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El siguiente trabajo presenta los rasgos más destacados de una investigación en gran escala realizada en el Counseling Center de la Universidad de Chicago, desde 1950 hasta 1954, gracias al generoso apoyo de la Fundación Rockefeller, a través de su Medical Sciences Division. Cuando se me invitó a presentar un trabajo al Fifth International Congress of Mental Health de Toronto, en 1954, decidí describir algunas partes de aquel programa de investigación. Un mes después de haber presentado el trabajo apareció nuestro libro con la descripción completa del estudio, publicado por la University of Chicago Press. Si bien Rosalind Dymond y yo fuimos los compiladores y también autores de ciertas partes de este volumen, los demás colaboradores merecen igual reconocimiento por el libro y por el inmenso trabajo realizado, del cual este artículo toca sólo algunos de los puntos más importantes. Estos autores son: John M. Butler, Desmond Cartwright, Thomas Gordon, Donald L. Grummon, Gerard V. Haigh, Eve S. John, Esselyn C. Rudikoff, Julius Seeman, Rolland R. Tougas y Manuel J. Vargas.
Un motivo especial para incluir este trabajo en el presente volumen es que resume parte de los avances prometedores alcanzados en la evaluación de ese aspecto cambiante, vago, altamente significativo y determinante de la personalidad, que denominamos el sí mismo.
El propósito de este trabajo consiste en presentar algunas de las características más importantes de la experiencia en la que mis colegas y yo intentamos evaluar los resultados de un tipo de psicoterapia individual mediante métodos científicos objetivos. Con el objeto de hacer más comprensibles estos aspectos, describiré de manera breve el contexto en que se llevó a cabo la investigación correspondiente.
Durante muchos años he trabajado con psicólogos colegas en el terreno de la psicoterapia. A partir de nuestra experiencia en este campo hemos tratado de determinar cuáles son los elementos útiles para lograr una modificación constructiva de la personalidad y la conducta del individuo inadaptado o conflictuado que solicita la ayuda del terapeuta. Sobre la base de esta experiencia, poco a poco hemos elaborado un enfoque de la psicoterapia que ha sido denominado «no directivo» o «centrado en el diente». Este enfoque y su fundamento teórico han sido descriptos en una serie de libros 1, 2, 5, 6 y 8 y muchos artículos.
Una de nuestras constantes metas ha sido someter la dinámica y los resultados de la terapia a una investigación rigurosa. Pensamos que la psicoterapia es una experiencia profundamente existencial y subjetiva tanto en el cliente como en el terapeuta, llena de complejas sutilezas y matices de interacción personal. Pero también creemos que si esta experiencia es significativa, si en ella el aprendizaje profundo produce una modificación de la personalidad, estos cambios deben ser susceptibles de investigación.
Durante los últimos catorce años hemos llevado a cabo muchos estudios acerca del desarrollo y los resultados de este tipo de terapia. (Véase 5, particularmente los capítulos 2, 4 y 7, que resumen estos trabajos). En los últimos años hemos ampliado más los límites de esta investigación mediante una serie de estudios coordinados, destinados a esclarecer los resultados de esta forma de psicoterapia. Deseo presentar algunos rasgos significativos del correspondiente programa de investigación.
Tres aspectos de nuestra investigación
Pienso que, para el lector, los tres aspectos más significativos de nuestra investigación son:
1. Los criterios empleados en nuestro estudio de la psicoterapia, que difieren del pensamiento convencional en este campo.
2. El diseño de la investigación, en el cual hemos resuelto ciertas dificultades que hasta ahora representaban un inconveniente para la obtención de resultados exactos.
3. Los progresos logrados en la medición objetiva de fenómenos subjetivos sutiles.
Estos tres elementos de nuestro programa son aplicables a cualquier intento de medir una modificación de la personalidad; por consiguiente pueden utilizarse al investigar cualquier tipo de psicoterapia o cualquier procedimiento destinado a lograr cambios en la personalidad o en la conducta.
A continuación, nos ocuparemos de estos tres elementos de manera ordenada.
Los criterios de investigación
¿Cuál es el criterio de investigación en el campo de la psicoterapia? Este problema, que enfrentamos al iniciar la planificación, nos dejó perplejos. Por lo general se acepta que el propósito de la investigación en este campo consiste en determinar el grado de «éxito» logrado en la psicoterapia o la «curación» alcanzada. A pesar de sufrir la influencia de estas ideas, después de cuidadosas consideraciones decidimos abandonar esos conceptos, pues pensamos que no es posible definirlos con precisión y que en realidad constituyen juicios de valor, lo cual les impide formar parte de la ciencia en este ámbito. No existe acuerdo general acerca de la naturaleza del «éxito», ya sea que se considere tal la desaparición de síntomas, la resolución de conflictos, la mejoría del comportamiento social u otro tipo de cambio. El concepto de «curación» también es inadecuado, puesto que en la mayoría de estas alteraciones nos encontramos frente a conductas aprendidas y no ante una enfermedad.
Como consecuencia de nuestro modo de pensar, durante el estudio no nos hemos preguntado: «¿Se logró el éxito? ¿Se curó el estado del cliente?». En cambio, nos hemos formulado una pregunta más adecuada desde el punto de vista científico: «¿Cuáles son los concomitantes de la terapia?».
Con el objeto de tener una base para responder a esta pregunta, extrajimos de nuestra teoría de la psicoterapia una descripción teórica de los cambios que, según nuestra hipótesis, se producen durante el tratamiento. El propósito del estudio era determinar si los cambios previstos por la hipótesis ocurren o no, y si lo hacen en grado mensurable. De esta manera, a partir de la psicoterapia centrada en el cliente, hemos elaborado las siguientes hipótesis: durante la terapia se experimentan sentimientos cuyo acceso a la conciencia había sido negado anteriormente y se los asimila al concepto del sí mismo; el concepto del sí mismo se vuelve más coherente con el del sí mismo ideal; durante la terapia y después de ella, la conducta observada en el cliente se torna más socializada y madura; en el transcurso del tratamiento y después de él aumentan las actitudes de autoaceptación por parte del cliente, lo cual coincide con un aumento de su aceptación de los demás.
Éstas son algunas de las hipótesis que hemos podido investigar. Tal vez resulte evidente que hemos abandonado por completo la idea de un criterio general para nuestros estudios y lo hemos reemplazado por una serie de variables definidas y específicas para las respectivas hipótesis investigadas. Esto significa que esperábamos poder enunciar nuestras conclusiones de la siguiente manera: la psicoterapia centrada en el cliente produce cambios mensurables en las características a, b, d y f, por ejemplo, pero no modifica las variables c y e. Guando el profesional y el lego tengan a su disposición enunciados de este tipo, estarán en condiciones de emitir un juicio de valor y pronunciarse acerca del «éxito» del proceso que origina esos cambios. Sin embargo, tales juicios de valor no podrán alterar los sólidos datos que nos proporciona nuestro conocimiento científico acerca de la dinámica efectiva del cambio en la personalidad, que aumenta lenta pero constantemente.
Por consiguiente, en lugar del criterio global y habitual de «éxito», nuestro estudio tiene muchos criterios específicos, todos ellos extraídos de nuestra teoría de la psicoterapia y definidos operacionalmente.
La resolución del problema de los criterios nos resultó de gran ayuda para seleccionar de modo inteligente los instrumentos de investigación que empleamos en nuestra batería de tests. Lejos de preguntarnos qué instrumentos medirían el éxito o la curación, nos formulamos preguntas específicas relacionadas con cada hipótesis: ¿Qué instrumento puede evaluar el concepto de sí mismo de cada individuo? ¿Cuál nos dará una medida adecuada de la madurez de una conducta? ¿Cómo podemos medir el grado de aceptación de los otros por parte de un individuo? Aunque las preguntas sean difíciles, es posible descubrir respuestas operacionales; por eso nuestra decisión respecto de los criterios nos resultó de gran ayuda para resolver el problema de la instrumentación del estudio.
El diseño de la investigación
Un buen número de autores serios han mencionado el hecho de que no existen pruebas objetivas de que la psicoterapia produzca una modificación constructiva de la personalidad. Hebb afirmó que «no hay pruebas que demuestren que la psicoterapia es valiosa» (4, pág. 271). Eysenck, después de revisar algunos de los estudios disponibles, señala que los datos «no demuestran que la psicoterapia, ya sea freudiana o de otro tipo, facilite la recuperación de los pacientes neuróticos» (3, pág. 322).
Preocupados por esa lamentable situación, estábamos ansiosos por planificar nuestra investigación de manera suficientemente rigurosa como para que la confirmación o negación de nuestras hipótesis pudiera establecer dos cosas: a) si se había producido o no un cambio significativo, y b) si ese cambio, en caso de haberse manifestado, se debía a la terapia o a algún otro factor. En el complejo terreno de la psicoterapia no es fácil proyectar un diseño de investigación que alcance estos objetivos, pero creemos haber logrado un verdadero progreso en ese sentido.
Una vez elegidas las hipótesis que deseábamos someter a prueba y los instrumentos más adecuados para su verificación operacional, nos hallamos en condiciones de dar el paso siguiente. Esta serie de instrumentos objetivos de investigación se usaron para medir diversas características de un grupo de clientes antes de la terapia, después de terminado el tratamiento y durante un control realizado de seis meses a un año más tarde, tal como se indica en la figura 1. Los clientes que participaron podían considerarse típicos de los que asisten al Counseling Center de la Universidad de Chicago, y el objetivo fue recolectar los datos, incluyendo la grabación de todas las entrevistas, en un mínimo de 25 clientes. Se decidió llevar a cabo un estudio intensivo de un grupo de tamaño moderado, y no un análisis superficial de un grupo muy numeroso.
Se separó una porción del grupo de terapia para utilizarla como grupo de autocontrol; a sus miembros se les administró la batería de instrumentos de investigación, luego aguardaron durante un período de control de dos meses y se les volvió a administrar la batería por segunda vez antes de iniciar el asesoramiento. Esto se hizo porque pensamos que si un individuo cambia simplemente porque está motivado por la terapia o porque su personalidad tiene cierta estructura especial, este cambio se observará durante el periodo de control.
Como grupo equivalente de control seleccionamos un grupo de individuos que no serían sometidos a terapia. La edad y distribución de edades coincidían en ambos grupos; la coincidencia era algo menor en cuanto al nivel socioeconómico, sexo y relación entre estudiantes y no estudiantes. Se administraron a este grupo los mismos tests que al grupo de terapia a intervalos equivalentes, y a una parte de él se le administró la batería completa cuatro veces, para que quedara en condiciones de comparación estricta con el grupo de terapia de autocontrol. La razón por la cual se emplea un grupo equivalente como control es que si en los individuos se producen cambios debidos al paso del tiempo, a la influencia de variables aleatorias, o como resultado de la administración reiterada de los tests, tales modificaciones se harán presentes en este grupo.
El fundamento lógico de este plan de doble control es el siguiente: si durante el período de terapia y después de él, el grupo tratado acusa modificaciones significativamente mayores que las producidas durante el periodo de autocontrol o las sufridas por el grupo equivalente de control, entonces es razonable atribuir estos cambios a la influencia de la terapia.
En este breve informe no puedo entrar en los complejos detalles de los diversos proyectos llevados a cabo según el esquema de este diseño de investigación. Se ha preparado una exposición más amplia7, que abarca trece proyectos concluidos hasta ahora. Baste decir que se obtuvieron datos completos sobre 29 pacientes tratados por 16 terapeutas, así como también datos exhaustivos sobre el grupo de control. La evaluación cuidadosa de los hallazgos de investigación nos permite extraer conclusiones como las siguientes: durante la terapia y después de terminada ésta, se producen cambios profundos en la autopercepción del cliente; las características y la estructura de la personalidad de éste sufren cambios constructivos que lo aproximan al estado de funcionamiento pleno; también cambian las orientaciones definidas como integración y adaptación personal y aumenta la madurez de la conducta del cliente, según las observaciones de sus allegados. En todos los casos el cambio es significativamente mayor que el que se produce en el grupo de control o en los mismos clientes durante su periodo de autocontrol. Los hallazgos sólo resultan algo confusos y ambiguos en relación con las hipótesis referentes a las actitudes democráticas y de aceptación de los demás.
A nuestro juicio, las investigaciones ya concluidas bastan para invalidar afirmaciones como las formuladas por Hebb4 y Eysenck3. Al menos en lo que respecta a la psicoterapia centrada en el cliente, poseemos en este momento pruebas objetivas de cambios positivos en la personalidad y la conducta, que adoptan orientaciones habitualmente consideradas como constructivas y pueden atribuirse a la terapia. Esta afirmación sólo es posible porque hemos adoptado múltiples criterios específicos y un diseño de investigación rigurosamente controlado.
La evaluación de los cambios en el sí mismo
Puesto que sólo puedo presentar una parte muy pequeña de los resultados, seleccionaré la muestra del terreno en el que se produjo un avance más significativo de la metodología y donde se han logrado los hallazgos más estimulantes; es decir, describiré nuestros intentos de medir la percepción de sí mismo por parte del cliente y la relación entre ésta y otras variables.
Para obtener una idea objetiva de la autopercepción del cliente empleamos la nueva técnica Q, desarrollada por Stephenson9. Se estructuró un «universo» de afirmaciones acerca del sí mismo, a partir de entrevistas grabadas y otras fuentes. Algunas afirmaciones típicas son: «Soy una persona sumisa»; «No confío en mis emociones»; «Me siento tranquilo y nada me molesta»; «El sexo me inspira temor»; «En general me gusta la gente»; «Tengo una personalidad atractiva»; «Tengo miedo de lo que los demás piensen de mí». El instrumento empleado fue una muestra integrada por cien afirmaciones seleccionadas al azar e impresas para mayor claridad. Teóricamente, disponíamos de una muestra de todas las maneras en que un individuo puede percibirse a sí mismo. Cada cliente recibió las cien tarjetas con afirmaciones y se le dieron instrucciones acerca de su empleo: debía seleccionar las que lo representaban «en este momento» y reunirías en nueve grupos, desde las frases más características de sí mismo hasta las más atípicas; también se le indicó que colocara un cierto número de tarjetas en cada pila, para obtener una distribución normal. El cliente seleccionó las tarjetas de esta manera en diferentes ocasiones: antes, durante y después de la terapia y en diversas oportunidades durante el tratamiento. Cada vez que separaba las tarjetas que mejor lo describían seleccionaba también las que representaban la persona que querría ser: su sí mismo ideal.
De esta manera obtuvimos representaciones detalladas y objetivas de la autopercepción del cliente y de su sí mismo ideal, en diferentes momentos. Al evaluar los resultados se correlacionaron entre sí las diversas selecciones; los cocientes altos indicaban semejanza o falta de cambio, los bajos señalaban diferencias o un cambio acentuado.
Para ilustrar el empleo de este instrumento en la verificación de nuestras hipótesis acerca del sí mismo presentaré los resultados del estudio de un cliente (7 cap. 15) en relación con diversas hipótesis. Pienso que esto pondrá de manifiesto el carácter promisorio de los hallazgos mejor que las conclusiones generales de nuestro estudio de la percepción del sí mismo, aunque también trataré de mencionar al pasar tales resultados.
El caso de donde tomaremos nuestro material era una mujer de 40 años, muy desgraciada en su matrimonio. Su hija adolescente había sufrido una crisis nerviosa, de la cual la madre se sentía culpable. Se trataba de una persona muy perturbada, cuya evaluación diagnóstica la había calificado de gravemente neurótica. Puesto que no formaba parte del grupo de autocontrol inició la terapia inmediatamente después de que se le hubo administrado la primera batería de tests. Tuvo 40 entrevistas durante un período de 5 meses y medio, al cabo de las cuales concluyó la terapia; cuando se le administraron tests de control, siete meses más tarde, decidió tener 8 entrevistas más; 5 meses después se hizo un segundo estudio de control y el asesor juzgó que había habido considerable movimiento en la terapia.
La figura 2 presenta algunos datos acerca del cambio en la autopercepción de esta cliente. Cada círculo representa una selección del sí mismo o del sí mismo ideal. La selección de tarjetas se hizo al iniciar y terminar la terapia, así como también después de la séptima y vigésimo quinta entrevistas, y en las dos sesiones de control realizadas después de finalizado el tratamiento. Se presentan las correlaciones entre muchas de estas selecciones.
Examinemos ahora estos datos en relación con una de las hipótesis que nos interesaba someter a prueba, a saber, que el sí mismo percibido por el cliente cambiará más durante la terapia que durante un periodo sin tratamiento. En este caso particular la modificación fue mayor durante la terapia (r = 0,39) que durante cualquiera de los controles posteriores (r = 0,74; 0,70) o durante el período de control de doce meses después de finalizado el tratamiento (r = 0,65). En este caso la hipótesis se confirma; el hallazgo general —que se verificó en casi todos nuestros clientes— fue que el cambio en la percepción del sí mismo era significativamente mayor durante la terapia que durante el estudio de seguimiento o las entrevistas de control posteriores, y también significativamente mayor que el que se produjo en el grupo de control.
Consideremos una segunda hipótesis. Se había hecho la predicción de que durante la terapia y después de concluida ésta, el sí mismo percibido sería valorado más positivamente, es decir, se volvería más congruente con el sí mismo ideal.
Cuando esta cliente inicia el tratamiento, el sí mismo real y el ideal difieren de manera considerable (r = 0,21). Durante y después de la terapia esta discrepancia se reduce, hasta que el último estudio de control demuestra una congruencia definida (r = 0,79), que confirma nuestra hipótesis. Ésta es una constante de nuestros hallazgos generales, que demostraron un aumento significativo de la congruencia entre el sí mismo real y el ideal para todo el grupo, a medida que avanzaba el tratamiento.
El examen detallado de la figura 2 muestra que al concluir nuestro estudio la cliente se percibe como alguien muy parecido a la persona que deseaba ser al comienzo (rIA/SC2 = 0,70). También puede observarse que, al finalizar el tratamiento, su sí mismo ideal se parece más a su sí mismo inicial que su ideal original (rSA/IC2 = 0,36).
Consideremos ahora la hipótesis según la cual el cambio en la percepción del sí mismo no es aleatorio, sino que se verifica en un sentido que jueces expertos calificarían de adaptación.
Como parte de nuestro estudio, se mostraron las tarjetas de la técnica Q a un grupo de psicólogos clínicos ajenos a esta investigación y se les pidió que seleccionaran las que elegiría una persona «bien adaptada», para tener criterio de selección con el cual comparar la percepción del sí mismo de cualquier cliente. Se desarrolló un puntaje sencillo para expresar el grado de similitud existente entre la percepción de sí mismo de un cliente y la representación de la persona «adaptada» elaborada por los psicólogos consultados. Se denominó «puntaje de adaptación» a la calificación obtenida en cada caso; cuanto mayor era el puntaje, mayor era también la «adaptación».
En las seis selecciones de tarjetas que aparecen en la figura 2, los puntajes de adaptación obtenidos por la cliente que estamos considerando fueron: 35, 44, 41, 52, 54 y 51; estos datos comienzan por el sí mismo que ella percibía antes del tratamiento y terminan en la segunda entrevista de control, realizada después de concluida la terapia. Es manifiesta la tendencia al aumento de la adaptación, definida en términos operacionales. Esto también se verificó en el resto del grupo, entre cuyos integrantes se observó un notable aumento de los puntajes de adaptación durante el transcurso de la terapia, y una ligera regresión de ellos durante el período de seguimiento. Los individuos pertenecientes al grupo que no recibió tratamiento prácticamente no acusaron cambio alguno. Por consiguiente, nuestra hipótesis queda demostrada para esta cliente en particular y para todo el grupo.
Cuando se hace un análisis cualitativo de las diferentes selecciones de tarjetas surgen hallazgos que vuelven a confirmar esta hipótesis. Al comparar la imagen inicial del sí mismo con la del final de la terapia, se observa que en este momento la cliente se siente cambiada de muchas maneras. Experimenta mayor confianza en sí misma, se comprende mejor, se siente más cómoda consigo misma y entabla relaciones más satisfactorias con los demás; se siente menos culpable y resentida, menos manejada e insegura y ya no necesita tanto ocultarse a sí misma. Estos cambios cualitativos son semejantes a los de otros clientes y en general coincide con la teoría de la psicoterapia centrada en el cliente.
Desearía señalar algunos otros hallazgos de interés que aparecen en la figura 2.
Vemos con claridad que la representación del sí mismo ideal es mucho más estable que la del sí mismo real; todas las correlaciones son superiores a 0,70 y la idea de la persona que la cliente querría ser cambia relativamente poco durante todo el período. Esto se verifica en casi todos nuestros clientes. Si bien no habíamos planteado una hipótesis acerca de este punto, esperábamos que los clientes alcanzaran una mayor coherencia entre el sí mismo real y el ideal, algunos mediante una modificación de sus valores, y otros mediante un cambio en su sí mismo. Las pruebas han demostrado que esto es incorrecto y que —con pocas excepciones— lo que más cambia es el concepto de sí mismo.
En el caso de nuestra cliente, no obstante, se opera una modificación en el sí mismo ideal; la dirección de este ligero cambio merece un comentario. Si calculamos el «puntaje de adaptación» de las representaciones sucesivas del sí mismo ideal de esta cliente, vemos que el puntaje medio para las tres primeras es 57, en tanto que el promedio de las tres últimas es 51. En otras palabras, el sí mismo ideal está menos «adaptado» y resulta más accesible; es decir, en cierta medida es un objetivo menos exigente. También en este aspecto la cliente representa una tendencia que se manifestó en todo el grupo.
Otro hallazgo se relaciona con el «sí mismo» recordado, que aparece en la figura 2. En el segundo estudio de control —después de terminado el tratamiento— se solicitó a la cliente que eligiera las tarjetas que mejor describían cómo era ella al comienzo de la terapia. Éste sí mismo recordado resultó muy diferente de la imagen que la cliente había dado al iniciar el tratamiento. Su correlación con la representación dada en aquella oportunidad fue sólo de 0,44. Más aún, se trataba de una imagen mucho menos favorable, que discrepaba ampliamente con su ideal (r = —0,21) y obtuvo un puntaje de adaptación muy bajo —26 puntos, a diferencia de los 35 de la imagen inicial de sí misma—. Esto indica que en la selección de los rasgos del sí mismo recordado, podemos medir objetivamente la reducción de las defensas que se produjo durante los dieciocho meses que duró el estudio. En la sesión final, la cliente es capaz de dar una imagen mucho más veraz de la persona inadaptada y alterada que era al iniciar la terapia. Como luego veremos, hay otras pruebas que confirman este cuadro. Por consiguiente, la correlación de —0,13 entre el sí mismo recordado y el sí mismo final ilustra la modificación operada durante el estudio mejor que la correlación de 0,30 existente entre el sí mismo inicial y el final.
Ocupémonos ahora de otra hipótesis. Según nuestra teoría, en la psicoterapia centrada en el cliente la seguridad psicológica de la relación terapéutica le permite a éste admitir en su conciencia sentimientos o experiencias que en otras circunstancias reprimiría o negaría. Estas experiencias antes negadas pueden ahora incorporarse al sí mismo; por ejemplo, un cliente que acostumbraba reprimir todos sus sentimientos de hostilidad puede llegar a experimentarlos libremente en la terapia. A partir de ese momento su concepto de sí mismo se reorganiza para incluir su descubrimiento de que a veces abriga sentimientos hostiles hacia otras personas. En la medida en que ello sucede, su imagen de sí mismo se vuelve una representación más precisa de la totalidad de su experiencia.
Intentamos expresar esta parte de nuestra teoría mediante una hipótesis operacional que enunciamos de la siguiente manera: durante la terapia y una vez finalizada ésta, se observará una creciente coherencia entre el sí mismo que percibe el cliente y el que percibe el evaluador encargado del diagnóstico. Suponemos que una persona experta en diagnósticos psicológicos captará mejor que el cliente la totalidad de experiencias conscientes e inconscientes que éste vive. Por consiguiente, si el cliente incorpora a su imagen consciente de sí mismo los sentimientos y experiencias anteriormente reprimidos, tal imagen será más parecida a la que se ha formado de él la persona encargada de su diagnóstico.
El método empleado para verificar esta hipótesis consistió en reunir los cuatro tests (de apercepción temática) administrados a la cliente en cada ocasión y someterlos a la opinión de un juez. Con el objeto de evitar cualquier error no se informó al psicólogo el orden en que los tests habían sido aplicados. Luego se le pidió que seleccionara las tarjetas Q correspondientes a cada uno de los tests, para representar con ellas a la cliente según el diagnóstico surgido del test en cuestión. Este procedimiento nos dio una evaluación diagnóstica objetiva, expresada en función del mismo instrumento que había empleado la cliente para describirse a sí misma; de esta manera fue posible hacer una comparación directa y objetiva, mediante la correlación entre las diferentes selecciones Q.
La figura 3 ilustra los resultados de este estudio para esta cliente en particular. La parte superior del diagrama simplemente condensa la información de la figura 2; la línea inferior contiene las selecciones del psicólogo a cargo del diagnóstico, y las correlaciones nos permiten someter a prueba nuestra hipótesis. Se observará que al comienzo de la terapia no hay relación entre la percepción de sí misma por parte de la cliente y la del psicólogo (r = 0,00). La situación continúa casi igual (r = 0,05) hasta el final de la terapia, pero al llegar a las entrevistas posteriores de control (la primera de ellas no aparece en la figura) la percepción de sí misma por parte de la cliente se asemeja bastante a la del psicólogo (primer control, r = 0,56; segundo control, r= 0,55). Esto confirma la hipótesis de que aumenta significativamente la coherencia entre el sí mismo que percibe el cliente y el que detecta el psicólogo encargado del diagnóstico.
Este aspecto del estudio presenta otros hallazgos de interés. Puede verse que al iniciar el tratamiento, la imagen de la cliente que percibe el psicólogo difiere mucho del ideal que ella tiene (r = —0,42). Al concluir el estudio la cliente se parece bastante a su ideal del momento (r = —46) y más aún al ideal que sustentaba al iniciar la terapia (r = 0,61), siempre a juicio del psicólogo. Esto nos permite afirmar que la percepción de sí misma por parte de la cliente, y toda su personalidad, se han aproximado sustancialmente a la persona que deseaba ser ruando comenzó el tratamiento.
Otro hecho digno de señalarse es que el concepto que el juez tiene de la cliente ha cambiado más que la autopercepción de ésta (r = —0,33, comparado con r = 0,30). Esto es interesante, en vista de la tan divulgada opinión profesional de que los clientes tienden a sobreestimar los cambios sufridos. También existe la posibilidad de que al cabo de dieciocho meses de tratamiento, la personalidad final de un individuo se destaque más por sus diferencias con la personalidad inicial que por sus semejanzas con ella.
Un último comentario sobre la figura 3 se relaciona con el «sí mismo recordado». Señalemos que esta imagen recordada del sí mismo guarda una correlación positiva con la impresión diagnóstica (r = 0,30); esto confirma la afirmación anterior de que el sí mismo recordado representa una imagen más exacta y menos defensiva que la que la cliente fue capaz de ofrecer al comenzar el tratamiento.
Resumen y conclusión
En este trabajo se intentó bosquejar en líneas generales la exhaustiva investigación sobre psicoterapia que se está llevando a cabo en la Universidad de Chicago y se mencionaron algunos rasgos de este trabajo.
Se rechazó un criterio global para el estudio de la psicoterapia y se adoptaron criterios de cambio específicos, definidos operacionalmente y basados en una teoría sobre la dinámica de la psicoterapia. El empleo de muchos criterios específicos nos ha permitido lograr verdaderos avances científicos en la determinación de los cambios que se producen concomitantemente con la psicoterapia centrada en el cliente.
Un segundo rasgo es el nuevo enfoque del problema de los controles en los estudios sobre psicoterapia, no resuelto hasta ahora. Nuestro diseño de investigación incluyó dos procedimientos de control: 1) un grupo equivalente que permite comprobar la influencia del tiempo, de la repetición de los tests y de las variables aleatorias, y 2) un grupo de autocontrol en el que se comparan los resultados obtenidos en el tratamiento de un cliente con sus propios datos procedentes de un período anterior sin tratamiento; esto último da cuenta de la influencia de las variables de la personalidad y la motivación. Este diseño de doble control nos ha permitido afirmar que los cambios observados durante la terapia que no puedan explicarse en términos de las variables controladas deben atribuirse al tratamiento mismo.
Este estudio también nos permite, demostrar los progresos alcanzados en el desarrollo de investigaciones objetivas y rigurosas acerca de elementos sutiles del mundo personal del cliente. Se han presentado pruebas sobre el cambio en el concepto que el cliente tiene de sí mismo; la medida en que el sí mismo percibido por el cliente llega a parecerse a sí mismo que valora y se vuelve más satisfactorio, mejor adaptado y más coherente con la imagen que de él se forma el psicólogo encargado de evaluarlo. Estos hallazgos tienden a confirmar las formulaciones teóricas referentes a la función que desempeña el concepto de sí mismo en el proceso dinámico de la psicoterapia.
Deseo terminar con dos conclusiones. Una de ellas es que el programa de investigación descripto demuestra dos cosas: que es posible obtener datos objetivos —según los cánones de la investigación científica rigurosa— sobre las modificaciones que la psicoterapia impone a la personalidad y a la conducta, y que eso ya se ha logrado para una orientación psicoterapéutica en particular. Esto significa que en el futuro se podrán obtener pruebas igualmente sólidas acerca de los cambios logrados en la personalidad por otras formas de psicoterapia.
A mi juicio, la segunda conclusión es aún más importante. El progreso metodológico de los últimos años implica que las muchas sutilezas del proceso terapéutico hoy están abiertas a la investigación. He intentado ilustrar esto con el estudio de los cambios en el concepto del sí mismo, pero con métodos semejantes también se podrían estudiar objetivamente las relaciones cambiantes entre cliente y terapeuta, las actitudes de «transferencia» y «contratransferencia», los diversos orígenes del sistema de valores del cliente, etcétera. Pienso que casi cualquier interpretación teórica que se considere relacionada con la modificación de la personalidad o con el proceso de la psicoterapia es hoy pasible de investigación científica. La prosecución de este objetivo arrojará nueva luz sobre la dinámica de la personalidad, en especial sobre el proceso de su modificación en el transcurso de una relación interpersonal.
REFERENCIAS
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2. Curran, C. A.: Personality Factors in Counseling. Nueva York, Grune & Stratton, 1946.
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