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Aunque en la segunda parte se incluyen algunas descripciones breves del proceso de modificación que sufre el cliente, el objetivo principal fue describir la relación que posibilita estos cambios. Este capítulo y los siguientes se refieren de manera mucho más específica a la naturaleza de la experiencia del cambio que experimenta el cliente.
Siento un aprecio especial por este capítulo[6]. Fue escrito entre 1951 y 1952, en momentos en que hacia grandes esfuerzos para permitirme sentir y luego expresar los fenómenos que, a mi juicio, constituyen el núcleo de la psicoterapia. Acababa de publicarse mi libro Psicoterapia centrada en el cliente, pero ya me sentía insatisfecho por el capítulo referente al proceso terapéutico, que había sido escrito casi dos años antes. Quería encontrar una manera más dinámica de comunicar lo que le ocurre al cliente.
A tal efecto, escogí el caso de una cliente cuya terapia había revestido gran significación para mí, y que también estaba estudiando desde el punto de pista de la investigación. Sobre esta base traté de expresar las diversas percepciones del proceso terapéutico tal como afloraban en mí. Me sentía audaz y a la vez muy inseguro, al señalar que en una terapia exitosa los clientes parecen llegar a sentir verdadero afecto por ellos mismos. Experimentaba aun mayor inseguridad al postular que el núcleo de la naturaleza humana es esencialmente positivo. En ese momento no podía prever que ambas hipótesis serian confirmadas por mi experiencia.
El proceso de la psicoterapia, tal como nos lo ha hecho conocer la orientación centrada en el cliente, constituye una experiencia dinámica, única y distinta para cada individuo; sin embargo, en él se manifiestan un orden y una armonía que asombran por la generalidad con que se observan. De la misma manera en que cada vez me impresionan más algunos aspectos inevitables de este proceso, experimento cada vez mayor molestia ante el tipo de preguntas que habitualmente se formulan en relación con él: «¿Curará una neurosis obsesiva?»; «Sin duda no pretenderá usted que elimine una condición básicamente psicótica»; «¿Es adecuado para encarar problemas matrimoniales?»; «¿Se puede aplicar a tartamudos y homosexuales?»; «¿Son permanentes las curas?». Estos interrogantes y otros similares son tan comprensibles y legítimos como lo sería preguntar si los rayos gamma son una medida terapéutica apropiada para curar sabañones. No obstante, a mi juicio, no son las preguntas más adecuadas para adquirir un conocimiento profundo de lo que la psicoterapia es o de lo que puede lograr. En este capítulo quisiera formular una pregunta que me parece más coherente, acerca de este proceso armonioso y fascinante que denominamos psicoterapia; intentaré asimismo ofrecer una respuesta parcial.
Permítaseme introducir la pregunta de la siguiente manera. Por azar, por una comprensión penetrante, por nuestros conocimientos científicos, por el arte de las relaciones humanas o bien por una combinación de todos estos elementos, hemos aprendido a llevar a cabo un proceso, cuyo núcleo parece constituido por hechos encadenados y ordenados, que tienden a presentar cierta semejanza entre un cliente y otro. Conocemos al menos algunas de las condiciones que debemos cumplir para poner en marcha este proceso. Para ello es necesario que el terapeuta asuma actitudes de total captación y profundo respeto por su cliente tal como éste es, y actitudes similares hacia las posibilidades del cliente de enfrentarse a sí mismo y encarar sus situaciones. Tales actitudes deben aflorar con calidez suficiente como para convertirse en un profundo agrado o afecto por la esencia de la otra persona. Por otra parte, es preciso alcanzar un nivel de comunicación tal que el cliente pueda comenzar a advertir que el terapeuta comprende los sentimientos que él experimenta y lo acepta con la comprensión más profunda de que es capaz. Entonces podremos estar seguros de que el proceso se ha iniciado. Luego, en lugar de preocupamos porque este proceso sirva a los fines que hemos previsto —independientemente de lo loables que puedan ser nuestros objetivos—, formulémonos la única pregunta por medio de la cual la ciencia puede avanzar realmente. Esta pregunta es: «¿Cuál es la naturaleza de este proceso, cuáles parecen ser sus características inherentes, qué orientación u orientaciones asume y cuáles son, si existen, sus límites naturales?». Cuando Benjamin Franklin observó la chispa que se originaba en la llave colocada en el extremo de la cuerda de su barrilete, no lo sedujeron, por fortuna, sus aplicaciones prácticas inmediatas. Por el contrario, comenzó a indagar los procesos básicos que determinan la presencia de tal fenómeno. A pesar de que muchas de las preguntas formuladas adolecían de ciertos errores, la búsqueda fue fructífera, porque se inició a partir de la pregunta adecuada. Por eso creo necesario plantear la misma pregunta acerca de la psicoterapia, y hacerlo de modo imparcial. Debemos esforzamos por describir, estudiar y comprender el proceso básico de la psicoterapia y no procurar forzarlo para que se adecúe a nuestras necesidades clínicas, a nuestros dogmas preconcebidos, ni a las pruebas surgidas en otros campos. Examinémoslo pacientemente por lo que es en sí mismo.
Recientemente intenté realizar una descripción de este tipo con respecto a la psicoterapia centrada en el cliente3. No la repetiré ahora, excepto para decir que las pruebas clínicas y experimentales parecen sugerir algunas características del proceso que tienden a manifestarse en casi todos los casos: un número mayor de afirmaciones que revelan más insight por parte del cliente, un mayor grado de madurez en las conductas observadas, y un aumento de la cantidad de actitudes positivas a medida que la terapia progresa. También debemos mencionar los cambios en la percepción y aceptación del sí mismo; la incorporación a la estructura propia de experiencias previamente negadas; el desplazamiento del centro de evaluación desde el exterior hacia el interior del sí mismo; los cambios en la relación terapéutica, y ciertas modificaciones características de la estructura de la personalidad, de la conducta, y de la condición fisiológica. A pesar de lo deficiente que pueda ser esta descripción, representa un intento de comprender el proceso de la terapia centrada en el cliente, desde el punto de vista de las modificaciones que este último experimenta, tal como se revelan en la experiencia clínica, en transcripciones textuales de casos grabados y en los cuarenta o más estudios realizados sobre este tema.
El propósito del presente estudio no consiste en limitarse a resumir el contenido de ese material, sino en exponer algunas tendencias de la psicoterapia que no han sido suficientemente analizadas. Quisiera describir algunas de las orientaciones y objetivos finales que parecen inherentes al proceso terapéutico y que sólo en épocas recientes han sido discernidos con claridad; que parecen representar avances significativos en el conocimiento y que aún no han sido investigados. Con el objeto de transmitir los significados de manera más adecuada, emplearé material ilustrativo tomado de entrevistas grabadas de un caso. También limitaré mi discusión al proceso de la psicoterapia centrada en el cliente, puesto que admito, aunque de mala gana, la posibilidad de que el proceso, las orientaciones y los objetivos de la psicoterapia puedan diferir según las diversas orientaciones terapéuticas.
La vivencia del sí mismo potencial
Un aspecto del proceso terapéutico que se pone de manifiesto en todos los casos podría denominarse la apercepción de la experiencia, o aun la «vivencia de la experiencia». En el título lo he denominado «vivencia de sí mismo», aunque éste tampoco sea un término adecuado. En la seguridad de la relación que brinda un psicoterapeuta centrado en el cliente y en ausencia de cualquier amenaza, real o implícita, al sí mismo, el cliente puede permitirse examinar diversos aspectos de su experiencia tal como realmente los siente y los aprehende a través de sus aparatos sensorial y visceral, sin que necesite distorsionarlos para adecuarlos al concepto que tiene de sí mismo en ese momento. Muchos de estos aspectos captados por el cliente contradicen por completo su concepto de sí mismo y habitualmente no podrían ser experimentados en su totalidad; sin embargo, gracias a la seguridad que le proporciona esta relación, pueden emerger a la conciencia sin distorsión alguna. A menudo siguen el siguiente esquema: «Soy así y así, pero experimento este sentimiento que no concuerda en absoluto con lo que soy»; «Amo a mis padres, pero a veces experimento hacia ellos un sorprendente rencor»; «En realidad no valgo gran cosa, pero en ocasiones me parece sentir que soy mejor que nadie». Al comienzo ello se expresa de la siguiente manera: «Soy un sí mismo diferente de una parte de mi experiencia». Más tarde, esto se convierte en una proposición provisional: «Quizá contengo varios sí mismos diferentes, o tal vez mi sí mismo contenga más contradicciones de las que había soñado». Más adelante la proposición se plantea más o menos así: «Estaba seguro de no poder ser mi experiencia —era demasiado contradictoria— pero ahora comienzo a creer que puedo ser toda mi experiencia».
Quizá los siguientes extractos del caso de la señora Oak transmitan parte del carácter de este aspecto de la terapia. La señora Oak era una ama de casa de unos cuarenta años, que al iniciar la terapia presentaba dificultades en sus relaciones matrimoniales y familiares. A diferencia de muchos clientes, mostraba un interés vehemente y espontáneo por los procesos que sentía en su interior. Sus entrevistas grabadas contienen gran cantidad de material, según su propio marco de referencia, acerca de su percepción de lo que le estaba ocurriendo. Por consiguiente, tiende a expresar en palabras lo que parece estar implícito, pero no verbalizado, en muchos otros clientes. Por este motivo, la mayor parte de los extractos de este capítulo fueron tomados de su caso.
La parte inicial de su quinta entrevista proporcionó material que ilustra la autopercepción que tenía de su experiencia, a la que antes hicimos referencia.
Cliente: Todo sucede de manera bastante confusa. Pero… usted sabe… yo sigo y sigo pensando que para mí todo este proceso es como examinar las piezas de un rompecabezas. Me parece que en este momento estoy… estoy en el proceso de examinar las piezas individuales, que realmente no tienen mucho sentido. Quizá sólo manipulándolas, ni siquiera comenzando a pensar en un modelo. Esto se me ocurre todo el tiempo. Y me interesa, porque yo… realmente no me gustan los rompecabezas. Siempre me irritaron. Pero eso es lo que siento. Y lo que quiero decir con esto es que estoy cogiendo pequeñas piezas (durante su conversación gesticula para ilustrar sus afirmaciones) sin significado alguno, excepto, es decir, la sensación que se tiene por el simple hecho de manipularlas, sin verlas como modelo, sino simplemente por el tacto, tal vez siento que… bueno… en alguna parte de esto encajarán.
Terapeuta: Y que, en este momento, ése es el proceso: captar la sensación, la forma y la configuración de las diferentes piezas con apenas un ligero sentimiento de que sí, encajarán en alguna parte; pero la atención se concentra sobre todo en «¿Cómo siento esto? ¿Qué textura tiene?».
C.: Eso es. Hay casi algo físico en todo esto. Un, un…
T.: No puede describirlo sin usar sus manos. Un sentido real, casi sensorial en…
C.: Así es. Nuevamente es… es un sentimiento de ser muy objetiva y, sin embargo, nunca he estado tan cerca de mí misma.
T.: Casi al mismo tiempo tomando distancia y observándome, pero también estando más cerca de usted misma de esta manera.
C.: Mmm… Y sin embargo, por primera vez en meses no estoy pensando en mis problemas. No estoy… realmente… no me estoy ocupando de ellos.
T.: Tengo la impresión de que usted no hace algo así como… sentarse a trabajar sobre «mi problema». No es eso lo que usted siente.
C.: Así es. Así es. Supongo que lo que yo, lo que quiero decir es que no me estoy preocupando por armar este rompecabezas como… como una cosa; tengo que ver la figura. Puede, puede ser que… puede ser que realmente esté disfrutando este proceso de sentir. O seguramente estoy aprendiendo algo.
T.: Al menos hay una sensación de que la meta más próxima es captar el sentimiento de la cosa como la cosa misma; no que lo está haciendo para ver la figura, sino que es una… una satisfacción familiarizarse verdaderamente can cada pieza. Es que…
C.: Así es. Así es. Y a veces ese tacto se convierte en algo sensorial. Es muy interesante. A veces no es del todo placentero, estoy segura, pero…
T.: Una especie de experiencia bastante diferente.
C.: Si. Bastante.
Este extracto indica muy claramente la liberación de material que ingresa en la conciencia, sin intenciones de poseerlo como parte del sí mismo, ni de relacionarlo con cualquier otro material consciente. En términos más apropiados, se trata de la percepción de una amplia gama de experiencias sin pensamiento alguno acerca de la relación que en ese momento guardan con el sí mismo. Más tarde puede reconocerse que todo lo que se experimentaba podría llegar a integrar el sí mismo. Por esa razón, el título de este apartado es «La vivencia del sí mismo potencial».
El hecho de que ésta sea una experiencia nueva y poco común se expresa en una parte de la sexta entrevista, de manera confusa en lo que respecta a la formulación verbal pero emocionalmente clara.
C.: Éste… me sorprendí pensando que durante estas sesiones, este… estuve haciendo algo así como cantar una canción. Ahora me suena confuso y… este… no realmente cantar… una especie de canción sin música. Tal vez una especie de poema que me surge. Y me gusta la idea; quiero decir que me sale sin nada preparado con… con nada. Y al… siguiendo con eso, me surgió… me surgió este otro tipo de sentimiento. Bueno, de pronto estaba como preguntándome: ¿Es ésta la forma que asumen las cosas? ¿Es posible que yo esté simplemente ver balizando y que, por momentos, quede como intoxicada con mis propias verbalizaciones? Y luego, este… después de eso, pensé… bueno… ¿Estaré simplemente ocupando su tiempo? Y luego una duda, una duda. Después se me ocurrió algo más. Éste… cómo surgió, no sé, ninguna verdadera secuencia lógica de pensamiento. La idea me sorprendió: Estamos trabajando con pedacitos, este…, no nos sentimos abrumados ni dudosos, ni muy preocupados, ni muy interesados cuando… cuando los ciegos aprenden a leer con los dedos, Braille. No sé… puede ser una especie de… todo está mezclado. Puede ser que eso sea algo que esté experimentando ahora.
T.: Veamos si puedo captar algo de esa… esa secuencia de sentimientos. Primero, parecería que usted está, y recojo ese primer sentimiento como algo honestamente positivo, parecería que usted está como componiendo un poema aquí… una canción sin música, pero de alguna manera algo que podría ser bastante creativo, y luego el… el sentimiento de un gran escepticismo respecto de todo eso. «Quizá sólo estoy diciendo palabras, simplemente dejándome llevar por palabras que yo…, que yo digo y tal vez sean todas tonterías». Luego una sensación de que quizás usted está casi aprendiendo una manera de vivenciar las cosas que le resulta tan radicalmente nueva como puede ser para un ciego comprender lo que siente por medio de sus dedos.
C.: Mmm… Mmm. (Pausa). …Ya veces pienso para mis adentros, bueno, quizá podríamos ocupamos de tal o cual hecho particular. Y luego, de alguna manera, cuando vengo acá, eso ya pierde urgencia, es… parece falso. Y luego parece haber este flujo de palabras que no son forzadas y luego ocasionalmente se insinúa esta duda. Bueno, asume la forma de una especie de… «quizá sólo estés componiendo música»… A lo mejor es por eso que hoy tengo dudas acerca de, de todo este asunto, porque es algo que no es forzado. Y realmente siento que lo que debería hacer es… es algo así como sistematizar la cosa. Debería esforzarme más y…
T.: ¿Algo así como cuestionarse profundamente qué es lo que estoy haciendo con alguien que no está…, que no está esforzándose por hacer, resolver las cosas? (Pausa).
C.: Y, sin embargo, el hecho de que yo… realmente me gusta esta cosa tan diferente, este… qué sé yo, llámelo sentimiento conmovedor; es decir… sentí cosas que nunca había sentido antes. Me gusta esto, sin duda. A lo mejor ésa es la manera de hacerlo. Pero hoy no sé.
He aquí el desplazamiento que parece ocurrir casi invariablemente cuando la terapia tiene alguna profundidad. Puede ser descripto esquemáticamente como la sensación del cliente de que «vine a resolver problemas, y ahora me encuentro de un modo simple vivenciándome a mí mismo». Tal como ocurre en el caso que estamos viendo, este desplazamiento suele estar acompañado de la formulación intelectual de que eso está mal y de una apreciación emocional del hecho de que hace «sentirse bien».
Podemos concluir este apartado diciendo que una de las direcciones fundamentales que adopta el proceso terapéutico es la libre experimentación de las reacciones viscerales y sensoriales del organismo, sin que el sujeto haga esfuerzos por relacionarlas con el sí mismo. Esto habitualmente va acompañado de la convicción de que ese material no pertenece ni puede integrarse al sí mismo. El punto final de este proceso reside en que el cliente descubre que puede ser su experiencia, con toda su variedad y contradicciones superficiales y que puede sistematizarse a partir de ella, en lugar de intentar imponerle un sí mismo concebido según patrones externos y de negar el acceso a la conciencia de aquellos elementos que no se ajusten a tal modelo.
La vivencia plena de una relación de afecto
Uno de los elementos de la terapia que sólo hemos descubierto recientemente es la medida en que ésta representa, para el cliente, un aprendizaje que le permite aceptar de manera plena, libre y sin temor los sentimientos positivos de otra persona. Este fenómeno no se manifiesta con claridad en todos los casos; parece particularmente cierto en los casos más prolongados, pero tampoco en éstos se observa con uniformidad. A pesar de ello, es una experiencia tan profunda que hemos comenzado a pensar que se trata de un elemento que reviste fundamental significación en el proceso terapéutico, y que debe hallarse presente en todos los casos exitosos, quizás en un nivel no verbal. Antes de analizar este fenómeno lo ilustraremos refiriéndonos al caso de la señora Oak. Ésta realizó esa experiencia de manera sorpresiva, entre la vigésimo novena y trigésima entrevistas. La última, que la señora Oak dedicó en su mayor parte a hablar sobre este tema, comenzó así:
C.: Bien, he hecho un descubrimiento notable. Sé que… (ríe) descubrí que a usted realmente le importa cómo salga esto (ambos reímos). Me dio la sensación, algo así como… bueno… «a lo mejor lo dejo tomar parte en la función» o algo por el estilo. Es… es decir, que si fuera un examen sabría la respuesta correcta… pero de pronto me di cuenta de que… en esta cuestión entre cliente y asesor, a usted le importa realmente lo que pasa con todo esto. Y fue una revelación, una… no, eso no. Eso no lo describe bien. Fue una… bueno, lo más parecido que se me ocurre es que fue una especie de relajación, una… no una desilusión, sino una… (pausa) más bien una manera de desenmarañar las cosas sin tensión, si es que eso significa algo. No sé.
T.: Suena como si eso no hubiera sido una nueva idea, sino una nueva experiencia, la de sentir realmente que a mí me importa y —si comprendí el resto de lo que dijo— hay una especie de deseo de su parte de que a mí me importe.
C.: Sí.
Permitir que el terapeuta y su cálido interés por ella penetraran en su vida fue uno de los rasgos más significativos de la terapia en el caso de la señora Oak. En una entrevista realizada una vez concluida la terapia, ella se refirió espontáneamente a esta experiencia como a la más importante del tratamiento. ¿Qué significa esto?
Sin duda este fenómeno no se relaciona con la transferencia y contratransferencia. Algunos psicólogos expertos que habían sido psicoanalizados tuvieron oportunidad de seguir el desarrollo de la relación terapéutica en un caso distinto del que ahora nos ocupa. Fueron los primeros en oponerse al empleo de los términos transferencia y contratransferencia para describir el fenómeno mencionado. Su objeción se basaba en el hecho de que este fenómeno es mutuo y apropiado, en tanto que la transferencia y contratransferencia son fenómenos típicamente unidireccionales e inadecuados a la realidad de la situación.
Sin duda una razón por la que este fenómeno ocurre con más frecuencia en nuestro caso es que como terapeutas hemos perdido, en cierta medida el miedo a los sentimientos positivos (o negativos) que experimentamos hacia el cliente. A medida que la psicoterapia avanza, el sentimiento de aceptación y respeto que el terapeuta siente comienza a convertirse en algo similar a la reverencia; esto se debe a que es testigo de la lucha valerosa y profunda que el sujeto sostiene para llegar a ser él mismo. Pienso que, en lo profundo, el terapeuta siente la comunidad —o quizá la hermandad— inherente a todos los hombres. A consecuencia de ello, experimenta hacia el cliente una reacción cálida, positiva, afectuosa. Esto plantea un problema al cliente, que a menudo, como en este caso, tiene dificultades para aceptar los sentimientos positivos de otra persona. Sin embargo, una vez que los acepta, su reacción es relajarse y permitir que la calidez del afecto que la otra persona siente por él reduzca las tensiones y temores con que encara la vida.
Pero nos estamos adelantando a nuestra cliente. Examinemos algunos otros aspectos de esta experiencia tal como ella la vivió. En entrevistas anteriores había hablado del hecho de que no amaba a la humanidad y había afirmado que, de algún modo vago y empecinado, sentía que estaba en lo cierto, aun cuando otros la consideraran equivocada. Volvió a mencionar este problema al analizar la manera en que la experiencia de la terapia había esclarecido sus actitudes hacia los demás.
C.: Lo que después se me ocurrió, que me encontré pensando y pensando, es algo similar —y no sé bien por qué— al mismo tipo de solicitud que siento al decir: «No amo a la humanidad». Lo cual siempre me ha… quiero decir que siempre estuve convencida de eso. Así que, esto no… fíjese, yo sabía que estaba bien. Y creo que me esclarecí al respecto… ahora bien, lo que tenga que ver con esta situación, no lo sé. Pero descubrí que no, no la quiero, pero me importa terriblemente.
T.: Mmm… mmm… Ya veo…
C.:… Podría expresarlo mejor diciendo que me importa terriblemente lo que suceda. Pero el cuidado que me inspira es… asume la forma… su esencia está en el hecho de comprender y no querer ser defraudada o participar de aquellas cosas que siento como falsas y… me parece que en… en el amor, hay una especie de factor final. Si uno logra eso, de alguna manera logra bastante. Es una…
T.: Algo así como la sensación de «eso es».
C.: Sí. Me parece que esta otra cosa, este cuidado, que no es un término apropiado… es decir, a lo mejor necesitamos otra cosa para describir este sentimiento. No tiene sentido decir que es una cosa impersonal, porque no lo es. Quiero decir que lo siento como si fuera parte de un todo. Pero es algo que, de alguna manera, no cesa… Me parece que uno podría tener esta sensación de amar a la humanidad, amar a la gente y, al mismo tiempo, seguir contribuyendo a que subsistan los factores que vuelven neuróticas a las personas, las enferman… donde, lo que yo siento es una resistencia a esas cosas.
T.: Le importa lo suficiente para querer comprender y querer evitar contribuir a cualquier cosa que aumente la neurosis o algún aspecto semejante de la vida humana.
C.: Sí, Y es… (pausa). Sí, es algo así… Bueno, otra vez tengo que volver sobre lo que siento acerca de todo esto. Es que… realmente no me siento llamada a darme como… como si fuera un objeto de subasta. Nada es definitivo… A veces me molestaba cuando… cuando me tenía que decir a mí misma: «No amo a la humanidad»; y sin embargo, siempre supe que había algo positivo. En eso probablemente tenía razón. Y… puedo estar muy equivocada, pero me parece que… que eso está vinculado con el sentimiento que… que tengo ahora, de cómo el valor terapéutico puede ayudar hasta el fin. Ahora bien, no podría relacionarlo… no podría, con… pero ésta es la mejor manera en que puedo explicármelo… vincularlo con mi… bueno, digamos con el proceso de aprendizaje, llevar tan lejos como sea posible mi descubrimiento de que… sí, usted, en efecto, se preocupa en una situación dada. Es muy sencillo. Y sin embargo, no me había dado cuenta de eso antes. Podría haber cerrado la puerta e irme, y al hablar de la terapia decir: «Sí, el asesor debe sentir tal y cual cosa» pero, claro, no había tenido la experiencia dinámica.
En este fragmento, parecería que lo que la cliente dice, a pesar de estar luchando por describir sus propios sentimientos, es igualmente aplicable a la actitud del terapeuta hacia ella. La actitud del terapeuta, aun en el mejor de los casos, está libre del quid pro quo de la mayoría de las experiencias que llamamos amor. No es sino sentimiento humano que fluye de un individuo hacia otro; este sentimiento es, a mi juicio, aun más natural o básico que el sexual o parental. Consiste en sentir tanto interés por la otra persona, que no se desea interferir en su desarrollo ni usarla con fines egoístas. La satisfacción surge del hecho de haberla dejado en libertad de desarrollarse a su manera.
En la entrevista citada nuestra paciente continuó refiriéndose a las dificultades que había experimentado en el pasado para aceptar la ayuda o los sentimientos positivos que otros intentaban brindarle, y a los cambios que esa actitud había sufrido.
C.: Tengo la sensación… de que hay algo que hacer por uno mismo pero que de alguna manera uno debería de hacerlo junto con otra gente. (Menciona las «incontables» oportunidades en que podría haber aceptado él afecto y gentileza de otras personas). Siento que simplemente temía ser destruida. (Vuelve a referirse al asesor amiento y a su sentimiento con respecto a él). Es decir, que siempre me he jugado sola. Casi hasta… es decir, lo sentí… quiero decir que alguna vez traté de verbalizarlo… una especie de… a veces no quería que usted reafirmara lo que yo decía, ni que reflexionara, es un asunto mío. Porque bueno… puedo decir que son resistencias. Pero ahora eso no significa nada para mí… El… pienso en… en relación con esto en particular, es decir, el… probablemente a veces el sentimiento más intenso era: «Es mío, es mío. Debo arreglármelas sola». ¿Me entiende?
T.: Es una experiencia terriblemente difícil de expresar con palabras. Sin embargo, en esta relación siento una diferencia: la que existe entre el sentimiento de «Esto es mío», «Tengo que hacerlo», «Lo estoy haciendo», etcétera, y un sentimiento algo diferente, como «Podría permitirle participar».
C.: Sí. Ahora. Digamos, es… bueno, es una especie de… digamos volumen dos. Es… es una… bueno, una especie de… bueno, todavía estoy sola en la cosa, pero no lo estoy… fíjese… estoy…
T.: Mmm. Sí, esa paradoja es algo así como un resumen, ¿no?
C.: Sí.
T.: En todo esto, hay una sensación de que aún es… cada aspecto de mi experiencia es mío y eso es inevitable y necesario y etcétera, etcétera. Y sin embargo eso tampoco es todo. De alguna manera puede ser compartido o bien hay lugar para el interés de otro, y de algún modo esto es novedoso.
C.: Sí, y es… y es como… así es como debería ser. Es decir, así es como… debe ser. Hay un… hay un sentimiento de «esto es bueno». Es decir, eso lo expresa y lo esclarece para mí. Hay un sentimiento… en esto de importarle a uno, como si… uno estuviera retrocediendo… conteniéndose; y si quiero definir claramente todo esto, es como abrirse paso entre la maleza alta, que puedo hacerlo, y que usted puede… es decir, no le va a molestar tener que atravesar, tampoco. No sé, y no tiene sentido. Es decir…
T.: Excepto que hay una sensación muy real de que este sentimiento le hace muy bien, ¿eh?
C.: Mmm.
¿No podríamos pensar que este fragmento describe la esencia del proceso de socialización? Descubrir que no implica un riesgo de destrucción aceptar el sentimiento positivo de otro, que esto no hiere necesariamente, que en realidad uno se «siente bien» al estar acompañado por otra persona en la lucha por la vida; éste puede ser uno de los aprendizajes más profundos que un individuo puede lograr en la psicoterapia o fuera de ella.
En los momentos finales de la trigésima entrevista, la señora Oak describió en parte el aspecto novedoso de esta experiencia: el nivel no verbal.
C.: Estoy experimentando un nuevo tipo, un… probablemente el único tipo de aprendizaje que vale la pena, un… sé que… sé que a menudo he dicho cuáles son las cosas que sé que acá no me ayudan. Con eso quería decir que mis conocimientos adquiridos no me ayudan. Pero me parece que acá el proceso de aprendizaje ha sido tan… tan dinámico, es decir, una parte tan importante de… de todo, es decir, de mí, que si sólo pudiera llevarme eso, es algo que, es decir… me pregunto si alguna vez seré capaz de darle forma de conocimiento adquirido a lo que he experimentado acá.
P.: En otras palabras: el tipo de aprendizaje que se ha producido acá es de un carácter muy diferente y también de una profundidad muy diferente: muy vital, muy real. También le ha resultado muy valioso en sí mismo; pero su pregunta es: «¿Tendré alguna vez un concepto intelectual claro de lo que ha sucedido en este nivel de aprendizaje más profundo?».
C.: Mmm. Algo así.
Los que prefieren aplicar a la psicoterapia las llamadas leyes del aprendizaje, derivadas de la memorización de silabas sin sentido, deberían estudiar con atención este fragmento. El aprendizaje, tal como se produce en la terapia, es un fenómeno total, orgánico y frecuentemente no verbal; puede seguir los mismos principios del aprendizaje intelectual cuyo material guarda escasa relación con el sí mismo, o bien no hacerlo. Pero dejemos esto que no es sino una digresión.
Concluyamos esta sección resumiendo los lineamientos fundamentales. Tal vez una de las características de la psicoterapia profunda o significativa consista en el descubrimiento, por parte del cliente, de que no supone un riesgo de destrucción permitir la incorporación, en la propia experiencia, del sentimiento positivo que otra persona, el terapeuta, siente hacia él. Quizás una de las razones por las cuales esto resulta tan difícil es porque implica, en esencia, el sentimiento de que «parece que despierto agrado». Este punto será considerado en la sección siguiente. Por el momento, podemos señalar que este aspecto de la terapia consiste en la vivencia libre y plena de una relación afectuosa. Ésta puede expresarse en términos generales de la siguiente manera: «Puedo permitir que otro se preocupe por mí y puedo aceptar plenamente esa solicitud en mí mismo. Esto me permite reconocer que también a mí me importan profundamente los demás».
Gustar de uno mismo
En diversos trabajos e investigaciones publicados acerca de la psicoterapia centrada en el cliente se ha destacado la aceptación del sí mismo como uno de los objetivos y resultados de la terapia. Hemos mencionado el hecho de que, en una psicoterapia exitosa, disminuyen las actitudes negativas hacia el sí mismo y aumentan las positivas. Hemos señalado también el aumento gradual de la autoaceptación y la aceptación de los demás. Pero al examinar estas afirmaciones y compararlas con nuestros casos más recientes, advierto que no expresan toda la verdad. El cliente no sólo se acepta a sí mismo —frase que puede incluir connotaciones de aceptación renuente y desganada de lo inevitable—, sino que realmente llega a gustar de sí mismo. No se trata de un sentimiento jactancioso o de autoafirmación; es el sereno placer de ser uno mismo.
En el caso de la señora Oak esta tendencia se manifestó con bastante claridad en su trigésimo tercera entrevista. ¿Es significativo que esto ocurriera diez días después de la entrevista en que pudo admitir por primera vez que el terapeuta se interesaba por ella? Cualesquiera que sean nuestras especulaciones con respecto a este punto, el siguiente fragmento es un excelente ejemplo de la tranquila alegría de ser él mismo que experimenta el cliente; al mismo tiempo, se advierte la actitud de disculpa que, en nuestra cultura, parece necesario asumirse en relación con tal experiencia. En los últimos minutos de la entrevista, sabiendo que ésta pronto llegaría a su fin, la señora Oak manifestó:
C.: Una cosa me preocupa… y me voy a apurar porque puedo volver a ello en otra oportunidad… un sentimiento que a veces no puedo evitar. El sentimiento de estar bastante complacida conmigo misma. Nuevamente la técnica Q.[7] Una vez, después de irme de aquí, elegí impulsivamente mi primera tarjeta: «Tengo una personalidad atractiva»; la miré algo estupefacta pero la dejé ahí, es decir… porque, honestamente… eso es exactamente lo que sentía… un… bueno, en el momento me molestó, y ahora entiendo por qué. De vez en cuando, experimento algo así como el sentimiento de estar complacida, no es que me sienta superior, sino simplemente… no sé… complacida. Y me molestó. Y sin embargo… me pregunto… yo reirá vez recuerdo las cosas que digo acá; es decir… me pregunté por qué sería que estaba convencida, y también me pregunté algo acerca de lo que he sentido por estar herida en… yo sospechaba… en mis sentimientos al oír a alguien decir a un niño: «No llores». Es decir, siempre sentí que eso no está bien; es decir, si está lastimado, déjenlo llorar. Bueno… y ahora este sentimiento de placer que tengo. Hace poco he llegado a sentir que… que acá es algo casi igual. Es… no nos oponemos a que los niños se sientan complacidos consigo mismos. Es… es decir, nada es inútil. Es… a lo mejor así es como debería sentirse la gente.
T.: Se ha sentido inclinada a mirarse casi con desdén por tener ese sentimiento; sin embargo, cuanto más lo piensa, si lo mira bien a fondo, si un niño quiere llorar, ¿por qué no habría de hacerlo? Y si quiere sentirse complacido consigo mismo, ¿no tiene todo el derecho a hacerlo? Y eso de alguna manera se vincula con esto, lo que yo consideraría como una apreciación de usted misma que usted ha experimentado de vez en cuando.
C.: Sí, sí.
T.: «Soy una persona bastante valiosa e interesante».
C.: Algo así. Y luego me digo: «Nuestra sociedad nos presiona constantemente y hemos perdido eso». Y vuelvo a ocuparme de mis sentimientos hacia mis hijos. Bueno… quizá sean más ricos que nosotros. Tal vez nosotros… es algo que hemos perdido en el proceso del desarrollo.
T.: Podría ser que ellos poseyeran una cierta sabiduría al respecto, que nosotros hemos perdido.
C.: Eso es. Ya es hora de irme.
En este punto del tratamiento la señora Oak llegó a advertir, como tantos otros dientes, y en parte disculpándose por ello, que había llegado a gustar y disfrutar de sí misma. Es posible apreciar una sensación de placer espontáneo y tranquilo, una primitiva joie de vivre, quizá semejante a la del cordero, que retoza en la pradera o la del delfín que salta grácilmente entre las olas. La señora Oak sentía que esto es algo natural en el organismo, en el niño, algo que hemos perdido en el deformante proceso de desarrollo.
En este caso, este sentimiento ya se había anticipado de alguna manera, en un incidente que tal vez aclare mejor su naturaleza fundamental. En la novena entrevista la señora Oak, un poco turbada, reveló algo que había conservado siempre en secreto. La larga pausa de varios minutos que precedió a su revelación indica el esfuerzo que ésta significó para ella. Luego habló.
C.: Mire, esto es algo ridículo, pero nunca se lo conté a nadie (risa nerviosa) y probablemente me hará bien. Durante años… Mmm… probablemente desde muy joven, tal vez desde los diecisiete he… he tenido lo que yo misma he llegado a llamar «destellos de cordura». Nunca le conté esto a nadie (nueva risa turbada)… en lo cual me siento cuerda, y… y… bastante consciente de la vida. Y siempre con una terrible preocupación y tristeza porque realmente estamos muy alejados, muy desviados. Es un sentimiento que tengo de vez en cuando, un sentimiento de ser toda una persona en medio de un mundo terriblemente caótico.
T.: Ha sido fugaz y poco frecuente, pero ha habido veces en que le parecía que toda usted está funcionando y sintiendo en el mundo, un mundo muy caótico, sin duda…
C.: Así es… Y… es decir… y sabiendo realmente cuánto nos hemos desviado de… de ser personas plenas y sanas. Y naturalmente… uno no habla en esos términos.
T.: ¿Una sensación de que no sería seguro hablar de su persona que canta[8]?
C.: ¿Dónde vive esa persona?
T.: Casi como si no hubiera lugar para que semejante persona… exista.
C.: Por supuesto, sabe usted, eso… eso me hace… espere un poco… eso tal vez explique por qué acá me ocupo principalmente de los sentimientos. Tal vez sea eso.
T.: Porque usted existe como un todo, con todos sus sentimientos. ¿No está usted más consciente de sus sentimientos?
C.: Así es. No es… no rechazo los sentimientos y… Eso es.
T.: Toda su persona de alguna manera vive los sentimientos en lugar de hacerlos a un lado.
C.: Eso es (pausa). Supongo que, desde el punto de vista práctico, se podría decir que lo que debería estar haciendo es resolver algunos problemas, problemas cotidianos. Y sin embargo yo… yo… lo que estoy tratando de hacer es resolver… resolver algo distinto que es mucho… que es mucho más importante que los pequeños problemas de todos los días. Tal vez eso lo resuma todo.
T.: Me pregunto si esto no distorsionará su sentido, que desde un punto de vista tenaz deba sólo pensar en problemas específicos. Pero usted ahora se pregunta si tal vez no se ha embarcado en una búsqueda de usted misma y si tal vez eso es más importante que hallar una solución a los problemas cotidianos.
C.: Creo que eso es. Creo que eso es. Eso es probablemente lo que quiero decir.
Si es lícito reunir estas dos experiencias, y atribuirles un carácter arquetípico, entonces podemos decir que, tanto en la psicoterapia como en algunas experiencias fugaces de su vida anterior, la señora Oak había experimentado una apreciación de sí misma como persona que funciona plenamente; esto le había resultado saludable y satisfactorio, y ocurrió siempre que ella fue capaz de aceptar y vivir sus sentimientos, en lugar de rechazarlos.
Pienso que ésta es una verdad muy importante acerca del proceso terapéutico, que a menudo es ignorada. La persona puede experimentar con plenitud todas sus reacciones, incluidos sus sentimientos y emociones. A medida que esto ocurre, el individuo adquiere un gusto positivo, una apreciación genuina de sí mismo como una unidad total y funcionante; éste es uno de los objetivos fundamentales de la psicoterapia.
El descubrimiento de que la esencia de la personalidad es positiva
Uno de los conceptos más revolucionarios que se desprenden de nuestra experiencia clínica es el reconocimiento creciente de que la esencia más íntima de la naturaleza humana, los estratos más profundos de su personalidad, la base de su «naturaleza animal» son positivos, es decir, básicamente socializados, orientados hacia el progreso, racionales y realistas.
Este punto de vista es en tal medida ajeno a nuestra cultura actual que no espero que sea aceptado; en realidad, es tan revolucionario por lo que implica, que no debería ser aceptado sin una cuidadosa investigación. Pero aun cuando soportara exitosamente este análisis, aún resultaría difícil aceptarlo. La religión, en particular la protestante, ha incorporado a nuestra cultura el concepto de que el hombre es básicamente un pecador, y su naturaleza pecaminosa sólo puede ser negada por algo parecido a un milagro. En psicología, Freud y sus continuadores presentaron argumentos convincentes de que el ello, la naturaleza humana básica e inconsciente, está compuesto primariamente por instintos que, en caso de manifestarse libremente, acarrearían el incesto, el asesinato y otros crímenes. Según este grupo, todo el problema de la terapia reside en encauzar y controlar estas fuerzas indómitas de manera saludable y constructiva, en tanto que en el neurótico ellas se manifiestan de modo caótico y disociado. Pero el hecho de que, en lo profundo de sí mismo, el hombre es irracional, asocial, destructivo para los demás y para sí mismo es un concepto admitido casi sin discusión. Sin duda se alzan algunas protestas esporádicas. Maslow1 defiende vigorosamente la naturaleza humana, señalando que las emociones antisociales —hostilidad, celos, etcétera— resultan de la frustración de impulsos básicos que buscan la seguridad y la pertenencia, deseables en sí mismas. De la misma manera, Montagu2 desarrolla la tesis de que la cooperación, y no la lucha, es la ley fundamental de la vida humana. Pero estas voces solitarias son poco oídas. En general el punto de vista del profesional y el del lego coinciden en que la naturaleza básica del hombre debe ser mantenerse oculta o sometida a control, o bien ambas cosas.
Al repasar mis años de experiencia clínica e investigación pienso que he tardado mucho en advertir la falsedad de este concepto tan difundido tanto en el ámbito profesional como entre los profanos. Creo que la razón de ello reside en el hecho de que en la terapia se manifiestan continuamente sentimientos hostiles y antisociales, de manera que es fácil suponer que esto revela la naturaleza más profunda, y por consiguiente básica, del hombre. Poco a poco llegué a comprender que estos sentimientos indómitos y antisociales no son los más profundos ni poderosos y que la esencia de la personalidad humana es el organismo en sí, orientado hacia la socialización y la autoconservación.
Me referiré nuevamente al caso de la señora Oak, con el objeto de definir con mayor precisión el significado de esta controversia. Puesto que se trata de un tema importante, transcribiré un largo fragmento grabado durante una entrevista, en el que se ilustra el tipo de experiencias sobre las que he basado mis afirmaciones precedentes. Tal vez esto pueda ilustrar el proceso en el que la personalidad del sujeto se libera de las sucesivas capas que la ocultan, hasta llegar a sus elementos más profundos.
En la octava entrevista la señora Oak se despoja de su primer estrato de defensa, bajo el cual descubre una cierta amargura y deseo de venganza.
C.: Sabe usted, en este asunto del… del problema sexual, tengo la sensación de que estoy empezando a descubrir que está bastante mal, bastante mal. Estoy descubriendo que… me siento amargada, realmente. Espantosamente amargada. Yo… y no me estoy refugiando en mí misma… creo que lo que probablemente siento es algo así como que «he sido engañada». (Su voz es tensa y se advierte que siente un nudo en la garganta). Y lo he ocultado bastante bien, hasta el punto de no preocuparme conscientemente. Pero estoy… estoy como asombrada al descubrir que en este ejercicio de… cómo se llama… de una especie de sublimación, persiste, por debajo… siempre palabras… persiste por debajo una especie de fuerza pasiva que es… es pas… es muy pasiva, pero al mismo tiempo es como asesina.
T.: He ahí el sentimiento: «He sido engañada. Lo he ocultado y creo no preocuparme; sin embargo, en un nivel más profundo, hay una especie de amargura latente pero muy presente, y que es muy, pero muy intensa».
C.: Es muy intensa. Eso… sí lo sé. Es terriblemente poderosa.
T.: Una especie de fuerza dominadora.
C.: De la cual pocas veces soy consciente. Casi nunca… Bueno… la única manera en que puedo describirlo es… es una especie de cosa asesina, pero sin violencia… Es más como un sentimiento de querer arreglar cuentas… Y, naturalmente… no voy a devolver el golpe, pero me gustaría. De veras me gustaría.
Hasta este punto la explicación habitual parece encajar perfectamente. La señora Oak fue capaz de ver más allá de la superficie de su conducta regida por el control social y descubrió un sentimiento de odio y un deseo de venganza. La exploración de este sentimiento se interrumpe hasta la trigésimo primera entrevista. Le ha costado mucho encaminarse, se siente bloqueada emocionalmente y no puede descubrir el sentimiento que pugna por surgir.
C.: Tengo la sensación de que no es precisamente culpa. (Pausa. Llora). Por supuesto… es decir… no puedo verbalizarlo aún. (En un arranque de emoción). ¡Es que me siento terriblemente herida!
T.: Mmm. No es culpa, excepto en el sentido de estar muy herida en alguna parte.
C.: (Llorando). Es… mire… a menudo me sentí yo misma culpable. En estos últimos años, cuando escuchaba a padres que decían a sus hijos: «No llores más» he tenido un sentimiento, una herida como si… bueno… ¿por qué decirles que no lloren más? Se compadecen de sí mismos… ¿y quién puede compadecerse de ellos mejor que ellos mismos? Bueno… eso es lo que… es decir… pensé que deberían dejarlos llorar. Y que deberían compadecerse de ellos también y de una manera objetiva. Bueno, eso… eso es más o menos lo que he estado experimentando, es decir, ahora… ahora mismo. Y en… en…
T.: Esto descubre un poco mejor el sabor del sentimiento; es como si usted estuviera realmente llorando por usted misma.
C.: Sí. Y ahí está el conflicto nuevamente. Nuestra cultura es tal que… es decir… uno no da rienda suelta a la lástima que siente por uno mismo. Pero esto no es… es decir, creo que tampoco es ésa la connotación que tiene. Podría tenerla…
T.: Piensa que existe una objeción cultural al hecho de tenerse compasión; sin embargo, tampoco ese sentimiento que usted tiene es precisamente el que la cultura reprueba.
C.: Y por supuesto, he llegado a… a ver y sentir que también sobre esto… ¿ve? lo he ocultado. (Llora). Pero lo he ocultado debajo de tanta amargura, que a su vez también tuve que ocultarla. (Llorando). ¡Quiero deshacerme de eso! Ya casi no me importa herir a alguien.
T.: (Suavemente, y con tierna empatía hacia el dolor que ella está experimentando). Usted siente que aquí, en la base de lo que está experimentando, hay verdaderas lágrimas vertidas por usted misma. Pero como eso Usted no lo puede demostrar, no lo debe demostrar, lo ha recubierto de una amargura que le desagrada y de la cual querría deshacerse. Casi siente que preferiría absorber el dolor antes que… sentir amargura. (Pausa). Y lo que parece estar afirmando es: «Sufro y he tratado de ocultarlo».
C.: Yo no lo sabía.
T.: Mmm… Realmente, como un nuevo descubrimiento.
C.: (Hablando al mismo tiempo). Nunca lo supe realmente Pero es… sabe… es casi algo físico. Es… es como si estuviera observando dentro de mí todo tipo de… de terminaciones nerviosas y trocitos de cosas que hubieran sido como aplastadas. (Llora).
T.: Como si algunos de sus aspectos físicos más delicados hubieran sido aplastados o heridos.
C.: Sí. Y mire, tengo una sensación de… «¡Ay, pobrecita!». (Pausa).
T.: No puede evitar sentirse profundamente compadecida de la persona que usted es.
C.: No creo estar compadeciéndome de toda mi persona; es sólo un cierto aspecto de mi.
T.: Lamenta verlo herido.
C.: Sí.
T.: Mmm… Mmm…
C.: Y también, está esta maldita amargura de la que quiero deshacerme. Me… me crea problemas. Es porque es una amargura engañosa. Me hace jugarretas. (Pausa).
T.: Siente como si esa amargura fuera de lo que quiere deshacerse porque no le hace bien tenerla consigo.
C.: (Llora. Pausa prolongada). No sé. Me parece que estoy acertada al sentir que para qué diablos serviría llamar a esto culpa. Si rebuscase las cosas, tendría una historia clínica interesante, digamos. ¿Y eso para qué serviría? Me parece que… que la clave está en este sentimiento que tengo.
T.: Podría tomar un extremo u otro del asunto y rebuscar a partir de ahí, pero le parece que la esencia del asunto está en el tipo de experiencia que está viviendo aquí mismo.
C.: Así es. Es decir si… no sé qué va a pasar con este sentimiento. Tal vez nada. No sé, pero me parece que cualquier comprensión que llegue a alcanzar es parte de este sentimiento de dolor, de… no importa mucho cómo se llame. (Pausa). Además yo… uno no puede andar… por ahí con una herida tan expuesta. Es decir… me parece que, de alguna manera, el proceso siguiente tiene que ser una especie de cicatrización.
T.: Parece como si usted no pudiera exponerse mientras una parte de usted está tan herida, de manera que se pregunta si primero no será necesario curar la herida. (Pausa).
C.: Y sin embargo… sabe… es gracioso. (Pausa). Es algo así como admitir la confusión más completa o como el viejo proverbio de que el neurótico no quiere abandonar sus síntomas. Pero eso no es cierto. Es decir… no es cierto acá, pero es… sólo puedo esperar que esto transmita lo que siento. De alguna manera, no me importa sentirme herida. Es decir… se me acaba de ocurrir que no me importa en absoluto. Es una… me importa más… una sensación de amargura que sé que es la causa de esta frustración; es decir… de alguna manera me importa más eso.
T.: Veamos si esto lo describe: a pesar de que no le gusta sentirse lastimada, siente que puede aceptarlo. Es soportable. De alguna manera, lo que no puede soportar, en este momento, son las cosas que ocultaron esa herida, como la amargura.
C.: Sí. Es prácticamente eso. Es como si… bueno, lo primero… y es decir… como si… es… bueno, es algo a lo que yo puedo hacer frente. Ahora bien, el sentimiento de… bueno, todavía puedo pasarla muy bien. Pero esta otra, es decir, esta frustración… es decir… se manifiesta de tantas maneras… sólo ahora empiezo a darme cuenta. Es decir… simplemente este tipo de… esta clase de cosas.
T.: Y una herida que usted puede soportar. Es una parte de la vida, como tantas otras. Puede pasarla muy bien. Lo que no le gusta, lo que no quiere, es que toda su vida se vea impregnada de frustración y amargura, y ahora se da más cuenta de eso.
C.: Sí. Y de alguna manera ya no esquivo el bulto ahora, lo tengo mucho más presente. (Pausa). No sé. En este momento no sé cuál será el próximo pase. De veras no sé. (Pausa). Por suerte, esto es una especie de desarrollo, así que no seguirá muy bruscamente con… es decir, yo… lo que estoy tratando de decir —creo— es que todavía estoy funcionando. Todavía estoy disfrutando y…
T.: Quiere hacerme saber que de muchas maneras sigue siendo la de siempre.
C.: Eso es. (Pausa). Mmm, me parece que voy a interrumpir acá e irme.
En este extenso fragmento descubrimos con claridad que, debajo de la amargura, odio y deseo de vengarse del mundo que la ha traicionado, hay un sentimiento mucho menos antisocial; una profunda experiencia de haber sido herida. Asimismo, queda claro que, en este nivel más profundo, no tiene intención alguna de llevar a la práctica sus sentimientos homicidas. Le disgustan y quisiera deshacerse de ellos.
El fragmento siguiente pertenece a la trigésimo cuarta entrevista. El material es muy incoherente, como suelen serlo las verbalizaciones del individuo que intenta expresar algo que contiene una profunda carga emocional. En este punto, la señora Oak intenta penetrar profundamente en sí misma y anuncia que le será difícil expresarlo.
C.: Todavía no sé si voy a poder hablar de eso o no. Podría intentarlo. Algo… es decir, es un sentimiento… que… pugna por emerger. Sé que no va a tener sentido alguno. Pienso que si puedo seguirlo y tomarlo… bueno, tomarlo como un hecho, me resultará más útil. Y no sé cómo… es decir, me parece que quiero decir… que quiero hablar acerca de mí misma. Y eso es, por lo que veo, lo que he estado haciendo durante todas estas horas. Pero no; esto… se trata de mí misma. Últimamente me di cuenta de que rechazaba ciertas afirmaciones porque me sonaban… distintas de lo que intentaban decir… o sea… un poco demasiado idealizadas. Y recuerdo haberme dicho siempre que más que eso eran egoístas, sobre todo egoístas. Hasta que… se me ocurre que… claro, sí, eso es exactamente lo que quería decir, pero el egoísmo al que me refería tiene un significado totalmente distinto. He estado utilizando la palabra «egoísta».[9] Luego he tenido este sentimiento de… yo… nunca lo he dicho antes… de egoísta… lo cual no significa nada. Una… voy a seguir hablando de esto… una especie de pulsación, siempre alerta y siempre presente. Y me gustarla poder utilizarlo… servirme de él para profundizar en todo esto. Sabe usted, es como si… ¡diablos, qué sé yo! En alguna parte yo había adquirido y entablado relación con la estructura. Casi como si la conociera ladrillo por ladrillo. Es algo que es una conciencia, es decir, la… de sentir que uno no es engañado ni obligado a meterse en el asunto, una sensación crucial de saber. Pero de alguna manera… la razón… está oculta y… no puede formar parte de la vida cotidiana. Y hay algo de… a veces me siento un poco mal en relación con todo esto, pero tampoco tan mal. ¿Y por qué? Creo que ya sé. Y es… también me explica muchas cosas. Es algo totalmente libre de odio. Eso es, totalmente. No con amor, sino totalmente libre de odio. Pero es… es algo emocionante… tal vez yo sea una de esas personas a quienes les gusta… es decir… quizás atormentarse o tratar de descifrar las cosas, de descubrirlo todo. Y me he dicho a mí misma: «Mira, este sentimiento que tienes es bastante intenso. No es constante, pero a veces lo sientes y en tanto te permites sentirlo, te sientes a ti misma». Mire… en psicología patológica hay términos que describen este tipo de cosas. Podría ser como el sentimiento que ocasionalmente se atribuye a las cosas acerca de las cuales uno ha leído algo. Es decir… aquí hay algunos elementos, esta pulsación, esta emoción, este saber. Y he dicho que logré descubrir una cosa… es decir… he sido muy… muy valiente; descubrí… digamos… un impulso sexual sublimado. Entonces pensé… bueno… ya lo tengo, ya está todo resuelto, ya no hay más que decir ni que hacer al respecto. Durante un tiempo estuve bastante satisfecha conmigo misma. Ya lo tenía. Luego tuve que admitir que no, que no lo tenía. Porque eso es algo que estaba en mí desde mucho tiempo antes de sentirme tan terriblemente frustrada en lo sexual. Es decir, eso no era… y, sin embargo, empecé a ver un poco… en esta misma esencia hay una aceptación de la relación sexual, es decir, el único tipo que yo considero posible. Estaba en este asunto. No es algo que ha sido… es decir, el sexo no quedó sublimado ni reemplazado ahí. No. En esto, en lo que ahí conozco hay… es decir… no hay duda de que es un sentimiento sexual diferente. Es decir… es un sentimiento despojado de todas las cosas que le han ocurrido al sexo, si es que con esto logro explicarme. No hay persecución, ni lucha ni… bueno, ni odio de ningún tipo que… creo… me parece… se haya insinuado en tales cosas. Y sin embargo… es decir… este sentimiento ha sido siempre, mmm… un poco inquietante.
T.: Me gustaría ver si logro comprender parte de lo que eso significa para usted. Es como si hubiera llegado a relacionarse muy profundamente consigo misma, sobre la base de una experimentación ladrillo por ladrillo, y en ese sentido se hubiera vuelto más egoísta. También está la noción de que en realidad… al descubrir su propia esencia, diferenciada de todos los demás aspectos, llegó a advertir que la esencia de ése sí mismo no sólo está libre de odio, sino que realmente se parece más a algo santo, algo realmente muy puro; ésa es la palabra que yo usaría. Y usted puede tratar de quitarle valor a eso; puede decirse que tal vez sea una sublimación, tal vez una manifestación anormal, una excentricidad, etcétera. Pero en el fondo, sabe que no es así. Esto contiene los sentimientos que podrían formar parte de una expresión sexual rica, pero parece ser algo más grande y profundo que eso. Incluso parece capaz de abarcar todo aquello que se relaciona con la expresión de lo sexual.
C.: Tal vez sea algo así… Es una especie de… es decir, es como un descenso. Es como descender hasta donde uno creía que se debía subir. Pero no, es… estoy segura, es algo así como ir cuesta abajo.
T.: Esto es como descender y sumergirse casi en usted misma.
C.: Sí. Y yo… no puedo eludir todo esto. Es decir, me parece… oh, simplemente es. Es decir… me parece que lo que hace un momento tenía que decir era algo terriblemente importante.
T.: Me gustaría retomar algo de lo que usted dice, para ver si puedo comprenderla. Parece que este tipo de idea que usted procura expresar, fuera algo en cuya búsqueda usted estuviera ascendiendo, algo que no está del todo ahí. Sin embargo, la sensación es que… se trata en realidad de descender en busca de algo que está ahí pero más profundamente.
C.: Está. En realidad… con eso se relaciona algo que es… es decir, esta… yo tengo una manera —y naturalmente ya nos ocuparemos de eso alguna vez—, una manera de rechazar casi con violencia lo que es justo, rechazo del ideal, el… como… ya lo dije; es decir… creo que con eso quedó más o menos claro lo que yo quería decir. Uno es un ascenso hacia no sé qué. Es decir… tengo una sensación… no puedo seguirla. Es decir… parece bastante inverosímil cuando uno trata de desarmarlo. Éste fue… me pregunto por qué… es decir… tengo una sensación muy definida y desagradable de descenso.
T.: Siente que esto no es un ascenso hacia un ideal inaccesible. Esto es un descenso hacia la realidad asombrosamente sólida, que…
C.: Sí.
T.:… es más sorprendente que…
C.: Sí. Es decir, algo que no se desarma. Algo que permanece ahí… no sé… me parece que después de haber abstraído todo el asunto. Que dura…
Puesto que este material se presenta de manera sumamente confusa, sería útil extraer de él los sucesivos temas a los que la cliente se ha referido.
Voy a hablar de mí misma como egoísta, pero con una nueva connotación hacia el mundo.
He establecido una relación con mi propia estructura; me conozco profundamente.
Al descender hacia mi propio interior descubro algo que me emociona: un núcleo absolutamente libre de odio.
Esto no puede formar parte de la vida cotidiana, inclusive puede ser anormal.
Primero pensé que no era más que un impulso sexual sublimado. Pero no, esto es más amplio, más profundo que el sexo.
Uno esperaría descubrir este tipo de cosas al elevarse hacia el reino inaccesible de los ideales.
Pero en realidad lo encontré en mis propias profundidades.
Parece ser la esencia, algo duradero.
¿Es esto que describe la señora Oak, una experiencia mística? Las respuestas del asesor parecerían indicar que él lo creyó así. ¿Podemos atribuir alguna significación a una expresión al estilo de Gertrude Stein? El autor simplemente quisiera señalar que muchos clientes han llegado a conclusiones análogas acerca de sí mismos, si bien éstas no siempre fueron expresadas de manera tan emocional. Incluso la señora Oak, en su entrevista siguiente, la trigésimo quinta, expuso su sentimiento de manera más clara y concisa, más concreta. También explicó por qué fue tan difícil encarar esa experiencia.
C.: Pienso que estoy tremendamente contenta de haberme encontrado, de haberme descubierto, de haber querido hablar de mí misma. Es decir, es una cosa muy personal, muy íntima, de la cual simplemente no se habla. Es decir… ahora puedo comprender mi sentimiento de… oh, una ligera aprensión. Es… bueno, es como si hubiera rechazado siempre todas las cosas que la civilización occidental aprueba y preguntándome a la vez si estaría en lo correcto, es decir, si estaba en la senda apropiada y sintiendo, al mismo tiempo, que sí, que estaba acertada. Y en un caso así tiene que surgir el conflicto. Y luego esto, es decir… ahora estoy sintiendo que… bueno… así es como yo siento. Es decir, que hay… esto que yo llamo falta de odio… es decir… es muy real; se difundió a todas las cosas que hago, a las cosas en que creo… Creo que está bien. Tal vez es como decirme a mí misma: «Bueno, me has estado sacudiendo por la cabeza, desde el principio, supersticiones, tabúes, doctrinas mal interpretadas y leyes, tu ciencia, tus heladeras, tus bombas atómicas. Pero no muerdo el anzuelo, ¿ves? no has tenido éxito. Creo que lo que estoy diciendo es que… bueno… es decir… no me someto, y es… bueno, así es».
T.: En este momento usted siente que ha tenido constantemente presentes las presiones culturales —no siempre muy conscientes— pero que «ha habido tantas en mi vida… y ahora estoy penetrando más profundamente en mí misma para descubrir lo que en realidad siento»; ahora le parece como si este sentimiento la llevara muy lejos de su cultura; eso la atemoriza un poco, pero básicamente se siente bien. Es que…
C.: Si. Bueno… ahora tengo la sensación de que está bien, realmente… Pero hay algo más: un sentimiento que está empezando a surgir, a tomar forma, como yo digo. Esta conclusión… que ahora voy a dejar de buscar algo que esté terriblemente mal. Claro que no sé por qué, pero es algo así. Ahora estoy como diciéndome: «Bueno, en vista de lo que sé, de lo que he descubierto… estoy bastante segura de haber desterrado el miedo, y estoy segura de que no temo a ningún shock… es decir… más bien sería bienvenido». Pero… en vista de los lugares en que he estado y de lo que en ellos he aprendido y también teniendo en cuenta lo que no sé… quizás ésta sea una de las cosas que tendré que enfrentar en el futuro, y… bueno… acabo de… simplemente no puedo hallarlo. ¿Ve? Y ahora sin ninguna… sin ninguna disculpa ni nada que ocultar. Simplemente la afirmación de que no puedo encontrar lo que, en este momento, sería malo.
T.: ¿Es algo así? Que a medida que usted ha profundizado más y más en usted misma, y al pensar en el tipo de cosas que ha descubierto y aprendido, va creciendo e intensificándose la convicción de que, no importa cuán lejos llegue, las cosas que hallará no son calamitosas ni terribles. Son de una naturaleza muy diferente.
C.: Sí, algo así.
En el fragmento precedente, aun cuando la cliente reconoce que su sentimiento se opone a la idiosincrasia de su cultura, se siente obligada a admitir que la esencia de ella misma no es mala, ni está terriblemente errada, sino que es algo positivo. Debajo de una conducta superficial con trotada, debajo de la amargura y el dolor, hay un sí mismo positivo y libre de odio. Creo que ésta es la lección que nuestros clientes nos han ofrecido durante mucho tiempo y que hemos tardado mucho tiempo en aprender.
Si la ausencia de odio parece un concepto relativamente neutral o negativo, tal vez deberíamos dejar que la misma señora Oak explique su significado. En la trigésimo novena entrevista, que ella siente próxima al final de su terapia, vuelve a referirse a este tema.
C.: Me pregunto si debería aclarar… para mí está claro, y quizá sea eso lo que realmente importa acá, mi intenso sentimiento acerca de una actitud libre de odio. Ahora que lo hemos traído a un plano racional, sé que… suena negativo. Y sin embargo, en mi pensamiento, mi… no, en realidad no en mi pensamiento sino en mi sentimiento, es… y en mi pensamiento… sí… en mi pensamiento también… es algo muchísimo más positivo que esto… que un amor… y también me parece un tipo más fácil de… es menos limitado. Pero esto… me doy cuenta de que esto debe parecer un rechazo completo de tantas cosas… de tantas creencias… y tal vez lo sea… no sé. Simplemente me parece más positivo.
T.: Se imagina que a alguien pueda parecerle más negativo; pero en lo que respecta al significado que tiene para usted, no le parece tan limitativo ni posesivo como el amor. Le parece que realmente es más… más expansible, más utilizable que…
C.: Sí.
T.: que cualquiera de esos términos más estrictos.
C.: Eso es lo que en realidad me parece. Es más fácil. Bueno, de todas maneras, me resulta más fácil sentirlo así. Y no sé… en realidad me parece que es una manera de… de no… de encontrarse en un lugar donde uno no está obligado a agradecer ni a castigar a nadie. Es… ¡significa tanto! Simplemente me parece que conduce a una especie de libertad.
T.: Mmm. Mmm. Donde uno se ha desembarazado de la necesidad de retribuir o castigar; donde simplemente le parece que hay muchísima libertad para todos.
C.: Así es. (Pausa). Estoy preparada para enfrentar algunos fracasos por el camino.
T.: No espera que todo salga sobre ruedas.
C.: No.
Ésta es la historia —muy abreviada— de cómo una cliente descubrió que cuanto más profundamente penetraba en sí misma, menos tenía que temer; en lugar de hallar algo muy malo en su interior, fue descubriendo poco a poco la esencia de un sí mismo que no deseaba retribuir ni castigar a sus semejantes, un sí mismo libre de odio y profundamente socializado. A partir de este tipo de experiencia, ¿nos atrevemos a generalizar y afirmar que si penetramos en lo más profundo de nuestra naturaleza organísmica, descubriremos que el hombre es un animal positivo y social? Esto es lo que sugiere nuestra experiencia clínica.
Ser el propio organismo, la propia experiencia
El material que hemos incluido en este capítulo nos permite llegar a la conclusión de que la psicoterapia —al menos la psicoterapia centrada en el cliente— es un proceso por medio del cual el hombre se convierte en su propio organismo, sin autodecepción ni distorsión alguna. ¿Qué significa esto?
Nos referimos a algo que sucede en el nivel de la experiencia, a un fenómeno difícil de expresar con palabras. Si este fenómeno es aprehendido exclusivamente en el nivel verbal, éste solo hecho basta para distorsionarlo. Tal vez empleando distintas descripciones logre reavivar alguna experiencia lejana del lector, que le permita sentir: «¡Oh! Ya sé, por mi propia experiencia, de qué se trata esto, al menos en parte».
La terapia parece significar un retorno a la experiencia sensorial y visceral básica. Antes del tratamiento, la persona suele preguntarse, a menudo inconscientemente: «¿Qué debería yo hacer en esta situación, según los demás?»; «¿Qué esperarían mis padres o mi cultura que yo haga?»; «¿Qué es lo que yo mismo creo que debería hacer?». En consecuencia, el individuo actúa siempre según pautas de conducta que le son impuestas. Esto no significa necesariamente que en todos los casos actúe de acuerdo con las opiniones de otros; incluso puede esforzarse por contradecir las expectativas ajenas. No obstante, actúa según las expectativas ajenas, a menudo introyectadas. Durante el proceso terapéutico, y en relación con la constante expansión de su espacio vital, llega a preguntarse: «¿Cómo experimento esto?»; «¿Qué significa para mí?»; «Si me comporto de cierta manera, ¿cómo puedo llegar a simbolizar el significado que tendrá para mí?». Por último, actúa sobre la base de algo que podría denominarse realismo: un equilibrio realista entre las satisfacciones e insatisfacciones que cualquier acto le producirá.
Tal vez si expreso algunas de estas ideas en fórmulas esquemáticas que sintetizan el proceso por el que atraviesan diversos clientes, logre ayudar a aquellas personas que, como yo, tienden a pensar en términos clínicos y concretos. Para un cliente esto puede significar: «He pensado que debía amar a mis padres, pero descubro que no sólo experimento amor sino también un amargo resentimiento. Quizá pueda llegar a ser una persona que experimenta libremente amor y resentimiento». Otro cliente puede expresar ese sentimiento de la siguiente manera: «Me he considerado infeliz e indigno. Ahora, a veces me vivencio a mí mismo como alguien de mucho valor; otras veces como alguien de poco valor o utilidad. Tal vez puedo ser una persona que se valoriza en diversos grados». Para otro, el sentimiento puede ser: «He pensado siempre que nadie podría quererme realmente por lo que soy. Ahora experimento el cálido afecto que otra persona siente hacia mí. Tal vez puedo ser una persona digna de ser amada por otros; quizá soy esa persona». Otro cliente: «Me han educado enseñándome que no debo sentir aprecio por mí mismo… pero lo siento. Puedo llorar por mí, pero también puedo alegrarme. Tal vez sea una persona multifacética, de la que puedo disfrutar y a quien puedo compadecer». El cliente también puede sentir, como lo hizo la señora Oak: «He pensado que en algún nivel profundo era mala, que mis elementos básicos eran espantosos y deplorables. No experimento esa maldad, sino más bien un deseo positivo de vivir y dejar vivir. Quizás en el fondo puedo ser una persona positiva».
¿Cómo es posible que la última parte de estas formulaciones se convierta en realidad? Ello se debe al agregado de la apercepción. La persona que realiza su tratamiento terapéutico completa la experiencia común por medio del agregado de una apercepción de su experiencia, plena y sin distorsiones; esto incluye sus reacciones viscerales y sensoriales. El cliente elimina o al menos disminuye las distorsiones de la apercepción de su experiencia; puede advertir todo lo que realmente está experimentando, y no sólo lo que se permitiría experimentar al cabo de una selección cuidadosa efectuada por medio de un filtro conceptual En este sentido, la persona toma posesión, por primera vez, de todo el potencial del organismo humano y agrega libremente una apercepción enriquecedora a los aspectos básicos de las reacciones viscerales y sensoriales. La persona llega a ser lo que es, como suelen decir los clientes durante la terapia. Esto parece significar que el individuo llega a ser —por su apercepción— lo que es —por su experiencia—. En otras palabras, es un organismo humano total y que funciona plenamente.
Ya puedo adivinar las reacciones de algunos lectores: «¿Quiere decir que, como resultado de la terapia, el hombre se convierte simplemente en un organismo humano, un animal humano? ¿Quién lo controlará? ¿Quién lo socializará? ¿Abandonará todas sus inhibiciones? ¿Se habrá liberado la bestia humana, el ello?» La respuesta más adecuada a estas preguntas parece ser: «En la terapia el individuo se convierte realmente en un organismo humano, con toda la riqueza que esto implica. Es capaz de controlarse, y sus deseos sufren un irreversible proceso de socialización. En el ser humano no hay bestia alguna. Sólo hay un hombre, al que hemos logrado poner en libertad».
Si nuestras observaciones tienen validez, el descubrimiento básico de la psicoterapia es, a mi juicio, que no debemos temer ser «simplemente» un homo sapiens. Este descubrimiento indica que si a nuestra vivencia sensorial y visceral —característica de todos los integrantes del reino animal— podemos añadir una apercepción libre y precisa —que parece ser un rasgo distintivo del animal humano— lograremos un organismo capaz de un realismo constructivo y maravilloso. Tendremos, pues, un organismo consciente de las exigencias culturales, como también de sus propias necesidades fisiológicas —hambre o sexo—, de su deseo de establecer relaciones amistosas y de su afán de enaltecerse; de su delicada y sensible ternura y, al mismo tiempo, hostilidad hacia los otros. Cuando esta capacidad de apercepción propia del hombre puede alcanzar un libre y pleno funcionamiento, no nos hallamos ante un animal temible ni ante una bestia difícil de controlar. Descubriremos, por el contrario, un organismo capaz de lograr, mediante la asombrosa capacidad de integración de su sistema nervioso central, una conducta equilibrada, realista, estimulante para sí mismo y para los demás; esta conducta será la resultante de todos los elementos de su apercepción. En otras palabras, cuando el hombre no es totalmente un hombre, cuando no permite que afloren a su percepción diversos aspectos de su experiencia, entonces a menudo se justificará nuestro temor hacia él y su conducta; esto se comprueba en la presente situación mundial. Pero cuando es un verdadero hombre, cuando es todo su organismo, cuando la apercepción de su experiencia —atributo propio del ser humano— actúa plenamente, podemos creer en él, y su conducta es constructiva No será siempre convencional ni conformista; estaré individualizada, pero también socializada.
Conclusión
He asignado gran importancia a la sección precedente porque representa una profunda convicción, surgida en muchos años de experiencia. Sin embargo, de ninguna manera ignoro la diferencia que existe entre convicción y verdad. No pido a nadie que acepte mi experiencia, sino simplemente que la compare con la propia, en busca de posibles coincidencias.
Tampoco c reo necesario disculparme por el carácter especulativo de este trabajo. Hay épocas de especulación y otras en que debemos dedicarnos a seleccionar pruebas empíricas. Esperemos que, más adelante y paulatinamente, algunas de las especulaciones, opiniones e hipótesis clínicas de este trabajo sean sometidas a una verificación operacional y definitiva.
REFERENCIAS
1. Maslow, A. H.: «Our maligned animal nature», en Jour, of Psychol., 1949, 28, págs. 273-278.
2. Montagu, A.: On Being Human. Nueva York, Henry Schuman, Inc., 1950. [Hay versión castellana: Qué es el hombre. Buenos Aires, Paidós, 1969].
3. Rogers, C. R.: Client-center Therapy. Boston, Houghton Mifflin Co., 1951, cap. IV: «The Process of Therapy».