Lluvia en el corazón

Donna Alward

 

 

 

Lluvia en el corazón (2009)

Pertenece a la Temática "De corazón a corazón"

Título Original: The Italian's bride (2009)

Editorial: Harlequin Ibérica

Sello / Colección: Jazmín 2287

Género: Contemporáneo

Protagonistas: Luca Fiori y Mariella "Mari" Ross

Argumento:

Un trabajo de ensueño ¡y un impresionante jefe italiano!

Mariella Ross había logrado construirse una nueva vida en el hotel Fiori Cascade y no iba a permitir que la horrible actitud de su nuevo jefe interrumpiera su duro trabajo… aunque el encanto y la sonrisa de Luca Fiori le hicieran sentir mariposas en el estómago.

Luca empezó a mostrarle un aspecto de la vida que Mari casi había olvidado. Superar su oscuro pasado no sería fácil, pero con Luca a su lado comenzó a pensar que todo era posible.

Capítulo 1

—¿Señorita Ross? Ha llegado el señor Fiori.

—Gracias, Becky. Hazlo entrar.

Mari se pasó una mano por el pelo tratando con todas sus fuerzas de estar presentable ante un hombre que no conocía. Luca Fiori, hijo dorado del imperio Fiori Resorts. Rico, poderoso y, según la búsqueda que había hecho por internet, un poco playboy.

Justo lo que ella, y el hotel, no necesitaban.

Distinguió el sonido de su voz, suave y cálida, que le llegaba desde la recepción. Ese sonido le provocó un nudo en el estómago. Becky lo haría pasar en cualquier momento. Quizá debería salir a recibirlo. Sí, seguramente eso sería lo más profesional que podía hacer. Pero sus pies no la obedecían. En lugar de eso miró a los dos lados de la oficina como si la viera por primera vez. Su nueva oficina. Aún no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar. Lo que Fiori tenía que ver era a una mujer segura en su nuevo puesto. Aunque no lo estuviera, tenía que dar esa impresión. Se aseguró de que todo estuviera en su sitio. Todo tenía que ser perfecto. Lo único que revelaba que había estado allí esa mañana era una taza medio llena de té frío con una marca de lápiz de labios en forma de media luna sobre la cerámica de color crema.

Mari inspiró hondo y después dejó salir el aire lentamente, tratando de relajar los hombros. Acumulaba toda la tensión ahí. Los bajó e intentó esbozar una sonrisa. Tenía que demostrarle que estaba al día en su trabajo… trabajo que tenía desde hacía dos semanas y tres días.

Un segundo después volvió Becky y, con un gesto de la mano, hizo pasar a Luca al despacho.

Los ensayos para saludarlo que había hecho Mari desaparecieron de su cabeza.

—Señor Fiori.

Las fotografías no le hacían justicia, pensó mientras sentía un golpe sordo en el corazón. Era más alto de lo que parecía en las fotografías. Llevaba un traje, pero de un modo tan informal que no estaba segura de poder llamarlo traje. Pantalones y zapatos negros y una camisa blanca, abierta en el cuello, con una chaqueta negra abierta de modo descuidado. El cuello abierto de la camisa dejaba ver un fragmento de piel bronceada y pudo ver una mano en el bolsillo del pantalón antes de mirarlo al rostro.

Había sido descubierta observándolo. El brillo que vio en sus ojos se lo dijo y la sonrisa se lo confirmó. Se ruborizó y apartó la vista.

—La señorita Ross, actual directora, supongo.

Ella se humedeció los labios y sonrió tratando de ignorar el sonido de esa voz. Le tendió la mano.

—Sí, bienvenido al Bow Valley Inn.

—Se refiere al Fiori Cascade.

Mari se quedó helada. Por supuesto. Había recibido el informe sobre el cambio de nombre y lo había olvidado por los nervios. Miró la boca de Luca. Sonreía, al menos no se había enfadado.

Retiró la mano de la de él manteniendo la sonrisa amable.

—Sí, por supuesto. Viejos hábitos —hizo un gesto en dirección a unos asientos—. Pase y siéntese. Le pediré a Becky que nos traiga algo para beber.

—¿Por qué no vamos al salón mejor? —alzó una ceja—. He pasado por uno cuando salía del vestíbulo. Me permitirá ver cómo es el hotel. Además, será mucho más íntimo, ¿no cree?

La mano de Mari se quedó paralizada sobre el teléfono. Eso no era lo que había planeado. Se le aceleró el pulso por la palabra «íntimo». Había pensado en un café y la famosa bollería del chef seguidos de una breve presentación sobre lo que consideraba los mejores aspectos del hotel y después las propuestas de cambio. Había pasado horas preparándolo para que fuera impecable y con una distancia importante entre ambos.

—¿Hay algún problema, señorita Ross?

—No, en absoluto —apretó los labios y después volvió a sonreír—. Un café en el Athabasca será perfecto —sólo tenía que recordar lo que había puesto en el informe.

—Estoy deseoso de escuchar sus ideas. Quizá podría enseñarme las instalaciones después —se apartó a un lado para dejarla pasar.

Mari volvió a respirar hondo y a bajar los hombros. Podía hacerlo. No estaba acostumbrada a esas situaciones, pero podía hacerlo. Sólo tenía que ignorar su reputación.

El salón estaba prácticamente vacío a las diez de la mañana. Sólo otras dos parejas se sentaban en sendas mesas con sus tazas enfrascadas en una tranquila charla. Mari pasó de la barra principal, se dirigió a una más pequeña en un rincón y se sentó en un sitio donde se aseguraba de que él estuviera a unos cuantos centímetros. Luca se sentó a su lado y el aroma de su cara colonia le llegó a la nariz. Ese hombre era alguien completamente ajeno a su mundo, no había duda.

—Esta podría ser mi vista favorita del hotel —empezó concentrándose en el trabajo.

Desde donde estaban podía verse la fachada del hotel sobre el valle y el azul turquesa del río Bow que brillaba como una serpiente entre el bosque otoñal.

—Nuestro café es de calidad superior, lo importamos de…

—La vista es espectacular —la interrumpió y ella se dio cuenta de que no estaba admirando la vista, sino a ella.

Sintió que los nervios le hacían un nudo en el estómago y no supo cómo continuar. Debía de pensar que era una provinciana y que no alcanzaba el nivel de los directores del grupo Fiori.

Mari se volvió hacia la barra y puso la mano sobre la cafetera. No importaba. Ése era su trabajo y quería conservarlo. Lo deseaba más que nada en el mundo.

—¿Café, señor Fiori?

Alzó la vista cuando él permaneció en silencio y sus ojos se encontraron.

Le tembló la mano al sostener la cafetera. La estaba mirando fijamente y sintió que la tensión le oprimía el pecho. Se dijo que eso le ocurría porque era su jefe y eso la desasosegaba. No era culpa suya que fuera tan guapo. Tampoco que sus ojos fueran del color del toffee, sólo un poco más oscuros que su cabello. No era responsable de los perfectos labios, ni de cómo hablaba, con una perfecta entonación y sólo con un ligero acento italiano. Seguramente tenía mucho más magnetismo del que exhibía en las fotografías de las revistas que guardaba en su estantería. Podía imaginárselo consiguiendo todo lo que quería sólo con su aspecto y calidez. Pero no allí, no con ella. Había cosas importantes en juego.

—Llámame Luca, por favor —respondió finalmente.

Se obligó a servir el café mientras la camarera volvía con una cesta de bollería caliente.

—Luca entonces.

—¿No vas a decirme tu nombre?

—Eres el dueño del hotel —lo miró decidida a no dejarse amilanar—. ¿De verdad no lo sabes?

Él se echó a reír de un modo que pareció sincero.

—Recuérdamelo, entonces.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, no pudo evitarlo. Había esperado que fuera sofisticado, pero la verdad era que todo en él parecía natural. Desde la ropa hasta sus maneras relajadas, pasando por su risa fácil. No había nada fingido en Luca Fiori. Su encanto era innato y auténtico.

Y ahí era donde estaba el peligro. Según sus manuales, encanto era igual a problemas, y ella no necesitaba problemas. De ninguna clase.

—Mari. Me llamo Mari.

—Oh, Mari, creo que me has dado el cambiazo.

—¿Cambiazo? —se echó azúcar en el café—. ¿Cómo?

—Porque sé que tu nombre es Mariella.

Apretó la cucharilla con fuerza. Prefería Mari. Había sido Mari desde que se había mudado a Banff tres años antes. Nada de Mariella. Mariella había sido asustadiza, obediente y anónima. No había sido una persona.

—Prefiero Mari. O puedes seguir llamándome señorita Ross —replicó sin intentar mantener la frialdad en la voz.

—Mariella es un precioso nombre italiano. Significa «amada».

—Sé lo que significa.

—También era el nombre de mi abuela —siguió impertérrito.

Mari tragó demasiado deprisa el café y le quemó mientras pasaba por la garganta. El nombre de su abuela no le importaba en ese momento. Ella era Mari, directora de un hotel de cuatro estrellas, que había tenido que dejar tras de sí demasiado dolor para llegar donde estaba. Mariella le recordaba cosas que prefería olvidar. ¿Cuántas veces le había hablado su madre de la así llamada familia de su padre? La familia que no había conocido. Una familia que jamás conocería. Una de las grietas de su infancia.

—Señor Fiori… —al ver el gesto de él, se corrigió reacia—, Luca, no quiero parecer grosera, pero estás aquí como representante de Fiori Resorts para evaluar su última adquisición. Mi nombre no creo que sea un tema trascendental. Quizá deberíamos empezar la visita.

Luca comió un poco de bollo y consideró cómo responder. La directora era del tipo puntilloso, pero bonita. Y él siempre disfrutaba de un reto.

—¿Y perderme esta soberbia mezcla de cafés? Creo que no. En su momento seguiremos con el resto —bebió un sorbo de café y la observó pensativo.

Tenía el cabello oscuro recogido en un sencillo pero elegante moño, ni un pelo fuera de su sitio. Largas piernas que ocultaba bajo una conservadora falda marinera a juego con una chaqueta igual de austera. Incluso sus zapatos… Dio mío, sus zapatos eran unos náuticos planos y sin adornos. Todo en ella decía: «Mantente alejado». Hasta que la miró a los ojos. Eran asombrosos, sin nada de la frialdad de su atuendo. Eran de un azul grisáceo y ocultaban una atractiva vida llena de secretos.

—Mariella… —dijo en tono suave disfrutando del modo en que ella lo miró.

Aquello era más que un reto. Era pura curiosidad, algo infrecuente en él, pero había algo en los ojos de Mari que lo atraía. Un misterio que exigía ser resuelto.

—Mari —corrigió ella fríamente.

Frunció el ceño. Normalmente ese tono suave funcionaba con las mujeres. Había en ella algo más que gélido orden y zapatos prácticos, podía sentirlo. Mientras sus ojos lo miraban con fuego rechazando permitirle utilizar su nombre completo, supo que esa vez su encanto iba a fallarle. Lo que provocó una urgencia incontenible de reír, además de un generoso respeto.

¿Quién iba a pensar que un viaje a Canadá podía resultar tan intrigante?

Sufría un deseo incontenible de pasarle los dedos por las mejillas. Incluso sentada en una banqueta estaba unos cuantos centímetros por debajo de su rostro. Pequeña y femenina. ¿Qué haría ella si intentaba algo semejante? ¿Ruborizarse? No lo creía. Algunas de las mujeres que conocía lo abofetearían con pasión, pero no creía que Mari fuera de esa clase.

No, una gélida diatriba sería más su estilo y casi hizo lo que pensaba para ver qué sucedía.

Pero algo le hizo contenerse.

No estaba allí por eso. Estaba lejos de Italia, lejos de las constantes exigencias y en un lugar donde sólo él podría tomar las decisiones. Se había permitido distracciones con anterioridad y no había sido muy bonito. Había pagado un precio. No tanto como su padre cuando su madre los había abandonado, pero había provocado un buen lío. Había permitido que Ellie lo convirtiera en un idiota. Se había jugado el corazón y lo había perdido. No, su instinto inicial siempre era acertado: disfrutaría, pero no pasaría de ahí.

Estaba allí para convertir el Bow Valley Inn en el Fiori Cascade y para eso tendría que trabajar con Mariella Ross. Dio un paso atrás.

—Muéstrame el resto, Mariella. Y veremos cómo hacemos para llevar al Fiori Cascade al máximo de la opulencia.

 

 

Luca miró los papeles una vez más recostado en el sofá y con las piernas cruzadas sobre la mesita de café. No había nada realmente malo en el hotel. Era un establecimiento agradable, cómodo, con buen servicio, pero no lo bastante bueno para Fiori. Su padre le había enseñado eso.

La nueva directora también era algo más. Mariella. Parecía que lo único que compartía con su abuela era el nombre. Había bajado la guardia un instante, pero era una mujer de normas y límites, eso le había quedado claro. Durante toda la visita le había mostrado lo rentables y eficientes que eran las instalaciones. Pero en la marca Fiori había algo más que una cuenta de resultados. Había eso que tenían los Fiori que los diferenciaba del resto.

Dejó los papeles en la mesa y se acercó al balcón. Abrió la puerta y cruzó los brazos al notar el frío del aire de las montañas. Escuchó el susurro del viento entre las hojas doradas de los árboles de más abajo. No se le había pasado el modo en que ella había mantenido las distancias. Tras el apretón de manos inicial era como si hubiera surgido un escudo invisible alrededor de ella. Esa mujer era una enorme contradicción. Una mujer atractiva rodeada por un envoltorio de burbujas. Se preguntó por qué. Tenía que dejar de pensar en ella.

Se apoyó en la barandilla. Le gustaba el color gris de la piedra de las fachadas del edificio y cómo se mimetizaba con el color de las montañas que lo rodeaban. Le hacía pensar en un castillo pequeño, un retiro en medio de las montañas. Una fortaleza.

Llamaron a la puerta y entró para abrir. Mari tuvo que hacer un gran esfuerzo para no quedarse con la boca abierta cuando se abrió la puerta. Se olvidó de la carpeta que llevaba en la mano y de la razón que la había llevado a su habitación. Ya no llevaba el traje. Iba con unos vaqueros, viejos. Y se había puesto un suéter y una chaqueta de punto que resaltaba su complexión y acentuaba su color de piel. Resultaba completamente accesible. Delicioso. Aquello era ridículo. Estaba mirando a un extraño como si fuese un pedazo de tarta de chocolate. El buen aspecto era sólo eso, buen aspecto. No decía nada sobre el hombre, nada en absoluto. Un hombre podía esconderse tras su buen aspecto.

—Mari. Pasa.

Había accedido a utilizar la versión reducida de su nombre. Debería haber estado agradecida, pero el modo en que lo pronunciaba, la forma en que las silabas rodaban por su lengua, le hacía sentir escalofríos.

Le tomó la mano y los estremecimientos cesaron, reemplazados por una reacción automática. Tiró de la mano y dio un paso para alejarse de él.

Luca frunció el ceño. No entendía nada.

Los apretones de manos eran una cuestión de etiqueta y ella los toleraba, pero era el máximo de contacto personal que aceptaba. Tomarla de la mano seguramente no significaba nada para él, pero para ella era una excesiva libertad. No podía evitar reaccionar como lo había hecho lo mismo que no podía cambiar el pasado. No podía acabar con el miedo, aunque fuera tan irracional como en ese momento. No importaba el tiempo que hubiera pasado, no podía evitar esas reacciones instintivas. Él no había hecho nada que le indujera a pensar que le haría daño, pero eso no importaba. El mecanismo era el mismo.

—Te he traído los informes financieros —disimuló la incomodidad del momento tendiéndole la carpeta.

—¿En serio?

—Por supuesto —era su momento de estar desconcertada—. He pensado que los necesitarías.

—¿Estamos al día?

—¡Por supuesto! —al ver que agarraba la carpeta, bajó el brazo.

—Entonces, no necesito saber nada más.

—¿No?

—Por favor, siéntate. ¿Quieres beber algo?

—No, gracias.

Se apoyó en el borde de un sillón de brazos como un pájaro a punto de echar a volar, mientras él se acercaba al minibar. Se dio cuenta de que estaba descalzo y se lo quedó mirando otra vez. No podía permitir que su apariencia la distrajera. Estaba convencida de que era consciente de su aspecto y de que lo usaba en su provecho. Pero con ella no funcionaría. No era tan ingenua.

¿No le interesaban los números? La preocupación se le agarró al estómago. ¿Qué iba a hacer con el hotel? ¿Derribarlo? Cada decisión que había tomado en los dos últimos años y medio había sido cuidadosamente meditada. Qué hacer, dónde vivir, qué ponerse, qué decir… Y empezaba a temer que no condujera a ningún sitio. Cada vez se corroboraba su impresión inicial: para él todo aquello era sólo un juego de niño rico. Pero era su forma de vida. Era todo lo que ella tenía. Había empezado desde la nada y a él se lo habían dado todo.

—¿Qué planes tienes para el Cascade? —le preguntó Mari mientras él servía un vaso de vino tinto y después otro, a pesar de que ella había declinado la invitación.

Volvió, le tendió el vaso y después se sentó en el brazo del sofá.

—Tengo muchos planes. Creo que modernizar el hotel va a ser divertido.

¿Divertido? A Mari se le cayó el corazón a los pies. Estupendo. Era encantador y guapo, eso no podía negarlo. Era el primer hombre que la estimulaba físicamente desde que había salido de Toronto. Entornó los ojos. Sabía que sentirse atraída por su apariencia sólo significaba que aún tenía ojos para ver. Pero que se tomara como un juego aquello de lo que dependía su vida, no le sentó nada bien.

—¿No crees que esa clase de decisiones deben ser sopesadas, examinadas?

—¿Qué diversión hay en eso? —bebió vino—. ¿No lo vas a probar? Lo he traído yo. Es un Nico, de los viñedos de mi mejor amigo, Dante Nicoletti. Te gustará, es un buen montepulciano. Y un producto destacado en la lista Fiori.

Lo probó dubitativa y miró hacia abajo cuando su rico sabor le inundó el paladar. Sí, estaba bueno, pero ése no era el asunto.

—Me tomo mi trabajo muy en serio. No es un capricho del que disfrutar.

—Algunas veces los caprichos son las mejores cosas —sonrió de un modo encantador.

Mari bebió otro poco de vino y cruzó las piernas.

—Me gusta lo que hago.

¿Lo llamaría divertido? Seguramente no, pero tenía una sensación de compromiso.

Trabajar en un hotel en medio de las majestuosas Rocosas le quedaba como un guante a sus cualidades de patito feo. Podía atisbar el cuento de hadas desde los márgenes. Se sentía protegida y tenía espacio para respirar. Pero divertido… No estaba segura de saber lo que era divertido.

—Pero eso no es lo mismo. Dime, Mari, ¿qué te mueve? ¿Qué te hace levantarte por la mañana?

«Que puedo hacerlo».

Dejó a un lado la respuesta automática. No tenía que justificarse ante él. No tenía por qué saber que había tenido un resquicio por donde escapar, lo diferente que podría haber sido unos años antes.

—Esto no tiene nada que ver conmigo, es sobre lo que va a pasar con este hotel. Paul Verbeek dimitió cuando lo compraste. ¿Qué más va a cambiar? El equipo está preocupado por los cambios y la inseguridad. Si empieza a haber cartas de despido, la moral se va desmoronar.

—Eso es lo primero que has dicho con lo que estoy de acuerdo.

Mari se enfureció. Luca había aparecido por allí hacía como mucho cuatro horas y ya había decidido que en todo lo demás estaba equivocada. Sabía cómo hacer su trabajo y lo hacía bien, a pesar de ser novata. Aquello iba a ser otro caso de dueños que mandaban un emisario que ponía todo patas arriba y después se marchaban para que lo arreglara el personal. Suspiró. Todo había ido bien. ¿Por que tenía que suceder eso en ese momento?

—No sé qué decir. Es evidente que tenemos opiniones distintas y no tengo ningún deseo de provocar ningún desacuerdo. Eres el jefe —cruzó las manos, alguien tenía que mantener la lógica.

—Describe el Cascade en tres palabras.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente. ¿Cuáles son las tres primeras palabras que se te ocurren cuando piensas en este hotel?

—Eficiencia, clase, rentabilidad —dijo las tres palabras con confianza.

Tanto ella como el hotel se enorgullecían de ellas. Era la imagen que trataba de dar todos los días.

—Me lo temía —dejó de pasear por la habitación.

—¿Qué hay de malo en ellas? Tenemos un personal eficiente, un establecimiento elegante y todo es rentable. Deberías alegrarte.

—Ven aquí —se dirigió a la puerta del balcón y la abrió.

Ella lo siguió llevándose el vino con ella. ¿Qué demonios estaba pasando?

—Mira eso.

La tarde caía y los rayos del sol se filtraban a través de las sombras de los árboles. Se le puso la piel de gallina por el frío.

—Sólo un minuto —murmuró él desapareciendo detrás.

Cuando volvió le echó una manta por los hombros y le quitó el vaso de la mano. Ella se puso tensa por el roce.

—Ahora, mira y dime, ¿qué ves?

—El valle, los álamos, el río.

—No, Mari.

Su cuerpo estaba cerca, demasiado cerca, y trató de dominar el pánico que le crecía en el pecho. «Por favor, no me toques», rogó en silencio debatiéndose entre el temor y el desconocido anhelo de que él desobedeciera sus silenciosos ruegos. ¿Cómo sería que la acunara entre sus brazos? ¿Tortura o paraíso? Por cómo le latía el corazón supo que lo que sentía era pánico.

Él se acercó y se agarró a la barandilla de acero. Respiró profundamente y cerró los ojos. Cuando los abrió, contempló la vista.

—Libertad. Ahora, lo que siento es libertad —su sonrisa era amplia y relajada—. Mira este sitio. Mira dónde estamos. No hay un sitio en el mundo como éste. El Cascade puede ser una joya en un hermoso reino. Salvaje y libre por fuera. Y por dentro… un lugar donde descansar, rejuvenecer, enamorarse. ¿Puedes sentir cómo te seduce, Mari?

Las lágrimas le escocían en los ojos, pero las contuvo.

Libertad. Descanso. Rejuvenecimiento. Todo lo que había pasado años buscando y exactamente lo que había encontrado en aquel hotel.

Y, con sus mejores intenciones, Luca Fiori estaba a punto de echarlo todo a perder.