Capítulo 2

—No entiendo —Mari se separó de la barandilla para alejarse de los árboles susurrantes, de la cálida voz de Luca.

¿Estaba hablando de castillos y de enamoramientos?

Había dejado de creer en los cuentos de hadas mucho tiempo atrás.

—¿Cómo piensas conseguir todo eso?

Antes de que él respondiera, entró en la habitación, se quitó la manta de los hombros y se entretuvo en doblarla. Tenerla sobre los hombros le recordaba un abrazo y no le gustaba. Estaba empezando a quedar meridianamente claro que Luca y ella eran muy distintos. Ella tenía los pies en la tierra. Él, no.

Luca la siguió, la observó doblar la manta y, cuando terminó, le devolvió el vino.

—De momento sólo estoy recibiendo impresiones.

—Prefiero trabajar con hechos y, de momento, de lo único que te he oído hablar ha sido de neblinosas afirmaciones de… de grandeza —terminó un poco indecisa por la sensación de estar cruzando una línea invisible.

Aquello empezaba a parecer una discusión y se obligó a relajarse. Odiaba los conflictos. Si no hubiera sido porque el resto de los empleados confiaba en su liderazgo, se habría sentido tentada de darse la vuelta y marcharse en lugar de discutir.

Pero era la directora y, si quería conservar ese trabajo tendría que luchar en las batallas que se plantearan. La gente dependía de ella. Gente que ya estaba allí cuando aquello se había convertido en su hogar, lo supieran ellos o no. Enderezó la espalda y alzó la vista.

—Ése es el problema con el Cascade —explicó Luca sirviéndose un poco más de vino en su vaso—. Todo está compartimentado. Una habitación habla de fría elegancia, otra es moderna y otra es rústica pero cómoda. Todas tienen un diseño admirable, pero sin unidad —extendió un poco las manos—. Tenemos que decidir qué es el Cascade. Qué significa, qué queremos lograr y, después, trabajar sobre eso. Si trabajamos en un aspecto cada vez, eso supondrá menos molestias para todos. El objetivo es hacer que todo represente al Fiori Cascade.

—Eso costará una fortuna —dijo Mari con los ojos muy abiertos.

—Fiori tiene buenos bolsillos.

—Por supuesto. Yo sólo… sopesaba coste y beneficio. El Bow Val… quiero decir, el Cascade ya está funcionando bien. Mira los números. Tenemos un nivel de ocupación excelente, incluso en esta época del año.

—Ése no es ni remotamente el asunto.

Y ahí era donde discrepaban. Era consciente de que no veían nada igual. Quizá fuera que tener dinero y seguridad hacía ver las cosas de un modo diferente. Luca no había tenido que preocuparse de si comería al día siguiente, o de dónde dormiría, o de qué le deparaba el futuro, siempre había estado ahí. Pero su vida no era así. Su vida era hacer planes y contar dólares y centavos y hacer que el barco se moviera lo menos posible. Su vida era hacerse notar poco y no causar problemas. Y no había nada de malo en ello. Había llegado a donde estaba. Había trabajado tranquila pero eficientemente y había sido premiada con un ascenso.

—Si llevas a cabo todas esas grandes ideas, ¿para cuando esperamos el informe de la oficina central diciendo que hay que reducir personal?

—Eso no sucederá.

—¿Lo puedes garantizar por escrito? Porque he visto ya cómo sucedía, los gastos son demasiado grandes y hay que reducir personal para compensarlos. ¿Piensas cerrar durante las reformas? ¿Qué va a hacer la gente mientras tanto? Cuentan con el sueldo para poner comida en la mesa. ¿Has pensado en eso?

Una sonrisa iluminó el rostro de Luca y Mari se preparó para una oleada de encanto. Aquello era importante. Por mucho que deseara recular y decir: «Sí, señor, lo que quiera, señor», no podía hacerlo.

—Por supuesto que no voy a cerrar el hotel, no seas ridícula. Y si algunos empleados no son necesarios durante la reforma, se les pagarán esas vacaciones. ¿Eso te sirve?

—Lo quiero por escrito —reiteró Mari dejando el vaso en una mesa.

Él era el jefe, y se estaba moviendo peligrosamente cerca de la insubordinación. Pensó en la tímida chica que había entrado a trabajar allí hacía pocos años. Había sido la gente de ese hotel quien la había ayudado. No podía defraudarlos.

—Eres dura —dijo con un punto de irritación. El encanto no le estaba funcionando.

—No soy una persona que dice «sí» a todo.

—Empiezo a darme cuenta —la miró y Mari sintió que se ruborizaba.

—Podríamos concertar una cita mañana para ver los detalles preliminares —sugirió ella.

—Tengo una idea mejor —Mari lo miró a los ojos y, por un momento, el aire entre los dos pareció zumbar. Él se metió una mano en el bolsillo del pantalón. Su mirada era cálida y sonreía—. Cena conmigo esta noche.

Mari dio dos pasos atrás sin saber si saltar por la ventana. Las alarmas saltaron en su cabeza.

—No.

—Aquí, en el hotel. Será una cena de trabajo. ¿Cómo decís por aquí? Palabra de scout. Sólo trabajo —se llevó un dedo a la frente.

—Es con dos dedos y una cena no es muy apropiada para el trabajo.

Luca dio un paso adelante y dejó el vaso en una mesa con un sonido que resonó en el silencio.

Volvía a estar demasiado cerca. Una parte de ella sentía pánico y, otra, atracción hacia él. Era mucho más fácil cuando discutían. Más fácil mantenerlo a distancia. No estaba preparada para enfrentarse a su encanto. Ni siquiera parecía saber que lo poseía.

—Tráete a tus organizadores si te hace feliz.

¿Feliz? Estaba flirteando y ella no flirteaba jamás.

—Creo que mañana en mi despacho sería mucho mejor.

—Sí, pero tengo que tener una imagen completa, y eso incluye conocer la calidad de la cena. Y cenar solo no constituye una buena experiencia de cena, en mi opinión.

Oh, era bueno. Suave y persuasivo y realmente lógico. No podría encontrar un buen argumento en contra. ¿Cómo le iba a decir que no salía a cenar con nadie? Que se iba a casa y hacía cena para una y se la comía con Tommy, su perro. Y que la razón real de todo eso no era de su incumbencia. Ni de la suya, ni de la de nadie. Nadie allí sabía cómo había escapado. Cómo aún miraba por encima del hombro.

—Una cena de trabajo.

—Por supuesto.

No había una forma educada de salir de ahí. Estaba allí, había ido desde Italia, era su jefe y era quien mandaba, le gustase o no. Lo había mantenido todo lo lejos que había podido y su victoria había sido pírrica. Si iban a trabajar juntos las siguientes semanas, incluso meses, entonces tenían que llegar a un statu quo amigable. Tragó saliva y sintió un nudo en el estómago. Tenía que saber que ella no tenía miedo. Tenía que saber que ponía al hotel y a sus trabajadores en primer lugar.

—Una cena, eso es todo. Y hablaremos de trabajo.

—Naturalmente.

—Nos veremos en el salón Panorama a las seis —se acercó a la puerta.

—Perfecto.

Cuando caminó hacia ella, abrió la puerta un poco demasiado deprisa. Él agarró la puerta por encima de su hombro y a ella le llegó el calor de su cuerpo. Demasiado cerca. No sabía si lo que hacía su pulso era por miedo o por regocijo. Se deslizó por la puerta abierta lo más deprisa que pudo.

—Nos vemos entonces —dijo Luca con suavidad.

Ella se metió en el ascensor sin mirar atrás.

 

 

Faltaban tres minutos para las seis cuando Mari se detuvo a la entrada del comedor y se alisó el vestido. Recorrió la sala con la mirada, pero él no estaba. El alivio se mezcló con el enfado. No tendría que preocuparse de cómo hacía la entrada, pero esperaba que fuera puntual. Quería terminar con aquello cuanto antes. Era irritante que su impresión inicial sobre él se hubiera confirmado. Era el playboy que había leído. Atractivo y suave. Trabajar juntos iba a volverla loca.

La llevaron hasta la mejor mesa del salón, desde donde había una vista impresionante de las montañas y los árboles al ocaso del sol. No había pedido esa mesa en particular, era la habitualmente reservada para los clientes especiales. Sería un error que la ocupara ella cuando podía haber algún cliente que pagara por sentarse ahí.

Bebió un sorbo de su vaso de agua y esperó. A las seis y diez no le quedaban uñas de tamborilear en la mesa. Dejó de hacerlo bruscamente cuando él entró en el comedor.

Dios, era hermoso. Podía admitirlo cuando estaba a esa distancia. Así era seguro. Estaba devastador con unos pantalones negros y una camisa blanca. Sacudió la cabeza y suspiró. Tenía una mano en el bolsillo, dijo algo a dos camareras que había delante de él y las dos rieron.

Luca era el sueño de cualquier mujer. Menos de ella. Los sueños así no duraban. Pero eso no significaba que no pudiera apreciar el envoltorio. Y para un momento muy corto, supuso. Suponer era un lujo que no solía permitirse. Pero mirando a Luca deseó saber cómo hacer para ser libre. Ser capaz de aceptar y de dar.

Él se acercó a la mesa con paso grácil.

—Siento llegar tarde. Me he entretenido con unos correos electrónicos que ha enviado mi padre.

Ella apretó los labios, decidida a no ser comprensiva con él, pero Luca se inclinó y le dio un beso de saludo en la mejilla.

Se quedó paralizada. Él, sin ser consciente de su reacción, se sentó frente a ella.

—Estás muy guapa. ¿Has pedido algo ya?

¿Guapa? ¿Ella? Había ido a casa a dar de comer a Tommy y después el perro le había manchado la ropa y había tenido que cambiarse. Llevaba un vestido negro sencillo de manga larga y con la falda por encima de la rodilla.

No era todo lo de trabajo que habría querido, pero era muy clásico y poco sugerente. Parecía que a Luca le salían los cumplidos tan fácilmente como las garantías.

—Gracias, y no, estaba disfrutando de la música —dijo con voz menos estrangulada que como se sentía.

Se oía de fondo una grabación reciente de jazz. No le había prestado mucha atención, pero tenía que decir algo.

Empezaba a estar claro que Luca era alguien de contacto. Se sentía cómodo con los gestos físicos como los besos y los apretones de manos. Debería ayudarle saber que eran gestos impersonales, pero ella sabía que jamás podría ser tan táctil con la gente. Era demasiado difícil. Y explicárselo era impensable.

—He pedido vino de camino. Quiero probar algo de la zona.

Brenda llegó con una botella y se dispuso a descorcharla, pero Luca se la quitó de las manos.

—Gracias, Brenda, pero puedo hacerlo yo.

Mari lo miró con la cabeza inclinada. Acababa de llegar y tenía el horario cambiado aún, pero había sido capaz de acordarse del nombre de Brenda. No pudo evitar quedar impresionada. Mostraba una atención por los detalles que la sorprendía y eso no era frecuente.

Sacó el corcho y dejó la botella en la mesa.

—No has dicho nada.

—Estoy esperando a entrar en la parte de trabajo de la cena.

Apretó los labios y lo miró de soslayo. Un trato era un trato. Mientras hablaran del Cascade no habría problemas.

—Resuelta —dijo sirviendo el vino—. Me gusta. Significa que estás concentrada.

—Un cumplido.

—Quizá. Me reservo el juicio. Espero también ver si eres rígida, testaruda y si piensas que siempre tienes razón.

—No me disculpo por ser organizada y eficiente —dijo tras beber un poco de agua.

—No deberías. Son cualidades admirables.

Mari miró por la ventana. Nunca había conocido a un hombre así. En Luca había algo que lo hacía diferente y no era capaz de identificarlo. Resultaba muy sofisticado con su pelo cuidadosamente revuelto y el modo en que llevaba abierto el cuello de la camisa. En la mano derecha llevaba un anillo liso, nada ostentoso. Casi parecía antiguo. En el centro del óvalo de oro había un lirio. El mismo que en el logotipo de la empresa. La única joya que llevaba. Su conducta sugería que era un playboy, pero había algo más.

—Vamos a pedir —dijo él haciendo que dejara de mirar el anillo—. Podemos hablar de la comida y de lo que llegará a ser el Cascade —abrió la carta.

—¿Así?

—Por supuesto.

Mari miró su carta, aunque podría recitarla de memoria. Todo en él la sacaba de quicio.

—Deberíamos cambiarnos de mesa. Normalmente hay lista de espera por ésta y los huéspedes van primero.

—No hace falta, ya me he ocupado.

—¿Y cómo, si puedo preguntar, lo has hecho?

—Llamé y hablé con un amable caballero que está aquí celebrando con su esposa su veinte aniversario. Le he explicado quién era y le he dicho que el hotel estaría encantado de invitarlo a él y a su esposa a una cena de cinco platos en su habitación y a una botella de champán.

Mari lo miró boquiabierta sin poder evitarlo. Calculó mentalmente el precio de algo así. Era egoísta. Indulgente. Y todo por conseguir la mejor mesa.

—Habría sido más fácil y más barato cenar en otra mesa.

—Quizá —dijo Luca con una sonrisa en los labios—, pero ellos tendrán un aniversario para recordar y yo disfruto de verte en la mejor mesa de la casa. Es… ¿cómo diría? Una obviedad.

—Es autoindulgente —dijo ignorando el cumplido.

—Por supuesto. ¿No debería ser indulgente el Cascade?

—¡Esa indulgencia nos va a sacar del negocio! —dijo casi en un susurro.

Se acercó un camarero a tomar nota. Sin perder un instante, Luca pidió crema de calabaza de temporada y salmón, mientras que ella siguió mirando la carta. Con la conversación, se le había olvidado lo que quería.

—¿La pasta, señorita Ross? —sugirió el camarero.

Mari cerró el cuaderno y asintió. Se llevaron las cartas y Luca se inclinó hacia delante acercándose lo bastante como para que ella pudiera sentir el masculino aroma de su colonia. Cara y exclusiva, algo perfecto para él. Se le dilataron las pupilas cuando él le pasó un dedo por la muñeca. Le sorprendió tanto que ni siquiera fue capaz de apartar la mano.

—Los señores Townsend tendrán una noche de aniversario incomparable. El señor Townsend es un importante abogado, ¿lo sabías? Su mujer está vinculada a numerosas obras benéficas. ¿Qué crees que les dirán a sus amigos cuando vuelvan a casa? ¿Que la habitación era preciosa? ¿Que las montañas eran espléndidas? Podrían decir eso de casi todos los hoteles de la zona —retiró el dedo de la delicada piel de su muñeca y la miró a los ojos—. Señalará lo especiales que se han sentido. La deliciosa cena que le sirvieron en la habitación unos excelentes camareros. Hablarán del champán y la rosa que le han regalado a la señora Townsend —se echó hacia atrás con gesto satisfecho—. No subestimes el poder de un cliente satisfecho, Mari. Recuperaremos con creces el dinero gastado. Los Townsend volverán. Y con ellos traerán una fila de amigos y parientes. Recordarán el romanticismo —alzó las cejas—. Eso es. Eso es en lo que necesita convertirse el Cascade. Saca tu agenda, Mari.

Cambiaba de tema con tanta frecuencia que le estaba costando seguirlo.

—¿De qué demonios estás hablando?

El Fiori Cascade. «Recupera el romanticismo» —agarró su copa de vino—. Esta sala, la Panorama, es romántica, ¿no crees? —no esperó su respuesta—. Mira el color, los muebles. Eternos, nostálgicos, reminiscencias de una edad de oro. Madera brillante, escarlatas y dorados. Un lugar donde las mujeres se sienten guapas y cortejadas. Un lugar para ir despacio, ser indulgente, mimado. Arañas de cristal y buen vino —hizo una pausa—. No dices nada.

—No puedo meter baza —dejó la agenda donde estaba.

—¿No te gusta? ¿No estás de acuerdo?

—Creo que te estás dejando llevar por una idea.

—Pero Mari, las ideas son la mejor parte —le dio una palmada en una mano—. No hay nada más excitante que buscar y encontrar todas las posibilidades.

Apartó la mano y se la apoyó en el regazo. Luca siguió como si no lo hubiera notado.

—Tener una visión y hacerla realidad es la mejor parte de mi trabajo.

Les sirvieron los primeros platos. Mari lo miró probar la crema, cerrar los ojos y decir:

—Mmmm.

Miró la curva de sus labios conmocionada por sentir un principio de atracción en medio de tanta animosidad. De inmediato apareció el temor. No importaba. Ella no era capaz de mantener relaciones. Que hubiera pasado de la apreciación a la atracción física la sorprendía lo bastante como para centrarse en el trabajo. Atacó su ensalada como si el tenedor fuera una horca.

Luca miró a su alrededor y Mari trató de ver lo que veía él. Gente disfrutando de la buena comida y el entorno elegante. Era por lo que pagaban y lo que esperaban. ¿Cómo sería el resto del hotel si se hubiera seguido la tradición de ese salón?

—¿Qué piensas? —preguntó él dejando la cuchara.

—Nada en particular.

El problema era que podía verlo. Podía ver lo impresionante y maravilloso que sería. Como volver atrás en el tiempo.

—Confía en mí, Mari.

—No puedo —dijo concentrándose en pinchar un trozo grande de nuez.

—¿No sientes la belleza que hay aquí? Este salón… Esto es lo que el Cascade debería personificar. Es cálido, acogedor y, al mismo tiempo, rico y opulento. Desde fuera es un castillo. Por dentro tiene que ser un abrazo. Cuando los huéspedes estén aquí tienen que estar empapados de belleza.

—Por favor —dijo con desdén.

Las palabras bonitas no mantenían abierto un hotel de cuatro estrellas. Las palabras bonitas no lo mantendrían en su línea.

—Estás preocupada por el dinero. Y los detalles.

—Bingo.

Luca volvió a comer crema.

—Voy a decirte una cosa, Mari. Voy a empezar a tomar algunas notas. Incluso puedo empezar a hacer algunos números preliminares… sólo por ti.

—Qué amable —no trató de disimular el sarcasmo.

—¿Mari? —ella lo miró alzando una ceja—. ¿Por qué estás tan decidida a desagradarme?

Ella apartó la mirada.

No era que quisiera gustarle o desagradarle. Era más una cuestión de autoprotección. No le gustaban los cambios, no funcionaba bien con los cambios. Y eso era lo que significaba Luca. Había trabajado muy duro para estar donde estaba, para sentirse cómoda, establecida y segura. Y él estaba ahí tan tranquilo, con su ropa cara y su sonrisa atractiva y quería cambiarlo todo. Y con unos métodos que para ella no tenían sentido.

—No tiene nada que ver con gustar o desagradar, Luca. Está relacionado con los cambios. Vas a cambiar algo más que el nombre. Vas a cambiar cosas que algunos hemos trabajado mucho para mantener. He invertido mucho tiempo y energía en este hotel y quizá tenga la sensación de que me están barriendo sin ninguna consideración. Además, los de aquí nos quedaremos después de que tú te hayas ido. Cuando lo hayas hecho, podrás lavarte las manos y seremos nosotros quienes nos enfrentemos a lo que venga detrás.

Luca había aparecido como un tornado y detrás de él ¿cuánta destrucción dejaría?

Luca se inclinó hacia delante y se agarró las manos encima del mantel.

—Eso lo comprendo, de verdad que sí. Pero ahí es donde tienes que confiar en mí. Eso es lo que hago, Mari. Es lo que mi familia lleva décadas haciendo. Conozco mi trabajo y soy bueno en él. Si no lo fuera, Fiori no tendría el éxito que tiene. No voy a prescindir de ti ni del resto del personal al mismo tiempo que de la moqueta vieja. Te lo prometo.

Quería creerlo. Desesperadamente. Pero la confianza era una mercancía muy escasa.

—También tienes que considerar cómo nos afectará esto financieramente. Esa realidad no se puede ignorar —«no se me puede ignorar», pensó, pero no dijo nada.

—La realidad está sobrevalorada. Lo que nosotros vendemos es una experiencia, un escape, una fantasía —se inclinó más hacia delante y la miró a los ojos—. ¿Cuándo fue la última vez que te entregaste a una fantasía, Mari?