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EL CRECIENTE PODER DE LAS CIENCIAS DE LA CONDUCTA

Hacia fines de 1955, el profesor B. F. Skinner, de Harvard, me invitó a participar con él en un debate amistoso en la convención de la American Psychological Association, que se realizaría en el otoño de 1956. Sabía que nuestras ideas acerca del empleo del conocimiento científico para modelar o controlar la conducta humana eran muy diferentes, y por esa razón sugirió que un debate resultaría útil, pues nos ayudaría a aclarar el problema. Skinner deploraba el hecho de que la mayoría de los psicólogos no se mostraran dispuestos a hacer uso de su poder. «Por el momento los psicólogos no se atreven a asumir el control donde ello es posible ni a desarrollarlo donde no lo es. En la mayor parte de los servicios todavía se da importancia a la psicometría, y esto se debe, en cierta medida, a la reticencia a asumir la responsabilidad del control… Es curioso, pero nos sentirnos impulsados a ceder el control activo de la conducta humana a quienes se apoderan de él con propósitos egoístas»[27].

Ambos coincidimos en que una discusión de esa naturaleza sería útil para estimular el interés en un asunto de verdadera importancia. El debate se llevó a cabo en septiembre de 1956 y atrajo a un auditorio numeroso y atento. Como suele ocurrir en los debates, la mayor parte de los asistentes sintió, al retirarse, que se habían confirmado sus puntos de vista originales. El texto de la discusión se publicó en la revista Science, nov. 30, 1956, 124, págs. 1057-1066.

Más tarde, al recordar esta experiencia, lamenté que hubiera sido un debate. Si bien tanto Skinner como yo habíamos tratado de evitar que se convirtiera en una verdadera discusión, el tono había sido intransigente. Sentí que se trataba de una cuestión demasiado importante para plantearla como una discusión entre dos personas o bien como una elección entre blanco y negro. Por eso, durante el año siguiente me dediqué a redactar más extensamente y con un tono que creo menos beligerante mi propia percepción de los elementos de este problema, que un día constituirá una decisión trascendental para la sociedad. El tema se dividió en dos partes, que constituyen los dos capítulos siguientes.

En el momento de escribir estos trabajos no tenía intenciones de usarlos según un plan preconcebido. No obstante, me he basado en ellos al dictar un curso sobre «Tendencias contemporáneas» en la Universidad de Wisconsin, y este año las empleé como base de un seminario de profesores y estudiantes en el California Institute of Technology.

Las ciencias que se ocupan de la conducta son aún muy jóvenes. En general se considera que este conjunto de disciplinas científicas incluye la psicología, la psiquiatría, la sociología, la psicología social, la antropología y la biología, aunque en ocasiones se agregan las demás ciencias sociales, como por ejemplo la economía y la política, y se tienen en cuenta la matemática y la estadística como disciplinas instrumentales. Si bien todas ellas tratan de comprender la conducta humana y animal, y aunque la investigación en estos campos progresa a pasos agigantados, todavía se trata de un terreno donde la confusión predomina sobre los conocimientos sólidos. Los estudiosos de estas disciplinas tienden a destacar nuestra gran ignorancia científica sobre la conducta y la escasez de leyes generales que se han descubierto. Comparan el estado actual de estas ciencias con el de la física, y al comprobar la relativa precisión de sus mediciones y predicciones y la elegancia y simplicidad de la legalidad científica descubierta en este último terreno, reconocen la novedad, la juventud e inmadurez de las ciencias conductales.

Sin negar la validez de este juicio, creo que a veces es tal la insistencia con que se destaca la superioridad de la física en el sentido mencionado, que el público en general no logra vislumbrar la otra cara de la moneda. A pesar de estar aún en su juventud, las ciencias de la conducta han logrado grandes progresos y se aproximan cada vez más al modelo científico que podríamos denominar «si… entonces…». Con esto quiero decir que han avanzado mucho en el descubrimiento de relaciones regidas por leyes, de manera que si se cumplen ciertas condiciones, entonces se observarán ciertas conductas predecibles. Pienso que muy pocos conocen la extensión, amplitud y profundidad de los avances realizados en las últimas décadas en el campo de las ciencias de la conducta. Son aún menos los que parecen advertir los profundos problemas de orden social, educacional, político, económico, ético y filosófico que plantean estos progresos.

En este capítulo y en el próximo me propongo cumplir varios objetivos. En primer término, me gustaría esbozar, de manera impresionista, un cuadro de la creciente capacidad de las ciencias conductales para comprender, predecir y controlar la conducta humana. Luego quisiera señalar los senos problemas que esos logros nos plantean, tanto desde el punto de vista individual como social, para entonces sugerir una solución provisional que para mí es significativa.

EL «COMO» EN LAS CIENCIAS DE LA CONDUCTA

Tratemos de forjarnos una idea acerca de la significación de los conocimientos en el terreno de las ciencias de la conducta23 y 24 analizando brevemente algunos estudios específicos y examinando su significado. He intentado seleccionar ejemplos que pusieran de manifiesto la diversidad de los trabajos que se están llevando a cabo en la actualidad. Me veo limitado por el alcance de mis propios conocimientos y no pretendo afirmar que los ejemplos escogidos representen realmente una muestra seleccionada al azar de las ciencias de la conducta. Estoy seguro de que, puesto que soy psicólogo, elegí gran parte de los ejemplos en el campo de mi especialidad; también preferí los que se relacionan sobre todo con la predicción y el control potencial de la conducta, en lugar de aquéllos cuya principal significación reside en el hecho de que aumentan nuestra comprensión de la conducta. Sé que con el correr del tiempo estos últimos estudios conducirán también a la predicción y control, pero su relación con ese tipo de problemas no se advierte aún con tanta claridad.

Al presentar estas muestras del conocimiento científico las enunciaré en palabras sencillas, sin emplear los diversos términos que exige una exactitud rigurosa. Cada una de las afirmaciones generales que formularé se apoya en investigaciones adecuadas, aunque, como todo hallazgo científico, cada enunciado expresa un cierto grado de probabilidad, no una verdad absoluta. Más aún, todas las conclusiones actuales pueden sufrir modificaciones, correcciones o ser refutadas mediante estudios más exactos o más imaginativos que surjan en el futuro.

La predicción de la conducta

Teniendo presentes estos requisitos y factores de selección, veamos algunos de los avances de las ciencias de la conducta, en los cuales predomina el elemento de predicción. El patrón en que se basan cada uno de estos adelantos puede generalizarse de la siguiente manera: «Si un individuo posee las características mensurables a, b y c, entonces podemos predecir que existe una elevada probabilidad de que manifieste las conductas x, y y z».

De esta manera, sabemos cómo predecir, con considerable exactitud, qué individuos alcanzarán el éxito, como estudiantes universitarios, ejecutivos industriales, corredores de seguros, etcétera. No intentaré documentar esta afirmación, pues ello ocuparía demasiado espacio, ya que deberíamos referimos a problemas tales como el examen de aptitudes, los tests vocacionales y la selección de personal. A pesar de que los especialistas en estos campos conocen bien el grado de inexactitud de sus predicciones, el hecho es que una gran cantidad de industrias, universidades y otras organizaciones aceptan con fines prácticos el trabajo de las ciencias de la conducta. Hemos llegado a admitir que el científico de la conducta es capaz de seleccionar (con un cierto margen de error) a aquellos individuos que, entre un grupo de desconocidos, serán mecanógrafos, maestros, empleados o físicos eficientes.

Este campo crece continuamente. Se están realizando esfuerzos para determinar, por ejemplo, las características del químico creativo y aquello que lo diferencia del químico meramente exitoso. También, y a pesar de no haberse obtenido éxitos importantes, se ha intentado, y se intenta en la actualidad, determinar las características que distinguen al psiquiatra y psicólogo clínico potencialmente exitosos. La ciencia avanza con firmeza en su capacidad de pronunciarse acerca de si un individuo posee o no las características que se asocian con cierto tipo de actividad ocupacional.

Sabemos cómo predecir el éxito en las escuelas militares superiores y en el desempeño durante el combate. Para mencionar sólo un estudio en este terreno nos referiremos al de Williams y Leavitt31, quienes descubrieron que podían formular predicciones satisfactorias acerca del probable éxito de un infante de marina en la Escuela de Oficiales y en la lucha, mediante las evaluaciones emitidas por sus compañeros. También comprobaron que, en este caso, los soldados allegados al sujeto en cuestión eran mejores instrumentos psicológicos que los tests objetivos que ellos podían usar. Esto ilustra no sólo el empleo de ciertas medidas para predecir la conducta, sino también la disposición a emplear esos instrumentos, convencionales o no, una vez que demuestran su poder predictivo.

Podemos predecir en qué medida un futuro ejecutivo comercial será radical o conservador. En uno de sus libros, Whyte30 menciona este caso como un ejemplo de la gran cantidad de tests que se usan regularmente en las corporaciones industriales. Veamos un caso: entre un grupo de jóvenes ejecutivos que aspiran a un ascenso, la gerencia general puede seleccionar a los que demuestren (con cierto margen de error) el grado de conservadorismo o radicalismo que el progreso de la empresa requiere. Su elección puede basarse en el conocimiento de la medida en que cada postulante abriga una hostilidad oculta hacia la sociedad, una homosexualidad latente o tendencias psicóticas. Los tests capaces de proporcionar tales evaluaciones (o los que intentan hacerlo) se usan habitualmente en muchas empresas, tanto para seleccionar los miembros del nuevo personal superior como para evaluar a quienes ya ocupan puestos clave, con el objeto de elegir a los que recibirán mayores responsabilidades.

Sabemos cómo predecir cuáles miembros de una organización serán delincuentes o crearán problemas. Un joven psicólogo cuyas realizaciones son muy prometedoras10 ha ideado un breve y simple test de lápiz y papel que permite predecir con bastante exactitud cuáles empleados de un comercio de ramos generales serán deshonestos, indignos de confianza o crearán problemas. Según el psicólogo mencionado, mediante este test es posible identificar con bastante precisión a los perturbadores potenciales de cualquier grupo organizado. Esta posibilidad de identificar a los individuos que suscitarán problemas, en la medida en que se refiere a cuestiones específicas, sólo es una extensión de nuestros conocimientos sobre la predicción en otros terrenos. Desde el punto de vista científico, predecir cuáles serán los individuos que ocasionarán dificultades es lo mismo que predecir quiénes serán buenos tipógrafos.

Sabemos que un empleado competente, usando una combinación de puntajes de tests y tablas actuariales, puede dar una imagen predictiva más adecuada de la personalidad y conducta de un determinado individuo que un clínico experimentado. Paul Meehl18 ha demostrado que la cantidad de tests de personalidad que se han desarrollado y la información acumulada mediante el uso de tales instrumentos son tan abundantes que no se requieren habilidades intuitivas especiales, conocimientos amplios, experiencia ni entrenamiento para hacer una descripción precisa de la personalidad de un individuo. Este autor señala que en muchos lugares, tales como clínicas de higiene mental, hospitales de veteranos, hospitales psiquiátricos, etcétera, significa pérdida de tiempo emplear profesionales altamente capacitados para hacer diagnósticos de personalidad mediante la aplicación de tests, entrevistas con los pacientes y otros procedimientos afines. Meehl ha comprobado que un empleado puede realizar esta tarea de manera más satisfactoria, con sólo establecer un contacto mínimo, e impersonal con el paciente. En primer término, es necesario administrar una cierta cantidad de tests y evaluar sus resultados, luego, el perfil de puntajes se debe verificar con tablas actuariales preparadas sobre la base de cientos de casos. Esto proporciona una descripción adecuada y predictiva de la personalidad, con lo cual el empleado sólo tiene que copiar la combinación de características que se relacionan estadísticamente con la configuración de los puntajes.

A partir de los hallazgos de Meehl, es posible extraer una conclusión lógica que nos permite avanzar un paso más allá en el desarrollo de los instrumentos psicológicos para la medición, apreciación y evaluación de las características humanas y la predicción de ciertos patrones de conducta sobre la base de esas evaluaciones. En realidad, no hay ningún motivo para conservar al empleado que propone Meehl. Una computadora electrónica bien programada podría evaluar los tests, analizar los perfiles, blindar una imagen más adecuada de la persona y predecir su conducta de manera aún más satisfactoria que un ser humano.

Podemos determinar cuáles son las personas que se dejan influir con facilidad y se adaptan a las presiones grupales y cuales las que nunca ceden ante tales influencias. Dos estudios independientes pero que arrojan resultados similares15 y 16 demuestran que los individuos cuyas respuestas a las figuras del Test de apercepción temática exhiben ciertos temas de dependencia, o quienes, en otro test, acusan sentimientos de inadaptación social, inhibición de su agresividad y tendencias depresivas, serán persuadidos con facilidad y cederán ante las presiones grupales. Estos pequeños estudios no son definitivos, pero tenemos motivos para suponer que su hipótesis básica es correcta y que éste u otros parámetros más adecuados lograrán predecir con exactitud cuáles miembros de un grupo son fácilmente influibles y cuáles no sucumbirán, aun bajo intensas presiones grupales.

Sobre la base de la manera en que los individuos perciben el movimiento de un punió luminoso en una habitación oscura, podemos predecir su tendencia a ser prejuiciosos o no. Se ha estudiado mucho el etnocentrismo, es decir, la tendencia a mantener una distinción rígida entre el grupo o los grupos propios y los externos, lo cual supone una hostilidad estos últimos y una actitud sumisa y de aceptación incondicional hacia los primeros. Una de las teorías sostiene que la persona más etnocéntrica es incapaz de tolerar la ambigüedad o incertidumbre de una situación. Basándose en esta teoría, Block y Block5 pidieron a un grupo de sujetos que describieran el movimiento que percibían en un tenue punto luminoso durante su permanencia en un cuarto totalmente oscuro. (En realidad no había movimiento alguno, pero casi todos los individuos creyeron advertirlo). También administraron a los mismos sujetos un test de etnocentrismo. Tal como se había predicho, se observó que aquellos que en pruebas sucesivas establecieron una norma regular para el grado de movimiento que percibían, tendían a ser más etnocéntricos que los sujetos cuya percepción del movimiento variaba en las diferentes pruebas. El mismo estudio se repitió en Australia con una ligera variante28 y los hallazgos se confirmaron y ampliaron. Se observó que los individuos más etnocéntricos tenían menos capacidad de tolerar la ambigüedad y observaban menos movimiento que los sujetos libres de prejuicios. También se mostraron más pendientes de los demás al hacer sus estimaciones y cuando se hallaban en compañía de otra persona tendían a adaptarse al juicio emitido por ésta.

Por consiguiente, no es exagerado decir que de acuerdo con la manera en que un individuo percibe el movimiento de una luz débil en un recinto oscuro, podemos extraer importantes conclusiones acerca de su grado de rigidez, prejuicios y etnocentrismo.

Los ejemplos mencionados, que demuestran la capacidad de estas ciencias para predecir la conducta y seleccionar individuos que se comportarán de una manera determinada, representan una muestra de las nuevas aplicaciones de un campo de la ciencia que se encuentra en vías de desarrollo. Pero lo que estos ejemplos insinúan también puede provocar un escalofrío de aprensión. En cuanto se piensa un instante resulta evidente que los avances que he descripto son sólo el comienzo, y que si un individuo o un grupo tuviera en sus manos instrumentos aún más desarrollado y contara con el poder de usarlos, las implicaciones sociales y filosóficas serían realmente temibles. Así se comprende por qué un científico como von Bertalanffy afirma: “Además de la amenaza de la tecnología física, los peligros de la tecnología psicológica a menudo son ignorados”3.

Condiciones que determinan conductas grupales especificas

Pero antes de ocupamos de este problema social observemos otro aspecto de las ciencias de la conducta y veamos otra serie de estudios ilustrativos. Esta vez nos dedicaremos a las investigaciones que demuestran la posibilidad de lograr el control de grupos. En este sentido nos interesan las investigaciones cuyos hallazgos se ajustan al siguiente patrón: «Si en un grupo existen o se establecen las condiciones a, b y c, entonces existe una elevada probabilidad de que se manifiesten las conductas x, y y z».

En un grupo de trabajo, ya sea en el ámbito de la industria o de la educación, sabemos cómo crear condiciones que determinen un aumento de la productividad y la originalidad y un mejor estado de ánimo más satisfactorio. Los estudios de Coch y French7, de Nagle19 y de Katz, Maccoby y Morse17 demuestran en general que cuando los operarios industriales participan en la planificación y las decisiones, cuando los supervisores son sensibles a las actitudes del obrero, y cuando la supervisión no es suspicaz ni autoritaria, aumenta la producción y se eleva la moral de los trabajadores. Recíprocamente, sabemos cómo crear las condiciones que originan una disminución de la producción y generan un peor estado de ánimo, ya que las condiciones inversas producen el efecto opuesto.

En cualquier grupo, sabemos cómo establecer condiciones de liderazgo tales que determinen un mayor desarrollo de la personalidad de los miembros, así como también una productividad y originalidad, y un mejor espíritu de grupo. En grupos tan dispares como breves seminarios universitarios y en una planta industrial dedicada a la fabricación de matrices, Gordon9 y Richard22 demostraron que cuando el líder o los líderes presentan actitudes que pueden considerarse terapéuticas, se obtienen resultados satisfactorios. En otras palabras, si el líder acepta los sentimientos de los miembros del grupo y los propios; si comprende a los demás de manera sensible y empática; si permite y estimula la discusión libre y delega responsabilidades en el grupo, entonces hallaremos muestras de desarrollo de la personalidad en sus integrantes y el grupo funcionará de manera más eficiente, con mayor creatividad y mejor espíritu.

Sabemos cómo establecer condiciones que aumenten la rigidez psicológica de los miembros de un grupo. En un cuidadoso estudio, Beier2 comparó dos grupos de estudiantes en relación con sus capacidades, en especial la de razonamiento abstracto. Luego se analizó la personalidad de cada uno de los estudiantes de un grupo mediante la administración del test de Rorschach y se les hizo conocer los resultados, después de lo cual, se volvieron a evaluar las capacidades de ambos grupos. El grupo que había conocido la evaluación de sus respectivas personalidades acusó una menor flexibilidad y una notable disminución en su capacidad de desarrollar un razonamiento abstracto; en relación con el grupo de control, sus miembros se volvieron más rígidos, más ansiosos y desorganizados en su pensamiento.

Es interesante señalar que esta evaluación —que el grupo experimentó como algo amenazador— se parece a muchas evaluaciones que se hacen en nuestras escuelas y universidades al amparo de la palabra educación. Sin embargo, por el momento sólo nos preocupa señalar que sabemos muy bien cómo establecer condiciones que disminuyan la efectividad del funcionamiento con respecto a tareas intelectuales complejas.

Tenemos amplios conocimientos acerca de cómo establecer condiciones que influyan sobre las respuestas del consumidor y/o la opinión pública. Pienso que en este punto no es necesario mencionar las investigaciones realizadas; basta con referirse a las propagandas de cualquier revista, los entretenimientos de la televisión y sus ratings y el aumento de las ventas de cualquier empresa que inicia una campaña publicitaria bien planificada.

Sabemos cómo influir sobre la conducta adquisitiva de los individuos y lo hacemos creando condiciones que satisfacen necesidades inconscientes del consumidor, que nosotros hemos sido capaces de detectar. Se ha demostrado que algunas mujeres que no compran café instantáneo porque «les desagrada el sabor» en realidad lo rechazan, en un nivel inconsciente, porque se asocia con el hecho de ser una mala ama de casa, es decir, con rasgos de holgazanería y derroche11. Este tipo de estudios, basados en técnicas proyectivas y entrevistas «profundas» han llevado a organizar campañas de ventas cuyo objetivo consiste en estimular las motivaciones inconscientes del individuo: sus deseos sexuales, agresivos o de dependencia; o bien, como en este caso, el deseo de ser aprobado.

Estos estudios citados a título de ejemplo ponen de manifiesto nuestra capacidad potencial para influir sobre la conducta de los grupos o controlarla. Si tenemos el poder o la autoridad para establecer las condiciones necesarias, surgirán las conductas previstas. No cabe duda de que tanto los estudios como los métodos son aún burdos, pero con toda seguridad se desarrollarán otros más refinados en el futuro.

Condiciones que producen efectos específicos en los individuos

Tal vez más sorprendente aún que el aspecto al que acabamos de referirnos sea el caudal de conocimientos que estas ciencias han acumulado con respecto a las condiciones que provocan determinadas conductas en el individuo. La posibilidad de predicción científica y control de la conducta individual resulta de mayor interés para cada uno de nosotros. Veamos algunos ejemplos aislados de este campo de conocimientos.

Sabemos cómo establecer las condiciones necesarias para que muchos individuos consideren correctos determinados juicios, aun cuando se opongan a las pruebas que les suministran sus propios sentidos. Por ejemplo, podrán afirmar que la figura A ocupa una superficie mayor que la figura B, aun cuando sus sentidos les indiquen claramente que eso no es así. Los experimentos de Asch1, luego mejorados por Crutchfield8, demuestran que cuando una persona se convence de que los demás integrantes del grupo coinciden en que la figura A es más grande que B, entonces su juicio tenderá a adecuarse al consenso general, aunque en muchos casos el individuo esté plenamente convencido de que en realidad su propia observación es acertada.

No sólo podemos predecir que un cierto porcentaje de individuos actuarán de esta manera y estarán dispuestos a contradecir el testimonio de sus propios sentidos, sino que Crutchfield también ha determinado los atributos de la personalidad de los sujetos que manifiestan este tipo de conducta; en consecuencia, mediante procedimientos de selección sería posible formar un grupo cuyos integrantes cederían casi siempre a las presiones que los impulsen al conformismo.

Sabemos cómo modificar las opiniones de un individuo en una dirección preestablecida, sin que éste advierta los estímulos que determinan el cambio. Smith, Spence y Klein27 proyectaron sobre una pantalla durante un lapso muy breve un rostro masculino estático e inexpresivo y solicitaron a los sujetos espectadores que observaran cómo cambiaba su expresión. A continuación proyectaron de manera intermitente la palabra «enojado», en exposiciones tan breves que los sujetos no podían advertir conscientemente el estimulo. Sin embargo, tendieron a percibir un cierto enojo en el rostro que aparecía en la pantalla. Cuando se siguió el mismo procedimiento con la palabra «feliz» los sujetos manifestaron que la expresión era de felicidad. Sufrieron claramente la influencia de estímulos subliminales que no advirtieron ni podían advertir.

Sabemos cómo influir sobre los estados de ánimo, actitudes y conductas psicológicas mediante el empleo de drogas. Para ilustrar esto tíos referiremos al área limítrofe entre la química y la psicología. Desde las drogas que ayudan a mantenerse despierto mientras se estudia o se maneja un automóvil y el llamado «suero de la verdad», que reduce las defensas psicológicas del individuo, hasta la quimioterapia que hoy se practica en los servicios de psiquiatría, la amplitud y complejidad del conocimiento alcanzado en este campo es asombroso. Cada vez son más las investigaciones para descubrir drogas específicas, para dar energía al individuo deprimido, calmar al excitado, etcétera. Sabemos que, en algunos casos, se administran drogas a los soldados antes de iniciar el combate, a fin de eliminar el miedo, y algunas marcas registradas de drogas tranquilizantes, tales como el Miltown, ya se han incorporado al lenguaje de todos los norteamericanos e inclusive a las películas de dibujos animados. Aun cuando queda mucho por descubrir en este campo, el doctor Skinner, de Harvard, afirma: «En un futuro no muy lejano posiblemente sea posible mantener en cualquier estado las condiciones de la vida normal con respecto a las motivaciones y emociones»28. Si bien éste parece un punto de vista algo exagerado, su predicción podría estar justificada en cierta medida.

Sabemos cómo crear condiciones psicológicas que, durante la vigilia produzcan alucinaciones vividas y otras reacciones anormales en el individuo normal. Este dato surgió de manera inesperada como producto colateral de una investigación llevada a cabo en la McGill University4. Se descubrió que la supresión o el debilitamiento de todas las vías de estimulación sensorial produce reacciones anormales. Si se obliga a individuos sanos a permanecer inmóviles —para reducir los estímulos kinestésicos— en un cuarto pequeño, con los ojos cubiertos por antiparras traslúcidas que no permiten la percepción, los oídos tapados por almohadillas de espuma de goma, y con las manos recubiertas de guantes para impedir las sensaciones táctiles, al cabo de cuarenta y ocho horas en la mayoría de los sujetos se presentan alucinaciones e ideas extrañas que guardan cierta semejanza con las del psicótico. Se ignora cuáles serían los resultados si esta supresión sensorial se prolongara durante más tiempo, ya que la experiencia pareció potencialmente tan peligrosa que los investigadores se rehusaron a continuarla.

Sabemos cómo llegar a algunas zonas conflictivas de la experiencia de un individuo empleando sus propias palabras. Cameron6 y sus colaboradores seleccionaron breves afirmaciones emitidas por un paciente durante entrevistas terapéuticas grabadas, que parecían relacionarse significativamente con la dinámica subyacente del caso. La pequeña oración se graba en una cinta magnetofónica sin fin. Cuando el paciente oye sus propias palabras repetidas una y otra vez, el efecto es muy intenso; cuando ya las ha oído veinte o treinta veces ruega que se interrumpa la grabación. Al parecer la repetición atraviesa las defensas del individuo y deja al descubierto toda la esfera psíquica relacionada con esa afirmación. Por ejemplo, una mujer que se siente muy inadaptada y tiene dificultades matrimoniales, al referirse a su madre durante una entrevista, dice entre otras cosas: «Eso es lo que no puedo entender: que alguien pegue a un niño pequeño». Esta oración se grabó y se le hizo oír repetidas veces. Esto le permitió el acceso a todos sus sentimientos hacia su madre, con la cual comprendió que «el no poder confiar en que mi madre no me haría daño me hizo desconfiar de todo el mundo». Éste es un ejemplo muy sencillo de la potencia del método, que no sólo puede ser útil, sino también profundamente desorganizador, si penetra las defensas con demasiada profundidad1 o rapidez.

Conocemos las actitudes que un asesor o un terapeuta deben mantener para lograr ciertos cambios constructivos en la personalidad y conducta del cliente. Los estudios que se han realizado en años recientes en el terreno de la psicoterapia23, 24, 25 y 29 justifican esta afirmación. Los hallazgos de esos estudios pueden sintetizarse de la siguiente manera.

Si el terapeuta crea una relación en la que a) es auténtico e internamente consecuente consigo mismo; b) acepta al cliente y lo aprecia como persona de valor; c) comprende de manera empática el mundo privado de sentimientos y actitudes del cliente, entonces se producirán en éste ciertos cambios. Algunos de estos cambios consisten en que el cliente a) se vuelve más realista en su autopercepción; b) se tiene más confianza y toma sus propias decisiones; c) se valora a sí mismo más positivamente; d) tiende menos a reprimir elementos de su experiencia; e) exhibe una conducta más madura, socializada y adaptada; f) le ocasiona menos perturbaciones el stress y se recupera de él con mayor rapidez y, por último, g) se aproxima más a una persona sana, integrada y de funcionamiento pleno, en lo que respecta a la estructura de su personalidad. Estos cambios no se observan en un grupo de control, y parecen asociarse definidamente con el hecho de que el cliente se encuentra en una relación terapéutica.

Sabemos cómo desintegrar la estructura de la personalidad de un individuo, eliminando la confianza que siente en sí mismo, destruyendo su concepto de sí y haciendo que dependa de otra persona. Hinkle y Wolff13 emprendieron un estudio muy minucioso de los métodos de interrogatorio usados por los comunistas —sobre todo en China— con los prisioneros, que nos da una idea bastante apropiada del proceso que popularmente se conoce como «lavado de cerebro». Su estudio demuestra que no se han usado métodos mágicos ni novedosos, sino una combinación de reglas empíricas. En general se trata de una horripilante inversión de las condiciones de la psicoterapia que resumimos en el párrafo anterior. Si el individuo sospechoso se siente rechazado y permanece aislado durante un largo tiempo, se intensifica su necesidad de una relación humana. El interrogador explota esto creando una relación en la que demuestra un máximo de rechazo, y hace todo lo posible por despertar culpa, conflicto y ansiedad. Sólo manifiesta aceptación hacia el prisionero cuando éste «coopera» y se muestra dispuesto a ver los acontecimientos desde el punto de vista del que lo interroga. El inquisidor rechaza por completo el marco de referencia interno del prisionero o su percepción personal de los acontecimientos. Poco a poco, su necesidad de sentirse aceptado lleva al preso a admitir verdades a medias como verdades completas, hasta que finalmente abandona su propio enfoque de sí mismo y de su conducta y acepta el punto de vista de la persona a cargo de su interrogatorio. Se siente muy desmoralizado y desintegrado como individuo, tal como si fuera un títere. Llegado a este punto, quiere «confesar» que es un enemigo del estado y que ha cometido todo tipo de actos de traición que en realidad nunca llevó a cabo, o que tuvieron para él un significado muy diferente.

En cierto sentido no es correcto decir que estos métodos son productos de las ciencias de la conducta, ya que fueron desarrollados por la policía rusa y china, no por científicos. Los incluyo en este momento porque opino que estos métodos podrían haber resultado mucho más eficaces mediante el empleo del conocimiento científico que hoy poseemos. En síntesis, nuestros conocimientos acerca de cómo cambiar la personalidad y la conducta pueden usarse en sentido constructivo o destructivo, para crear o para destruir personas.

Condiciones que producen efectos específicos en animales

Tal vez ya he presentado amplias pruebas del poder a menudo temible de este joven ámbito de la ciencia. Sin embargo, antes de ocuparme de las implicaciones de todo esto, quisiera extenderme un poco más, para mencionar sólo una parte de los conocimientos que tenemos acerca de la conducta de los animales. Mi relación con este campo es más limitada, pero quisiera citar tres estudios cuyos hallazgos resultan particularmente sugestivos.

Sabemos cómo establecer las condiciones necesarias para que un patito desarrolle un afecto duradero hacia un zapato viejo, por ejemplo. Hess12 ha llevado a cabo estudios sobre el fenómeno del imprinting, investigado por primera vez en Europa. Ha demostrado que en los patitos silvestres, por ejemplo, hay unas pocas horas cruciales —desde la decimotercera hasta de decimoséptima a partir de su salida del huevo— en que la cría se apega a cualquier objeto que se le presente. El apego será tanto mayor cuanto más intensos sean sus esfuerzos por seguir al objeto. En los casos habituales esto resulta en un apego a la madre, pero con igual facilidad la cría puede establecer un vínculo indeleble con cualquier objeto: un señuelo de pato silvestre, un ser humano, o, como ya he dicho, un zapato viejo. ¿Existen tendencias semejantes en los bebés humanos? No podemos evitar las conjeturas.

Sabemos cómo eliminar en una rata un intenso miedo hacia algún objeto o hecho concreto, mediante el electroshock. Hunt y Brady14 adiestraron a un conjunto de ratas sedientas para obtener agua presionando un palanca. Los animales hacían esto con libertad y gran frecuencia. Una vez que el hábito se hubo establecido se les inspiró un miedo condicionado mediante un chasquido que se oía un momento antes de administrar una descarga eléctrica apenas dolorosa. Al cabo de un tiempo las ratas respondieron con intensas reacciones de miedo y dejaron de presionar las palancas cada vez que escuchaban el chasquido, aun cuando éste no fuera seguido de un estímulo doloroso. Sin embargo, esta reacción condicionada de miedo desapareció casi por completo cuando los animalitos recibieron una serie de descargas eléctricas convulsionantes. Al cabo de esta serie de electroshocks las ratas no demostraron temor y operaron la palanca con toda libertad, aun cuando se hiciera oír el chasquido. Los autores interpretan sus resultados con mucha precaución, pero resulta evidente el parecido entre este experimento y la terapia de electroshock que se administra a los seres humanos.

Sabemos cómo entrenar palomas de manera que dirijan un proyectil explosivo hacia un blanco predeterminado. El interesante informe que hace Skinner26 de este experimento, que data de la guerra, es sólo uno de los muchos ejemplos impresionantes del llamado condicionamiento operante. Este autor tomó una serie de palomas y «moldeó» su conducta de picoteo, premiándolas cada vez que se aproximaban picoteando a un objeto previamente seleccionado por él. Así, por ejemplo, podía tomar un mapa de una ciudad extranjera y adiestrar a las palomas para que picotearan sólo el sector que incluía alguna industria vital, como podría serlo una fábrica de aviones; e bien podía entrenarlas para que picotearan las imágenes de ciertos tipos de barcos en alta mar. Luego sólo fue una cuestión técnica —aunque muy compleja, sin duda— convertir sus picoteos en timón de un proyectil. Colocando dos o tres palomas en el extremo de un proyectil simulado, pudo demostrar que aunque éste se desviara considerablemente de su curso, las aves siempre podían reorientarlo hacia su «blanco» mediante el picoteo.

En respuesta a lo que los lectores se estarán sin duda preguntando, debo decir que este hallazgo nunca se usó en la guerra a causa del desarrollo inesperadamente rápido de los dispositivos electrónicos, pero podemos estar seguros de que hubiera funcionado a la perfección.

Skinner ha podido enseñar a las palomas a jugar al ping pong, por ejemplo, y junto con sus colaboradores ha logrado suscitar en animales muchas conductas que parecen «inteligentes» e «intencionales». En todos los casos el principio es el mismo: el animal recibe un refuerzo positivo —alguna pequeña recompensa— por cada conducta que coincide con el propósito elegido por el investigador. Al comienzo tal vez sólo las conductas más elementales cumplan la orientación deseada, pero luego se van moldeando hasta convertirse en un conjunto de actos refinados, exactos, específicos y preseleccionados. De la amplia gama de conductas potenciales de un organismo, se refuerzan conductas cada vez más especializadas, hasta lograr las que sirven al propósito particular del investigador.

Los experimentos con seres humanos son algo menos precisos, pero se ha demostrado que mediante un condicionamiento operante de ese tipo (tal como podría serlo el hecho de que el investigador asintiera con la cabeza) se puede obtener un aumento de la cantidad de palabras en plural o de las opiniones personales que el sujeto expresa, sin que éste advierta la razón del cambio de su comportamiento. Según Skinner, gran parte de nuestra conducta se origina en un condicionamiento operante, a menudo inconsciente, por parte de ambos miembros de una relación. Este autor quisiera hacer consciente e intencional el mencionado condicionamiento, para que de esa manera fuera posible controlar la conducta.

Sabemos cómo proporcionar a los animales una experiencia muy satisfactoria que sólo consiste en estimulaciones eléctricas. Olds20 ha descubierto que puede implantar electrodos diminutos en el área septal del cerebro de ratas de laboratorio. Cuando uno de estos animales oprime una palanca que se encuentra en la jaula, los electrodos transmiten una corriente de intensidad Ínfima. Esto parece ser una experiencia tan gratificante que la rata inicia una verdadera orgia, provocándose el estímulo hasta quedar exhausta. Cualquiera que sea la naturaleza subjetiva de la experiencia, ésta parece ser tan satisfactoria que el animal la prefiere a cualquier otra actividad. No entraré en especulaciones acerca de la aplicabilidad de este procedimiento a los seres humanos ni de las consecuencias que esto tendría.

El cuadro general y sus implicaciones

Espero que esta gran cantidad de ejemplos habrán otorgado un significado concreto a la afirmación de que las ciencias de la conducta están realizando grandes avances en lo que respecta a la comprensión, predicción y control de la conducta humana. Sabemos cómo seleccionar individuos que se comportarán de determinada manera; establecer condiciones grupales que originen diversas conductas predecibles por parte de los integrantes del grupo y crear una situación que llevará a un individuo a adoptar un comportamiento especifico en una situación dada. Con respecto a los animales, nuestra capacidad de comprensión, predicción y control va aún más lejos, y tal vez prefigura futuros pasos en el desarrollo de las ciencias de la conducta.

Si la reacción de los lectores se asemeja a la mía tal vez piensen que la situación que acabo de describir presenta aspectos muy temibles. A pesar de la inmadurez y la ignorancia de esta joven ciencia, el estado actual de sus conocimientos ya plantea posibilidades que representan un verdadero peligro. Supongamos que un individuo o un grupo poseyeran este tipo de conocimientos y el poder necesario para usarlo con un propósito determinado. En ese caso se podrían seleccionar individuos capaces de ejercer el liderazgo y otros cuya función consistiría en seguir a los primeros; sería posible ayudar a las personas a desarrollarse y mejorar, pero también se podría debilitar y desintegrar su personalidad. Los individuos capaces de suscitar problemas podrían descubrirse antes de que comenzaran a actuar; el estado de ánimo de las personas podría modificarse a voluntad; se podría influir sobre la conducta apelando a motivaciones inconscientes; en fin, llegaríamos a una verdadera pesadilla en la que los seres humanos serian manejados como objetos. Por cierto, esto es una fantasía descabellada pero no imposible. Tal vez ésa sea la razón que impulsó a Robert Oppenheimer, uno de nuestros científicos más talentosos, a formular una advertencia a partir de su propio dominio: la física. Afirma que hay semejanzas entre la física y la psicología, y que uno de estos puntos comunes reside en «la medida en que nuestro progreso crea profundos problemas de decisión en el ámbito público. Durante la última década, los físicos se han destacado por sus contribuciones. Cuando la psicología adquiera un cuerpo de conocimientos sólido y objetivo acerca de la conducta y sentimientos humanos habrá creado un poder de control que planteará problemas mucho más graves que cualquiera de los físicos»21.

Quizás algunos lectores piensen que he magnificado el alcance del problema. Pueden asimismo señalar que sólo unos pocos de los hallazgos científicos que he mencionado han recibido una aplicación que afecte significativamente la sociedad, y que, en su mayoría, si bien son trascendentes para el científico de la conducta, ejercen escasa influencia práctica en nuestra cultura.

Estoy de acuerdo con esta última opinión. En este momento las ciencias de la conducta están en una etapa equivalente a la física de hace varias generaciones. Como ejemplo bastante reciente de lo que quiero decir, consideremos la discusión que surgió a principios de siglo cuando se planteó la posibilidad de que una máquina más pesada que el aire fuera capaz de volar. La ciencia de la aeronavegación se hallaba en la etapa inicial de su desarrollo y carecía de exactitud, de manera que había estudios que expresaban puntos de vista radicalmente distintos con respecto al tema de discusión. Lo más importante es recordar que el público no pensaba que esa ciencia tuviera valor alguno ni que pudiera influir significativamente sobre la cultura; preferían apelar a su sentido común que les decía que el hombre de ningún modo podía volar en un aparato más pesado que el aire.

Comparemos aquella actitud hacia la aeronavegación con la actual. Hace pocos años se nos informó que la ciencia anunciaba di lanzamiento de un satélite espacial, lo cual era un proyecto realmente fantástico. Pero el público había llegado a tener tanta fe en las ciencias naturales que no se elevó una sola voz de incredulidad. La única pregunta que se formuló fue: «¿Cuándo?».

Tenemos muchos motivos para creer que lo mismo sucederá con las ciencias de la conducta. Al principio el público las ignora o adopta una actitud incrédula frente a ellas; luego, en cuanto descubre que los hallazgos de una ciencia merecen más confianza que el sentido común, comienza a emplearlos. El uso difundido de los conocimientos de una ciencia crea una gran demanda, lo cual exige la dedicación de hombres, dinero y esfuerzos; por último el desarrollo de la ciencia en cuestión inicia una curva de ascenso vertiginoso. Parece muy probable que con las ciencias de la conducta suceda algo semejante. Por consiguiente, si bien sus hallazgos no tienen aún muchas aplicaciones, no cabe duda de que mañana su uso será muy amplio.

Las preguntas

Tenemos el germen de una ciencia de gran importancia potencial, un conjunto de instrumentos cuyo poder social dejará atrás el de la energía atómica. Por cierto, los interrogantes que plantea este desarrollo serán de vital importancia para ésta generación y las siguientes. Veamos algunos ellos:

¿Cómo emplearemos el poder de esta nueva ciencia?

¿Qué sucede con el individuo en este «mundo feliz»?

¿En qué manos estará el poder de utilizar este nuevo conocimiento? ¿Con qué fines, propósitos o valores se lo empleará?

Comenzaré a considerar las respuestas en el siguiente capítulo.

REFERENCIAS

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