Capítulo 7

—¿Querías verme, Mari?

Mari levantó la vista mientras Luca se detenía en la puerta de su despacho. El suave sonido de su voz provocó un estremecimiento en su piel. Los íntimos susurros de la noche anterior no eran reales. Los de ese momento, sí.

Lo de la noche anterior había sido una fantasía, pero a la luz del día tenían que volver al trabajo. El héroe de película había desaparecido y el Luca real volvía a ocupar su lugar. Besarlo, por maravilloso que hubiera sido, no dejaba de ser un error.

—Pasa, Luca.

Entró en el despacho. Ésa era la realidad, el Cascade y el trabajo, no ser besaba bajo las estrellas. Luca se sentó frente a ella y cruzó las piernas.

—Siento no haber llegado antes. He desayunado con Gina y no se levanta muy pronto. Si hubiera sabido que herías verme…

—¿Habrías qué? —cerró la carpeta que tenía encima de la mesa.

—Habría estado disponible.

La perturbadora idea de Luca disponible le recorrió las venas. Nadie había hecho nunca de ella una prioridad, pero eso sólo podían ser bonitas palabras.

—Estas aquí ahora. Y como ayer estuvimos fuera, hay muchas cosas de qué ocuparse.

Empezó a hablarle de contratistas y sindicatos mientras él la miraba. Tartamudeó un poco al darse cuenta de que la observaba fijamente. No le estaba prestando atención. No, ¡le estaba prestando demasiada atención!

—Luca, ¿me estás escuchando?

—Intensamente —cuadró un poco los hombros.

—También necesito que le eches un vistazo a estas facturas —le tendió unos papeles—. Estos números no pueden ser correctos.

—Sí, lo son —dijo mirando las facturas—. ¿Qué tienes en la agenda para esta tarde?

Se quedó pálida, ignoró la pregunta y se concentró en los números.

—Míralas otra vez. La coma no puede estar en su sitio.

—Está todo bien, Mari —le devolvió los papeles.

Golpeó la carpeta con el bolígrafo, insegura sobre cómo seguir. Seguramente él se daría cuenta de que era una locura gastarse todo ese dinero además del que llevaban gastado. Había visto la factura de las nuevas cortinas del Athabasca y casi se había desmayado. Y después eso…

—Esto no es lo que habíamos presupuestado. ¡Y ya te pasaste en el presupuesto de las cortinas más del treinta por ciento!

—Era un precio estupendo para un tejido de calidad excepcional. Gina lo encontró y…

—¿Gina? —dejó de jugar con el bolígrafo.

Tenía que enfrentarse a dos Fiori. No podría con los dos a la vez. Respiró hondo.

—Te dije que era insistente —una sonrisa apareció en la comisura de sus labios y le tocó una mano.

Trataba de encandilarla y de que olvidara todo lo que habían planeado para el Cascade. Ya lo había hecho más de una vez, pero esa vez no le iba a funcionar.

Habían trazado unos planes. Un plan para mejorar hotel mientras que cuidaban al personal. Le iba a costar mantenerlo, sobre todo si la seguía mirando así.

Le apartó un mechón de cabello del rostro.

—Luca, no podemos permitirnos esas cortinas, mucho menos lo del spa. Tus planes hablan de incorporar otro espacio a la ampliación del spa. ¿Hace falta que te diga lo cara que va a resultar esa reforma? Pero esto… esto es exorbitante. Es criminal.

—Te aseguro que no —siguió igual de frío—. Éste no es un hotel de tercera, Mariella. Es un hotel de clase mundial. Eso significa que tiene que tener lo mejor —bajó la barbilla y la taladró con la mirada—. Fiori siempre elige lo mejor.

—Tiene que haber algún modo de recortar estos gastos. Prometiste que no habría cierres ni despidos. Con algo de esta magnitud… no podrás evitarlo. El dinero tiene que salir de algún sitio.

—¿No podré? —sonrió—. Oh, Mari, eso parece un desafío. Y me gustan los desafíos.

Sintió que el corazón se le salía del pecho, pero entornó los ojos. No hacía falta que dijera que la consideraba a ella un desafío. Y eso no le gustaba, ni un poquito. Había sido un desafío para Robert, lo había entendido después. Había sido libre e independiente y sabía el reto que había sido para su padrastro domesticarla. Y lo había logrado una buena temporada.

Pero la noche anterior se había demostrado que su poder sobre ella no era absoluto. Había gozado de las caricias de Luca. Había vuelto a la vida bajo sus manos y dado la bienvenida a sus besos. Y eso le había hecho sentirse poderosa, pero no quería ser un reto para Luca.

El problema era que quería confiar en él. Además, la mayor parte del personal estaba feliz con él. Incluso cuando les había dicho que si querían quedarse tendrían que hacer diferentes trabajos, habían recibido la noticia con entusiasmo. Nadie había perdido su empleo. De hecho, el hotel funcionaba realmente bien.

Miró su boca y recordó los besos de la noche anterior. Por una vez, en esos momentos entre los brazos de Luca había olvidado que Robert Langston había existido. Y había sido una constante los últimos veinte años, presente o no. Por una vez se había sentido cómoda y protegida y no conformada por lo que le había sucedido anteriormente. El mundo se había abierto ante ella cuando había rodeado a Luca con los brazos. Y había sido estimulante y aterrador.

A la luz del día parecía imposible. Nada había cambiado en realidad. Robert seguía ahí fuera y nada podía cambiar lo que le había hecho a ella, ni a su madre. Luca se marcharía en unas semanas y su objetivo tenía que ser el hotel. ¿No era eso lo que había dicho él?

—No es un desafío, es un hecho —apoyó el argumento con números—. Sólo esta factura es de más de cien mil dólares.

—Y cada usuario del spa se sentirá como uno entre un millón.

—Lo dudo.

—¿Has pasado alguna vez un día en un spa, Mariella?

—Me he puesto una mascarilla facial y hecho la pedicura —una vez al llegar allí.

—No, no de esa clase. Me refiero a pasar un día entero. Te dan masaje y te sacan brillo de la cabeza a los pies, así que cuando sales parece que tienes un cuerpo nuevo.

Negó con la cabeza.

—Deberías hacerlo. Hablaré con Gina.

Otra vez Gina.

Se estaban perdiendo, había vuelto a cambiar el tema de la conversación y tenía que retomarlo.

—No tengo tiempo para un día de spa.

—Pero si fueras con Gina, me la quitarías de encima.

—Y yo también desaparecería —alzó las cejas y lo miró—. Has hecho estos cambios sin consultarme.

—Soy el propietario.

Mari se sintió segura al ver que volvían al tema del hotel.

—De eso ya soy consciente —sonrió con frialdad—. Tengo que revisar estos números otra vez si, como dices, son correctos. Encontrar algún modo de recortar costes por algún sitio —no añadió que lo culpaba a él del trabajo extra, no era necesario.

—Mariella, te vas a preocupar demasiado. Tómate el día. Disfrútalo —le agarró una mano—. No eres buena para mí ni para los trabajadores si estás estresada.

Se quedó sin palabras. No parecía una crítica, lo decía sinceramente. Parecía que ella le importara. Era tan difícil resistirse cuando era así…

Pero estaba allí para trabajar, aunque eso no resolviera nada. En todo caso, complicaba más las cosas. Hacía que se vieran con frecuencia durante el día. Le recordaba cuánto se había perdido entre sus brazos la noche anterior. Le recordaba cuánto deseaba confiar en alguien, tener alguien 1ue llenara ese vacío al que se había acostumbrado.

Luca vio su rostro cambiar, vio ese atisbo de vulnerabilidad que ella trataba de mantener oculto. Reconoció la mirada. Gina la había tenido, menos en ese momento que tenía su propia familia, pero se la había visto de pequeña. En esos días nunca había visto a Mariella con amigos, nunca hablaba de su familia. Era la persona más solaque había conocido. Y algo le decía que lo era a propósito. Sería bueno para ella pasar un día con Gina. Además, se quitaría de encima a las dos y trabajaría en paz unas horas.

—Quiero hacerlo por ti, Mariella. Quiero que te tomes el resto de la mañana y te des un masaje o lo que te apetezca —le besó el dorso de la mano.

Fue un error. El aroma de su piel le recordó la noche anterior. Tuvo sobre él más efecto del que esperaba. Sería demasiado fácil cuidar de Mari, que le importara demasiado. Ella parecía necesitarlo, pero él no era el indicado para dárselo. Se marcharía. Ella era diferente. Sabía que no era la clase de mujer con la que tener una aventura. Y él no le iba a dar nada más.

Le soltó la mano y caminó hasta la puerta. Desde allí le dijo:

—Si pudieras estar de vuelta a las dos y media, sería perfecto. He concertado citas en unas galerías de arte.

Cerró la puerta tras de él. Mari jamás debería saber la atracción que sentía por ella. Lo complicaría todo y en ese momento necesitaba que todo fuera sencillo.

 

 

A las dos y media se reunió con Luca en el vestíbulo.

—¿No viene Gina? —se había separado de ella después de un masaje con piedras calientes y se había ido a trabajar a su despacho.

—Gina me ha pedido que la disculpes. Charlie se la ha llevado a Calgary para tomar un vuelo a casa —dijo Luca.

—¿Ha sucedido algo? ¿Tu padre?

—¿Por qué preguntas por mi padre? —frunció el ceño.

—Habías dicho que los niños se quedaban con él.

—No, no es mi padre. Creo más bien que es algo en ella y Angelo, pero no me lo ha dicho.

—Lo siento.

Luca sonrió, aunque seguía preocupado. ¿Cuánto tiempo llevaba cargando con el peso de su familia? Luca se sentía responsable. Se ocultaba bajo una fachada de playboy, pero por cómo hablaba de su padre y de su hermana, estaba segura de que se sentía responsable de ellos.

—No nos preocupemos ahora de eso. Estás estupenda. Es evidente que te hacía falta el spa.

Mari se llevó la mano al pelo para alisárselo, pero se detuvo. Había sido maravilloso. El estrés se había derretido con el calor de las piedras.

—Gracias.

Aunque sabía que los días de spa y compras serían algo a lo que no se acostumbraría. Era Mari Ross, de un pueblo de Ontario. Luca era un Fiori de Fiori Resorts. Era comprensible que lo hubiera encontrado seductor, pero también le recordaba que sería algo temporal. Esas cosas sencillamente no duraban.

Cuando llegaron al coche, él le dio un beso en la sien.

—Estás radiante —le murmuró al oído.

El lugar donde la había besado ardía. Él actuaba como si hicieran esas cosas todos los días. Y la sensación de cuento de hadas de la noche anterior volvió.

—Es el tratamiento facial —replicó cortante poniéndose el cinturón.

Empezaron por una galería pequeña en Banff Avenue. Mari examinó cada pieza, desde las esculturas en esteatita hasta las pinturas. Mientras seguía el recorrido, se sentía como llevada por un torbellino, sólo que cada vez que se daba la vuelta, Luca estaba unos pasos por detrás de ella. Siempre pendiente de ella. Con un tono para los galeristas y uno mucho más suave e íntimo para ella. Era difícil ignorarlo. Incluso aunque hubiera querido hacerlo.

La compra terminó y se llevaron algunos objetos pequeños. Cuando sintió la mano de Luca sobre el hombro, dio un asalto por el contacto.

—¿Nerviosa?

Si él supiera… No estaba segura de que fuera capaz de acostumbrarse alguna vez a movimientos súbitos como ése, incluso aunque fuese Luca quien los hacía.

—No te había visto detrás.

—Es maravilloso. La sombra te vuelve los ojos grises.

—Normalmente tengo los ojos de un azul ordinario.

Se dio la vuelta para mirarlo esperando verlo sonreír, pero la estaba mirando fijamente con expresión sombría.

—Tus ojos, Mariella, son cualquier cosa menos ordinarios —murmuró y la besó en los labios.

Ella le agarró el brazo. Sus labios eran suaves. Luca se separó lentamente. Mari recordó de un modo borroso que estaban en medio de una tienda, pero todo desapareció cuando se movió unos centímetros para volver a besarlo. Cerró los ojos y Luca le agarró la mejilla con la mano que tenía libre. La ternura del gesto le hizo desear echarse a llorar.

No se había dado cuenta, no había pensado que la ausencia de afectividad había dejado en ella un vacío enorme. No había querido el contacto, la ternura, ni siquiera la amabilidad. No había querido ser vulnerable. Aún no quería, pero cuando él la tocaba de ese modo y la besaba así, como si fuera algo precioso, anhelaba más. Como la lluvia suave tras una larga sequía.

Luca interrumpió el beso cuando fuera sonó el claxon de un coche.

—Luca —susurró ella.

Había ido con él para ver lo que compraba. Para asegurarse de que no gastaba mucho.

Sólo que había fracasado. Le había permitido entrar y… ¡Dios! Las alarmas saltaron. Sentía algo por él. ¡Ella no tenía sentimientos! Tenía que mantener así las cosas. Luca no estaba realmente interesado en ella, no era su tipo de mujer. Lo sabía. Por suerte, uno de los dos pensaba racionalmente.

Aun así la idea de que Luca no estuviera interesado en ella le producía una profunda decepción. ¿Cómo podía ser cuando se suponía que era lo que ella quería? No quería estar más unida a él, ¿verdad? Lo miró con los ojos llenos de confusión.

Y lo que la conmocionó fue que en los de él vio lo mismo. No dijo nada, pero ella lo supo.

—Aquí tienen —dijo el vendedor entregándoles unas bolsas—. El resto lo enviaremos al hotel.

Mari se dio la vuelta y se apoyó en Luca, que la rodeó con un brazo por la cintura. Deseó pedirle que no fuera tan dulce con ella. Y oyó cómo le respondía sin palabras: «Déjame entrar».

Salieron de la tienda y fueron a la siguiente andando. Mientras él le sujetaba la puerta, murmuró:

—Seguramente no es muy buena idea dejar que vuelva a suceder.

—¿No? —preguntó ella entrando en la tienda.

—Eres la directora y, yo, el propietario. No será bueno para nuestra imagen.

Mari casi se echó a reír. ¿Luca preocupado por las apariencias? Era él quien recorría el hotel en vaqueros y no con traje. Era él quien salía en las revistas cada vez con una mujer.

—Te recuerdo que tú me has besado.

—Creía que me habías devuelto el beso.

Algo se había liberado en el interior de Mari en esos días. En lugar de arredrarse, dijo:

—Esa no es la cuestión ahora.

—Fiori tiene una imagen que mantener, Mariella.

—¿Quién eres y qué has hecho con Luca?

Él sonrió en respuesta. Mari avanzó hacia el interior de la tienda. Se sentía secretamente agradada porque él quisiera poner en el hotel obras de artistas locales. Serían parte del Cascade. Estaba empezando a verlo. Ese lugar era distinto a cualquier otro lugar en la Tierra.

Encontró unas tallas que le interesaron y, cuando alzo la vista, vio que Luca había seguido adelante. Lo miró a hurtadillas; tenía las manos en los bolsillos y contemplaba las pinturas. Suspiró. Era tan… todo… No se disculpaba por serlo. La seguridad en sí mismo lo hacía atractivo. Había sido moldeado cuando su madre lo había abandonado. Ya sabía quién era. Le daba envidia. Cuando llegó hasta él no la miró, simplemente dijo:

—Hay algunas piezas interesantes aquí.

Por un instante se preguntó lo que costaría añadir arte original al hotel, pero abandonó la idea de inmediato. ¿Cómo iba a preocuparse por unos dólares si ella había derrochado dinero en sí misma esa mañana?

—Nunca había estado aquí.

—¿No te gusta el arte? —se dio la vuelta y la miró.

—No le he dedicado mucho tiempo.

Luca volvió a mirar la pintura que tenía delante. Ella dejó las bolsas en un banco. Era verdad. No había tenido tiempo para cosas como el arte. En la anterior galería se había limitado a seguirlo a él. Ella tenía necesidades más inmediatas, preocupaciones que presionaban más. Como rehacer su vida. Seguir adelante en lugar de quedarse paralizada por el miedo.

Y lo había hecho bastante bien hasta esa llamada de teléfono, en la que le habían dicho que Robert había cumplido su condena. Había pagado su deuda con la sociedad. ¿Qué pasaba con su deuda con ella? ¿Con su madre? ¿Dónde estaba en ese momento? Podía repetir una y otra vez que había rehecho su vida, pero lo único que había hecho había sido huir. Huir y fingir. Ni siquiera sabía dónde estaba su madre, si también había huido, si estaba bien. Llevaba años diciéndose que no importaba, pero con Robert fuera de la cárcel, había vuelto a pensar en su única pariente viva. Luca no sabía nada de eso. Ni tenía por qué. No podría contárselo.

—¿Estás bien?

—¿Perdón?

—Mariella, estás pálida como un fantasma. ¿Estás bien?

—Estoy bien. Enséñame las pinturas que te gustan —respondió, obligándose a dejar de pensar en su padrastro.

La tomó de la mano y le enseñó las que más le gustaban. Ella asintió y comentó algunas cosas.

Las pinturas que le gustaban eran preciosas. Casi todo eran paisajes con las Rocosas como tema.

—Las que quieras me parecerán bien.

—¿No tienes opinión? ¿No vas a sacar la calculadora y obligarme a hacer un presupuesto?

—Vas a hacer lo que te dé la gana igualmente. ¿Para qué discutir?

—Porque es lo que se me da mejor.

—No quiero discutir. Las pinturas me parecen bien. Son muy bonitas.

—Per… —se acercó más a ella—, ¿cómo te hacen sentir?

—Luca, son óleos sobre lienzo —no quería hablar de sentimientos.

Ese día se había sentido como si fuera la chica que siempre había querido ser. Hacer lo que quería, comprar lo que quería, sentir lo que quería. Y nadie la castigaba por ello. Se había tomado una mañana libre y nadie se lo había recriminado. Después había vuelto a la realidad. Luca podía hacerle olvidar, pero aterrizar luego era muy duro.

—Sí, y el Cascade es un montón de piedras en la ladera de una colina. Hasta tú sabes decir algo mejor que eso.

—Me temo que no soy muy aficionada al arte.

—No tienes que serlo para tener sentimientos, Mari.

—¡Por supuesto que tengo sentimientos! —afirmó rotunda.

Se dio la vuelta avergonzada. Ya no sabía quién era. Él la seguía presionando, exigiéndole cosas, pero ella no se sentía preparada para enfrentarse a todas.

—Mira éstas —dijo él—. Dime lo que sientes. Deja que te hablen.

Con un suspiro se puso delante de los cuadros. Cuando se ponía así era imposible pararlo.

No eran paisajes. Eran cuadros muy distintos, colores e impresiones. Pasó por delante sin sentir ninguna conexión. Deseando sólo volver al hotel. Estaba cansada, estaba agotada. Todo el día había sido especial, pero tenía dudas de que él entendiera lo mucho que había significado para ella. Se había sentido parte de algo, algo basado en una mentira.

Entonces volvió la vista y lo vio. Brochazos azules con un núcleo rojo brillante que explotaba en millones de gotas.

No tenía sentido, pero le dijo algo y se acercó levantando la mano, pero sin llegar a tocarlo.

—¿Mari?

Ignoró su voz, pero sabiendo que él estaba allí. Había algo dentro de ella que Luca había liberado. Y estaba en ese óleo sobre lienzo mirándola. No podía explicar por qué, pero sabía que ese cuadro tenía que ser suyo.