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Aprecio el presente trabajo, pues escribirlo me resultó particularmente satisfactorio y porque aún expresa de manera adecuada mis puntos de vista. Pienso que una de las razones por las que más me agrada resida en el hecho de que fue escrito sólo para mí, ya que no tenía intención de publicarlo ni de usarlo con ningún propósito que no fuera el de esclarecer un interrogante y un conflicto que se planteaban en mi interior.
Si dirijo mi atención al pasado, puedo reconocer el origen de este conflicto: se trataba de la contradicción entre el positivismo lógico en el que fui educado, y que respetaba profundamente, y el pensamiento existencial de orientación subjetiva que se estaba desarrollando en mi por resultarme especialmente útil en la labor terapéutica.
No soy un estudioso de la filosofía existencial. Entré en contacto con las obras de Søren Kierkegaard y Martín Buber gracias a la insistencia de algunos estudiantes de teología que realizaban cursos conmigo en Chicago. Me aseguraron que coincidiría con el pensamiento de estos hombres, y estuvieron bastante acertados. Si bien Kierkegaard plantea muchas cosas con las que no estoy de acuerdo de ninguna manera, a veces aparecen en su obra ciertos elementos que revelan una comprensión profunda y convicciones que expresan maravillosamente algunas ideas que siempre he tenido pero nunca fui capaz de expresar. A pesar de que Kierkegaard vivió hace cien años, no puedo dejar de considerarlo un amigo sensible y muy perspicaz. Pienso que el presente trabajo demuestra mi deuda con él, sobre todo porque la lectura de sus obras me permitió perder rigidez y sentirme más deseoso de expresar mi propia experiencia y confiar en ella.
Otra circunstancia que me impulsó a escribir este artículo fue el hecho de que en el momento de redactar la mayor parte de él me encontraba lejos de mis colegas, pasando el invierno en Taxco. La sección final vio la luz un año más tarde en Granada, una isla del Caribe.
Al igual que con otros trabajos del presente volumen, hice preparar copias de este trabajo para que lo leyeran mis colegas y alumnos. Después de varios años, siguiendo las sugerencias de otras personas, lo presenté a la revista American Psychologist, que, para mi sorpresa, aceptó publicarlo. Lo incluyo ahora porque, en mi opinión, expresa mejor que cualquier otro trabajo que yo haya escrito el contexto en que para mí se sitúa la investigación, y explica la causa de mi «doble vida» de subjetividad y objetividad.
INTRODUCCIÓN
Éste es un trabajo sumamente personal, escrito sobre todo para mí mismo con el objeto de esclarecer un problema que ha adquirido para mí un carácter cada vez más acuciante. Sólo puede interesar a otros en la medida en que su curiosidad personal coincida con la mía. En consecuencia, dedicaré esta introducción a explicar el origen y desarrollo de este escrito.
Mientras adquiría experiencia como terapeuta, realizando la labor estimulante y enriquecedora de la psicoterapia, y mientras me desempeñaba como investigador científico para indagar algunas verdades acerca de esta última, fui tomando conciencia del abismo existente entre estas dos tareas. Cuanto mejor realizo mi trabajo terapéutico —al menos, eso creo— tanto más advierto —de manera algo vaga— que, en los momentos en que mejor me desempeño, sigo por completo los dictámenes de mi subjetividad. Análogamente, al convertirme en un investigador más eficiente, más «práctico» y más científico (creo) he sentido un creciente malestar al descubrir la distancia que existe entre mi rigurosa objetividad de científico y una subjetividad casi mística de psicoterapeuta. El resultado de ello es el presente trabajo.
Lo primero que hice fue dejarme llevar por el terapeuta que hay en mí, procurando hacerlo de la manera más adecuada y en el menor espacio —la naturaleza esencial de la psicoterapia, tal como la he vivido con muchos clientes—. Deseo subrayar que se trata de un enfoque muy fluido y personal que, escrito por otra persona o por mí mismo hace dos años o dentro de dos años, sería diferente en algunos aspectos. Luego adopté el punto de vista y la actitud del científico y, como empedernido buscador de hechos en el ámbito psicológico, intenté imaginar el sentido que la ciencia puede asignar a la terapia. Finalmente llevé adelante el debate que ya existía en mí, formulando las preguntas legítimas que cada punto de vista planteaba al otro.
Una vez llegado a este punto, descubrí que sólo había agudizado el conflicto. Ambos puntos de vista parecían más irreconciliables que nunca. Decidí analizar el material en un seminario de profesores y estudiantes, cuyos comentarios resultaron muy útiles. Durante el año siguiente, continué meditando acerca del problema hasta que ambas imágenes comenzaron a integrarse en mi interior. Más de un año después de haber escrito las primeras secciones, traté de expresar en palabras esta integración provisional y tal vez efímera.
El lector que se ocupe de seguir mis conflictos en relación con este tema descubrirá que el conjunto ha adquirido forma de drama y que yo mismo contengo todas las dramatis personae: el primer protagonista, el segundo, el conflicto y finalmente la resolución. Puesto que por el momento no hay más que agregar, permítaseme presentar al primer protagonista —yo mismo como psicoterapeuta— y describir con toda la precisión de que soy capaz lo que parece ser la experiencia de la terapia.
LA ESENCIA DE LA PSICOTERAPIA EN FUNCIÓN DE SU EXPERIENCIA
Ingreso en la relación sustentando la hipótesis —al menos cierta convicción— de que mi aprecio, mi confianza y mi comprensión del mundo interior de la otra persona conducirán a un proceso importante de llegar a ser. No la inicio como científico ni como médico que puede diagnosticar y curar con precisión, sino como persona: entro en una relación personal, porque en la medida en que vea al individuo como un objeto, aquél tenderá a convertirse realmente en un objeto.
Por consiguiente me arriesgo, pues sé que, si al profundizar en la relación se produce un fracaso, se desarrolla una regresión, o bien el cliente me rechaza y rechaza igualmente la relación que le ofrezco, me perderé a mí mismo o una parte de mi. En ciertas ocasiones este riesgo es muy real y se experimenta con gran intensidad.
Me abandono a la inmediatez de la relación, en la cual participa no sólo mi conciencia sino mi organismo total. No respondo conscientemente de manera planificada y analítica; por el contrario, reacciono frente al otro de modo irreflexivo, puesto que mi reacción se apoya en mi sensibilidad organísmica total ante él, y todo esto ocurre de manera inconsciente. Vivo la relación sobre esta base.
La esencia de algunos de los aspectos más profundos de la terapia parece consistir en una unidad de vivencia. El cliente es libre de experimentar su sentimiento con toda intensidad, como «cultura pura», sin inhibiciones ni cuidados intelectuales, sin verlo limitado por su percepción de sentimientos contradictorios. Por mi parte, soy capaz de experimentar con igual libertad mi propia comprensión de este sentimiento, sin pensamientos conscientes al respecto, sin aprensión ni temor acerca de dónde me llevará, sin ningún tipo de especulaciones diagnósticas o analíticas y sin interponer barreras cognoscitivas o emocionales que impidan «abandonarme» por completo a la comprensión. Cuando en la relación se logra experimentar de esta manera integrada, original y completa, el vínculo adquiere esa cualidad «de otro mundo» que muchos terapeutas han señalado: un sentimiento de que la relación es una especie de trance del que tanto el cliente como yo emergemos al final de la hora como quien sale de un pozo o de un túnel profundo. En estos momentos hay una relación «yo-tú», según la frase de Buber, un vivir en la experiencia intemporal que se desarrolla entre el cliente y yo. Esto es precisamente lo contrario de la tendencia a ver al cliente o a mí mismo como objeto: es el punto máximo de la subjetividad personal.
Con frecuencia advierto que no sé en términos cognoscitivos, cuál es el destino de esta relación inmediata. Es como si ambos, el cliente y yo, nos deslizáramos, a menudo con temor, en el flujo del llegar a ser, un proceso que nos arrastra. Puesto que el terapeuta ya se ha permitido flotar, en ocasiones anteriores, en este río de la experiencia de la vida y lo ha hallado gratificante, cada vez siente menos temor a sumergirse en él. Mi propia confianza facilita las cosas para el cliente, que poco a poco comienza a dejarse flotar. A veces parece que esta corriente de experimentación conduce a un objetivo determinado. Tal vez en este sentido lo más acertado sería decir que su carácter gratificante reside en el proceso mismo y la principal recompensa consiste en permitirnos, tanto al cliente como yo, dejarnos llevar luego por el proceso del devenir, independientemente uno del otro.
A medida que la terapia avanza, el cliente descubre que se atreve a convertirse en sí mismo, a pesar de las duras consecuencias que sin duda deberá sobrellevar en cuanto lo haga. ¿Qué significa convertirse en uno mismo? Al parecer, significa que disminuye el temor a las propias reacciones organísmicas irreflexivas y aumenta la confianza y aun el afecto que despierta la diversidad de sentimientos y tendencias complejos y ricos en el nivel orgánico u organísmico del individuo. En lugar de actuar como el guardián de un conjunto de impulsos peligrosos e impredecibles, de los cuales sólo irnos pocos emergen a la superficie, la conciencia se convierte en cómodo albergue de una rica variedad de impulsos, sentimientos y pensamientos, que demuestran ser capaces de autogobernarse muy satisfactoriamente cuando no existe una vigilancia temerosa o autoritaria.
Este proceso de llegar a ser uno mismo implica una profunda experiencia de elección personal. El individuo advierte que puede escoger entre seguir ocultándose bajo un disfraz o arriesgarse a ser él mismo; descubre que es un agente libre, dotado del poder de destruir a otro o a sí mismo, pero también de la capacidad de mejorarse y mejorar a los demás. Ante esta disyuntiva, que le presenta la realidad de manera descarnada y le exige adoptar una decisión, el individuo elige moverse en la dirección de ser él mismo.
Pero el hecho de ser él mismo no «resuelve problemas». Simplemente inicia una nueva manera de vivir, donde los sentimientos se experimentan con mayor profundidad, y de manera más intensa. El individuo se tiente más original, y por consiguiente más solo, pero gracias al mayor realismo que ha adquirido, elimina el elemento artificial de sus relaciones con los demás y, en consecuencia, éstas se tornan más profundas y satisfactorias, puesto que logra incluir en ellas los aspectos más reales de la otra persona.
Otro modo de ver este proceso —o esta relación— será considerar que constituye un aprendizaje por parte del cliente (y también del terapeuta, aunque en menor grado); sin embargo, es un aprendizaje poco común. Casi nunca se destaca por su complejidad y, en los casos más profundos, resulta difícil verbalizarlo. A menudo se trata de aprendizajes muy sencillos, tales como «Yo soy diferente de los demás»; «Lo odio»; «Tengo miedo de sentirme dependiente»; «Me tengo lástima»; «Estoy centrado en mí mismo»; «Tengo sentimientos de ternura y amor»; «Podría llegar a ser lo que quiero ser», etcétera. A pesar de su aparente simplicidad, estos aprendizajes tienen una significación nueva y difícil de definir. Podemos imaginarla de varias maneras: son aprendizajes referentes al sí mismo, puesto que se basan en la experiencia, y no en símbolos; se asemejan al aprendizaje del niño que sabe que «dos más dos son cuatro» pero un buen día, jugando con dos objetos y otros dos, realiza de pronto en su experiencia un aprendizaje totalmente nuevo: que «dos más dos sí son cuatro».
También podemos decir que estos aprendizajes representan un intento tardío de hacer coincidir símbolos y significados en el mundo de los sentimientos, tarea ya lograda en el ámbito cognoscitivo. En el plano intelectual, seleccionamos un símbolo y lo combinamos cuidadosamente con el significado que una experiencia tiene para nosotros. Por ejemplo, cuando digo que algo ocurrió «gradualmente», antes de pronunciar esa palabra, he examinado con rapidez (sobre todo de manera inconsciente) otros términos tales como «lentamente», «imperceptiblemente», «paso a paso», etcétera, que he rechazado por considerar que no describen la experiencia con precisión. Pero en el ámbito de los sentimientos, nunca hemos aprendido a simbolizar la experiencia con exactitud. ¿Qué es esto que siento surgir en mí mismo, en la seguridad que me da una relación de aceptación? ¿Será tristeza, furia, remordimiento, lástima de mí mismo, rabia por las oportunidades perdidas? Me muevo con torpeza alrededor de un amplio conjunto de símbolos, probándolos todos, hasta que uno «encaja», «suena bien», parece coincidir con la experiencia organísmica. Al desarrollar esta búsqueda, el cliente descubre que debe aprender el lenguaje del sentimiento y la emoción como si fuera una criatura que aprende a hablar, o bien, lo que es aún peor, reconoce que debe abandonar un lenguaje falso antes de aprender el verdadero.
Tratemos de definir esta clase de aprendizaje desde otro punto de vista; esta vez lo haremos describiendo lo que no es. Se trata de un tipo de aprendizaje que no puede enseñarse, puesto que su esencia reside en el autodescubrimiento. En lo que respecta al «conocimiento» estamos acostumbrados a pensar que una persona lo enseña a otra, siempre que ambas posean la motivación y capacidad adecuadas; pero en el aprendizaje significativo que se produce en la terapia, una persona no puede enseñar a otra, ya que esto destruiría la esencia misma del aprendizaje. Yo podría enseñar a un cliente que le conviene ser él mismo, que no es peligroso percibir libremente sus sentimientos, etcétera. Cuanto mejor aprenda esto, menos lo habrá incorporado de manera significativa, basado en su propia experiencia y en el descubrimiento de su verdadero sí mismo. Kierkegaard considera a este último tipo de aprendizaje como verdadera subjetividad y señala con razón que no puede ser comunicado ni transmitido directamente. Si una persona desea inducir este aprendizaje en otra, todo lo que puede hacer es crear ciertas condiciones que lo hagan posible, de ningún modo imponerlo.
Por último, podemos decir en relación con este aprendizaje que el cliente adquiere la capacidad de simbolizar un estado total y unificado; es decir, de describir de manera integrada el estado del organismo en lo que respecta a la experiencia, al sentimiento y al conocimiento. Para complicar aún más las cosas, parece que no siempre es necesario expresar esta simbolización. Habitualmente se hace, porque el cliente desea transmitir al terapeuta al menos una parte de sí, pero tal vez esto no sea imprescindible. El único aspecto necesario es el reconocimiento interno del estado total, unificado e inmediato que yo soy «en este momento». La esencia de la terapia es, por ejemplo, descubrir que en este instante mi unicidad consiste simplemente en que «estoy muy asustado ante la posibilidad de convertirme en alguien diferente». El cliente capaz de sentir esto estará en condiciones de reconocer estados semejantes que aparezcan en el futuro. Con toda seguridad, también podrá advertir e identificar con mayor precisión otros sentimientos existenciales que surjan en él. Así se aproximará a un estado de máxima autenticidad, donde será, de manera más integrada, lo que es organísmicamente. Ésta parece ser la esencia de la terapia.
LA ESENCIA DE LA PSICOTERAPIA EN FUNCIÓN DE LA CIENCIA
Ahora cederé la palabra al segundo protagonista: yo mismo como científico.
El objetivo que se persigue al analizar los complejos fenómenos de la psicoterapia desde el punto de vista de la lógica científica y con los métodos de la ciencia consiste en alcanzar una comprensión de los fenómenos. En términos científicos, esta última representa un conocimiento objetivo de los acontecimientos y las relaciones funcionales existentes entre ellos. La ciencia también brinda la posibilidad de predecir y controlar estos acontecimientos con mayor precisión, pero ésta no es una consecuencia necesaria de sus esfuerzos. Si la ciencia lograra todos sus objetivos en el terreno de la psicoterapia, tal vez sabríamos que ciertos elementos se asocian con determinados resultados. En ese caso, sería posible también predecir el resultado de un caso particular de relación terapéutica según los elementos que incluya (esto siempre dentro de ciertos límites de probabilidad). De esta manera se podrían controlar los resultados de la terapia mediante el simple manejo de los elementos que forman parte de la relación terapéutica.
Debe quedar claro que, independientemente de la profundidad que nuestra investigación científica pueda alcanzar, ésta jamás nos servirá para descubrir ninguna verdad absoluta; sólo puede describir relaciones dotadas de un alto grado de probabilidad. Tampoco podríamos llegar a extraer conclusiones de carácter general acerca de las personas, las relaciones o el universo; sólo podremos describir relaciones entre acontecimientos observables. Si la ciencia, siguiera, en el campo de la psicoterapia, los mismos pasos que ha dado en otros ámbitos, los modelos de trabajo que se obtendrían (durante la elaboración de la teoría) se alejarían cada vez más de la realidad tal como la perciben los sentidos. La descripción científica de la terapia y de la relación terapéutica se parecería cada vez menos a la experiencia de estos fenómenos.
Desde el comienzo, resulta evidente que, por ser la terapia un fenómeno complejo, las mediciones serán difíciles. A pesar de ello, «todo lo que existe merece ser medido», y puesto que se considera a la terapia una relación significativa con implicaciones de vasto alcance, vale la pena superar las dificultades con el objeto de descubrir las leyes que gobiernan la personalidad y las relaciones interpersonales.
En la psicoterapia centrada en el cliente, ya existe una teoría de carácter provisional (aunque no es una teoría en el sentido estrictamente científico) que nos proporciona un punto de partida para la selección de hipótesis. Para los fines del presente análisis, tomemos algunas de las hipótesis preliminares que pueden extraerse de esa teoría y observemos las características que presentan desde el punto de vista científico. Por ahora omitiremos enunciar la teoría en términos de lógica formal, más aceptables, y consideraremos sólo unas pocas hipótesis.
Comencemos por enunciar tres de ellas en su forma primitiva:
1. La aceptación del cliente por parte del terapeuta determina en el cliente una mayor aceptación de sí mismo.
2. Cuanto más perciba el terapeuta al cliente como persona y no como objeto, tanto más llegará el cliente mismo a percibirse como persona y no como objeto.
3. En el transcurso de la psicoterapia se verifica en el cliente un tipo de aprendizaje de sí mismo exitoso y vivencial.
¿Cómo haríamos para expresar y verificar cada una de estas hipótesis[13] en términos operacionales? ¿Cuáles serían los resultados generales de estas verificaciones?
El presente trabajo no se propone contestar estas preguntas en detalle, ya que la investigación realizada hasta ahora suministra algunas respuestas generales. En el caso de la primera hipótesis, se podrían seleccionar o elaborar ciertos instrumentos para medir la aceptación; éstos serían tests de actitudes, objetivos o proyectivos, la técnica Q, o algo semejante. Tal vez estos mismos instrumentos, con instrucciones o actitudes mentales ligeramente distintos, podrían utilizarse para medir la aceptación del cliente por parte del terapeuta y la autoaceptación de aquél. Se asignaría entonces un cierto puntaje operacional al grado de aceptación del terapeuta, mientras las mediciones previas y posteriores al tratamiento indicarían el cambio en la autoaceptación del cliente. La relación entre el cambio y la terapia podría determinarse comparando los cambios operados durante el tratamiento con los ocurridos durante un período de control o en un grupo de control. Finalmente podríamos descubrir si hubo alguna relación entre la aceptación por parte del terapeuta y la autoaceptación del cliente, definidas en términos operacionales, y determinar la correlación entre ambas.
La segunda y tercera hipótesis suponen una verdadera dificultad en lo que respecta a la medición, pero no hay motivo para pensar que se trata de un obstáculo insuperable, puesto que el grado de precisión de las mediciones psicológicas aumenta constantemente. El instrumento que desearíamos emplear para verificar la segunda hipótesis sería algún test de actitudes o del tipo Q, que nos permitiría evaluar la actitud del terapeuta hacia el cliente y la de éste hacia sí mismo. En este caso el continuo se extenderá desde la consideración objetiva de un objeto externo hasta una vivencia personal y subjetiva. Los parámetros de la tercera hipótesis serían fisiológicos, ya que parece posible suponer que el aprendizaje basado en la propia experiencia tiene concomitantes fisiológicos mensurables. Otra posibilidad consistiría en inferir el alcance del aprendizaje basado en la propia experiencia a partir de su eficacia, y evaluar así la eficiencia del aprendizaje en diferentes terrenos. Esto último excede las posibilidades de nuestra metodología actual, pero tal vez en un futuro no muy lejano se pueda definir y verificar con criterio operacional.
Daremos algunos ejemplos para ilustrar nuestro análisis en términos más concretos. Imaginemos que la aceptación por parte del terapeuta conduce a la autoaceptación del paciente, y que la correlación entre estas dos variables es aproximadamente 0,70. Podría suceder que no fuera posible verificar la segunda hipótesis según su enunciado original, pero que, en cambio, descubriéramos que la autoaceptación del paciente aumenta en la misma medida en que su terapeuta lo percibe como persona. Esto nos indicaría que el hecho de que la terapia se centre en el cliente es efectivamente un elemento de aceptación, pero que guarda escasa relación con la posibilidad de que éste se convierta en persona. Supongamos también que logramos confirmar la tercera hipótesis, al comprobar que en la terapia se produce un cierto tipo de aprendizaje descriptible, basado en la propia experiencia, que no se observa en los grupos de control.
Si pasamos por alto los prerrequisitos y ramificaciones de los hallazgos y obviamos las derivaciones inesperadas que podrían surgir en la dinámica de la personalidad (puesto que es difícil imaginarlas de antemano), el párrafo precedente nos da cierta idea de lo que la ciencia puede ofrecer en este terreno. Puede suministramos una descripción más exacta de los acontecimientos y cambios que se producen en la terapia; iniciar la formulación de algunas leyes provisionales acerca de la dinámica de las relaciones humanas y, por último, enunciar en términos claros y empíricamente verificables la probable correlación existente entre las condiciones del terapeuta —o de la relación— y las conductas del cliente. Ya que la ciencia ha alcanzado estos logros en campos tales como la percepción y el aprendizaje, tal vez pueda hacer lo mismo en el terreno de la psicoterapia y del cambio de la personalidad. Las eventuales formulaciones teóricas deberían unificar todas estas esferas y enunciar las leyes que parecen gobernar las alteraciones de la conducta humana, sea en las situaciones que clasificamos como percepción y aprendizaje o en los cambios más globales y molares que ocurren durante la psicoterapia y que incluyen tanto la percepción como el aprendizaje.
ALGUNOS TEMAS DE DISCUSIÓN
He aquí dos métodos diferentes para percibir los aspectos esenciales de la psicoterapia, dos puntos de vista dispares acerca de cómo internarse en los sectores desconocidos de este territorio. Tal como aquí se presentan —y como son, por lo general, en la realidad—, ambas descripciones no parecen tener puntos comunes; cada una representa una manera definida de concebir la terapia, y ambas son, al parecer, caminos eficaces para llegar a sus verdades significativas. Cada vez que estos puntos de vista son sustentados por individuos o grupos diferentes surge la discordia; cuando una persona, como yo, por ejemplo, considera que ambos enfoques son acertados, se siente conflictuado por sostener ambas orientaciones. Aunque en un nivel superficial puedan reconciliarse o considerarse complementarios, pienso que, en un plano más profundo, surgen entre ellos muchas contradicciones. Quisiera plantear algunos de los problemas que se me presentan en relación con estos puntos de vista.
Las preguntas del científico
En primer lugar deseo enunciar algunas preguntas que el punto de vista científico formula al punto de vista basado en la propia vivencia (en ambos casos se trata de denominaciones provisionales). El científico práctico escucha el relato vivencial y luego dice:
1. «En primer término: ¿cómo sabe usted que este informe, o cualquier otro informe anterior o posterior es cierto? ¿Cómo sabe que guarda alguna relación con la realidad? Si hemos de confiar en que la experiencia interna y subjetiva revela la verdad sobre las relaciones humanas o sobre las maneras de modificar la personalidad, entonces el yoga, la doctrina cristiana, la dianética y las alucinaciones de un psicótico que se cree Jesucristo son todas ciertas, tan ciertas como este informe. Cada una representa la verdad tal como la percibe en su interior un individuo o un grupo. Si queremos evitar este atolladero de verdades múltiples y contradictorias debemos volver al único método capaz de acercamos más que ningún otro a la realidad: el método científico».
2. «En segundo lugar, este enfoque basado en la propia vivencia impide el perfeccionamiento de la habilidad terapéutica o el descubrimiento de los elementos menos satisfactorios de la relación. A menos que consideremos que la presente descripción es perfecta —lo cual es poco probable—, o admitamos que el nivel de la experiencia inmediata en la relación terapéutica es el más efectivo que se pueda alcanzar —lo cual es igualmente improbable—, habrá defectos, imperfecciones y puntos oscuros en la versión que estamos considerando. / ¿Cómo se descubrirán y corregirán esas deficiencias? El punto de vista basado en la propia vivencia no puede proponer más que un método de ensayo y error para alcanzar este objetivo; éste es un proceso lento que no ofrece verdaderas garantías. Incluso las críticas y sugerencias ajenas son de poca utilidad, por cuanto no surgen de la experiencia misma y, por consiguiente, carecen de la autoridad vital que ésta podría conferirles. En este caso, el método científico y los procedimientos del moderno positivismo lógico tienen mucho que ofrecer. Cualquier experiencia susceptible de ser descripta puede serlo en términos operacionales. Se pueden formular hipótesis y verificarlas, para luego separar lo verdadero de lo falso. Éste parece ser el único camino seguro para progresar, corregirse y acrecentar los conocimientos».
3. El científico hace aún otro comentario: «Esta descripción de la experiencia terapéutica parece implicar que en ella hay elementos que no pueden predecirse, que opera con algún tipo de espontaneidad o libre albedrío operativo (perdonando la expresión). Es como si parte de la conducta del cliente —y quizá también parte de la del terapeuta— no estuviera predeterminada, no fuera un eslabón de una secuencia de causa y efecto. No deseo ponerme metafísico, pero ¿puedo preguntar si esto es derrotismo? Puesto que indudablemente podemos descubrir las causas de gran parte de la conducta —usted mismo habla de crear las condiciones para que surjan determinadas conductas—, ¿por qué darse por vencido en cierto momento? ¿Por qué no proponerse al menos descubrir las causas de toda la conducta? Esto no significa que el individuo deba considerarse un autómata, pero no detendremos nuestra búsqueda de los hechos por creer que algunas puertas permanecerán cerradas para nosotros».
4. Finalmente, el científico no puede comprender por qué el psicoterapeuta, el experimentalista, habría de impugnar el único instrumento y método gracias al cual se han alcanzado la mayoría de los progresos que valoramos. «Al curar la enfermedad, prevenir la mortalidad infantil, lograr cosechas más abundantes, conservar alimentos, fabricar todas las cosas que hacen más cómoda la vida —desde los libros hasta el nilón— y comprender el universo, ¿cuál es la piedra fundamental? Es el método de la ciencia, aplicado a todos éstos y a muchos otros problemas. Es cierto que también ha desarrollado instrumentos bélicos —es decir, ha servido tanto a los propósitos destructivos como constructivos del hombre—, pero aun en estos casos su utilidad social potencial es muy grande. ¿Por qué habríamos de poner en duda la validez de este enfoque en el campo de las ciencias sociales? Por cierto, los progresos han sido lentos y todavía no se ha formulado otra ley tan trascendente como la de la gravedad, pero ¿hemos de abandonar este enfoque por pura impaciencia? ¿Qué alternativa nos ofrece iguales esperanzas? Si estamos de acuerdo en que los problemas sociales requieren urgente solución y si la psicoterapia puede iluminar la dinámica más importante y significativa de la modificación de la conducta humana, se deben aplicar a ella los cánones más rigurosos del método científico; tal vez así alcanzaremos con más rapidez un conocimiento provisional de las leyes que gobiernan la conducta individual y la modificación de las actitudes».
Las preguntas del experimentalista
Aunque a juicio de algunas personas las preguntas del científico ponen punto final a la cuestión, sus comentarios están lejos de satisfacer al terapeuta que ha vivido la experiencia de la psicoterapia. Por este motivo, presenta varias objeciones al enfoque científico.
1. «En primer lugar, la ciencia siempre tiene relaciones con el otro, el objeto. Diversos epistemólogos, e incluso Stevens, el psicólogo, señalan que uno de los elementos básicos de la ciencia consiste en que siempre se relaciona con el objeto observable, el otro observable. Esto es cierto aun cuando el científico experimente consigo mismo, puesto que para hacerlo se trata a sí mismo como individuo observable. Jamás se relaciona con el yo que vive la experiencia. Ahora bien, esta característica de la ciencia ¿no significa que debe mantenerse siempre ajena a una experiencia como la psicoterapia, que es muy personal, altamente subjetiva en un aspecto, y que depende por completo de la relación entre dos individuos, cada uno de los cuales es un yo que vive la experiencia? Por supuesto, la ciencia puede estudiar los acontecimientos que ocurren, pero siempre permanece ajena a lo que está sucediendo. Si quisiéramos emplear una analogía podríamos decir que la ciencia puede hacer una autopsia de los acontecimientos muertos de la psicoterapia, pero por su naturaleza misma nunca puede penetrar en su fisiología viviente. Por esta razón, los terapeutas reconocen —por lo general intuitivamente— que cualquier progreso en la terapia, cualquier conocimiento nuevo en este campo, cualquier hipótesis significativa debe surgir de la experiencia de terapeutas y clientes, y nunca puede provenir de la ciencia. Usaremos una nueva analogía: ciertos cuerpos celestes fueron descubiertos simplemente mediante el estudio de los datos científicos referentes a la trayectoria de las estrellas; más tarde los astrónomos buscaron estos astros hipotéticos y los encontraron. Parece muy poco factible que ocurra algo semejante con la terapia, puesto que la ciencia no tiene nada que decir acerca de la experiencia personal interna que “yo” tengo en la psicoterapia. Sólo puede referirse a los acontecimientos que suceden en él».
2. «Puesto que el campo de la ciencia es el “otro”, el “objeto”, todo lo que ella toca se transforma en objeto. Esto nunca ha sido un problema en las ciencias físicas, pero ha creado ciertas dificultades en el campo de las ciencias biológicas. Un gran número de médicos opinan que la tendencia creciente a considerar el organismo humano como un objeto, a pesar de su utilidad científica, puede resultar lamentable para el paciente. Preferirían que se lo volviera a considerar como persona. Sin embargo, es en las ciencias sociales donde este problema adquiere visos de gravedad, ya que significa que las personas que estudia el científico social son siempre objetos. En la terapia, tanto el cliente como el terapeuta se convierten en objetos de disección, y no en una persona con quien es posible iniciar una relación viviente. A primera vista, esto puede no parecer importante; podemos decir que el individuo considera a los demás como objetos cuando asume el papel de científico y que puede, si así lo desea, abandonar este papel y convertirse en una persona. Pero si indagamos más, veremos que ésta no pasa de ser una respuesta superficial. ¿Qué ocurrirá si nos proyectamos hacia el futuro y suponemos que estamos en posesión de las respuestas a la mayoría de las preguntas que investiga la psicología contemporánea? Entonces nos veríamos obligados a tratar a los demás —y aun a nosotros mismos— como a objetos. El conocimiento de todas las relaciones humanas sería, tan amplio que, en lugar de vivir las relaciones irreflexivamente, nos limitaríamos a conocerlas. Ya podemos vislumbrar el comienzo de tal situación en la actitud de los padres muy cultos que saben que el afecto “es bueno para el niño”. El saber esto a menudo les impide ser ellos mismos libre e irreflexivamente —ya sean afectuosos o no—. Vemos que el desarrollo de la ciencia en un ámbito como el de la psicoterapia es irrelevante desde el punto de vista de la experiencia, o bien puede dificultar la tarea de vivir la relación como un hecho personal».
3. El experimentalista tiene aún otra preocupación: Cuando la ciencia transforma a las personas en objetos, como ya dijimos, ello produce otra consecuencia: su resultado final es que promueve la manipulación. Esto último no tiene igual vigencia en problemas como la astronomía, pero en las ciencias físicas y sociales el conocimiento de los acontecimientos y sus relaciones conduce al manejo de algunos elementos de la ecuación. Esto es incuestionablemente cierto en lo que respecta a la psicología, y no lo es menos en relación con la psicoterapia. Si conocemos a la perfección el proceso de aprendizaje, empleamos ese conocimiento para manejar a las personas como si fueran objetos. Esta afirmación no pretende ser un juicio de valor acerca de la manipulación. Un juicio de esa naturaleza puede plantearse en términos éticos. Utilizando los conocimientos a que me refiero, incluso seremos capaces de llegar a manejarnos a nosotros mismos como objetos. De esta manera, si sé que cuando se repasa un tema varias veces el aprendizaje es más rápido que cuando uno se concentra en la lección durante largos períodos, puedo emplear este conocimiento para manejar mi aprendizaje del castellano. Pero el conocimiento otorga poder. Cuando conozco las leyes del aprendizaje, las uso para manejar a otros por medio de las diversas formas de la propaganda o de la predicción y el control de las respuestas. No es exagerado afirmar que el aumento del caudal de conocimientos en las ciencias sociales preludia el advenimiento del control social, el control de la mayoría por la minoría. Esto implica una tendencia igualmente intensa al debilitamiento o a la destrucción de la persona existencial. Cuando todos son considerados objetos, pierde fuerza, se devalúa o se destruye el individuo subjetivo, el sí mismo interior, la persona en proceso de transformación, la conciencia irreflexiva de ser, todo el aspecto interno del vivir. Hay dos libros que ilustran magníficamente esa situación. Uno de ellos, Walden Two[14] de Skinner, constituye una descripción del paraíso hecha por un psicólogo. A menos que haya deseado escribir una sátira mordaz, Skinner debe haber pensado que su paraíso era un lugar envidiable. En todo caso, es el paraíso de la manipulación; a menos que uno forme parte de un consejo gubernamental, las posibilidades de ser realmente una persona son ínfimas. El otro libro, Brave New World[15]. de Huxley, es sólo una sátira, pero describe vívidamente el debilitamiento de la personalidad humana que, según el autor, se asocia con el aumento de conocimientos psicológicos y biológicos. En términos concretos, parece que el desarrollo de las ciencias sociales (tal como ahora se las concibe y estudia) conduce a la dictadura social y a la pérdida de la personalidad individual. Los peligros que Kierkegaard vio hace un siglo parecen ahora mucho más reales que antes, a causa del mayor caudal de conocimientos que hoy existe.
4. «Finalmente —dice el experimentalista—, ¿no indica todo esto que las consideraciones éticas son más importantes que las científicas? No se me oculta el valor de la ciencia como instrumento y sé que puede ser un instrumento muy valioso, pero, a menos que se halle en manos de personas éticas, ¿no puede convertirse en un ídolo al que se inmolan víctimas? Hemos tardado mucho tiempo en reconocer la existencia de este problema, ya que en el caso de las ciencias físicas sólo adquirió verdadera importancia después que hubieron pasado varios siglos. En las ciencias sociales los conflictos éticos surgen con más rapidez, puesto que se trata de personas; pero en la psicoterapia aparecen aun con mayor urgencia y profundidad. En ella lo subjetivo, lo interno y lo personal alcanzan su expresión máxima; las relaciones se viven, no se estudian; el resultado no es un objeto, sino una persona que siente, elige, cree y actúa como tal y no como un autómata. He aquí también uno de los aspectos fundamentales de la ciencia: la exploración objetiva de los aspectos más subjetivos de la vida, la reducción a hipótesis, y eventualmente a teoremas, de lo que se ha considerado más personal, más íntimo y privado. Puesto que hemos descripto con tanta precisión ambos puntos de vista, debemos llevar a cabo una elección: una elección de valores personal y ética. Podemos hacerla por omisión, al no plantearnos la disyuntiva, o bien podemos realizar una elección que nos permita conservar de alguna manera ambos valores, pero de todos modos estamos obligados a elegir. Propongo que meditemos larga y profundamente antes de abandonar los valores que conducen a ser una persona, a vivenciar y vivir relación, a llegar a ser, que pertenecen al sí mismo como proceso, al sí mismo en el momento existencial, al sí mismo interno y subjetivo que vive».
El dilema
He aquí los puntos de vista opuestos que aparecen explícita y más a menudo implícitamente en el pensamiento psicológico actual. He aquí los términos del conflicto tal como surge en mí: ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿En qué dirección nos movemos? ¿Se ha planteado correctamente el problema o es una falacia? ¿Cuáles son los errores de apreciación? Si hemos captado su esencia, ¿estamos obligados a elegir uno u otro enfoque? En tal caso, ¿cuál de ellos elegiremos? ¿No existirá una alternativa más amplia, capaz de incluir ambos puntos de vista sin perjudicar a ninguno de los dos?
UN CONCEPTO MODIFICADO DE LA CIENCIA
Durante el año transcurrido desde que escribí al material precedente, he discutido esporádicamente este asunto con alumnos, colegas y amigos. Estoy muy agradecido a algunos de ellos por haberme sugerido ideas que luego se arraigaron en mí[16]. Poco a poco he llegado a creer que el error más importante del planteo original residía en la definición de ciencia. Quisiera corregir aquel error en esta sección e integrar los nuevos puntos de vista en la siguiente. Creo que el mayor inconveniente residía en considerar a la ciencia como algo que «está allí», que se escribe con mayúscula y es un «cuerpo de conocimientos» que existe en el espacio y en el tiempo. Como muchos otros psicólogos, pensaba en la ciencia como en una colección sistematizada y organizada de datos verificados provisionalmente, y veía en su metodología un medio para acumular y comprobar conocimientos que contaba con la aprobación social. La consideraba algo así como un depósito del que todos podían sacar agua —con una garantía de pureza del 99%—. Cuando se la encara de esta manera externa e impersonal parece razonable ver en la Ciencia no sólo un modo excelso de descubrir conocimientos, sino también algo que supone una tendencia a la despersonalización, a la manipulación, una negación de la libertad básica de elegir, cuya vigencia he comprobado en la psicoterapia. A continuación deseo definir el enfoque científico desde una perspectiva distinta y, así espero, más exacta.
La ciencia en las personas
La ciencia sólo existe en las personas. Todas las etapas de un proyecto científico —su comienzo, su desarrollo y su conclusión provisional— es aquello que resulta aceptable para el sujeto y sólo puede comunicarse a aquellos que están en condiciones subjetivas de recibir comunicación. También la utilización de la ciencia queda en manos de personas que buscan los valores significativos para ellas. Estas afirmaciones resumen en pocas palabras el cambio que deseo introducir en mi descripción de la ciencia. Analicemos las diversas fases de la ciencia desde este punto de vista.
La etapa creativa
La ciencia se origina en una persona determinada que persigue nietas, propósitos y valores de significado personal y subjetivo. Su «deseo de descubrir» forma parte de esta búsqueda en ciertos campos. Por consiguiente, si ha de ser un buen científico debe sumergirse en la experiencia, ya sea en el laboratorio de física, en el mundo de la vida vegetal o animal, en el hospital, la clínica o el laboratorio psicológico. Esta inmersión es total y subjetiva y se asemeja a la ya descripta del terapeuta en la terapia. El científico siente su campo de interés, lo vive; no se limita a pensar en el problema en cuestión: deja que su organismo asuma el mando y reaccione ante el medio, tanto en el nivel cognoscitivo como en el inconsciente. Así llega a sentir más cosas que las que podría verbalizar acerca de su campo de trabajo y reacciona organísmicamente en función de relaciones no presentes en su apercepción.
De esta inmersión completa y subjetiva emerge una configuración creativa, un sentido de orientación, un planteo vago de relaciones hasta entonces ignoradas. Esta configuración creativa se talla, se precisa y se formula en términos más claros hasta constituir una hipótesis: una profesión de fe preliminar, personal y subjetiva. El científico recurre al sentimiento de que «existe tal o cual relación, y la existencia de este fenómeno reviste importancia desde el punto de vista de mis valores personales».
Estoy describiendo la fase inicial de la ciencia, tal vez la más importante, que los científicos norteamericanos —en particular los psicólogos— suelen minimizar o ignorar. No se trata de que se la haya negado, sino de que, por lo general, se la ha olvidado. Kenneth Spence, refiriéndose a este aspecto de la ciencia, ha dicho que simplemente «se la da por sentada».[17] Como ocurre con muchas otras experiencias que se dan por sentadas, también se lo suele olvidar. No cabe duda de que toda ciencia y toda investigación científica individual se han originado en la matriz de la experiencia inmediata, personal y subjetiva.
La confrontación con la realidad
Mediante un proceso creativo, entonces, el científico ha alcanzado su hipótesis, su profesión de fe. Pero ¿concuerda ésta con la realidad? La experiencia nos demuestra que es fácil engañarnos y confiar en cosas que luego ella misma señala como falsas. ¿Cómo saber si esta creencia inicial guarda alguna relación real con los hechos observados? Puedo responder a esto de varias maneras. Por ejemplo, puedo tomar una serie de precauciones al observar los hechos, para asegurarme de no estar engañándome a mí mismo; puedo consultar a otros que también hayan procurado evitar el autoengaño y aprender así nuevas maneras de detectar aquellas ideas que no ofrecen garantías por basarse en observaciones mal interpretadas; en síntesis, puedo comenzar a usar toda la compleja metodología que ha acumulado la ciencia. Descubro que la formulación de mi hipótesis en términos operacionales evitará muchos callejones sin salida y conclusiones falsas; que los grupos de control me permiten evitar inferencias erróneas; que las correlaciones, cocientes tau y razones críticas y todo el conjunto de procedimientos estadísticos me ayudarán a formular sólo referencias razonables.
Valoro pues la metodología científica por lo que realmente es: un modo de evitarme decepciones respecto de mis presentimientos subjetivos, desarrollados a partir de mi relación con el material de estudio. En este contexto, y tal vez solamente en éste, ocupan un lugar significativo la vasta estructura del operacionalismo, el positivismo lógico, la planificación de investigaciones, los tests de significación estadística, etcétera. Tales instrumentos no tienen validez en sí mismos; sólo sirven para verificar, mediante la confrontación con el hecho objetivo, la creación subjetiva que aparece como sentimiento, presentimiento o hipótesis.
Aun cuando el científico aplique estos métodos rigurosos e impersonales, las elecciones siguen siendo subjetivas y se hallan exclusivamente a su cargo. ¿A cuál de estas hipótesis dedicaré mi tiempo? ¿Qué tipo de grupo de control será el más adecuado para evitar el autoengaño en esta investigación? ¿Qué alcance deberá tener el análisis estadístico? ¿En qué medida he de creer en los hallazgos? Cada uno de éstos es un juicio necesariamente personal y subjetivo que destaca el hecho de que la espléndida estructura de la ciencia reposa sobre el empleo que las personas hagan de ella. La ciencia es, hasta ahora, el mejor instrumento que hayamos podido crear para verificar nuestra captación organísmica del universo.
Los hallazgos
Si como científico estoy satisfecho de la manera en que he desarrollado mi investigación, si no he desechado ninguna prueba, si he seleccionado y usado con inteligencia todas las precauciones contra el autoengaño que tomé de otros o elaboré por mi cuenta, entonces podré dar crédito, provisionalmente, a los hallazgos que hayan surgido y los emplearé como punto de partida para ulteriores investigaciones y búsquedas.
Pienso que en lo mejor de la ciencia, el propósito primordial consiste en suministrar una hipótesis o creencia más satisfactoria y fidedigna para el investigador mismo. En la medida en que el científico intenta demostrar algo a otra persona —error que yo mismo he cometido a menudo está utilizando la ciencia para superar su propia inseguridad personal y le está impidiendo cumplir su función verdaderamente creativa al servicio de la persona.
Con respecto a los hallazgos de la ciencia, el fundamento subjetivo se manifiesta con claridad en el hecho de que a veces el científico puede rehusarse a creer en sus propios hallazgos. «El experimento demostró tal cosa y tal otra, pero no creo que sea cierto»; he aquí algo que todo científico ha experimentado alguna vez. Ciertos descubrimientos muy fructíferos han surgido de una incredulidad persistente en los descubrimientos propios y ajenos, por parte de un científico. En última instancia, éste puede llegar a confiar más en sus reacciones organísmicas totales que en los métodos de la ciencia. No cabe duda de qué esta actitud puede conducir a graves errores, así como también a verdaderos descubrimientos científicos, pero es una prueba más del papel preponderante de lo subjetivo en el uso de la ciencia.
La comunicación de los hallazgos científicos
Esta mañana, mientras vadeaba un arrecife de coral en el Caribe, creo haber visto un gran pez azul. Si supiera que el lector también lo vio, independientemente de mí, tendría más confianza en mi propia observación. Esto se conoce como verificación intersubjetiva y desempeña un importante papel en nuestra comprensión de la ciencia. Si guío al lector —en la realidad, en una conversación o mediante una publicación— llevándolo por el camino que he seguido en determinada investigación, y éste opina que no me he engañado, que he descubierto una nueva relación adecuada a mis valores y que tengo motivos para depositar provisionalmente mi confianza en esta relación recién descubierta, entonces nos hallaremos ante los comienzos de la Ciencia con mayúscula. Una vez llegados a este punto quizá pensemos que hemos creado un cuerpo de conocimientos científicos. En realidad no hay tal cuerpo de conocimientos: sólo hay creencias provisionales que existen subjetivamente en un número de personas diferentes. Si estas creencias no son provisionales nos encontramos ante un dogma, no una ciencia. Si, por otra parte, el investigador es el único que cree en el hallazgo, tal vez sea un asunto personal y extraviado, un caso de psicopatología, o bien una verdad poco común descubierta por un genio a quien nadie está aún en condiciones subjetivas de creer. Esto me lleva a formular algunos comentarios acerca del grupo capaz de depositar provisionalmente su confianza en cualquier hallazgo científico.
¿A quién comunicar los hallazgos?
Por supuesto, los descubrimientos científicos sólo pueden transmitirse entre quienes comparten las mismas reglas básicas de investigación. Los hallazgos de la ciencia acerca de la infección bacteriana no impresionarán al aborigen australiano; él sabe que en realidad la enfermedad se debe a los malos espíritus y sólo estará en condiciones de aceptar los hallazgos científicos si antes ha admitido que el método científico es una manera adecuada de evitar el autoengaño.
No obstante, aun quienes han aceptado las reglas básicas de la ciencia sólo pueden dar crédito a un descubrimiento si existe una predisposición subjetiva a creer. Hay muchos ejemplos de esto; para mencionar sólo uno diremos que muchos psicólogos están dispuestos a creer en las pruebas que demuestran que el sistema de clases magistrales produce un incremento significativo en el aprendizaje, pero de ninguna manera creerán que la capacidad de reconocer naipes sin verlos pueda atribuirse a una habilidad denominada percepción extrasensorial. Sin embargo, las pruebas científicas de esto último son mucho más exactas que las que se refieren al punto anterior. De modo análogo, cuando se dieron a conocer por primera vez los llamados «estudios de Iowa», que señalaban que las condiciones ambientales pueden provocan− considerables alteraciones en la inteligencia, se desató una ola de incredulidad entre los psicólogos y cundieron los ataques contra los métodos usados, que fueron tachados de deficientes. Las pruebas que hoy apoyan esos hallazgos no son superiores a las que existían en un comienzo, pero ahora los mismos psicólogos están mucho más dispuestos a creer en la veracidad de aquella afirmación. Un historiador de la ciencia ha señalado que si hubieran existido empiristas en la época de Copérnico, habrían sido los primeros en dudar de sus hallazgos.
En consecuencia, el hecho de que una persona crea o no en los hallazgos científicos propios o ajenos depende, al parecer, en cierta medida, de su predisposición a creer provisionalmente en ellos[18]. Una de las razones por las que en general no advertimos este hecho subjetivo es que en las ciencias físicas —en especial— la experiencia nos ha enseñado a creer cualquier hallazgo logrado mediante el uso apropiado de las reglas del juego científico.
El empleo de la ciencia
No sólo el origen, desarrollo y conclusión de la ciencia residen en la experiencia subjetiva de las personas, sino que esta última determina también la utilización de los hallazgos científicos. La «ciencia» misma nunca podrá despersonalizar, manejar o controlar a los individuos; sólo las personas pueden hacerlo. Ésta es, sin duda, una observación superflua y trivial, pero creo que es importante comprender su significado profundo. El empleo de los hallazgos científicos en el campo de la personalidad es y será un asunto librado a una elección personal subjetiva —el mismo tipo de elección que se hace en el transcurso de la psicoterapia—. En la medida en que, por razones de defensa, la persona haya impedido el acceso a la conciencia de determinados aspectos de su experiencia, aumenta su probabilidad de que adopte decisiones destructivas para la sociedad. En la medida en que permanezca abierta a todas las fases de su experiencia, podemos confiar en que usará los hallazgos y métodos de la ciencia (o cualquier otro instrumento o capacidad) de manera constructiva, tanto en el plano personal como en el social[19]. En realidad no existe una entidad amenazadora llamada «Ciencia», capaz de afectar nuestro destino; sólo hay personas. Si bien muchas son amenazadoras y peligrosas por su necesidad de defenderse y aunque el conocimiento científico moderno multiplica la amenaza y el peligro social, esto no es todo. Existen otros dos aspectos significativos: 1) hay muchas personas relativamente abiertas a u experiencia y, en consecuencia, constructivas para la sociedad; 2) tanto la experiencia subjetiva de la psicoterapia como los hallazgos científicos al respecto señalan que los individuos se hallan motivados para el cambio y pueden ser ayudados en esta tarea; la dirección de este cambio es hacia una mayor apertura a la experiencia y, por consiguiente, hacia una conducta que tiende a mejorar al individuo y su sociedad, y no a destruirlos.
En síntesis, la Ciencia nunca puede amenazarnos; sólo las personas pueden hacerlo. Aunque los individuos puedan tornarse destructivos en su manejo de los instrumentos que el conocimiento científico pone en sus manos, éste es sólo un aspecto de la cuestión. Ya conocemos de manera subjetiva y objetiva los principios básicos mediante los cuales el individuo puede alcanzar una conducta social más constructiva, propia de su proceso organísmico de llegar a ser.
UNA NUEVA INTEGRACIÓN
Esta línea de pensamiento me ha permitido lograr una nueva integración en la que el conflicto entre el «experimentalista» y el «científico» tiende a desaparecer. Esta integración puede no resultar aceptable para otras personas, pero reviste gran trascendencia para mí. Sus principios fundamentales han sido señalados implícitamente en la sección anterior; ahora trataré de enunciarlos teniendo presente las discusiones que se suscitan entre quienes sostienen cada uno de estos puntos de vista opuestos.
La ciencia, así como la terapia y los restantes aspectos de la vida, tiene sus raíces y su base en la experiencia subjetiva e inmediata de una persona; surge de la vivencia organísmica, interna y total, que sólo puede comunicarse de manera parcial e imperfecta; es una fase de la vida subjetiva.
Pienso que las relaciones humanas son valiosas y gratificantes; por eso entablo un tipo de relación que se conoce como relación terapéutica. En ella los sentimientos y el conocimiento se funden en una experiencia unitaria que se vive —no se estudia—, la conciencia no es reflexiva y yo soy un participante —no un observador—. Puesto que la armonía exquisita que parece existir en el universo y en esta relación despierta mi curiosidad, puedo abstraerme de la experiencia y verla desde afuera, convirtiendo a los demás y a mí mismo en objetos de esa observación. Como observador empleo todos los elementos que surgen de la experiencia viviente; para evitar engañarme y lograr una idea más adecuada del orden existente uso todos los cánones de la ciencia. La ciencia no es algo impersonal, sino simplemente una persona que vive de manera subjetiva un aspecto particular de sí mismo. Para alcanzar una comprensión más profunda de la terapia (o de cualquier otro problema), es necesario vivirla u observarla según las reglas de la ciencia, o bien que se comuniquen entre sí ambos tipos de experiencia en el interior del individuo. En cuanto a la experiencia subjetiva de elegir, no sólo es fundamental en la terapia, sino también en el empleo del método científico por parte de una persona.
El destino que yo asigne al conocimiento obtenido mediante este método —ya sea para comprender, mejorar y enriquecer o bien para controlar, manejar y destruir— queda librado a una elección subjetiva que depende de mis propios valores personales. Si, por tener miedo y necesitar defenderme, excluyo de mi conciencia amplias esferas de la experiencia, si sólo puedo ver los hechos que confirman mis creencias actuales y soy ciego a todos los demás, si no veo más que los aspectos objetivos de la vida y soy incapaz de percibir los subjetivos e impido que mi percepción funcione en todo el espectro de su sensibilidad, es posible que me convierta en un ser socialmente destructivo —ya sea mediante los conocimientos y métodos de la ciencia o mediante el poder y la fuerza emocional de una relación subjetiva—. Si, en cambio, permanezco abierto a mi experiencia y permito que ingresen en mi conciencia todas las sensaciones de mi complejo organismo, lo más probable es que me emplee a mí mismo y que utilice mi experiencia subjetiva y mi conocimiento científico en un sentido realista y constructivo.
Éste es el grado de integración que he logrado entre dos enfoques que cuites parecían contradictorios. No resuelve por completo los problemas planteados en la sección anterior, pero parece apuntar hacia algún tipo de respuesta. Vuelve a abordar el problema y lo replantea colocando a la persona subjetiva y existencial, junto con los valores que ella sostiene, en la base de la relación terapéutica y científica. Esto sucede porque también la ciencia, en su comienzo, es una relación «yo-tú» con una persona o un grupo, y sólo es posible ingresar en estas relaciones como persona subjetiva.