
Tommy, su compañero, su protector, su único amor incondicional.
—¿Quieres ir de paseo, chico?
Entonces el perro vio a Luca al final del sendero y salió por la puerta.
—¡Tommy! —gritó ella.
Por una vez el perro ignoró su orden y corrió hacia Luca, a quien le apoyó las patas en el pecho. Luca acarició las rubias orejas del animal.
—Eres precioso —dijo al perro y después añadió dirigiéndose a Mari—: ¡No sabía que tenías un perro!
Al menos, no se había enfadado. Aunque la mortificaba un poco que el perro lo hubiera recibido tan bien.
—Tommy, vamos —el labrador corrió hasta el porche—. Échate —el perro se tumbó a sus pies.
—Si está así de bien enseñado, sólo puedo pensar que le has susurrado algo al oído y por eso ha salido corriendo hacia mí —dijo Luca en tono de broma.
—Lo siento por tu suéter.
—Ni siquiera lo ha ensuciado. Además, ¿para qué está el servicio de lavandería?
—Tommy, quieto —dejó al perro en el porche y abrió la puerta mosquitera—. Un momento.
—Así que a él es a quien querías que conociera.
—Sí. Si vamos a comer fuera, creo que será un buen momento para dejarlo correr. Es muy bueno. Se queda aquí y me espera todo el día —le acarició la cabeza—. Será una maravilla para él poder salir a mediodía.
—¿No lo dejas en el jardín?
—Sé que parece cruel —lo miró—, dejarlo todo el día encerrado. Seguramente podría dejarlo fuera, pero no me fío de los osos —apoyó la frente en el cuello de Tommy—. No sé qué haría si algo le sucediera.
También era una cierta protección para ella. Nada le haría daño mientras Tommy estuviese cerca. Era grande y era fiel.
—Bueno, te espero —Luca se sentó en una silla y dejó la cesta en el suelo para acariciar al perro.
Mari fue a su dormitorio y se puso unos vaqueros y un suéter. Le pareció extrañamente íntimo cambiarse de ropa sabiendo que Luca estaba tan cerca. Aquello casi parecía una cita.
Se sentó en la cama. No, era una comida de trabajo, eso era todo. Un descanso de la locura en que se había convertido el Cascade. Una tregua, eso era lo que había dicho él, ¿no? Que quería que fueran amigos. Se sentía dividida. Quería amigos, pero aún la idea de estar cerca de la gente la asustaba. Deseaba que fuera distinto. Poder dejar atrás el pasado. Poder olvidarse del dolor y del miedo y tener una vida normal. En lugar de eso, sentía un nudo en el estómago sólo de pensar en comer con su jefe.
Mari no estaba preparada para la sensación de vacío en el vientre cuando él había entrado en la casa. Había pasado tanto tiempo sola, centrada en reconstruir su vida que para ella era una experiencia nueva. Llevarlo allí no había sido un accidente. Saber que Tommy estaba con ellos, entre ellos, ayudaría. No podía estar sola. Y quizá con ese almuerzo, llegaran a un nivel de trato aceptable. Quizá pudieran pactar cómo se iba a tratar las siguientes semanas. En eso él tenía razón.
—¿Mari? ¿Estás bien?
Se sorprendió por el sonido de su voz. Había estado soñando despierta unos minutos y lo había dejado en el porche.
—¡Ya voy! —gritó levantándose.
Aquello no era más que una comida. Era ella la que estaba sacando todo de quicio. Volvió al porche.
—Venga. Tommy, vamos.
El perro le pisaba los talones mientras Luca llevaba la cesta y el Cadillac negro esperaba al pie de la colina.
Lo llevó por un sendero desde el que siempre se veía su casita. Cuando llegaron a la cima de la colina, se detuvo, se agachó por un palo y se lo lanzó a Tommy, que corrió por él. Desde allí se podía ver todo el valle. Su casa y el coche debajo de ella.
—¿Aquí está bien?
Luca dejó la cesta en el suelo y sacó de ella una manta.
—Perfecto.
Mari se sentó en la manta y volvió a lanzarle el palo al perro.
—No tendremos muchos más días así —murmuró ella sintiendo el calor del sol en el rostro—. Incluso éste me sorprende.
—Entonces, tenemos que aprovecharlo —empezó a vaciar la cesta—. Delicias de tomate y pimiento, cordero marinado y ensalada de patata, y no te digo lo que he traído de postre porque las niñas buenas primero se comen la comida —sacó platos de porcelana y cubiertos y añadió—: Si tú repartes la comida, yo abro el vino.
Se ocuparon unos minutos de colocar la comida. Mari estaba sentada con las piernas cruzadas. Se enfrentaba a un problema inesperado: estaba disfrutando de su compañía. Se alegraba de estar allí con él compartiendo algo tan sencillo como una comida campestre un día de otoño. Pero eso era todo lo lejos que llegaría. Tenía que recordar por qué había aceptado ir. No era capaz de nada más.
—El aire fresco y la buena comida hacen maravillas con el estrés —dijo y ella se volvió a mirarlo.
—Es una de esas veces que voy a tener que reconocer que tienes razón —le tendió un plato sonriendo—. No era consciente de lo tensa que estaba. He estado tratando de concentrarme en conseguir que todo estuviera hecho, trabajando el mismo número de horas al día —Tommy se dejó caer en la hierba—. No lo he sacado lo bastante últimamente. Se va a poner gordo y perezoso.
—Todo el mundo necesita momentos como éste. Aire libre, paz, tranquilidad, algo sencillo y reconstituyente. Es lo que espero que la gente encuentre en el Cascade. Un descanso de… ¿cómo se dice?, del ajetreo. Tiempo para oler las rosas. Para algunos éste es un modo de vida.
—Para alguien como tú querrás decir.
—¿Alguien como yo? —sonrió. Ella le dedicó una mirada llena de significado—. Ah, te refieres a los ricos ociosos.
Mari bebió un sorbo del suave chardonnay.
—Reconoceré que no eres ocioso. Lo has demostrado esta semana.
—¿Pensabas que lo era?
—Oh, vamos —miró al valle—, el niño mimado de Fiori Resorts. He leído las revistas, ¿sabes? La vida en bandeja de plata. Coches espectaculares y mujeres rápidas… ¿o es coches rápidos y mujeres espectaculares?
—Da lo mismo —admitió seco.
—Eres incorregible —rió y se inclinó a un lado rozándole el hombro.
—¿He presionado demasiado entonces?
Lo miró con cuidado. ¿Lo había hecho? Nunca parecía tenso, ni cansado, pero sabía que trabajaba desde que se levantaba hasta la hora de irse a dormir.
—No creo que hayas presionado a nadie más que a ti mismo. Pero puede que el personal del Cascade no esté acostumbrado a ese ritmo.
—¿Personal como tú?
—No he llegado donde estoy sin echarle horas —respondió.
Estaba cansada, no era un secreto, pero una parte de ese cansancio se debía a que las cosas estaban cambiando y estaba incómoda. Estaba sometida a un gran estrés del que él no sabía nada. Se despertaba por la noche más de lo que lo hacía normalmente. Las pesadillas habían vuelto. Miraba por encima del hombro y eso suponía que empezaba muchos días con un déficit de energía.
—No te habría pedido tanto si no hubiese sabido que podías afrontarlo, Mari.
—Te lo agradezco. Lo mismo que te agradezco que te dieras cuenta de que necesitaba respirar.
Luca dejó el plato en la manta y se volvió a rebuscar en la cesta.
—Sé que seguramente no debería haberlo hecho, pero he despistado esto de postre —sacó un cuenco de cerámica y una cuchara.
—Has pensado en todo.
—En todo no. Sólo he traído una cuchara.
Mari miró el cubierto. ¿A qué estaba jugando? Lo vio meter la cuchara en el cuenco y sonreír.
—Te he dicho que había que encontrar la belleza en las cosas pequeñas. Que el Cascade tiene que ser más una experiencia que un proveedor de servicios. ¿Qué pasaría si no fuésemos los directores del hotel? ¿Si fuésemos clientes? No estaríamos pensando en si este tiempo puede ser beneficioso, estaríamos pensando en la maravillosa tarde que hace. Abriríamos nuestros sentidos, nuestras mentes. Estaríamos pensando en nosotros mismos y disfrutando sin preocuparnos de nada —le tendió la cuchara llena de crema tostada—. Cierra los ojos, Mari.
Oh, Dios. Aquello superaba todos los límites. Esperó con la cuchara en el aire. Ella se sintió atrapada por su cálida mirada, seductora como la crema que contenía la cuchara. Cerró los ojos.
La fría cuchara rozó sus labios y ella los abrió de forma instintiva. La dulzura fría del postre le inundó la lengua. Suave, deliciosa.
La cuchara abandonó los labios y ella abrió los ojos.
Luca volvió a hundir la cuchara en el postre, pero esa vez lo probó él sin dejar de mirarla.
—Está bueno —murmuró ofreciéndole otra cucharada.
Con la cuchara que acababa de estar en su boca.
Era una tontería que algo así tuviera ese efecto sobre ella, pero lo sentía como seducción. Abrió la boca y dejó que le diera de comer sintiéndose cada vez más fuera de control. No sabía cómo manejar el romanticismo. Y aquello claramente lo era.
—Está realmente exquisito —no sólo el postre, sino estar allí con él.
Era una locura que se hubiese dejado llevar por la situación, sabía lo que vendría después. Antes de que se diera cuenta se estarían besando. La sola idea le hacía temblar de anhelo y temor. No estaba preparada para una aventura y era lo bastante inteligente para saber que una aventura sería todo lo que habría con Luca. Era un tiempo de fantasía limitado y no se lo podía permitir.
Tenía que volver al tema del trabajo de alguna manera. Empezó a recoger los platos para evitar que le diera más crema.
—Creo que deberíamos desarrollar una sección de picnic.
Luca se llevó otra cucharada a la boca y Mari trató el no mirar sus labios rodeando la cuchara.
—Una idea interesante —dijo él dejando la crema y recuperando el vino—. Quizá deberíamos ofrecer una selección entre la que elegir. ¿No quiere las delicias? Un poco de ensalada de arroz, quizá. Pollo en lugar de cordero. Una tarrina de chocolate en lugar de la crema tostada. ¿Qué te parece?
Lo que Mari pensaba era que probar un coche de competición no era lo mismo que ser su dueño, y hacer una prueba de una comida campestre romántica no era lo mismo que tener una. Pero el potencial seguía ahí y podía usar la imaginación. Sobre todo, después de esos momentos.
Si hubiera estado enamorada de Luca, y él de ella, y estuvieran así, comiendo de un modo decadente, disfrutando perezosamente de un buen vino.
Para una pareja enamorada sería romántico. Y terminarían la tarde de un modo muy distinto a como la iba a terminar ella con Luca. Y eso sería parte de la experiencia Cascade.
¿Cómo terminaría una pareja así el día? La mano de Mari se detuvo sobre los platos. Quizá volviendo al hotel y recurriendo al servicio de habitaciones. O vestidos con sus mejores galas y cenando en una de las mejores mesas del hotel, bailando en el reluciente parqué.
—¿Mari? —dijo él mirándola, sonriendo.
—Creo que suena maravilloso —respondió jugueteando con la manta.
Sopló una ráfaga de viento y se estremeció. Tenía que dejar de pensar así. Todo volvería a la normalidad y no había escapatoria. Si ni siquiera podía soportar que le tocara el hombro, ¿cómo iba a relajarse lo bastante como para que hubiera más? Estaba cansada y había bajado las defensas. Estaba aturdida por el vino.
Pero tendría que volver al hotel con Luca, y pensar en pasar por el vestíbulo con él y la cesta de la comida hizo que le recorriera un escalofrío. No necesitaban rumores circulando entre el personal. Tenía que hacer que las cosas volvieran a lo estrictamente laboral.
—Podríamos hacer una variación para picnic de invierno. Sopa en un termo, pan y queso, cacao caliente y un postre.
Luca empezó a meter los platos en la cesta.
—Eso es brillante. Podemos hacer algo estacional. Las Rocosas en invierno. Lo pondrás de moda.
Quizá el concepto, pero no la ejecución. Enamorarse y ser romántica estaba bien para algunas personas, pero no para ella. Ya no. Miró el perfil de Luca mientras envolvía las copas de vino en unas servilletas para que no se rompieran. Nunca volvería a permitirle a nadie hacerse con el control de su vida. Jamás.
Además, Luca sólo estaría allí unas semanas, para Año Nuevo se habría marchado. Cualquier atracción que pudiera sentir daba lo mismo. No tendría que preocuparse de sentimientos ni cosas difíciles. Sólo tenía que aguantar hasta que se marchara y después seguir con su vida. Una vida en la que nadie tuviera el poder de hacerle daño.
—¿Por qué no te tomas libre el resto de la tarde?
Luca estaba de pie con la cesta en la mano. Mari se levantó, agarró la manta y la dobló. Era tentador, pero su coche seguía en el hotel y ya había haraganeado bastante. Aún tenía trabajo que hacer y quería acabar el día con una relación de trabajo en la cabeza, no con esa intimidad da la comida.
—Gracias por la oferta, pero mi coche sigue en el hotel.
Bajaron la colina. El dolor de cabeza por el estrés que había estado agazapado detrás de los ojos había desaparecido. Quizá él tuviera razón. Necesitaba relajarse más. Si había relajado con él, quizá demasiado.
—Vuelvo en un instante —murmuró cuando llegaron a la casita, donde dejó a Tommy después de comprobar que tenía agua.
Charlie le abrió la puerta. Después entró Luca y no pudo evitar fijarse en la tela de sus pantalones tensa sobre sus muslos. Mientras el coche bajaba la montaña, se recostó en el respaldo y lo estudió sin que fuese evidente. Llevaba la ropa con confianza. Parpadeó despacio deseando tener ella esa seguridad en sí misma. Agonizaba cada vez que tenía que pensar en qué ponerse. Pensó que estaría igual de guapo con cualquier ropa. Primero en el campo, después en una cena elegante… pero no se lo imaginaba a él solo, sino con ella, bailando en una reluciente pista.
—Ya hemos llegado —Mari oyó las palabras, pero la sensación de la tela en sus mejillas era suave y cálida—. Mari, odio despertarte, pero no podemos quedarnos en el coche para siempre.
Oyó la voz de nuevo y supo que era Luca. Entonces se dio cuenta de que se había apoyado en su brazo. Se incorporó bruscamente y se separó de él. Su último pensamiento había sido de él con un esmoquin.
—Me he quedado dormida.
—Así es. Casi en cuanto el coche se puso en marcha.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes. Está bien.
La vergüenza le ardía en el rostro.
—Pero son diez minutos desde mi casa.
—Evidentemente, estabas cansada. Y relajada, ¿no?
Charlie había abierto la puerta con una mirada inexpresiva.
Salió al refrescante aire de las montañas, aunque le llevó un momento despejarse. Luca dijo algo a Charlie, después le tocó el codo y caminaron juntos hacia el vestíbulo. Justo antes de llegar a la puerta, Luca dijo:
—No cuentes por ahí que mi compañía te ha hecho quedarte dormida. Tengo una reputación.
Mientras ella dejaba escapar una inesperada carcajada, el abrió la puerta y le cedió el paso.
—Luca.
Los dos se dieron la vuelta al oír la voz que lo llamaba. Mari se quedó mirando a la mujer más guapa que había visto jamás.
—Gina.
Mari se quedó boquiabierta cuando Luca dejó caer la cesta y fue hacia la mujer a grandes zancadas. Cuando llegó a ella la rodeó con los brazos y le dio vueltas levantándola del suelo. Cuando la dejó otra vez, ella reía a carcajadas.
—Te echaba de menos —lo besó en las dos mejillas.
—Y yo a ti. ¿Qué haces aquí?
—He venido a verte, ¿no está permitido? —su sonrisa estaba llena de sorna.
El acento italiano era evidente. Mari no entendía la punzada de celos que sentía mientras permanecía de pie en medio del vestíbulo como una tonta. Se agachó a recoger la cesta. La comida había sido de trabajo, no de amantes, así que no había razón para los celos. Tenía trabajo. Dejaría la cesta en la cocina y volvería a la oficina.
—Luca, preséntame a tu amiga —dijo la mujer.
Mari se irguió despacio.
—Por supuesto —llevando a la mujer de la mano se acercaron donde estaba Mari.
Se sentía más estúpida cada segundo que pasaba. Allí estaba ella, la directora del hotel en vaqueros y suéter con el pelo revuelto hablando con una mujer que parecía que no tendría ese aspecto ni muerta. No sólo eso, todo lo demás era absolutamente predecible. Luca tendría una novia. Debería haberlo pensado.
—Gina, ésta es Mariella Ross, la directora del hotel.
Gina tendió la mano y Mari la estrechó y después bajó la vista. Esperaba unas manos perfectas, de manicura, y se encontró con unas normales con las uñas pintadas de un color claro.
—Mari, ésta es mi hermana, Gina.
El rubor de Mari se incrementó. ¿Dejaría de sentirse estúpida alguna vez?
Alzó la vista y en los ojos de Gina sólo encontró buen humor.
—No ha dicho ni una palabra de su familia.
—Por supuesto que no —golpeó a su hermano en el brazo con su bolso—. Los hombres sólo hablan de trabajo.
—¿Qué haces aquí, Gina?
Luca se puso al lado de Mari mientras planteaba la pregunta. Esa vez se dio cuenta de que los ojos de la morena brillaban mientras decía algo en italiano y Luca le respondía con las mejillas de pronto sin color. Mari arrugó la nariz. ¿El feliz y despreocupado Luca? Parecía realmente enfadado.
—¿Hay algún problema?
—Un asunto de familia —dijo Luca mirándola un instante.
—Lo siento. Os dejo solos —volvió a recoger la cesta.
—Mariella.
No tuvo valor para corregir a Gina. En ese momento no tenía importancia. Se detuvo y Gina dijo:
—Espero que cenes con Luca y conmigo esta noche. Me encantaría escuchar tus planes para el hotel. Luca piensa que es el único que tiene ojo para la decoración, pero subestima a su hermana.
—Quizá necesites tiempo para adaptarte. No te sientas obligada.
—No es una obligación en absoluto. Díselo, Luca —sonrió a su hermano, que fruncía el ceño.
—A los dos nos encantará —dijo él mirándola—. Ven, por favor.
—Lo haré.
—Estupendo —sonrió Gina—. Me dará la oportunidad de ponerme el vestido que me he comprado en Milán.
Mari sintió que se quedaba sin aire. No podía ir así. No era la cena de una semana antes cuando una falda y una chaqueta habían sido lo normal. Sintió que igual no podía llegar al nuevo nivel.
—Cenaré con vosotros, ahora tenéis que perdonarme, tengo mucho que hacer. Disculpad.
Ni siquiera se atrevió a mirar a Luca a los ojos. Se alejó recorriendo su armario mentalmente y pensando qué sería adecuado.
Luca la miró alejarse. Mari no había dicho nada, pero por su rubor sabía que había pensado que Gina era su amante. Interesante. Quizá no fuera tan inmune como quería parecer.
—Es encantadora, Luca. No puedo imaginarme por qué no me has hablado de ella.
La voz de Gina lo distrajo.
—No tengo nada que contarte, al contrario que tú. Así que vamos a mi habitación para que me cuentes qué haces aquí.
Una vez en la habitación, Luca se acercó al mueble bar y abrió la puerta.
—¿Vino o brandy?
—Ninguna de las dos cosas —respondió ella sonriendo—. Me alegro de verte. Viajas demasiado y no te veo nunca.
Luca la llevó al sofá y después se sentó en el brazo de un sillón que había al lado.
—¿Te ha mandado papá?
—Papá ha mandado la escultura que le pediste. Yo la he acompañado.
Luca contuvo su enfado. No había visto a Gina desde hacía mucho y no quería discutir.
—Y tú, supongo, tenías que venir a ver cómo quedaba.
—Cariño —sonrió—, es lo que se me da mejor. Sería una hermana terrible si no ayudara sólo un poquito con nuestra nueva adquisición.
—Pensaba que estabas ocupada con tu nueva adquisición —cruzó las piernas—. ¿Cómo está mi sobrina?
—Creciendo. Y su hermano va a hacer que me salgan canas.
—Bien, te lo mereces.
—Te he echado de menos —dijo entre risas.
—Y yo a ti, pero tienes a Angelo y a los niños. No hacía falta que vinieras.
—Aún tengo interés en Fiori, Luca. Papá me mandó con la escultura y para ver si necesitabas un par de ojos más. Y recursos.
—Tienes que estar con tu familia.
—He dejado a los niños con Carmela, la niñera, en casa de papá. Viajar con dos niños pequeños… —sacudió la cabeza—. Serán unas vacaciones para ellos, con Carmela para ponerles límites y papá para malcriarlos.
—¿Y Angelo?
—En Zúrich, echando un vistazo a un nuevo proyecto. Regresará en unos días y Carmela y los niños volverán a nuestra casa. Te preocupas demasiado, Luca.
Luca sonrió. Gina trataba de ser la excepción. Insistía en que Angelo y ella eran felices y tenían dos hermosos hijos. Aunque él siempre tenía la sensación de que Angelo no era lo bastante bueno para ella. Le costaba pensar que aquello duraría. No podía evitar pensar que a su hermana al final también le romperían el corazón. Lo mismo que a su padre.
Quizá fuera sobreprotector.
Gina bostezó y se cubrió la boca con una mano.
—Lo siento, ha sido un vuelo muy largo.
—Estás agotada, ¿por qué no duermes un rato? —se puso de pie e hizo un gesto hacia el sofá—. No querrás tener ojeras esta noche o pasarte la cena bostezando. Puedes dormir aquí mientras yo acabo el trabajo que me queda. Cuando termine, vendré a despertarte y nos arreglaremos para cenar.
—Y para discutir del Cascade, no lo olvides —hizo un guiño—. Grazie, Luca.
—Prego. Ahora, descansa —fue por una manta y se la echó por encima.
Al tocar la manta se acordó de los ojos de Mari cerrados mientras le daba la crema y de su calor y suavidad en la limusina cuando se había quedado dormida.
No tenía ni idea de lo que lo guiaba. De qué intentaba demostrar trabajando tanto. Lo que había dicho Gina le había hecho pensar. Quería demostrarse a sí mismo que era capaz de asumir más responsabilidad en Fiori. Su padre había llevado toda la carga mientras ellos habían crecido. Luca había trabajado para librarlo de parte de esa carga y ya sólo quería lo que se le debía.
Al principio había pensado que sería divertido hacer ver a Mari que la vida era algo más que un balance. Le había parecido un juego. Y era bueno en los juegos, pero se había quemado. No había contado con sentirse atraído por ella.