Capítulo 8

—Te gusta.

Ella asintió sin apartar los ojos de la pintura.

—No sé por qué… no es nada.

—Pero… —la interrumpió él.

—Pero me dice algo —lo miró por encima del hombro—. No sé decirte qué es. Sólo sé que me siento conectada de algún modo —volvió a mirar al cuadro.

—Así que mi Mari primero siente y después piensa. Estoy sorprendido —sus palabras, su aliento, le acariciaban la piel detrás de la oreja.

Sintió calor cuando la llamó «mi Mari». Le hacía sentirse protegida. Recordó cómo había descrito la vista desde su habitación ese primer día. Libertad. ¿Se había sentido ella libre alguna vez en su vida? ¿Como si a la vuelta de cada esquina hubiera una puerta abierta?

¿La había cambiado tanto Luca? ¿Cómo había podido burlar tan fácilmente todas sus defensas?

—¿Sorprendido? ¿Pensabas que no tenía sentimientos, Luca? —había ocultado tanto esos sentimientos…

Pensaba que mostrarlos le daba poder a la gente sobre ella. Era mejor pensar y esperar. Había pensado mucho en Luca y lo había dejado acercarse poco a poco a pesar de las reservas. No podía evitarlo, lo mismo que no podía decir qué era lo que la atraía de la pintura.

—Por supuesto que no —le colocó un mechón detrás de la oreja—. Simplemente, me preguntaba qué los haría salir.

Mari se detuvo un momento, pero se estaba haciendo más atrevida. Tratar con él a diario lo había provocado. Había aprendido a confiar un poco en él. Y sí, la volvía loca cuando andaba dando órdenes por ahí, pero también le tocaba el corazón cuando era amable con ella, como si ya conociese sus secretos.

Después de años de planear cada momento, cada aspecto de su vida, su habilidad para abrir el envoltorio era excitante. Deseaba que la volviera a besar como había hecho en la terraza. Como había hecho unos minutos antes. Lo miró a los ojos y dijo:

—¿Qué pasaría si te dijera que has sido tú?

—Dime por qué esta pintura —dejó de mirarla para mirar el cuadro.

Volvió a mirarlo con el corazón desbocado. Había pasado el momento, pero no eran imaginaciones suyas la conexión entre ambos. No estaba segura de por qué esa pintura en particular. No era un cuadro de nada en concreto, sólo color.

—Es paz —murmuró acercándose más. Sin pensarlo le tomó la mano—. Es tranquilidad y satisfacción y un corazón que late —lo miraba y sentía dolor, esperanza, algo que había abandonado hacía muchos años.

La esperanza tenía que ver con el futuro y ella vivía día a día. Luca pensaría que era una tontería, así que se lo guardó y no dijo nada.

Luca sonrió. La había llamado «mi Mari» sin pensarlo y le conmocionaba darse cuenta de que pensaba en ella de ese modo. Había querido compartir el arte con ella, pero las cosas se habían acelerado. El modo en que ella lo había mirado, cómo le había respondido, había hecho sonar dentro de él todas las alarmas. Era culpa suya. Había ignorado las señales y se había dicho que no lo esta afectando tanto. Porque se había propuesto que fuese así.

Él era partidario de las aventuras ocasionales, pero nada en sus sentimientos hacia Mari era sencillo o casual. Era algo con lo que no había contado. Habría sido un mentiroso si no hubiera admitido que había buscado una excusa para verla ese día. El beso de la noche anterior lo había afectado más de lo esperado. Y le alegraba saber que a ella también.

Había cambiado algo. Había algo más que el disfrute de su compañía. Había una conexión con ella que no había previsto. Se había dado cuenta cuando ella había reaccionado ante la pintura. Y cuando después se habían encontrado sus miradas. Y cuando la había besado antes esa tarde.

—Ése es el significado del arte, Mari. No tiene que tener sentido. Sólo tiene que significar algo.

Se acercó al cuadro y miró el precio.

—Es una locura.

Luca miró la etiqueta. No era desorbitado, pero recordó que él estaba acostumbrado al dinero de su familia. Para alguien en la situación de Mari imaginó que sería muy diferente.

—Piensa en la reacción que ha suscitado en ti y después trata de cuantificarla. ¿Puedes ponerle precio a eso?

—Puedo y lo hago —sonrió mientras miraba con deseo el lienzo.

Él no pudo evitar echarse a reír. Mari era encantadoramente práctica. Le recordó lo lejos que estaban sus mundos. No era para él. Él no era para ella. Era la clase de mujer que buscaba estabilidad a largo plazo y él viajaba por todo el mundo con su trabajo.

—Puedo permitírmelo si no como el año que viene. Por eso el arte está en los museos y no en los comedores —echó a andar—. Aun así no sé por qué me ha impactado tanto.

—No necesitas saber por qué. Algunas veces, entender le roba toda la magia a algo.

Mari siguió por la pared mirando las demás obras y él la contemplaba. Quizá estuviera haciendo todo demasiado complicado. La atracción no hacía un cuento de hadas. Y era el último en creer en los cuentos de hadas. Ya creía Gina por los dos.

Era lo bastante listo como para saber que Mari no se había enamorado de él. Estaba impresionada por los cambios, por las nuevas experiencias, pero no era tan tonto como para pensar que era él, como ella había dicho. Al final volvería a Italia y seguirían siendo amigos.

La idea no le pareció tan agradable como unas semanas antes. Lo que lo esperaba en casa le pareció poco sugerente. Más que nunca deseó ser libre y tener su propio lugar. Salir de la sombra. Ser Luca, no sólo hijo y hermano.

—¿Has terminado? —preguntó ella volviendo a su lado—. He pensado hacer algo de compra para mí antes de que cierren. Pero si no… puedo quedarme.

Quería que se quedara con él, y no le gustó saberlo. No le gustó saber que había perdido el control de una situación que él mismo había orquestado.

—No, puedes irte, nos vemos mañana.

—¿Seguro?

Por un impulso repentino la besó en los labios preguntándose por qué demonios sabía a fresa.

—Seguro —sonrió.

—Muy bien. No te olvides de que tenemos una reunión por la mañana con el diseñador de exteriores.

—Allí estaré.

Mari agarró las bolsas y él volvió a mirar la pintura en la que no podía ver un corazón latiendo.

 

 

Mari se tomó un momento para mover los hombros y aliviar la tensión. Habían sido días demasiado largos. No había habido más besos y se había dicho a sí misma que era lo mejor, aunque se sintiera decepcionada. Se lo recordaba cada vez que se quedaba mirando su perfecta boca en medio de una reunión.

Unos días antes había entrado donde estaba él hablando por teléfono con Gina. Se había detenido insegura sobre qué hacer, pero Luca le había hecho un gesto para que entrara. Hablaban en italiano un poco tenso, aunque al final el tono se había suavizado.

—Te quiero, Gina. Ciao.

—Estás preocupado por ella. ¿Va todo bien?

—Irá —había dicho con una pequeña sonrisa—. Por cierto, te manda saludos.

Su relación de proximidad le hacía desear la familia que nunca había tenido. Ver a Luca con su hermana, bromeando, discutiendo, le hacía anhelarlo.

Por primera vez se sentía libre de ser ella misma. Luca no tenía expectativas sobre ella y eso era liberador. Sonreía como si la sonrisa fuera sólo para ella. Sus besos le habían quitado el aliento. Aunque sabía que era una imprudencia, deseaba que volviera a besarla.

El argumento decisivo había sido la llegada de una entrega el sábado por la mañana.

Había abierto el paquete y había admirado la pintura que la había cautivado en la galería. Que se hubiese gastado tanto dinero en un regalo para ella lo decía todo. No hacía falta una nota, pero había una:

Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno.

 

Nadie le había hecho nunca un regalo así. Y no era por el dinero. Sabía que esa cantidad no era nada para Luca. Y tampoco había sido por las apariencias; si hubiera querido impresionarla, le habría regalado joyas. Aquello era algo más personal. Era perfecto.

Sin embargo, aún no se lo había agradecido. El sábado había dejado paso al domingo y había pasado el día limpiando y haciendo la compra. No se había dado cuenta de cómo estaba la nevera, pero sí de que el comedero de Tommy estaba vacío. Era lunes y la oportunidad no había surgido. No estaba segura de lo que le diría. Lo había visto de pasada esa mañana, caminando por el vestíbulo, y el corazón le había dado un salto. Se estaba enamorando de él. No había querido una relación, pero no podía evitar sus sentimientos. Veía demasiadas cosas en Luca que querer. Al principio se había hecho una imagen errónea de él. La verdad era otra: era un jefe consciente y preocupado que trabajaba duro y extremadamente capaz. No era el irresponsable playboy que había esperado. Nada parecido.

Si le daba las gracias por el cuadro en ese momento, lo más probable era que quedara como una tonta y dijera algo demasiado sentimental. Tenía que mantener la cabeza clara. Pronto se habría marchado, ella superaría sus sentimientos. Estaría bien. Vería esos días como un tiempo bonito.

Entró en el vestíbulo y recorrió con la mirada los cambios que avanzaban. Sólo estaba operativa la mitad de su superficie y la otra mitad se estaba reformando. Se preguntó si no habría sido mejor cerrar el hotel unos meses, pero el personal estaba haciendo un trabajo fantástico. Más de uno le había dicho que estaba encantado de participar en todo aquello. Y tenía que admitir que Luca tenía razón. Era bueno en su trabajo. El hotel iba a quedar impresionante.

Se dio la vuelta y vio en el mostrador de recepción a un hombre. Algo en él la puso nerviosa. No sabía por qué, pero se sintió incómoda. Colleen, que atendía la recepción, tenía una sonrisa en los labios, pero se dio cuenta de que era forzada. El hombre hacía gestos con las manos y; Mari lo oyó alzar la voz por encima del ruido de la obra.

Era su trabajo manejar esa clase de situaciones por desagradables que fueran. Cuadró los hombros, puso su mejor sonrisa y se acercó al mostrador.

—Buenas tardes y bienvenido al Fiori Cascade. ¿Puedo hacer algo por usted?

—Buenas tardes, señorita Ross —dijo Colleen—. Le explicaba al señor Reilly que hemos cambiado su reserva a una habitación de la tercera planta debido a las reformas.

—Le estaba diciendo —dijo el señor Reilly sin apaciguarse—, que ese arreglo es completamente inaceptable.

Mari apretó los dientes. El hombre le había dado la espalda a Colleen de un modo grosero. Era trabajo suyo suavizar a los clientes ásperos.

—Soy la directora, quizá pueda servir de ayuda. ¿Qué habitación había reservado?

—La Primrose —dijo Colleen por encima del hombro del cliente.

La Primrose era una de sus mejores habitaciones, pero no existía en ese momento.

—Me temo que la habitación que reservó está siendo sometida a una profunda reforma. Para compensarlo, señor Reilly, podemos acomodarlo en una suite de ejecutivo de la tercera plata sin coste adicional. Estoy segura de que encontrará la habitación muy satisfactoria. Es mucho más grande…

—Reservé esa habitación hace tres meses y ocuparé esa habitación —la interrumpió cortante—. No quiero una suite, quiero la Primrose.

Mari respiró hondo. Todo en Reilly hacía de detonador en ella: su grosería, su tono autoritario, el modo beligerante de hablar…

—Lo siento, pero es imposible, esa habitación es parte del proceso de modernización —sonrió apelando a su sentido común—. En este momento está llena de tablas y herramientas. Como directora le presento mis disculpas y estaremos encantados de ofrecerle otra habitación con desayuno incluido. Se lo aseguro, señor Reilly, nuestras suites de ejecutivo son impresionantes —su voz sonaba cálida y confiada, pero por dentro temblaba.

Trató de recordar los ejercicios que le habían enseñado en la terapia. Iban en contra de todo lo que había aprendido de pequeña. Miró por encima del hombre a Colleen.

—¿Te ocupas de todo, Colleen?

—Sí, señorita Ross.

Mari sonrió y se alejó un par de pasos.

—Si cree que eso es bastante, se equivoca, señoritinga ¡No se marche así!

Una pesada mano la agarró de la muñeca haciéndole daño. Mari gritó y se encogió de miedo antes de poder pensar. Cerró los ojos esperando lo que vendría después. El sonido del gemido de conmoción de Colleen vibró dentro de ella. Se tranquilizó. Sólo era peor cuando mostraba dolor o temor.

—¿Hay algún problema?

Mari alzó la vista, vio a Luca y deseó echarse a llorar de agradecimiento. Luca tenía los ojos sombríos de furia y miró como un ángel vengador al hombre que la agarraba. No se había alegrado más en toda su vida de ver a alguien.

—Nada que no pueda manejar —dijo el hombre desdeñoso dando un tirón de la muñeca.

Mari no pudo reprimir un gesto de dolor y al instante, un músculo se tensó en la mandíbula de Luca.

—Le sugiero enérgicamente que suelte el brazo de la dama —dijo las palabras con suavidad, pero en un tono de una dureza innegable. Como Reilly no la soltó de inmediato, añadió—: Mientras aún pueda.

—Sólo hemos tenido un pequeño desacuerdo —respondió el hombre, decepcionado por tener que soltar a Mari.

Una vez libre, Mari se frotó la muñeca con la otra mano. Sabía que debería decir algo, pero las palabras no le salían. Se quedó muda mirando a Luca.

—¿Estás bien, Mari? —preguntó Luca dejando de mirar un momento al hombre.

Parecía sinceramente preocupado. Luca jamás permitiría que le sucediese nada. Ella asintió y respiró hondo para calmarse. Lo único que deseaba era que Reilly desapareciera.

—Quizá yo pueda ayudarlo —sugirió Luca, tenso y con tono envenenado.

Mari contuvo la respiración con la esperanza de que Luca no recurriera a la violencia. Provocar una escena era lo que deseaba ese hombre, conocía a los de su clase, los que querían provocar peleas, quienes pensaban que la fuerza física lo resolvía todo.

—¿Y quién es usted?

—Luca Fiori, dueño del hotel.

—Señor Fiori —dijo Reilly con una repentina sonrisa—, creo que quizá debería enseñar a su personal el principio de que el cliente siempre tiene la razón. Reservé la habitación Primrose hace meses y ahora me mandan a una del tercer piso.

Mari habló por primera vez. Alzó la barbilla y deseó que la voz no le saliera temblorosa.

—He cambiado al señor Reilly a una suite del tercer piso.

—El Fiori Cascade siente mucho las molestias, como estoy seguro de que le habrá dejado claro nuestra directora, la señorita Ross —Reilly abrió la boca para decir algo, pero Luca no le dejó—. Sin embargo, no toleramos los abusos de ninguna clase con nuestro personal. Ella le había reservado generosamente una de nuestras suites más exclusivas que estoy seguro de que encontrará más que satisfactoria.

—Le aseguro que no —miró a Mari.

Mari bajó la vista. No quería desafiarlo de ningún modo. Luca le iba permitir quedarse. Era lo más inteligente desde el punto de vista del negocio, pero no pudo evitar sentirse decepcionada. No quiso levantar la vista.

Si él tenía que pensar que había ganado, estaba bien. Era mejor que la alternativa.

Luca vio la mirada de Mari fija en el suelo. Seguía asustada. Recordó un instante su vibración, su risa la noche que habían bailado juntos. Ningún hombre, cliente o no, tenía derecho a amedrentarla. A usar la fuerza contra ella.

—Acabo de darme cuenta, señor Reilly. Lo sentimos muchísimo, pero el Cascade no tiene ninguna habitación vacía en este momento. Estoy seguro de que podrá encontrar alojamiento en cualquiera de los estupendos establecimientos de Banff. Por favor, salga de aquí.

—¡Y un cuerno! ¡Voy a hacer que en las oficinas centrales se enteren de esto!

Su intento de resolver la situación había fallado y Luca sabía que no podía tener a alguien así alojado en el hotel. Esa situación tenía que terminar ya. Si hacía algo así en un vestíbulo, ¿qué podría hacer en una habitación con una camarera? Tenía la obligación de proteger a su personal. Un deber con Mari.

—Por favor, hágalo. Estoy seguro de que mi asistente enviará su queja con la máxima celeridad.

—Hijo de…

Luca lo interrumpió. Cualquier pretensión de ser amigable había desaparecido.

—Estoy seguro de que las autoridades locales estarán encantadas de proporcionarle transporte si no dispone del suyo propio —hizo un gesto con los dedos sobre la pierna sabiendo que dos personas de seguridad del hotel se presentarían en segundos.

Habría preferido no tener que recurrir a la policía, pero todo tenía un límite.

Reilly cuadró los hombros, recogió su maleta del suelo y salió del vestíbulo jurando.

Mari lo miró con el rostro aún demudado.

—Lo siento, Luca. No sabía que…

—No te disculpes. Ven conmigo.

Lo siguió.

—¿Adónde vamos?

—A mi suite para que puedas recomponerte.

Él abrió la puerta y ella entró delante. Se acercó al minibar y sirvió un poco de brandy. Se lo dio.

—Bébete esto. Te devolverá el color a las mejillas.

Mari bebió un sorbo que le ardió en la garganta.

Luca estaba enfadado. Ella había manejado todo mal y estaba enfadado con ella. Al menos, iba a tener el detalle de decírselo en privado.

—Luca, lo siento —bebió otro sorbo y le devolvió la copa.

—¿Sientes qué?

—Es mi trabajo manejar a los clientes y hoy no he sabido hacerlo.

—Por Dios, ¡no te disculpes por la conducta de ese animal!

Mari dio un paso atrás por el estallido.

Él temperó su tono por la reacción.

—Yo soy quien lo siente, Mariella. Cuando he visto que te agarraba… parecía como si te fueras a desmayar.

—¿No estás enfadado conmigo?

—No, cariño —se acercó y la rodeó con los brazos—. No estoy enfadado.

Sintió que las lágrimas le inundaban los ojos mientras los cerraba.

—Lo he visto tocarte y me han dado ganas de agarrarlo del cuello y sacarlo a la calle —le dijo al oído—. Pero ése no es el estilo Fiori. Al menos, no el de los hoteles. Fiori es clase y elegancia, no peleas en el vestíbulo. Aunque se lo mereciera.

—Me alegro de que no lo hicieras. Yo… odio la violencia. Pero tenía miedo, Luca. Mucho miedo.

—Me he dado cuenta y he tenido que contenerme.

Salió de entre sus brazos.

—Puedes pensar que has sido amable, pero he visto la mirada furiosa en tus ojos. Oh, Luca, me he alegrado tanto de verte… Sabía que no permitirías que me pasase nada.

—No dejaré que te hagan daño —le pasó un dedo por la mejilla.

—Pero sé que hombres como Reilly pueden hacerlo —empezó a temblar.

Mari sintió los temblores en su interior y fue incapaz de controlarlos. Se quedó fría y de repente no podía respirar.

—¡Porco mondo!

Apenas registró la exclamación de Luca mientras él le agarraba los brazos y la llevaba hasta el sofá. Le dijo algo en italiano. La respiración se le aceleró y empezó a ver puntos grises.

—¡Maldita sea! ¡Mari, pon la cabeza entre las piernas! —ordenó mientras le empujaba la cabeza. Ella cerró los ojos—. Respira, cariño —su voz se volvió suave y ella se concentró en respirar.

Reilly se había ido. Robert se había ido. Nadie le haría daño.

Si se lo repetía muchas veces, quizá llegara a creerlo.

En unos minutos recuperó el control. Las sacudidas la habían atacado tan rápido y fuerte que no le había dada tiempo a prepararse. Las había sufrido con frecuencia hacía tiempo. Había bajado la guardia desde que pasaba los días con Luca. Estaba a salvo con él. Se ocupaba de ella y saberlo le hacía sentir ganas de echarse a llorar. Siempre había estado sola. Esa vez no, estaba Luca.

—Pensaba que ibas a pegarle —murmuró abrazada a las rodillas.

—Y he tenido ganas cuando le he visto tocarte. Pero muchas veces hay mejores maneras de solucionar las cosas que con los puños. Ahora se ha marchado y no volverá. A ningún hotel Fiori. Me aseguraré de ello.

No podía saber lo mucho que esas palabras significaban para ella.

El calor de su cuerpo desapareció un momento y lo oyó trastear en el bar. Cuando volvió le puso un vaso de agua en la mano.

—Esto funcionará mejor que el brandy —sugirió tranquilo mientras ella agarraba el vaso.

Bebió un buen sorbo y se preguntó qué podía contarle para que entendiera. Que entendiera por qué había reaccionado así y lo mucho que significaba para ella tenerlo a su lado.

—Mariella, ¿había algo que pudieras hacer para contentar a Reilly?

—Magia para que la habitación Primrose saliera de nuestra nueva zona de masajes. Pero debería haber encontrado algún modo. Hemos sido nosotros quienes le hemos causado las molestias. Tenía derecho a estar enfadado y…

—No te atrevas a excusarlo. Ni te atrevas, Mariella. No hay ninguna excusa por la que un hombre pueda levantarle la mano a una mujer. Jamás.

En el momento en que Reilly le había agarrado el brazo había olvidado todo lo que había aprendido desde ese día hacía siete años. Se había olvidado de cómo estar bien y en lugar de eso se había sentido mal. Y Luca tenía razón, estaba excusándolo. Eso lo había hecho muy bien. Se había echado la culpa a sí misma, a jugar al «si sólo…». Si hubiera sido más inteligente, más guapa, él se habría portado mejor. Si hubiera dicho algo diferente, o si no hubiera dicho nada… Si no lo hubiera mirado a los ojos, si hubiera cocido la pasta un poco más, si sólo, si sólo…

Y durante unos segundos lo había creído de verdad. Si hubiera dicho otra cosa, quizá Reilly no la habría agarrado. Siete años de progresos tirados por la alcantarilla.

—Mariella —se arrodilló delante de ella—. Corazón. He visto la cara que tenías cuando te ha agarrado. Estabas pálida. Esto ya te ha sucedido antes, ¿verdad?

No lloraría, no lo haría. Afirmó con la cabeza tímidamente.

—Oh, Mariella, lo siento muchísimo.

Ese amable y dulce Luca estaba desmontando sus defensas completamente. Cada lugar que tocaban sus manos lo sentía caliente y tranquilo. Cada palabra que decía curaba algo dentro de ella. No quería su lástima. Quería su comprensión y… su amor. Era todo lo que siempre había querido y que no había conocido.

—Todo tiene sentido ahora —continuó él—. Ese día en el ático, todas esas veces que no querías ser tocada… ¿Quién fue, Mariella? ¿Un ex marido?

Ella negó con la cabeza.

—Un novio entonces.

Volvió a sacudir la cabeza.

—No, nada de eso —podía confiar en Luca, lo sabía en el fondo de su corazón—. Fue mi padrastro.

Luca dijo algo en italiano que ella no entendió, pero cuyo significado era evidente.

—¿Te golpeaba?

—Sí. A mí… y a mi madre.

Luca se levantó, se acercó al bar y se sirvió una copa. Volvió a su lado.

—¿Dónde está ahora?

Mari cruzó las manos sobre el regazo. Trató de no pensar en las palizas. En cómo Robert se iba por ella después de haberse cansado de pegar a su madre.

—Estaba… estaba en la cárcel, pero ahora está fuera. Salió en libertad condicional el día antes de que tú y yo fuéramos… —se detuvo, respiró hondo—. El día del ático.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

Alzó la vista. No estaba enfadado con ella, estaba enfadado por ella. Listo para protegerla.

—Has dicho que está en libertad condicional. ¿Vendrá por ti? Maldita sea, Mari, ¡podría haberte protegido! Deberías haberme dicho algo en lugar de pasar por esto tú sola.

—¿Qué te habría dicho?

—Si hubiera sabido que estabas asustada —dejó la copa—, si hubiera conocido la razón por la que no te gustaba el contacto, te juro, Mari, que no te habría presionado. No soy cruel.

—¿Y qué te habría dicho? ¿Hola, jefe nuevo, por favor no se lo tome a mal, no me gusta el contacto físico porque mi padrastro era un sádico que me golpeaba constantemente? Una bonita forma de romper el hielo, ¿no crees?

—Todas las veces que te he abrazado, las veces que te he sentido temblar… Dio, Mari, lo siento.

Pensó que él se merecía la verdad, al menos una parcial.

—No temblaba de miedo, Luca. Contigo no. ¿No te das cuenta de cuánto significa para mí que me hayas defendido hoy? Nadie ha hecho algo así por mí antes. Yo… yo… —se interrumpió. No podía decirle cómo se sentía, era algo demasiado nuevo—. Por favor, no pienses nunca que he tenido miedo de ti. Nunca me he sentido en peligro físico.

«Sólo en peligro por lo que siento por ti», pensó. Ésa era la parte que no podía contarle. Era lo único que no podía permitirse. Había sabido desde el principio que entre los dos nunca habría nada serio. Era Luca Fiori, con residencia en Florencia, heredero de un imperio. Eran de mundos diferentes. No podía enterarse de que cada día que pasaba se enamoraba más de él. ¿Qué iba a hacer con esos sentimientos? No se sentía preparada para manejarlos, mucho menos para compartirlos.

—¿Tienes miedo de tu padrastro ahora? ¿Qué pasa con tu madre? ¿Dónde está?

No estaba segura de cuánto contarle. Era una larga historia. No dijo nada y habló él.

—Perdona, me estoy entrometiendo. No quieres hablar de ello y lo respeto.

—No —se levantó del sofá—. No trato de excluirte, Luca, tienes que comprenderlo. Aquí nadie sabe nada de esto, empecé una nueva vida, la levanté desde las ruinas. Y pensaba que la había dejado atrás. Hice una terapia. Pensaba que estaba bien, pero me he dado cuenta de que no puedo dejarla atrás, Reilly me lo ha demostrado. Y justo ahora… —lo necesitaba. A Luca, complicado, arrogante y temporal—. Justo ahora eres el único que me puede ayudar a no perderla. Hoy ha vuelto todo. Te… te necesito, Luca.

Esperó que él huyera gritando, pero le tendió la mano, ella la agarró y él dijo:

—Cuéntame.

—Robert Langston ha pasado siete años en la cárcel por haber intentado asesinar a mi madre… y a mí.