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«SER LA PERSONA QUE UNO REALMENTE ES»: COMO VE UN TERAPEUTA LOS OBJETIVOS PERSONALES

En la actualidad, la mayoría de los psicólogos consideran un insulto el hecho de que se les atribuyan pensamientos filosóficos. No comparto este punto de vista. No puedo evitar sentir curiosidad acerca del significado de las cosas que observo. Algunos de estos significados parecen tener implicaciones alentadoras para nuestro mundo moderno.

En 1957 mi amigo el doctor Russell Becker, quien fue alumno mío y luego colega, me invitó a dar una conferencia especial en una asamblea general en el Wooster College, en Ohio. Decidí desarrollar con mayor claridad para mí mismo el significado de las orientaciones personales que los clientes parecen asumir en el ambiente de libertad de la relación terapéutica. Al terminar el trabajo, abrigaba serias dudas acerca de si había sido capaz de expresar algo original o significativo. El largo y cerrado aplauso que me dispensó el auditorio disipó en cierta medida mis temores.

El tiempo transcurrido me permite ser más objetivo con respecto a lo que dije en aquella ocasión; al analizar el contenido de esta conferencia, siento satisfacción por dos motivos. Pienso que expresa de manera adecuada las observaciones que he condensado en dos tesis muy importantes: una es mi confianza en el organismo humano, cuando éste funciona libremente; la otra es la calidad existencial de una vida satisfactoria, tema del que se ocupan algunos de nuestros filósofos más modernos, y que ya fuera expresado de modo inmejorable por Lao-tsé hace más de veinticinco siglos, cuando dijo: «La manera de hacer es ser».

Las preguntas

«¿Cuál es mi objetivo en la vida?». «¿Para qué me estoy esforzando?». «¿Cuál es mi propósito?». Éstas son preguntas que todo individuo se plantea en un momento u otro de su vida, a veces con una actitud serena y meditativa, otras, sumido en la agonía de la incertidumbre o en la desesperación. Son preguntas muy antiguas, que el hombre se ha planteado y respondido en cada siglo de la historia, pero también preguntas que cada individuo debe formularse y responder por sí mismo.

Como asesor las oigo expresadas de muchas maneras diferentes a medida que hombres y mujeres que padecen tratan de aprender, comprender o elegir las orientaciones que adopta su vida.

En un sentido, no hay nada nuevo que decir acerca de estas preguntas. Por cierto, la frase que he citado en el título de este capítulo fue tomada de la obra de un hombre que luchó por responder estos interrogantes hace más de un siglo. Parecería presuntuoso expresar simplemente otra opinión personal acerca de este tema de los objetivos y propósitos; sin embargo, puesto que durante muchos años he trabajado con individuos conflictuados e inadaptados, creo poder discernir una trama, una tendencia, una comunidad o una armonía en el conjunto de respuestas provisionales que ellos hallan para sí mismos. En consecuencia, me gustaría compartir con el lector mi impresión acerca de lo que los seres humanos parecen esforzarse por alcanzar, cuando están en libertad de elegir.

Algunas respuestas

Antes de intentar introducir al lector en el mundo de mi propia experiencia con mis clientes desearía recordarle que las preguntas que he mencionado no son preguntas retóricas y que tanto antes como ahora ha habido discrepancias entre las respuestas. Cuando en el pasado los hombres se interrogaron acerca del propósito de la vida, algunos respondieron con las palabras del catecismo: «Él objetivo principal del hombre es glorificar a Dios». Otros pensaron que se trataba de prepararse para la inmortalidad. Hubo quienes se propusieron un fin mucho más terreno: disfrutar, liberar y satisfacer sus deseos sensuales. Otro grupo, que hoy tiene muchos representantes, opina que el propósito de la vida es obtener posesiones materiales, status, conocimientos o poder. No faltan quienes se dedican plena y devotamente a una causa externa, tal como el cristianismo o el comunismo. El propósito de Hitler fue convertirse en el líder de una raza superior que ejercería el poder sobre el resto del mundo. Muchos orientales, por el contrario, se han esforzado por eliminar todo deseo personal y ejercer un máximo de control sobre ellos mismos. Menciono estas elecciones tan variables para señalar algunos de los diferentes objetivos por los que han vivido los hombres y sugerir que hay muchas metas posibles.

En un importante estudio realizado poco tiempo atrás, Charles Morris investigó objetivamente las orientaciones vitales que preferían los estudiantes de seis países diferentes: India, China, Japón, Estados Unidos, Canadá y Noruega6. Como era de esperar, halló importantes diferencias entre los fines de estos grupos nacionales. Por medio de un análisis factorial de sus datos trató de determinar las dimensiones de valor implícitas que parecían determinar los miles de preferencias individuales. Sin profundizar en los detalles de su análisis, podríamos observar las cinco dimensiones que se pusieron de manifiesto y que, combinadas de diversas maneras positivas y negativas, parecen ser responsables de las elecciones individuales.

La primera de estas dimensiones de valor implica la preferencia por una participación en la vida responsable, moral y autorrestringida, que aprecia y procura conservar lo que el hombre ha logrado.

La segunda asigna gran importancia a la lucha por superar los obstáculos que se presentan. Implica una confiada aceptación del cambio, tanto en lo que respecta a la resolución de los problemas personales y sociales como a la superación de los obstáculos que presenta el mundo natural.

La siguiente dimensión destaca el valor de una vida interior autosuficiente y de una rica autopercepción. El individuo renuncia al control sobre las personas y cosas, a favor de una comprensión profunda y simpática de sí mismo y de los demás.

La cuarta dimensión atribuye especial valor a la receptividad hacia las personas y la naturaleza. La inspiración se considera como algo que procede de una fuente externa, ajena al sí mismo, la persona vive y se desarrolla respondiendo devotamente a esa fuente.

La quinta y última dimensión destaca el placer sensitivo, el goce de uno mismo. Se valorizan los placeres más simples de la vida, el abandono a los requerimientos del mundo, la actitud libre y abierta hacia la vida.

La importancia de este estudio reside en el hecho de que es uno de los primeros en que se midieron objetivamente las respuestas que diferentes culturas dan a la pregunta «¿Cuál es el propósito de la vida?» y de que, en consecuencia, nos permite aumentar nuestros conocimientos al respecto. También ha contribuido a definir algunas de las dimensiones básicas en función de las cuales se realiza la elección. Como dice Morris al referirse a estas dimensiones: «Es como si las personas de diversas culturas tuvieran en común las cinco notas principales de las escalas musicales sobre las que componen diferentes melodías.» (5, pág. 185).

Otro criterio

A pesar de todo, este estudio no me satisface por completo. Ni las «Maneras de vivir» que Morris presentó a los alumnos como posibles elecciones ni las dimensiones factoriales parecen incluir la meta vital que ha surgido de mi experiencia con mis clientes. Las personas que durante las horas de terapia luchan por encontrar un modo de vida para ellos mismos siguen un patrón de conducta general que no corresponde exactamente a ninguna de las descripciones de Morris.

La mejor manera en que puedo enunciar esta meta vital, tal como ella surge en mi relación con los clientes, es utilizando las palabras de Søren Kierkegaard: «ser la persona que uno realmente es» (3, pág. 29). Sé muy bien que esto puede parecer demasiado simple, incluso absurdo. La frase «ser lo que uno es» parece más un enunciado de hechos evidentes que la formulación de un objetivo. ¿Qué significa esta expresión? ¿Qué implica? Quiero dedicar las observaciones siguientes a estos temas. Comenzaré diciendo que parece significar e implicar algunas cosas extrañas. Mi experiencia con los clientes y mi propia búsqueda de mí mismo me han llevado a sostener puntos de vista que no hubiera sido capaz de defender hace diez o quince años. Espero que el lector reciba mis posiciones con escepticismo critico y las acepte sólo en la medida en que ellas encuentren un verdadero correlato con su propia experiencia.

LAS ORIENTACIONES QUE ADOPTAN LOS CLIENTES

Veamos si puedo identificar y explicar algunas de las tendencias que observo en el trabajo con mis clientes. En mi relación con estos individuos, mi meta ha sido crear un clima que les proporcione toda la seguridad, calidez y comprensión empática que me siento capaz de brindar auténticamente. No me ha parecido útil ni satisfactorio interferir en la experiencia del cliente con explicaciones diagnósticas, interpretaciones, sugerencias o consejos. Por consiguiente, las tendencias que observo parecen surgir del cliente mismo, y no de mí[12].

Dejan de utilizar las máscaras

Al principio observo que el cliente, con dudas y temores, acusa una tendencia a alejarse de un sí mismo que él no es. En otras palabras, aun cuando ignore hacia dónde se dirige, procura alejarse de algo. Por supuesto, al hacer esto, comienza a definir lo que es, aunque en términos negativos.

En un comienzo, el cliente puede expresar esto simplemente como el miedo a manifestar que es. Un joven de dieciocho años dice, en una de sus primeras entrevistas: «Sé que no soy tan violento y temo que lo descubran. Por eso hago estas cosas… Algún día van a descubrir que no soy tan violento. Simplemente estoy tratando de postergar ese día todo lo que puedo… Si usted me conoce como yo me conozco…

(Pausa). No le voy a decir qué clase de persona pienso que soy en realidad. Hay una sola cosa en la que no voy a cooperar, y es en eso…

No veo de qué le serviría saber lo que yo pienso de mí mismo para formarse su propia opinión sobre mí».

La expresión de este miedo forma parte del proceso de su transformación en lo que realmente es. En lugar de ser sólo una máscara, se está acercando a la posibilidad de ser él mismo, es decir, una persona atemorizada que se oculta tras una fachada, porque se considera demasiado espantosa como para mostrarse tal cual es.

Dejan de sentir los «debería».

Otra tendencia de este tipo se manifiesta en el hecho de que el cliente se aleja de la imagen compulsiva de lo que «debería ser». Algunos individuos han internalizado hasta tal punto el concepto inculcado por sus padres según el cual «debería ser bueno» o «debo sea bueno», que sólo por medio de una intensa lucha interior pueden abandonar esta meta. Una mujer joven, al describir su relación insatisfactoria con su padre, comienza diciendo cuánto le importaba lograr el amor de éste: «Pienso que en todo este sentimiento acerca de mi padre realmente yo quería lograr una buena relación con él… Quería que él se preocupara por mí y, sin embargo, no podía conseguirlo». Siempre sentía que debía satisfacer todas sus exigencias y expectativas, y esto era… «demasiado. Si cumplía una de ellas, aparecía otra y otra y otra y nunca llegaba a satisfacerlas todas. Es como una exigencia sin fin». La cliente siente que ha sido como su madre, sumisa y complaciente, y ha tratado de satisfacer todas las exigencias de su padre. «Y realmente no quería ser ese tipo de persona. Pienso que no es bueno ser así, pero creo que sentía que así hay que ser si uno desea que los demás piensen en uno y lo amen. ¿Y quién querría amar a una persona así, tan débil?». El asesor respondió: «¿Quién amaría a un felpudo?». La respuesta fue: «¡Al menos a mí no me gustaría ser amada por el tipo de persona capaz de querer a un felpudo!».

Aunque estas palabras no revelan parte alguna del sí mismo al que la cliente podría estar aproximándose, el hastío y desdén de su voz y su expresión ponen de manifiesto que se está alejando de un sí mismo que tiene que ser bueno, que tiene que ser sumiso.

Otro hecho curioso es que algunos individuos descubren que se han sentido obligados a considerarse malos y que se están alejando de ese concepto de sí mismos. Un joven ilustra claramente este alejamiento: «No sé de dónde saqué esta impresión de que sentir vergüenza de sí mismo era el sentimiento más apropiado para mí… Simplemente tenía que avergonzarme de mí mismo… Existía un mundo en el que sentir vergüenza de mí mismo era lo mejor que podía sentir… Si uno es alguien que merece reprobación, supongo que lo mejor que puede hacer para respetarse un poco a sí mismo es avergonzarse de aquella parte de uno que los demás no aprueban…».

«Ahora me niego firmemente a hacer cosas conforme a mi antiguo punto de vista… Es como si estuviera convencido de que alguien me ha dicho: “Tendrás que avergonzarte de ser como eres, así que hazlo”, lo acepté durante mucho mucho tiempo, diciendo: “Bueno, así soy yo”».

Y ahora me enfrento a ese alguien diciéndole: «No me interesa lo que digas. No pienso sentirme avergonzado de mí mismo!». Sin duda alguna, este cliente está abandonando el concepto de sí mismo que consideraba malo y vergonzoso.

Dejan de satisfacer expectativas impuestas

Otros clientes se alejan de las pautas de conducta que la cultura les impone. Como lo ha señalado enérgicamente Whyte en su libro7, en nuestra cultura industrial actual, por ejemplo, existen intensas presiones que impulsan al individuo a adquirir las características que se espera hallar en el «hombre-organización». Las personas deben integrar un grupo, subordinar su individualidad a las necesidades de éste y convertirse en «hombres cabales capaces de manejar a hombres cabales».

Jacob concluyó recientemente un estudio sobre los valores de los estudiantes en los Estados Unidos, y resume sus hallazgos de la siguiente manera: «El principal efecto de la educación superior sobre los estudiantes consiste en lograr la aceptación, por parte de éstos, de un cuerpo de normas y actitudes características de los universitarios de ambos sexos en la comunidad norteamericana… El objetivo de la experiencia universitaria es… socializar al individuo, refinar, pulir y modelar sus valores, de manera tal que pueda adaptarse cómodamente a la jerarquía del egresado de una universidad de Estados Unidos» (1, pág. 6).

Frente a estas presiones que impulsan al conformismo, observo que, cuando los clientes se sienten en libertad de ser como quieren, comienzan a desconfiar de la organización, universidad o cultura que tiende a modelarlos en una dirección determinada y cuestionar los valores que se pretende imponerles. Uno de mis clientes dijo con gran vehemencia:

«Durante mucho tiempo traté de vivir de acuerdo con cosas que tienen significado para otra gente y que para mí en realidad no tenían ningún sentido. En algún nivel yo sentía mucho más que eso». Tal como ocurre con los demás, también él tiende a alejarse de lo que se espera que haga.

Dejan de esforzarse por agradar a los demás

Observo que muchos individuos que se han formado tratando de agradar a los demás, cuando se sienten libres, abandonan esa actitud.

Un profesional, recordando parte del proceso que ha experimentado, y ya próximo al final de la terapia, escribe: «Por último, sentí que tema que empezar a hacer lo que quería hacer y no lo que pensaba que debería hacer, independientemente de lo que los demás esperaran que hiciera. Esto significa una inversión total de mi vida. Siempre sentí que tema que hacer cosas porque eso es lo que se esperaba de mí o bien, lo que es más importante, para gustar a la gente. ¡Al diablo con todo eso! Creo que desde ahora voy a ser simplemente yo, rico o pobre, bueno o malo, racional o irracional, lógico o ilógico, famoso o infame. Le agradezco el haberme ayudado a redescubrir las palabras de Shakespeare: “Sé sincero contigo mismo”».

Se podría decir que en la libertad y seguridad de una relación comprensiva, los clientes definen su meta en términos negativos, al descubrir algunas de las direcciones en las que no desean moverse. Prefieren no ocultarse a sí mismos sus propios sentimientos, ni hacerlo tampoco con las personas que para ellos son significativas. No desean ser lo que «deberían» ser, independientemente de que esa obligación sea impuesta por los padres o por la cultura y definida en términos positivos o negativos. No desean adecuar su conducta ni moldearse ellos mismos con el único propósito de agradar a los demás. En otras palabras, desechan todo lo que hay de artificial en su vida o lo que les es impuesto o definido desde afuera. Advierten que ya no valoran esos propósitos o metas, a pesar de que hasta ese momento han vivido de acuerdo con ellos.

Comienzan a autoorientarse

¿Qué implica, en términos positivos, la experiencia de estos clientes? Trataré de describir algunas de las direcciones que se observan en su movimiento.

En primer término, el cliente comienza a avanzar hacia la autonomía; esto significa que elige paulatinamente las metas que él desea alcanzar. Se vuelve responsable de sí mismo; decide cuáles actividades y maneras de comportarse son significativas para él y cuáles no lo son. Pienso que esta tendencia hacia la autoorientación ha quedado ampliamente ilustrada en los ejemplos ya citados.

No deseo dar la idea de que mis clientes se mueven en esta dirección de manera alegre y confiada. La libertad de ser uno mismo asusta por la responsabilidad que implica; el individuo se aproxima a ella con cautela y temor, al comienzo casi sin confianza alguna.

Tampoco quiero que el lector piense que el cliente siempre hace una elección correcta. Asumir la dirección de uno mismo de manera responsable significa que uno realiza su elección y luego aprende a partir de las consecuencias; ello representa para los clientes una experiencia apaciguadora pero excitante. Como dijo uno de ellos: «Me siento asustado, vulnerable y sin apoyo, pero también siento que en mí surge una especie de fuerza». Esta reacción se observa a menudo, cuando el cliente asume la dirección de su propia vida y de su conducta.

Comienzan a ser un proceso

La segunda observación resulta difícil de formular, porque no existen palabras adecuadas para hacerlo. Los clientes parecen convertirse cada vez más abiertamente en un proceso de constante cambio y adquieren mayor fluidez. No los perturba descubrir que varían día a día, que no siempre sienten lo mismo ante una experiencia o una persona determinada, que no siempre son consecuentes consigo mismos. Se hallan en un continuo cambio y parecen sentirse satisfechos por ello. El esfuerzo por alcanzar conclusiones y estados definitivos disminuye.

Un cliente dice: «No cabe duda de que las cosas están cambiando, puesto que ya no puedo predecir más mi propia conducta. Antes podía hacerlo; ahora no sé qué voy a decir en el momento siguiente. Es un sentimiento peculiar… A veces me asombro de haber dicho ciertas cosas… Todo el tiempo veo cosas nuevas. Es una aventura, eso es… hacia lo desconocido… Está empezando a gustarme, estoy contento, aun respecto de las cosas viejas y negativas». Primero, el cliente comienza a percibirse a sí mismo como un proceso fluido en la hora de la terapia; luego verá que esta característica se manifiesta en toda su vida. No puedo evitar recordar la descripción que hace Kierkegaard del individuo que existe realmente. «Un individuo que existe se encuentra en constante proceso de devenir… y expresa todos sus pensamientos en función de proceso. Con él… sucede lo mismo que con un escritor y su estilo, puesto que sólo tiene estilo aquel que nunca ha concluido nada y “agita las aguas del idioma” cada vez que comienza, de manera que la expresión más común se le aparece con la frescura de su nacimiento» (2, pág. 79). Creo que esto expresa perfectamente el movimiento que describen los clientes en la terapia: hacia un proceso de potencialidades nacientes y no hada una meta fija.

Comienzan a ser toda la complejidad de su sí mismo

La experiencia de estos clientes implica también convertirse en un proceso complejo y rico. Tal vez sea útil incluir un ejemplo. Uno de nuestros asesores, que ha recibido gran ayuda en su propia psicoterapia, conversó conmigo acerca de su relajón con un cliente muy difícil y alterado. Observé que sólo quería referirse al cliente brevemente. Sobre todo deseaba tener presente la complejidad de sus propios sentimientos en la relación: su preocupación empática por el bienestar del cliente, la calidez que éste le inspiraba, su ocasional frustración y aburrimiento, cierto temor de que el cliente desarrollara una psicosis, su inquietud acerca de lo que los demás pensarían si el caso no terminaba bien. Comprendía que si lograba ser todos sus sentimientos cambiantes y a veces contradictorios en la relación, de manera abierta y transparente, todo se resolvería de manera satisfactoria. Si, por el contrario, sólo era una parte de sus sentimientos y adoptaba una fachada o una máscara defensiva, indudablemente la relación no sería buena. Este deseo de ser todo uno mismo en cada momento —toda la riqueza y complejidad, sin elementos ocultos o temidos— es común a todos aquellos que se han mostrado capaces de gran movimiento en la psicoterapia. No es necesario agregar que se trata de una meta difícil de alcanzar, incluso imposible en sentido absoluto. No obstante, la tendencia que impulsa a los clientes a convertirse en toda la complejidad de su sí mismo cambiante en cada momento significativo es una de las más notables.

Comienzan a abrirse a la experiencia

«Ser la persona que uno realmente es» implica también otras características. Una de ellas, que quizá ya haya sido Señalada de manera implícita, es que el individuo comienza a vivir en una relación franca, amistosa e íntima con su propia experiencia. Esto no ocurre con facilidad. A menudo, en cuanto el cliente descubre una nueva faceta de sí mismo, la rechaza inmediatamente. Sólo cuando ese descubrimiento se lleva a cabo en un clima de aceptación, el individuo puede admitir provisionalmente, como una parte de sí mismo, los elementos hasta entonces negados. Después de experimentar su propio aspecto infantil y dependiente, un cliente dice, impresionado: «¡Es una emoción que nunca he sentido claramente… que nunca he sido!» No puede tolerar la experiencia de sus sentimientos infantiles, pero poco a poco llega a aceptarlos, a asumirlos como una parte de sí mismo y logra aproximarse a ellos y vivir en ellos, cuando se manifiestan.

Otro joven, que padecía un serio problema de tartamudez, se permite el acceso a algunos de sus sentimientos ocultos, cuando ya está por concluir la terapia. Dice: «Fue una pelea espantosa. Nunca me había dado cuenta. Me imagino que debía de ser demasiado doloroso llegar a esa altura. Es decir, sólo ahora estoy empezando a sentirlo. ¡Oh, el dolor espantoso… fue terrible hablar! Es decir, primero quería hablar y después ya no quería hacerlo… Estoy sintiendo… creo que sé… es una tensión… una tensión terrible… stress, ésa es la palabra… tanto stress que he estado sintiendo. Estoy empezando a sentirlo ahora, después de tantos años… es terrible. Ahora apenas si puedo respirar, siento un ahogo por dentro, algo que me aprieta adentro… Me siento aplastado. (Comienza a llorar). Nunca me había dado cuenta de eso… nunca lo supe.»6 Se está abriendo a una serie de sentimientos internos que, si bien no son nuevo para él cliente, nunca habían sido experimentados plenamente, hasta ese paramento. Ahora que puede permitirse experimentarlos le parecerán menos terribles y podrá vivir más cerca de su propia vivencia.

Poco a poco los clientes aprenden que la vivencia es un recurso que puede brindarles ayuda, y no un enemigo temible. Esto me recuerda el caso de un cliente que, próximo a finalizar su terapia, cada vez que se veía perturbado por un problema se tomaba la cabeza entre las manos y se decía: «¿Qué es lo que estoy sintiendo ahora? Quiero acercarme a este sentimiento. Quiero saber qué es». Luego esperaba, tranquilo y paciente, hasta poder discernir el matiz exacto de los sentimientos que se manifestaban en él. Con frecuencia pienso que el cliente trata de escucharse a sí mismo y captar los mensajes y significados que le comunican sus propias reacciones fisiológicas. Ya no teme a lo que puede hallar. Sabe que sus propias reacciones y experiencias internas y los mensajes de sus sentidos y vísceras son amistosos, y desea aproximarse a sus fuentes de información más intimas.

Maslow, en su estudio acerca de lo que llama «gente que se autorrealiza», ha observado esa misma característica. Refiriéndose a estas personas dice: «Su facilidad de penetrar en la realidad, su aceptación y espontaneidad más propias de un animal o un niño suponen una conciencia superior de sus propios impulsos, deseos, opiniones y reacciones subjetivas en general» (4, pág. 210).

Esta apertura hacia lo que ocurre en el interior de uno mismo se asocia con una actitud similar hacia las experiencias de la realidad externa. Estas palabras de Maslow bien podrían aplicarse a ciertos clientes que he conocido cuando dice: «Las personas que se autorrealizan tienen la maravillosa capacidad de apreciar una y otra vez, de manera fresca e ingenua, las bondades básicas de la vida con temor, placer, maravilla y aun con éxtasis, independientemente de lo viciadas que estas experiencias aparezcan ante los ojos de otras personas» (4, pág. 214).

Comienzan a aceptar a los demás

Esta apertura a la experiencia interna y externa se relaciona estrechamente con una análoga actitud de aceptación hacia las demás personas. A medida que el cliente adquiere la capacidad de aceptar su propia experiencia, también se halla en condiciones de aceptar la experiencia de otros. Valora y aprecia su experiencia y la ajena por lo que ésta es. Refiriéndose a los individuos que se autorrealizan, Maslow dice: «Uno no se queja del agua porque está mojada, ni de las rocas porque son duras… La persona que se autorrealiza encara la naturaleza humana en sí mismo y en los demás de la misma manera en que el niño mira al mundo con ojos muy abiertos, inocentes y sin crítica, simplemente apreciando y observando lo que corresponde y sin discutir las rosas ni pretender que sean diferentes» (4, pág. 207). Observo que los dientes desarrollan en la terapia esta actitud de aceptación de lo que existe.

Comienzan a confiar en sí mismos

Otra manera de describir esta tendencia que observo en cada cliente sería decir que valoriza el proceso que él es y confía en sí mismo cada vez más. Observando a mis clientes he llegado a comprender mejor a las personas creativas. El Greco, por ejemplo, al mirar algunas de sus primeras obras debe haber pensado que «los buenos artistas no pintan así». Pero de alguna manera confió en su propia vivencia de la vida, en el proceso de sí mismo, en una medida suficiente como para poder seguir expresando sus percepciones singulares. Es como si hubiera podido decirse: «Los buenos artistas no pintan así, pero yo pinto así». En otro terreno, Ernest Hemingway, por ejemplo, debía saber que «los buenos escritores no escriben así». Por fortuna decidió ser Hemingway, ser él mismo, en lugar de adecuarse al modelo externo del buen escritor. Einstein parece haber olvidado sin dificultad alguna el hecho de que los buenos físicos no pensaban como él. Su inadecuada preparación académica en física no fue un obstáculo que le impidiera continuar su labor; simplemente prosiguió hasta ser Einstein, hasta desarrollar sus propios pensamientos y ser él mismo con toda la honestidad y profundidad de que era capaz. Este fenómeno no ocurre solamente en el artista o el genio. Entre mis clientes he conocido a muchas personas sencillas que se convirtieron en individuos creativos en su propio ámbito; esto sucedió cuando desarrollaron mayor confianza en los procesos que ocurrían en su interior y tuvieron el coraje de experimentar sus propios sentimientos, vivir según sus valores internos y expresarse de maneras personales.

La orientación general

Veamos si puedo enunciar de modo más conciso este proceso que observo en los clientes, cuyos elementos he tratado de describir. Al parecer, el individuo logra poco a poco ser el proceso que es realmente en su interior de manera consciente y aceptándolo. Deja de ser lo que no es; es decir, se despoja de sus máscaras. Ya no intenta ser más de lo que es, con los consiguientes sentimientos de inseguridad o defensa exagerada que ello supone. Tampoco trata de ser menos, puesto que esto acarrea sentimientos de culpa o autodesprecio. Presta atención a lo que ocurre en los niveles más profundos de su ser fisiológico y emocional y descubre que cada vez es mayor su deseo de ser el sí mismo que efectivamente es, y de realizarlo con mayor exactitud y profundidad. Un cliente, al comenzar a sentir la orientación que está asumiendo, pregunta maravillado e incrédulo: «¿Quiere decir que si yo fuera realmente lo que tengo ganas de ser todo estaría bien?». Su propia experiencia ulterior, al igual que la de muchos otros clientes, proporciona una respuesta afirmativa a este interrogante. Ser lo que uno realmente es; he aquí la orientación vital que el cliente más valora, cuando goza de libertad para moverse en cualquier dirección. No se trata simplemente de una elección de valor intelectual; por el contrario, ésta parece ser la mejor manera de describir las conductas inseguras y provisionales mediante las cuales avanza, con una actitud exploratoria, hacia lo que desea ser.

ALGUNOS ERRORES

En opinión de muchas personas, la orientación vital que he intentado describir resulta muy poco satisfactoria. En la medida en que este juicio implica una valoración diferente, simplemente lo respeto como tal. Sin embargo, he podido advertir que muchas veces esta divergencia de opiniones se debe a ciertas interpretaciones erróneas, que ahora quisiera aclarar.

¿Esta orientación implica inmovilidad?

Algunos piensan que ser lo que uno es significa permanecer estático. Creen que un propósito o valor como el enunciado es sinónimo de fijeza o inmovilidad. Nada podría estar más lejos de la verdad. Ser lo que uno es significa ingresar de lleno en un proceso. Cuando uno desea ser lo que realmente es, el cambio se ve estimulado, incluso alcanza sus máximas posibilidades. Por cierto, la persona que acude a la terapia, por lo general, niega sus sentimientos y reacciones. A menudo se ha esforzado durante años por cambiar, pero se encuentra fijado en estas conductas que lo perturban. Las perspectivas de cambio surgen sólo cuando puede ser él mismo, ser aquello que hasta entonces había negado en sí mismo.

¿Implica ser malvado?

Una reacción aún más común consiste en pensar que ser lo que uno realmente es significa ser malo, perverso, incontrolado, destructivo y que sería como dejar libre a un monstruo. Conozco muy bien este temor, puesto que lo encuentro en casi todos los clientes: «Si dejo salir mis sentimientos contenidos, y si por alguna casualidad llego a vivir en esos sentimientos, ocurriría una catástrofe». Casi todos los clientes que se acercan a la vivencia de sus aspectos desconocidos exhiben esta actitud, sea expresándola verbalmente o no. Su experiencia durante el desarrollo de la terapia contradice esos temores. El cliente descubre que puede ser su enojo, cuando ésta es su reacción verdadera, y que un enojo que se acepta y se manifiesta sin temor no resulta destructivo. Advierte que puede ser su miedo, y que serlo de manera consciente no implica daño alguno; que puede tenerse lástima, y que eso no es «malo». Puede sentir y ser sus sentimientos sexuales, «haraganes» u hostiles sin que el mundo se derrumbe. La razón de ello resida en que cuanto más capaz es de permitir que estos sentimientos fluyan y formen parte de él, tanto más apropiado será el lugar que éstos ocupen total la armonía total de sus sentimientos. Descubre que tiene otros sentimientos con los que éstos se mezclan y equilibran. Se siente amoroso, tierno, considerado y cooperativo, así como también hostil, libidinoso o enojado. Experimenta interés, gusto y curiosidad, pero también desgano o apatía. Se siente valiente y audaz, pero también temeroso. Cuando vive con sus sentimientos, aceptando su complejidad, éstos funcionan en una armonía constructiva y no lo arrastran de manera incontrolable hacia el mal camino.

Algunas personas suelen alegar que si un individuo fuera lo que realmente es, liberaría la bestia que hay en él. Esta opinión me divierte, porque pienso que deberíamos observar mejor a las bestias. El león se considera a menudo el símbolo de la «bestia voraz». ¿Qué hay de cierto en eso? A menos que el contacto con los seres humanos lo haya pervertido, presenta muchas de las cualidades que he descripto. Por cierto, mata cuando tiene hambre, pero no mata por matar, ni se alimenta en exceso. Conserva su silueta mejor que algunos de nosotros. Mientras no es más que un cachorro, es débil y dependiente, pero avanza hacia la independencia; no se aferra a la dependencia. Durante su infancia es egoísta y centrado en sí mismo, pero al llegar a la edad adulta demuestra una notable cooperatividad; alimenta, cuida y protege a su cría; satisface sus deseos sexuales, pero no se entrega a orgías salvajes y lujuriosas. Sus diversas tendencias y necesidades se armonizan entre sí. Básicamente es un ejemplar de felis leo constructivo y confiable. Lo que deseo sugerir es que no hay motivo para sentir horror ante la idea de ser realmente y de manera profunda un miembro original de la especie humana. En cambio, significa que uno vive de manera franca y abierta el complejo proceso de ser una de las criaturas más sensibles, creativas y capaces de respuesta de nuestro planeta. Ser plenamente la propia unicidad como ser humano no es un proceso que, a mi juicio, merezca ser considerado malo. Tal vez sería más apropiado decir que es un proceso positivo, constructivo, realista y digno de confianza.

IMPLICACIONES SOCIALES

Me ocuparé ahora de las implicaciones sociales del modo de vida que he intentado describir. Lo he presentado como una orientación plena de significado para muchos individuos. ¿Tiene, o bien podría tener algún sentido o significación para grupos u organizaciones? ¿Esta orientación podría ser adoptada exitosamente por un sindicato, un grupo religioso, una empresa industrial, una universidad o una nación? Pienso que ello es factible. Observemos, por ejemplo, el comportamiento de nuestro propio país, los Estados Unidos, en sus relaciones exteriores. Si revisamos las afirmaciones de nuestros líderes de los últimos años y leemos sus documentos, descubriremos que, por lo general, nuestra diplomacia se basa en propósitos morales elevados, que siempre concuerda con la política seguida anteriormente, que no tiene intereses egoístas y que jamás ha errado sus juicios o decisiones. Creo que tal vez el lector coincidirá conmigo en que si oyéramos a un individuo hablar en estos términos advertiríamos inmediatamente que se trata de una máscara y que esas afirmaciones de ninguna manera pueden representar el proceso real que en él se desarrolla.

Reflexionemos un instante acerca de cómo podríamos presentamos en la diplomacia si, como nación, manifestáramos abiertamente y aceptáramos lo que realmente somos. No sé con precisión qué somos, pero sospecho que si intentáramos expresamos tal como somos, nuestro mensaje a los países extranjeros debería plantearse más o menos en estos términos:

Como nación estamos advirtiendo lentamente nuestra inmensa fuerza, así como también el poder y la responsabilidad que ella supone.

Tendemos, a veces a ciegas y de manera torpe, a aceptar una posición de liderazgo mundial responsable.

Cometemos muchos errores. A menudo somos inconsecuentes. Estamos lejos de ser perfectos.

Nos asusta mucho la fuerza del comunismo, un enfoque de la vida distinto del nuestro.

Adoptamos una actitud competitiva hacia el comunismo; nos sentimos irritados y humillados cuando los rusos nos superan en algún campo.

Tenemos algunos intereses egoístas en el exterior, tales como el petróleo en Medio Oriente.

Por otra parte, no deseamos ejercer dominio sobre los pueblos.

Tenemos sentimientos complejos y contradictorios acerca de la libertad, la independencia y la autodeterminación de individuos y países; favorecemos su desarrollo y estamos orgullosos del apoyo que les hemos prestado en el pasado. No obstante, a menudo nos asusta el significado que estas posibilidades pueden tener.

Tendemos a valorar y respetar la dignidad y el valor de cada individuo, pero cuando sentimos miedo olvidamos esta tendencia.

Supongamos que éste es nuestro planteo, abierto y franco, en el campo de las relaciones exteriores. Estaríamos tratando de ser la nación que realmente somos, en toda nuestra complejidad y aun en nuestras contradicciones. ¿Cuáles serían los resultados? Creo que serían similares a las experiencias del cliente capaz de ser quien es. Veamos algunos de los resultados probables:

Nos sentiríamos mucho más cómodos, porque no tendríamos nada que ocultar.

Podríamos enfocar el problema inmediato y no agotar nuestras energías en demostrar nuestra moral o nuestra coherencia.

Seríamos capaces de emplear toda nuestra imaginación creativa para resolver el problema en cuestión y no para defendemos.

Podríamos manifestar abiertamente tanto nuestros intereses egoístas como nuestra preocupación simpática por los demás, y dejar que estos deseos contradictorios encuentren el equilibrio que nos resulte aceptable como pueblo.

Podríamos cambiar libremente y desarrollar nuestra posición de liderazgo, puesto que no estaríamos limitados por conceptos rígidos acerca de lo que hemos sido o deberíamos ser.

Descubriríamos que inspiramos mucho menos temor, porque los demás no se sentirían inclinados a sospechar que ocultamos algo tras una máscara.

Nuestra propia apertura induciría a los demás a adoptar una actitud similar.

Tenderíamos a desarrollar soluciones para los problemas mundiales sobre la base de las verdaderas cuestiones planteadas, y no en función de las máscaras que adoptan las partes en conflicto.

Lo que intento sugerir con este ejemplo hipotético es que las naciones y organizaciones, así como los individuos, podrían descubrir que ser lo que uno es realmente resulta una experiencia muy gratificante. Pienso que este punto de vista contiene el germen de un enfoque filosófico de la vida, y que es algo más que una tendencia observada en la experiencia de los clientes.

Resumen

Este capítulo comenzó con la pregunta que todo individuo se plantea: ¿Cuál es la meta, el propósito de mi vida? He tratado de decirles lo que he aprendido de mis clientes, quienes, en el transcurso de la relación terapéutica, en la que se sienten libres de amenazas y dueños de su elección, exponen orientaciones y metas que presentan ciertos elementos fundamentales.

He señalado que poco a poco tienden a abandonar la actitud de ocultar su verdadero sí mismo y a comportarse de acuerdo con las expectativas ajenas. En su movimiento característico, el cliente se permite ser libremente el proceso cambiante y fluido que él es. Se aproxima hacia una apertura confiada a lo que sucede en su interior; aprende a escucharse. Esto significa que se convierte en una armonía de sensaciones y reacciones complejas y abandona la claridad y simplicidad de la rigidez.

Al aumentar la aceptación de su ser como tal (is-ness), comienza a aceptar a los demás de la misma manera atenta y comprensiva. Confía en sus complejos procesos internos y los valoriza a medida que se abren camino hacia la expresión. Es realista en sentido creativo y creativo en sentido realista. Descubre que ser este proceso en sí mismo significa llevar al margen sus propias posibilidades de cambio y desarrollo. En cada momento descubre que ser su verdadero sí mismo en este sentido fluido no es sinónimo de maldad ni de falta absoluta de control; en cambio, se siente orgulloso de ser un hombre sensible, abierto, realista y orientado hacia su propio interior, que se adapta con valor e imaginación a las complejidades de una situación cambiante. Su experiencia lo lleva a lograr, en su conciencia y expresión, la armonía y congruencia con todas sus reacciones orgánicas. Para decirlo con las palabras, más bellas, de Kierkegaard, significa «ser la persona que uno realmente es». Espero haber dejado en claro que se trata de un paso que no resulta fácil dar y que el movimiento en esta dirección casi nunca se completa. Es un modo de vida constante.

Al intentar explorar los límites de este concepto, he sugerido que esta orientación no se limita necesariamente a los clientes que realizan la experiencia de la psicoterapia ni a los individuos que buscan una meta en la vida. Podría aplicarse también y con el mismo sentido a grupos, organizaciones o países, y en todos los casos, se obtendría el mismo tipo de gratificaciones.

Admito que el modo de vida que acabo de esbozar es una elección de valor que indudablemente discrepa con los objetivos de conducta que generalmente se eligen o persiguen. No obstante, puesto que este concepto surge de individuos cuya libertad de elección es mayor que la habitual y parece expresar una tendencia uniforme en todos ellos, lo ofrezco a la consideración del lector.

REFERENCIAS

1. Jacob, P. EL: Changing Valúes in College. New Haven, Hazen Foundation, 1956.

2. Kierkegaard, S.: Concluding Unscientific Postscript. Princeton University Press, Mi.

3. Kierkegaard, S.: The Sickness Unto Death. Princeton University Press, 1941.

4. Maslow, A. H.: Motivation and Personality. Harper and Bros, 1954. [Hay versión castellana: Motivación y personalidad. Barcelona, Sagitario, 1954].

5. Morris, C. W.: Varieties of Human Value. University of Chicago Press, 1956.

6. Seeman, Julius: The Case of Jim. Nashville, Tennessee, Educational Testing Bureau, 1957.

7. Whyte, W. H. (h.): The Organization Man. Simon & Schuster, 1956. (Hay versión castellana: El hombre organización. México, Fondo de Cultura Económica, 1968).