Capítulo 10
Luca se resistió al deseo de llamar a casa de Mari por sexta o séptima vez.
Había pasado allí demasiado tiempo. Y nada se lo había dejado más claro que la llamada que había tenido que hacer esa misma mañana mientras Mari aún dormía.
No sabía que alguien pudiese dormir tanto. Pasó la tarde esperando a que se despertara, pero no lo había hecho. Se había comido los aperitivos que había en el minibar. Y finalmente, a eso de la medianoche, se había acostado en el sofá y se había quedado dormido.
Era la primera vez que una mujer dormía en su cama y él no estaba con ella.
Sonó un timbre y miró la pantalla del ordenador. Otro mensaje de su padre, una actualización de sus intereses en París que habían sufrido un incendio. Su padre lo estaba presionando para que terminara allí y se hiciera cargo de lo de Francia.
Pero fueron sus últimas palabras las que le hicieron pasarse los dedos por el pelo.
Gina tiene problemas y París no puede esperar. Tienes que volver. La familia te necesita.
Las palabras le dolieron. La familia lo era todo para él. Excepto… excepto que le había entregado su vida entera a la familia desde que era un niño. Había sido el hermano mayor que Gina necesitaba. Se había ocupado de la casa por su padre. Y había querido hacerlo. Había sido feliz haciéndolo. Pero había ocasiones en que deseaba ser sólo Luca. Tener su propia vida. Dejar de ser definido por la marca Fiori. Estaba empezando a cansarse de estar a disposición de su padre.
Escribiré a Gina y al director de París. Iré en cuanto pueda, pero mi prioridad es esto.
Escribió. Lo firmó y lo envió, después se recostó en la silla. Dios, había más verdad en esa línea de la que pensaba. No era sólo el Cascade lo que era su prioridad, sino también Mari. Ella era importante. ¿Pero qué quería él? Había querido su propio lugar en Fiori durante mucho tiempo, pero ¿eso era compatible con lo que quería Mari? Apenas. Mari quería el cuento de hadas y él no se los creía. Lo mejor que podía hacer por ella era asegurarse de que mantenía los pies en el suelo y dejar la dirección del Cascade en sus eficaces manos. No sería suficiente para él, pero sí para ella. Mari no era ambiciosa, buscaba algo más sustancial. Se había construido una vida, quería estabilidad, no aventuras. Era extraño cómo esa idea lo atraía, especialmente un día como ése. Normalmente habría estado emocionado por ir a París, era una de sus ciudades favoritas. Pero en esa ocasión lo sentía como una imposición porque se lo ordenaban.
Y aunque había mandado esa respuesta, sabía que tenía que ir. Alguien de la empresa tenía que hacer acto de presencia. No estaba claro cuál era el problema con Gina, pero sabía que su padre la pondría a ella primero. Así que era cosa de Luca hacerse cargo del negocio.
Aunque… ¿cómo iba a despedirse de Mari en ese momento?
—La sala Panorama está terminada, ¿la has visto?
Mari se detuvo junto a su escritorio. Algo estaba distrayendo a Luca y ella no sabía qué era. Tamborileó con un bolígrafo encima de la mesa.
—No, todavía no he pasado por ahí hoy.
Desde la noche que había pasado en su habitación se había asegurado de mantener las distancias. Era evidente que a Luca le importaba. No habría actuado como lo había hecho si no le hubiera importado, pero también sabía que su pasado pesaba demasiado y su situación no conducía a profundos sentimientos ni compromisos.
Luca alzó la vista y sonrió.
—¿No la has visto? ¿Has sido pesadísima con la decoración y aún no la has visto? —se aclaró la garganta—. Puede rivalizar con cualquiera de los comedores y demás instalaciones. Te lo prometo. He reservado mesa para dos esta noche. Como despedida.
—¿Despedida?
Se quedó paralizada. ¿Tan pronto? No había esperado Que fuera tan pronto.
—Me han llamado de París. Me voy por la mañana.
Luca vio cómo se le demudaba el color y se maldijo. Podía haberse quedado un día más. La palidez de su piel le recordó cómo la había visto: pequeña e indefensa en su enorme cama. No podía quitarse de la cabeza su imagen dormida. No podía borrar la fantasía de esa cortina de pelo cayendo sobre él mientras hacían el amor…
Se dio la vuelta bruscamente y se pasó la mano por el cabello.
—Luca, ¿estás bien?
Estaba harto de fingir. Aquello era una locura. No podía haberse enamorado de Mari. Un flirteo era una cosa, pero no pretendía tener sentimientos serios hacia ninguna mujer. Y era evidente que Mariella era la mujer equivocada. Era frágil y temerosa y trataba de superar algo más grande de lo que él podía comprender. Se merecía a un hombre que la proveyera de la estabilidad que merecía. No un hombre que iba de un lado a otro.
Lo suyo jamás funcionaría. Y al mirarla en ese momento se dio cuenta de cómo debía de haberle parecido a ella el día anterior. Sólo había pensado en sí mismo y levantado barreras. Se había equivocado y ella no. La había tratado sin ninguna consideración, como a una querida. Con amabilidad pero sin auténtico cariño. Quería reparar su error. Mostrarle que ella era distinta.
—Estoy bien. Sólo pensaba… que han sido unas semanas llenas de acontecimientos. Pensaba que podríamos despedirnos como se merece.
Ella lo miraba con los ojos muy abiertos, con comprensión. Quería asegurarse de que su marcha no le causara más dolor. No se lo merecía, no después de lo que había pasado.
Sólo sabía que tenía que hablar con ella esa noche y poner fin a su relación sin hacerse daño. Estaría ahí para protegerla, para vigilar si su padrastro decidía ir por ella. Quizá no podía ofrecerle la vida que quería, pero sí podría asegurarse de que estuviera bien.
—Será estupendo, Luca —su voz era suave y fue directa a su corazón.
—Tengo algunas llamadas que hacer primero —dijo brusco y, sin añadir palabra, ella salió de la oficina.
Luca empezó a poner en marcha su plan.
Mari miró su reflejo y frunció el ceño preguntándose por enésima vez por qué se ponía ese vestido. Pero la sala Panorama era un espacio formal y sabía que el vestido perfecto era el que se había comprado al final del día de las galerías. Aún bajo el efecto de los besos de Luca había mirado el vestido en un escaparate y en un segundo lo había comprado. La seda roja del vestido era tan poco de su estilo como el corte que dejaba un hombro al descubierto. Otro momento de locura habían sido las sandalias de lentejuelas rojas sin talón.
No se sentía cómoda. No sabía cómo decir adiós graciosamente, no cuando quería más. Incluso aunque querer más le diera miedo, tanto que le temblaban las rodillas.
Su vida había carecido de afectos demasiado tiempo y quería tan desesperadamente ser romántica. Aunque fuera sólo esa noche.
Se echó el chal por encima y cuadró los hombros. Era imposible, lo sabía. Y que Luca le importara como lo hacía aun sabiendo que no era para ella, dejaba un sabor amargo.
Se dio la vuelta en dirección alas escaleras de mármol y enseguida vio a Luca, que la esperaba arriba. El corazón le golpeó en el pecho.
—Adelante —murmuró para sí.
Por unos segundos no pudo moverse mientras se miraban. Pareció subir las escaleras a cámara lenta agarrada al pasamano. La noche de secretos compartidos pareció no existir, el tenso desayuno había borrado de la memoria ese momento mientras caminaba hacia él con las sandalias resonando contra el mármol italiano, con la respiración contenida.
Al llegar arriba, él le tomó las manos y le besó las dos mejillas y tuvo que cerrar los ojos para pensarlo dos veces. Se separó de él y lo tomó del brazo.
—Estás bellísima. Preciosa, Mariella. Más hermosa de lo que podría describir.
Así era el Luca que recordaba, no el extraño del desayuno o el distante jefe de por la tarde. Fuera lo que fuera que había provocado el cambio, estaba con el hombre cálido y que le hablaba como si fuera la única mujer en el mundo. Entraron en el comedor y se quedó boquiabierta. Era más de lo que había soñado, incluso a pesar de haber visto los planos. Todo era regio, como entrar en un cuento de hadas con el príncipe del brazo. Las arañas brillaban con destellos de colores, las mesas de manteles prístinos estaban montadas con porcelana de color crema y dorada y la cristalería brillaba. Las velas cubrían todo con su luz. Los camareros de esmoquin eran la guinda.
Era el castillo que Luca había imaginado al principio y era perfecto. Sabía que el final se acercaba, aunque en su corazón algo le decía que podía ser un principio.
—Oh, Luca. Mira lo que has hecho —se detuvo y miró todo parpadeando.
—No sólo yo. Tú, Mariella. Me inspiraste el día que me llevaste al ático.
—¿Yo? —lo miró sorprendida.
—Tú me has inspirado. ¿Cuesta tanto creerlo?
—Sí —susurró viendo que él miraba sus labios.
No se atrevería a besarla allí. El momento quedó suspendido en el aire.
Había estado esperando. A ella. Esa noche quería vivir el cuento de hadas. Pretender por unas horas que era princesa. Creer que era la elegida. Sabía que terminaría pronto. Esa noche era suya y no la echaría a perder con dudas y temores.
Se inclinó hacia delante ligeramente, los labios separados, lo bastante cerca para sentir que el aliento de él se mezclaba con el suyo.
—¿Señor Fiori? Su mesa está lista.
Mari dio un paso atrás y se ruborizó. El brazo de Luca le rodeó la cintura.
—Gracias.
Mariella miró a su alrededor. Estaba segura de que los rumores habrían empezado a funcionar desde que la habían visto en su habitación por la mañana.
—¡Oh, señorita Ross! ¡Mírese! Parece una estrella de cine —la camarera se dio cuenta de la impertinencia y de inmediato añadió—: Oh, disculpe.
Mariella sonrió sintiéndose radiante.
—No te disculpes —respondió Luca—. Estoy de acuerdo contigo.
La camarera los acompañó a un reservado decorado en rojo y dorado. Su mesa esperaba, con champán frío listo para servirse. Se sentaron y ella dijo:
—Luca, es asombroso. Jamás he visto nada así. Y, desde luego, no lo esperaba aquí, en lo que fue el Bow Valley Inn.
—Por la reforma —dijo él alzando su copa de champán.
Sonaron las copas y Mari probó el seco y burbujeante champán sintiendo cada vez más que estaba en un sueño, uno bueno esa vez, y que en cuanto se despertara el hechizo se rompería.
Llegaron los primeros platos, después los segundos; más champán y Mari empezó a darse cuenta de que las cosas tenían los contornos más desdibujados cada vez que bajaba la copa. Luca reía y contaba historias de su juventud con Gina, escapadas junto con su amigo Dante, que siempre acababan en algún problema. Sentía tristeza porque ella no tenía esa clase de recuerdos. Entonces Luca rió, le acarició la mano por debajo de la mesa y la tristeza desapareció. Había aprendido a vivir el momento hacía mucho. No iba a empezar a desear tener lo que no había tenido nunca.
—Cuando llegué —dijo Luca acariciándole una mano—, sólo quería hacer una cosa… transformar el hotel en algo más Fiori. Pero mi tiempo aquí me ha dado mucho más, Mari y tengo que agradecértelo a ti.
Mari no pudo responder. Lo miró a los ojos y vio que su mirada era sincera. No había atisbos de amor, pero sólo una tonta lo habría esperado. Su afirmación era completamente correcta. Había sido más de lo que ambos esperaban. Tenía que conformarse con eso. Luca no estaba enamorado de ella y ella lo superaría con el tiempo.
—Ha sido un placer conocerte, Luca. Y conocerme mejor a mí misma. Te debo mucho. Sólo siento no saber cómo compensarte.
Había luchado contra él al principio, pero después lo había dejado entrar en su corazón y le había revelado lo que nadie más sabía. Y al confiar en él, se había enamorado.
Terminaron el postre y el último bocado supo a despedida. Mari buscó su bolso, pero Luca alzó una mano y dijo:
—¿Adónde vas?
—A casa, pensaba que la cena se había terminado.
—Aún no estoy listo para que termine —la agarró del brazo con suavidad.
Con la otra mano tiró de una cinta y cerró las cortinas.
—Luca…
—Necesito decirte algo aquí —la interrumpió—. Siento lo de ayer por la mañana, no tengo excusa. Sólo puedo decir que ahora entiendo cómo te debiste de sentir.
No lloraría. No estropearía esa maravillosa noche con lágrimas. En el momento en que la había besado en las mejillas había sabido que la mañana anterior no había sido real. Sus disculpas significaban más de lo que él creía.
—Me sentí herida por tu conducta, pero porque la entendía. Tu reacción tenía sentido, lo que te había contado no había sido cualquier cosa.
—Pero no lo entiendes, Mari, ésa es la cuestión. No entiendes nada.
Luca dio un paso hacia ella y sintió que sus pechos se encontraban con el tejido de su chaqueta. Sin pensarlo, alzó la mano y recorrió con el dedo el perfil de su dura mandíbula.
—Entonces, ayúdame a entender.
Él no respondió. En lugar de eso, la agarró de la muñeca y la besó en los labios.
Ella abrió la boca dejando que su lengua entrara, saboreando la mezcla de champán y chocolate. Con la otra mano él la atrajo más cerca. Los sonidos del comedor llegaban amortiguados por las cortinas del reservado. Los labios de Luca recorrieron su mejilla hasta la oreja y después bajaron por el cuello dejando una hilera de besos que hacían que se le doblaran las rodillas.
—Lu-Luca —tartamudeó preguntándose cómo sería entregarse a un hombre por primera vez después de ese horrible día de hacía siete años.
Echó la cabeza hacia atrás sintiendo su cabello sobre los hombros mientras él seguía con los besos hasta la base del cuello. No había ninguna razón para que la tocara así a menos… a menos…
Sintió los dedos de él en la espalda, los sintió bajar unos centímetros la cremallera ansiando que la tocara. Dejó de importarle dónde estaban, pero de pronto él dio un paso atrás.
—No puedo hacerlo, Mari. No es justo.
—No te entiendo —dijo con el cuerpo aún vibrando por sus caricias.
Luca se agachó y le puso sobre los hombros el chal, que estaba en el suelo.
—No puedo acostarme contigo esta noche sabiendo que mañana…
Dudó y provocó con ello un silencio tan horrible que Mari pensó que iba a gritar. Finalmente se decidió a preguntar lo que no se había atrevido a plantear esa mañana.
—¿Cuándo volverás?
Por primera vez esa noche, él esquivó la mirada.
—No tengo idea de volver. Una vez resuelto lo de París volveré a Florencia para pasar las fiestas con mi familia.
Una familia en la que ella no estaba incluida. Se le cayó el alma a los pies.
Estaba claro. A pesar de lo que habían compartido, a pesar de la atracción que claramente sentían, no había sido lo bastante como para retenerlo allí. Permaneció inmóvil sin sentirse segura de qué decir. Hasta que había planteado la pregunta había una diminuta esperanza, pero sólo se había engañado a sí misma. Siempre había sabido que se iría, ¿por qué se sentía traicionada?
Porque no estaba preparada para que se fuera. Eso era lo que le había hecho. Le había enseñado a tener esperanza. Y en el proceso había terminado por romperle el corazón haciendo lo que siempre había dicho qué haría: marcharse.
—Di algo, Mari.
Se sentó en la silla.
—No hay nada que decir, Luca. Los dos sabíamos que; este momento llegaría. Supongo que simplemente esperaba que volvieras.
—Sabíamos que era algo temporal.
—Pensaba que te quedarías a supervisar el resto de la reforma, eso es todo.
Luca se sentó también.
—Yo también. La idea era quedarme algunas semanas más, pero tengo que estar en otro sitio. Sé que dejo el Cascade en buenas manos, Mari. Y estoy sólo a una llamada o un correo electrónico si me necesitas. Tengo completa confianza en ti.
Le dejaba el resto del trabajo a ella. Creía en su capacidad. Se suponía que debería sentirse feliz, pero no era así, se sentía mal por estar sin él.
—He hablado con mi padre y vamos a nombrarte directora permanente.
Eso era lo que siempre había querido, lo que pretendía cuando había ido a vivir a Banff. En ese momento le parecía un premio de consolación. ¿Cuándo había empezado a querer más?
Se miró las rodillas. Sabía cuándo. Cuando había dejado de darle a Robert el poder y había empezado a vivir por sí misma.
—Gracias, Luca. Es… es lo que siempre he querido y aprecio tu fe en mí. No te decepcionaré.
Luca la miró y se preguntó cómo podía haberlo estropeado todo de un modo tan espectacular.
Debería haber mantenido las cosas en el tono formal de la mañana.
Mari era importante para él. Había permitido que llegara a serlo y eso no era justo para ninguno de los dos. Había tratado de recordárselo todo el día, pero había perdido la cabeza cuando la había visto al pie de las escaleras.
Y después la había besado y acariciado y deseado hacer el amor con tanta fuerza que casi se había perdido. Hasta que se había dado cuenta de que no estaba bien hacerle daño. Y la conocía lo bastante como para saber que hacer el amor una vez y marcharse sería egoísta.
Lo mejor que podía hacer era darle lo que quería desde el principio: la dirección total del hotel. Daba lo mismo que eso no lo hiciera completamente feliz a él. La llamada de su padre lo había irritado desde el primer momento. Estaba cansado de ser su chico de los recados y ya sabía que quería más. Aun así, su primera lealtad era hacia la familia y el imperio Fiori. Había hecho esa elección hacía años. No podía tener las dos cosas.
—Nunca me decepcionarás, Mari. Jamás.
Señaló el anillo que él llevaba en el dedo.
—Ese anillo es importante para ti, ¿verdad? —dijo con voz tranquila—. Siempre te lo he visto puesto.
Él asintió y apoyó la mano en la rodilla. Quizá si le explicaba la historia del anillo, ella entendía por qué tenía que marcharse.
—Mi abuela se lo dio a mi abuelo. Se convirtió en el lema de los Fiori: belleza, lealtad, fuerza.
—Tienes tanta historia, Luca. Te envidio.
—Algunas veces no es lo que parece —respondió rápidamente, y después sacudió la cabeza. Sus problemas con Fiori no los iba a resolver ella—. Sólo significa responsabilidades. Tengo deberes con mi familia y ésa es la vida que me dieron; aunque también la elegí. Me ancla.
—Pero…
Se levantó y paseó hasta un extremo de la mesa, se detuvo y cerró los ojos un momento. Cuando se dio la vuelta le tendió la mano y ella se la tomó.
—Los dos sabíamos que esto no sería para siempre y que mi trabajo me llevaría lejos —inspiró con fuerza—. También sabemos que lo que compartimos es especial. Tu eres especial, Mari.
—Te olvidarás de mí —miró a otro lado—. Seré otra de esas mujeres que has conocido.
—No. Eso quita valor a lo que hemos compartido.
—Parece que lo dices de verdad —lo miró fijamente.
—Así es —se llevó la mano a los labios y la besó—. Me importas mucho. Este momento ha llegado como sabíamos que ocurriría. Debo volver a mi vida y, tú, seguir aquí con la tuya. No hay otra elección. Sólo quiero que nos separemos sin amargura, pero respetando lo que hay entre nosotros. Para que sepas que… —hizo una pausa. Podía con ello, aunque fuera la explicación más difícil que había dado en su vida. Decidió ser sincero—. Para que sepas que significas algo para mí.
—Me estás poniendo muy difícil enfadarme contigo —dijo entre risas y gemidos.
—Si te resulta más fácil enfadándote, entonces hazlo. Sólo quiero que seas feliz, Mari.
Y por primera vez en su vida supo que era cierto. Quería la felicidad de ella antes que la suya. No quería convertirse en su padre. Su padre había dedicado su vida a la felicidad de su esposa para no quedarse con nada. Había visto a su padre destruido por su madre. También recordaba el momento precioso en que su propia inocencia, su fe en la felicidad, se había roto cruelmente. Y sabía que todo eso no era nada comparado con el poder que Mari podría tener sobre su corazón.
Ella se dio la vuelta y se pasó un dedo bajo las pestañas para secarse una lágrima antes de que le corriera por la mejilla. ¿Cómo podía explicarle que su felicidad estaba estrechamente vinculada a él? ¡Tenía razón en todo! Sabían que llegaría ese momento. Recordó estar entre sus brazos mientras le contaba lo de Robert y sentirse segura y amada. Y todo eso se desvanecería con él cuando se marchara. Habría dado cualquier cosa por que se quedara.
—Y yo que lo seas tú —respondió ella.
Lo miró a los ojos deseando estar entre sus brazos una vez más. De pronto fue consciente de que no podría besarlo más y una sensación de vacío la invadió.
—¿Luca? —él la agarraba con tanta fuerza que dolía—. ¿Me besarías una vez más?
Oyó el ruego en su propia voz, pero no le importó. Se levantó y se acercó para que la abrazara, sintiendo que sus manos le acariciaban el cuello mientras la besaba en las sienes.
Apenas podía respirar, el pecho le subía y bajaba en respiraciones superficiales mientras su boca jugaba con la de ella tratándola como si fuese una preciosa porcelana. Cerró los ojos cuando la besó en las mejillas. Ese beso le hizo echarse a temblar por su inocencia y pureza. Se cayó el chal al suelo, pero no le importó. Dos palabras vibraban en su boca, pero no las pronunció. Había algo sutil y frágil entre ellos y no iba a romper esa conexión anunciando en voz alta su amor.
—Tengo que irme —dijo en un jadeo echándose atrás y agarrando su bolso—. Lo siento, no puedo hacerlo.
Salió en tromba del reservado antes de que Luca pudiese decir ni una palabra.
Luca se agachó a recoger el chal. La llamada de su padre podía irse al infierno. Había intentado reconstruir el estatu quo con Mariella y todo lo que había conseguido era complicar más las cosas. Se pasó una mano por el rostro. Nunca antes había tenido esos problemas. Se le daba bien seguir adelante. Y no podía entender por qué esa vez era diferente.
Simplemente, se había implicado demasiado, eso era todo. Estaba haciendo el tonto pensando que aquello era amor. Acarició el suave tejido del chal. Que se marchara era lo mejor para los dos.