Capítulo 6

Cuando ella entró en la sala fue como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el plexo solar.

Mari no era Mari esa noche. Se merecía su nombre completo. Era Mariella. Cada centímetro de ella, desde la cabeza hasta los pies, era elegancia y tímida sexualidad. No tenía ni idea de que pudiera tener ese aspecto. Se había imaginado cómo estaría si se dejara el cabello suelto y los vestidos recatados en el armario, pero jamás habría imaginado que pudiera ser así.

—Es preciosa, Luca.

La voz de Gina interrumpió sus pensamientos mientras los dos miraban a Mari hablar un momento con uno de los clientes con una sonrisa en el rostro.

—La verdad es que me gusta.

—Hay algo entre vosotros, entonces —le apoyó la mano en el brazo.

—No, Gina. Es la directora y es buena en lo suyo. Trabamos juntos, eso es todo.

Mari dejó al huésped y se dirigió hacia ellos. Luca trató de ignorar su pulso desbocado al ver el suave balanceo de sus caderas. Tenía piernas, metros de ellas, parecía.

—He visto cómo la miras, Luca. Créeme, te alegrarás de que haya venido para tener un poco de tiempo libre.

Luca consiguió dejar de mirar a Mari y fijó la vista en su hermana.

—Si crees que vas a andar por aquí estorbándome todo el rato…

—Querido hermano —dijo con una sonrisa—, lo considero un deber familiar. Ella te mira igual a ti.

Mari se detuvo delante de ellos y sonrió, y por un momento a Luca se le paró el corazón.

—Espero no haberos hecho esperar.

Fue Gina quien respondió al quedarse Luca en silencio.

—En absoluto. Acabamos de llegar. Me he echado una siestecita y estoy lista para probar las delicias del chef.

Luca acercó la silla de Mari.

—Gracias —murmuró ella y a él le llegó el aroma de su perfume.

—Ese vestido es impresionante. Tienes un gusto increíble, Mari —dijo Gina con una sonrisa—. Espero que Luca no te esté presionando para que aceptes todos sus cambios.

—Gracias —Mari sonrió—. Lo intenta, créeme.

—Tengo mucha suerte de compartir mesa con las dos mujeres más guapas del salón —dijo él sentándose.

—¿Sólo del salón? —dijo Gina entre risas—. Mariella, creo que eso es un insulto.

Pero los ojos de Luca estaban clavados en los de Mari. Se había dejado el cabello suelto y sus dedos se morían por acariciarlo, por enterrarse en sus mechones caoba. Deseó tomarle la mano y besarla, pero sabía que ella no lo recibiría bien.

—Ya veo que con vosotras dos juntas no voy a poder.

—Creo que puedes de sobra —dijo Mari con una sonrisa.

Luca pidió champán, se apoyó en el respaldo y se quedó viendo a Mari y Gina hablar como si se conocieran de toda la vida. Pero Gina siempre había sido así, abierta, tenía una cualidad que había sacado a Mari de su caparazón de un modo que él no había sido capaz. Y Mari relajada brillaba aún más.

Estaban a medias del segundo plato cuando alguien del personal se acercó a Mari con un problema.

—Yo me ocuparé, disfrutad vosotras —dijo Luca levantándose.

—No, lo haré yo —Mari sonrió—. Es mi trabajo. Vuelvo en un minuto.

Luca se levantó mientras ella se alejaba y volvió a sentarse. Miró luego a su hermana, quien seguía diciendo que su matrimonio era feliz. ¿Era él el único que se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Seguía diciendo que Angelo era su destino feliz y que no haría añicos su ilusión. Eso era lo que él le deseaba después de lo que habían pasado de niños, cuando su madre los abandonó. Recordaba abrazarla por las noches mientras lloraba llamando a su madre y no quería que la oyera su padre. Recordaba el verano que había sospechado que había algo entre Dante y ella. Pero después Dante se había ido a París con él y, cuando habían vuelto, se la habían encontrado prometida con Angelo.

Había estado a su lado durante los años más oscuros de su vida. Él era el mayor. Había entendido las cosas mejor. Sinceramente, esperaba que a Gina no se le volviera a romper el corazón. Para sí mismo no era muy partidario de los finales felices tipo cuentos de hadas; tampoco las mujeres con las que solía salir.

Cuando Mari volvió se dedicó a mirarla mientras Gina y ella seguían con su conversación.

Mari era diferente. No podía explicarlo, pero por alguna razón los tristes recuerdos del pasado casi desaparecían cuando ella estaba cerca. Nunca podría haber nada permanente entre ellos, pero su escepticismo habitual se disolvía cuando estaba con ella. Había visto brillar sus ojos cuando hablaba con Gina, reír fácilmente como no la había visto antes.

Era hipnotizadora. Así era Mari con la guardia baja. Se había preguntado con anterioridad si podría ser así. En ese momento se preguntaba si podría ser así con él.

—Luca, deberías bailar conmigo —dijo Gina en tono de mando.

—Gina… —suspiró.

—Sabes que me gusta. ¿Además con quién si no voy a bailar? Hace meses que no nos vemos y este viaje va a ser realmente rápido.

 

 

Mari miró a Luca y en su rostro se dibujó una sonrisa reacia al ver su necia expresión. Había sonreído más ese día de lo que podía recordar en mucho tiempo. Ver a Luca sometido a su hermana era divertido. Se había acostumbrado tanto a verlo dar órdenes que estaba encantada de que supiera satisfacer a su hermana.

—Ah, la culpabilidad familiar —bromeó Mari—. Da lo mismo la nacionalidad.

—Oh, los italianos somos especialmente versados en eso —dijo Gina—. Vamos, Luca.

Mari los miró deseando tener la misma gracia natural que parecían poseer los Fiori. Había insistido en que bailase con Gina y era divertido verlos. Podía oír la risa de Gina. Era un hombre que podía encandilar. Como le había pasado a ella con la comida en el campo, la cena con Gina había parecido relajarlo. Eso lo hacía aún más atractivo. Se humedeció los labios. Ni en un millón de años habría esperado sentirse atraída físicamente por un hombre. Menos en ese momento, sabiendo que Robert estaba fuera.

Estaba segura de que su madre tenía que saber que estaba en libertad condicional, y por primera vez se preguntó qué estaría haciendo Anne, dónde estaría. Después del juicio ella se había marchado y no había vuelto a mirar atrás. No podía. Pero a pesar de los años de incomunicación entre ellas, estaba claro que su madre había tenido que enfrentarse a lo mismo que ella. Incluso a lo mejor más que ella. Por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de su madre.

Sin aliento, Luca y Gina volvieron a la mesa. Gina se sentó, pero Luca se quedó mirando a Mari. Ella forzó una sonrisa, pero supo que era demasiado tarde.

—Mari, ¿bailas? —le tendió una mano.

Mari se quedó mirando la mano. ¿Podría? La situación era inquietantemente parecida a sus cavilaciones anteriores a quedarse dormida en la limusina. Pero en ese momento se enfrentaba a la realidad. Tenía un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que deseaba bailar, pero no confiaba en ser capaz de manejarlo. No cuando sólo pensar en Robert le hacía echarse a temblar. Lo último que quería era que la proximidad de su cuerpo hiciera saltar en ella el pánico. Por una vez no estaba segura de su reacción y dudó.

—Vamos, Mari, baila. Luca es un buen bailarín —Gina miró a su hermano con los ojos entornados—, pero si se atreve a repetirlo, lo negaré.

Mari respiró hondo y con cuidado puso su mano en la de él y se levantó de la silla.

—Supongo que podría bailar una vez.

La llevó a la pista. Sus tacones resonaban en el parqué. La rodeó con los brazos y ella se sintió como en un sueño. El Luca del flirteo había desaparecido y su lugar lo ocupaba un caballero. Parecía saber cómo se sentía ella cuando la tocaban y mantenía una distancia educada. Aun así tenía una mano en su cintura y le agarraba la mano derecha.

Estaba impresionante esa noche, con un traje negro, la corbata perfectamente anudada, el pelo hacia atrás. Una reminiscencia de los años dorados a los que quería devolver al hotel. La canción era lenta, la voz que la interpretaba, suave como el terciopelo.

—Relájate —le susurró él mientras empezaban a mover los pies.

A diferencia de cuando había bailado con Gina, Luca no dijo ni una palabra. Mari tragó, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Sus cuerpos estaban un poco más cerca y el temblor del suyo no era por temor. Quizá sí, pensó, pero no temor por su seguridad.

Miedo de Luca y de cómo le hacía sentir. Porque le estaba haciendo sentir cosas que nunca había querido sentir. Vulnerabilidad. Anhelo. Deseo de entregarle una parte de ella.

Sus caderas se mecían con las de él y deseó apoyar la mejilla en la chaqueta. La mano de Luca subió un poco por su espalda y notó su calor. Se sintió apreciada.

El aire se le quedó en la garganta. Una vez se había sentido segura y había resultado estar muy equivocada. Por mucho que su corazón le decía que con Luca estaba a salvo, no podía estar segura. No podía correr ese riesgo, no podría sobrevivir otra vez a algo así.

Era muy bueno que fuera sólo una complicación a corto plazo.

—Vamos a dar un paseo —dijo Luca cuando acabó música.

—Pero Gina…

—Gina se ha ido a la cama.

Su voz era cálida y sintió que se le erizaba el vello. Miró la mesa y vio que tenía razón. Estaba vacía.

La tomó de la mano y la llevó hacia las puertas de terraza. Al salir fuera sintió el frío de la noche de otoño y lo agradeció. Le aclararía la cabeza. Aquello era una locura.

La música enmudeció cuando Luca cerró la puerta tras ellos. Mari se acercó a la barandilla, se apoyó en la balaustrada y miró el valle. La luna se reflejaba en el río.

—¿Por qué se ha ido Gina? Creía que lo estaba pasando bien.

—Creo que ha pensado que querríamos estar solos —dijo él con voz suave.

—Luca, creo que esto no es una buena idea —respondió con voz estrangulada y temblorosa.

—Sé que no lo es.

Mari se dio la vuelta por la respuesta. Que admitiera que era un error lo hacía más tentador. Estaba detrás de ella, muy cerca, alto y fuerte con la fachada del hotel detrás de él.

—¿Entonces qué estamos haciendo?

—Te he traído aquí porque… —hizo una pausa.

—¿Sí? —dijo ella en un susurro.

—Lo siento —se dio la vuelta bruscamente—. Ha sido un error.

Decepcionada, se rodeó con los brazos. Las noches en la terraza eran muy románticas, excepto cuando sólo estaban a unos pocos grados de la helada y se llevaba un vestido de tirantes. Y más cuando el acompañante se alejaba. La sorprendió darse cuenta de que no quería que lo hiciera.

—Tienes frío —y sin dudarlo Luca se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros.

—¿No me habías dicho que Gina tenía hijos y no podría venir? —dijo mirando su camisa blanca a la luz de la luna.

—Así es. Están en casa de nuestro padre con la niñera.

—Entiendo.

—¿Lo entiendes?

—En realidad, no —lo miró con la cabeza inclinada—. Lo que está claro es que tú la quieres. Y ella a ti. Yo… —se quedó callada preguntándose hasta dónde sería seguro contarle—. Me das envidia. No tengo hermanos ni hermanas, ni siquiera una familia.

—¿Dónde está tu familia? ¿Tus padres? —se apoyó en la balaustrada a su lado y miraron juntos las sombras de las montañas.

—No conocí a mi padre. Y no he hablado con mi madre desde hace años.

—¿Tiene eso algo que ver con el miedo que te doy?

Se mordió el labio. No podía mirarlo. No entendería lo de Robert, ni lo de su madre. Además, eso sólo enrarecería las cosas entre ellos. Sus sentimientos podían estar cambiando pero, definitivamente, Luca no estaría interesado en alguien con tanto equipaje. Él tenía un padre y una hermana y todo su negocio se basaba en la familia. Eran de mundos distintos.

—Da lo mismo, Luca.

Enlazó los dedos con los de ella y Mari sintió que se le paraba el corazón. En diez minutos le había dado más ternura y cariño que el que había recibido en toda su vida.

Sería demasiado fácil enamorarse de él.

—¿Y tú qué? Debes de tener una novia… o novias… en algún sitio.

—No.

—Oh, eso está bien. Te gusta ser soltero. ¿Crees de verdad que podrás serlo siempre?

Se apartó de ella y su mandíbula se tensó.

—No creo especialmente en el amor, Mari.

—Ya somos dos —dijo ella con una sonrisa contenida.

La miró con sus ojos profundos y oscuros.

—¿Por qué?

Él se marcharía, pero quizá fuera lo mejor. No tenía por qué saber su historia, no estará allí lo bastante como para que eso fuera importante.

—Cuando la única persona que debería amarte no lo hace, eso te marca quieras o no. Así que vine aquí y me hice una vida. Es todo lo que tengo, Luca.

—Y crees que yo te lo quitaré.

Ella lo confirmó limitándose a permanecer en silencio mirándolo.

—No lo haré.

—No te dejaré —eso le arrancó un atisbo de sonrisa—. ¿Y tú, Luca? ¿Por qué no crees en el amor?

—Mi madre nos abandonó a todos cuando yo era un muchacho. Oía a Gina llorar antes de dormirse cada noche. Veía la angustia de mi padre, pero él la seguía queriendo. Se divorció de él y llegaron a un acuerdo, pero ni una sola vez fue a ver a Gina, ni a mí. Ni a mi padre. Nos dejó por otra vida.

—¿No la has vuelto a ver?

—Ni una sola vez. Ni siquiera cuando Gina se casó o cuando nacieron sus hijos.

—Lo siento, Luca —le dolió el corazón al pensarlo—. Pero tu padre…

—Hizo un trabajo maravilloso sacándonos adelante y dirigiendo Fiori. Pero en ausencia de ella, Fiori se convirtió en su novia. Mantiene férreamente el control.

—No confía en ti.

—Cree que lo hace.

Luca quería más. Quería algo suyo. Quizá tuvieran más en común de lo que ella había pensado al principio.

—Así que has venido aquí para demostrar algo.

Él asintió. Quedó hipnotizada por el movimiento. Toda la noche se había sentido como despertándose de una pesadilla. Él la había tocado y ella no había brincado asustada. Estaría allí poco tiempo, pero estar con él ayudaba.

—Jamás querría estar en la posición que estuvo mi padre. No me hace falta un psicoanalista. No confío en el amor, no en el de a largo plazo.

—Así que te contentas con aventuras breves.

—He intentado otra cosa alguna vez y siempre hemos acabado haciéndonos daño los dos. Es mejor así.

—¿Qué pasó?

Luca dudó y ella notó su dolor. Quizá no debería preguntar. Pero un Luca así de abierto… quizá no volvería a suceder. Quería saber. Era algo raro en ella, pero quería saber cosas de él.

—Tuve una historia con una mujer con la que trabajaba. No terminó bien.

—¿Quién terminó con la historia?

—Ella —apretó los labios—. De un modo no oficial y por alguien.

—¿Quieres decir que la encontraste con otro?

—Algo así.

—Ya.

—Es mejor para todo el mundo ser sinceros. Nada de falsas expectativas. ¿No te parece?

Al menos estaban en el mismo momento. Debería haber sido algo reconfortante, pero no lo era. Ni lo más mínimo. Mari no quería una relación, tampoco una aventura, pero había algo dentro de ella que deseaba explorar lo que estaba naciendo entre los dos.

—¿En qué piensas, Mariella Ross, aquí a la luz de la luna?

—¿Qué piensas tú? —dijo ella sin poder dejar de mirarlo a los ojos.

—Pienso en que creo que estoy a punto de cometer un gran error —dijo con voz de seda.

—Luca, no creas… —todas las alarmas sonaron en su cabeza.

—Tranquila, Mari. No estoy interesado en enamorarme. El amor sólo hace que la gente sufra.

Debería haberse sentido aliviada. Eso era lo que ella pensaba exactamente. No entendía por qué se sentía un poco decepcionada.

—En eso estamos de acuerdo.

Ella se apoyó en la balaustrada y cerró los ojos.

—Mari…

Cuando los abrió lo vio justo delante de ella.

—Sé que te han hecho mucho daño —Mari abrió mucho los ojos, pero él continuó—. Puedo verlo. Me di cuenta después de lo del ático. Yo no te haré daño, Mari, te lo prometo.

Levantó una mano y sus dedos desaparecieron bajo el cabello de ella. Mari contuvo la respiración mientras luchaba contra el enorme deseo de apoyar la cabeza en su mano.

—Preciosa Mari. No puedo negar que hay algo entre nosotros. Lo siento. Lo noto en tus ojos. Pero la diferencia es que hemos establecido los límites.

—No puedo acostarme contigo, Luca —dijo casi sin pensarlo.

—Quizá un beso… —dijo con una sonrisa.

Estaban lo bastante cerca como para sólo tener que levantar la barbilla y encontrarse con sus ojos. Era una lucha mantenerlos abiertos mientras le acariciaba el pelo.

—Un beso.

—Seguramente ya habrás besado antes.

Mari tembló por dentro. Sí, pero no mucho tiempo. Nos sin miedo.

—Hace tiempo.

Su rostro estaba tan cerca que notaba el aliento en las mejillas. Agarró las solapas de su chaqueta. Seguramente, si podía darle un primer beso, todo iría bien.

—Bésame, Mariella.

Sus miradas se encontraron un segundo. La estaba esperando. Él había entendido que le habían hecho daño y le había dejado llevar la iniciativa. Eso no lo esperaba. Estaba acostumbrada a que él diese las órdenes, pero en ese momento le daba el poder y eso lo hacía más irresistible.

Apoyó la cabeza en su mano, alzó el rostro y, con el corazón en la garganta, rozó sus labios.

Por un instante se quedó así, probando. Tenían los ojos abiertos y la conexión entre ambos era tan fuerte que le mecía el corazón. Sus labios eran cálidos, suaves, acogedores. Soltó la chaqueta, apoyó una mano en su corazón y notó los latidos.

Ese sencillo movimiento lo cambió todo. Se le aceleró la respiración y la mano de Luca le inclinó la cabeza mientras separaba los labios. Mari agitó las pestañas. El beso fue profundo pero suave, entregado lentamente a la pasión, capaz de encender el fuego.

Por primera vez desde que había dejado su vida pasada detrás, se lanzó de cabeza y lo rodeó con los brazos. Al momento, todo cambió. Él la atrajo más contra su cuerpo. Su lengua se hundió en su boca y ella languideció. La chaqueta cayó de sus hombros y las manos de él calentaron su piel recorriéndola.

Luca interrumpió el beso y apoyó la frente en la de ella. Mariella salió de su abrazo y de inmediato sintió el frío de la noche.

—Gracias.

—¿Gracias? —repitió él con los ojos brillantes.

Mari dio un paso atrás. Se había dejado llevar por la magia del momento y se había olvidado. Se suponía que tenía que estar asustada. Se suponía que tenía que mantener las distancias. Se suponía que no podía ser vulnerable. No podía… sintió un gemido que subía desde el pecho. No podía permitirse sentir.

—Como tú has dicho, hay una cierta química —alzó la barbilla como retándole a contradecirla.

Él se echó a reír y le acarició una mejilla con los nudillos.

—Eres una mujer fuerte, Mari. Haces justicia al nombre de mi abuela. También era fuerte.

Mari tragó. Tras el beso estaba descubriendo a un Luca completamente nuevo. Se dio la vuelta y apoyó los codos en la balaustrada.

—Me la recuerdas —hizo una pausa—. ¿Por qué no has corregido a Gina cuando te ha llamado por el nombre completo?

—Habría sido un poco grosero. Nos acabamos de conocer.

—Pero no te importó ser grosera conmigo.

—Tú puedes soportarlo.

—Aprecio que seas amable con mi hermana. Por fastidiosa que sea ella.

Mari contuvo la respiración cuando las manos de él se situaron a ambos lados de ella y su cuerpo se acercó.

—Mariella.

Mari abrió mucho los ojos. La forma en que lo había hecho era completamente seductora. Esa noche se parecía demasiado al hombre de sus sueños. Tenía que resistir. Aquello era una locura. Se suponía que debería tener miedo. Sentir repulsión. No podía sentir lo que sentía.

La besó en la nuca y se estremeció. Inclinó la cabeza sin pensar, para dejarle acceso a todo el cuello. Él la rodeó con los brazos.

—Ahora no me has corregido.

—No —dijo en un susurro.

¿Cómo explicarle que lo había pronunciado de un modo distinto?

—Me harías un gran honor si me permitieras utilizar tu nombre completo, Mariella. Era el nombre de una mujer a la que quise mucho y he echado de menos su sonido.

¿Cómo negárselo? Habían ido mucho más allá de la relación laboral y no sabía cómo había sucedido. Sólo sabía que entre ellos había una conexión. Que esa noche habían compartido algo más que las historias de sus familias. De algún modo, entre el segundo plato y ese momento, había empezado a confiar en él. Tragó, abrió los ojos y se dio la vuelta dentro de su abrazo.

—Lo dices de verdad. No es una pose, ¿no?

—Mi nonna era muy especial para mí. Te habría gustado, Mariella. Y tú a ella.

Mari debería haber respondido, pero Luca inclinó la cabeza y la besó dejándola sin palabras.